Además del uniforme que más me
gustaba, también mi primer coche fue verde olivo. Regalo de mi padre al salir
de la Escuela terminando quinto año. Aquel Opel 1959 fue una delicia y factor sustancial
en la consecución de tan pleno sentido de realización que tuvo el año de
pasante en mi vida.
Tener coche no era cosa normal
para un estudiante. No era costumbre tenerlo desde la preparatoria o desde
antes, como ahora. La ciudad era más fácil de recorrer. La vida estaba menos
mecanizada. Incluso en mi grupo fuimos muy pocos los que teníamos auto.
Nuestros pocos coches circulaban entre las Lomas de Sotelo y el monumento a la
raza junto al cual está el centro médico del mismo nombre a gran velocidad (por
lo menos el mío), lleno de cadetes escandalosos que me jugaban bromas finas y
sutiles como taparme los ojos al cruzar las avenidas gritando.
---- ¡Cieguito! ¡cieguito!
Abdul, Vila, Ricardez,
Calderón, Ramiro, Fregoso, Núñez, Vázquez; sépanlo: estamos vivos porque Dios
es grande .
No creo que estas burradas
ocurrieran en el coche de Cohen quien no permitía más que uno adelante y tres
atrás pues era el jefe de grupo y tenía
obligación de ir y regresar vivo para dar parte de novedades.
López Atristain tuvo coche
también pero no se le subían muchos a él porque en vez de tanque de gasolina
llevaba en la cajuela trasera un gran tanque de gas dispuesto a explotar en cualquier momento,
desde una colilla encendida hasta un alcance por detrás.
Treviño tuvo un hermoso vochito
azul en el que la velocidad y el peligro no se sentían si se llevaban bien
cerradas las ventanillas.
Rosendo Magaña se compró una
carcacha roja que se andaba desarmando toda, igual que el camastro que se me
desarmó en la cruda. A las pocas semanas lo desechó pues le salieron más caras
la primera y segunda idas al taller que todo el desastroso vehículo.
Pero lo importante no eran los
coches sino esa absoluta solidaridad, entrega, falta de envidias y amistad que
a mi me dejó, de esas clases, un sabor y recuerdo imborrables.
Era la Clínica de Infectología
que impartía Don Ramón Pous Roca en el Hospital de La Raza. Todavía recuerdo
sus modos imborrables de enseñarnos a diferenciar las meningitis virales de las
tuberculosas y de las sifilíticas. Conocimiento que por demás no apliqué nunca
en la práctica pues no circulé por infectología, que era una sala prácticamente
fantasma en el Hospital Militar; la tuberculosis iba de salida y la sífilis era
sólo un recuerdo clínico a no olvidar por si algún caso perdido se aparecía en
nuestras vidas. Pero el modo de enseñar era bueno e inspirador.
Pocas cosas mejores se pueden
contemplar en la vida que ver a un hombre sabio y bueno en funciones.
Tengo el orgullo de haber sido
invitado por él como oftalmólogo al Hospital Infantil de zona que dirigió
certeramente y de haber sido defendido y apoyado por él en una reyerta que tuve
de residente con un enloquecido jefe de servicio, así como para que el director
del Hospital Central Militar firmara a mi favor la primera constancia de haber formado
dicho Hospital a un Oftalmólogo en su seno sin enviarlo al extranjero ni a otro
nosocomio de nuestro país.
Las idas suicidas a la clase
del maestro Pous no me dieron la muerte y sí mejoraron mi carácter
independientemente de sus enseñanzas. Esto es algo en lo que quiero hacer
énfasis de nuevo: “el gran maestro llega cuando el alumno está preparado”, no preparado
en el conocimiento específico que va a recibir sino estar preparado para
recibir la inspiración y provecho que ese maestro va a depositar en su alma de
cadete (aunque sea apenas un joven oficial o un anciano militar retirado).
Todos seguimos siendo alumnos
y el mundo sigue lleno de maestros y maestras en espera de nosotros; algunos de
ellos tan jóvenes que cuesta trabajo creer que lo son… Pero el alma de cadete, si se
conserva, siempre los descubre y los disfruta.
El coche entre nosotros los
latino americanos tiene profundas raíces psicológicas que nos hacen reaccionar
de manera excesiva ante sus avatares. Representa de manera subconsciente
asuntos relacionados con la auto estima y la libertad.
El manejo de auto me hizo
ver lo muy mal que yo andaba en ese terreno
y me hizo pensar si necesitaba ocho años
de psicoanálisis o cuatro de artes marciales. Me decidí por esto último y ahora
soy cinta negra pero sigo siendo el mismo neurótico de siempre. No digo que los
años me lo han curado pero ya lo disimulo mejor. El coche ya no me lastima
porque ya lo abandoné. Yo era de aquellos que mueren infartados en un coraje
automovilístico.
Decía Don Ramón de la Fuente
cuando fue jefe de psiquiatría en el Hospital Español, y adonde laboré unos
años siendo joven, que ningún psiquiatra serio aspira a cambiar la personalidad
de un individuo. Que ésta es como la huella digital. Que sólo se puede ayudar a
modelarla y permitir vivir con ella satisfactoriamente. Creo que la
personalidad bien asistida y manejada es lo que llamamos ‘el carácter’ y que se
parece a las velas de un barco. El viento es la personalidad y nadie puede
hacerlo cambiar, el barco es uno mismo y el velamen es el conjunto de herramientas
del carácter, que pueden subir o bajar o girar con diferentes combinaciones
para que el suave soplo del viento o el rugido del huracán trabajen a su favor.
El Hospital ingresó un equipo
de futbol a la liga inter hospitales que patrocinaban los Laboratorios Lederle
y se desarrollaba en sus magníficos campos muy al sur, sobre la calzada de
Tlalpan. Eran no menos de cuatro campos de dimensiones oficiales y bien
cuidados. Nada que ver con aquellos terregales donde jugué en la cuarta
división de Azcapotzalco cuando estuve en la preparatoria. Ya en la Escuela
jugamos en muy buenos campos, con tribunas, madrinas, flores y hasta locutores
contra la Universidad de Veracruz en Jalapa y contra el Colegio Militar en
Popotla. Teníamos un buen equipo que le dio muchas satisfacciones a nuestra
Escuela.
Desde antes de pasar como
internos al Hospital se nos invitó a algunos de nosotros a incorporarnos al
equipo del mismo y hasta los campos de Lederle íbamos en mi opel a jugar contra
fuertes equipos de otros grandes hospitales como el Español y Cardiología en
donde militaban jugadores que se suponía eran médicos pero jugaban como
verdaderos cracks.
Lederle, por ser el Anfitrión
participaba con otro equipazo donde figuraban ex jugadores todavía fuertes como
aquel legendario Horacio Casarin del Atlante quien, junto con el “pirata”
fuente del Veracruz, tal vez hayan sido los dos jugadores más románticos del
futbol mexicano… vaya, los Pedro Infante, o los ratón Macías… pero futboleros.
Nuestra participación e idas y
venidas a ese torneo duraron algunos años y de esa época quedaron en mi vida
recuerdos y amistades indelebles entre el colegiado médico militar.
El deporte es forjador más que
del cuerpo, del carácter y de la amistad.
También el opel me hizo saber
de mujeres pero era una bronca pues, eternamente seductor, no me conformaba con
relaciones fáciles y por andar regalando mi tiempo en esos dulces menesteres dejé
de asistir a dos juntas preparatorias de mi tesis profesional, lo cual me
ocasionó un arresto de setenta y dos horas que recuerdo vivamente y con agrado
pues lo cumplí en la Escuela Militar de Transmisiones donde hice amigos y tuve
tres días enteros para darme un agarrón con algunos temas de anestesia que me
faltaban y ya mi examen profesional estaba en puerta con, entre otros, Don
Homero Treviño, aquel super elegante y conquistador anestesiólogo, como uno de
mis seis sinodales. Este jurado que nos tocó a Abdul Hamid y a mí era el único
al que se le sabía reprobador en examen profesional así es que me pegué duro al
estudio para prepararlo pues hacía apenas tres años habían reprobado a un
pasante que tuvo que hacer un año en filas ¡qué pendejada! para luego recibir
su pase a Mayor Médico Cirujano de forma automática, sin examen extraordinario
y con menos conocimientos que hacía un año… pero eso sí, de acuerdo con la
burocracia castrense vigente en aquel entonces.
¿Qué tendré yo contra la
burocracia, que nunca me gustó? A tal
grado me chocan sus procedimientos que hasta de las religiones me he retirado
por parecerme que son la burocracia de la espiritualidad.