"El propósito del arte no es una quintaesencia intelectual, rarificada
sino la vida, la brillante e intensa vida."

Alain - Arias Misson

miércoles, 14 de diciembre de 2016

Alma de Mayor (Parte 16)

                                                  EL  T E R C E R  A Ñ O

(La Subresidencia)


     En 1962 se inició la diáspora de mi generación. Ya en diciembre algunos servicios quedaron escasos de médicos internos porque los nuevos Mayores M. C. no se incorporarían hasta enero del 63 y los que ya se sabían no incluidos entre los diez que se quedarían un año más se entregaban a presurosos preparativos de muy diversa índole pero, sobre todo, a pedirle a los compañeros que se quedaban y que estaban en salas de privilegio en ese momento, les cedieran  alguna hemorroidectomía, alguna safenectomía, alguna epidural …algún fórceps; en fin, todo aquello que no habían alcanzado a practicar o a perfeccionar antes de salir rumbo a sus destinos en las unidades militares distribuidas por todo el país.

     Era un secreto a voces que la mortalidad infantil aumentaba en diciembre debido a la disminución de médicos internos en Pediatría Médica, no así en Pediatría Quirúrgica, adonde se quitaban amígdalas a montones y adonde también acudían los jóvenes médicos salientes como las moscas al pastel en busca de una última oportunidad quirúrgica en algo que iba a ser el pan nuestro de cada día.

     Precisamente Arturo Moguel se mató una noche por andar corriendo en el Periférico como loco entre un sanatorio de la colonia Narvarte y el campo militar número uno en Naucalpan, de donde se había salido subrepticiamente para ir a dar de alta a una niña operada por él de amígdalas ese medio día, antes de recibirse una orden de acuartelamiento.

     No tenía ni diez años de recibido, fue de los primeros lugares de su generación y un ajedrecista maravilloso, alegre, bueno para cantar ¿en qué no era brillante Moguel? pero la muerte lo esperaba escondida en el puto culo de un camión de limpia estacionado en la madrugada, sin señales, en el carril de alta velocidad cuando pasaba volando ya por la curva de la Secretaría de la Defensa.

     La marcas largas y negras que dejaron las llantas de su hermoso y presumido Peugeot negro seminuevo en una rabiosa frenada tratando de salirse al carril central, quedaron visibles por muchos meses recordándome cada día que pasaba yo por ahí que las amígdalas que yo llegué a operar en menos de quince minutos en Pediatría Quirúrgica, así como llevaban al éxito  y al dinero, también me podían llevar a la muerte en menos que canta un gallo si los deberes militares, las prisas y las angustias se conjugaban en mi contra; que mi cabeza por muy brillante que fuera podía quedar deshecha contra cualquier objeto innoble como quedó la de Arturo Moguel contra aquel camión cuando ya sólo faltaba un último volantazo para librarlo …como quedó la cabeza y el cerebro brillante de Pierre Curie cuando un carro tirado por caballos arrolló y tiró al suelo a ese sabio presuroso y distraído, pasándole una rueda de hierro por encima de su noble frente dejando aquella masa encefálica, ganadora de un premio Nobel, mezclada con el lodo, la lluvia y el estiércol de aquellas calles de París en los principios del siglo veinte.

     Aquello de: “primero se sienta usted cómodo” que me enseñó aquel médico que lo fue del Escuadrón 201 cuando me preguntaba los pasos a seguir para puncionar un tórax con líquido pleural yo siempre lo extendí en mi cacumen como “sin prisas”.

     Me llamaba la atención, siendo cirujano en formación, notar que los maestros más calmados eran los que menos tardaban en sus operaciones, mientras que aquellos que se notaban presurosos se demoraban más. Pronto aprendí que el secreto estaba en eliminar los ‘tiempos perdidos’. Nada de movimientos inútiles, de puntos presurosos mal dados y vueltos a dar, de instrumentos mal tomados.

     Esos maestros desplazaban sus instrumentos su talento y su tiempo sobre la mesa de operaciones como un sacerdote sus implementos sagrados sobre el ara del altar.

     El ambiente a veces alcanzaba alturas místicas.

     Incluso ante los errores, eran soberbios mis maestros. Recuerdo una ocasión en que yo corté equivocadamente la pared de la vejiga en una de mis primeras cesáreas y el Dr. Jiménez Miranda se me quedó viendo como esperando mi reacción. Al ver que yo me había dado cuenta del problema se sonrió y me dijo:

     ---- Mientras te des cuenta del error y sepas repararlo, la situación no es grave. Malo si no te das cuenta y dejas la vejiga abierta.

     Ese era el gran secreto contra los errores: saberlos detectar, reconocer, reparar …y no repetirlos. Porque si no, sucede lo que con las psicosis y las neurosis: que las primeras no se sufren porque no se reconocen por el paciente; porque se cree sano y está jodido. Tiene la vejiga cerebral abierta rezumando meados del intelecto y se siente bien. El neurótico tiene esperanzas porque se da cuenta de que algo está mal y trata de ponerle remedio …bueno …cuando trata … que no es siempre, desgraciadamente.

     A pesar de todas estas reflexiones ¡que cerca estuve años después, de psicotizarme para siempre debido a las bencedrinas que empecé a consumir durante los tres años de locura atendiendo los grandes ranchos Jalapango y San Rafael de Texcoco! ...yo que tenía miedo de tomar una aspirina por miedo a acostumbrarme a ella.

     ¡Cómo y con qué ferocidad llegó el divorcio a mi vida muchos años después! cuando yo me había prometido solemnemente que eso jamás me sucedería; como le sucedió a un coronel, viejo maestro de Historia del Colegio Militar a quien conocí encamado en la sala de Oftalmología por un ojo reventado en una situación impropia de su edad y quien me platicaba de los horrores del divorcio cuando en Navidades o Reyes tenía que andar acongojado brincando de casa en casa para estar un rato con la familia recién abandonada y otro con la que intentaba establecer.

     No cabe duda de que el famoso cuento “Muerte en Teherán” es una joya psiquiátrica al respecto. Lo resumiré para quienes no lo conozcan:

     Un viejo y rico árabe paseaba por sus jardines cuando se le acercó un vasallo desencajado, pidiéndole que le facilitara el caballo más veloz para huir a Teherán, donde la muerte no lo encontrara pues se le acababa de aparecer y temía que quisiera llevárselo esa noche.

     Así lo hizo el rico Jeque y un rato después, en su palacio, se encontró por los pasillos a la muerte a quien le dijo que no le anduviera espantando a los vasallos de tan fea manera.

     La muerte le respondió:

     ---- Yo no intenté espantarlo, tan sólo le manifesté mi extrañeza de verlo.

     ---- Y …¿por qué la extrañeza?

     ---- Porque debería estar esta noche en Teherán …respondió la muerte.

     Así nos sucedió a muchos. Algunos se mataron accidentalmente …otros se suicidaron …otros sobrevivimos.

     Al entrar como ‘residente’ de tercer año iba a tener mayores oportunidades quirúrgicas, me iban a permitir operar como cirujano cosas que nada más había operado como ayudante. Se me iba a dejar correr más riesgos, se me iba a acercar más al éxito.


     Me lo había ganado y no pensaba desaprovecharlo.

Alma de Mayor (Parte 15)

     Esto de Petrosian merece comentario aparte porque es sabroso.

     Resulta que, igual que Jimmy Carter, nació en Georgia …sí …en serio …pero la Georgia de la entonces ‘Unión Soviética’.

     Como todos  aquellos que sus apellidos terminan en ‘ian’ o ‘yan’ (Burbulian, Arakelian, Babayan por ejemplo …de mis conocidos) era de sangre armenia.

     Para que lo ubiquen en el tiempo (ya se los ubiqué en el espacio), sería un poco mayor que yo, de principios del siglo veinte y fue el campeón mundial de ajedrez antes que Spassky, aquél otro ruso que perdió ante Bobby Fischer en el famosísimo duelo de Reykjavik allá por los setenta y que tuvo al mundo pendiente y emocionado pues Rusia dejaba de ser la madre del nuevo campeón mundial (perdiendo ante un estadounidense y, para mayor afrenta, en plena guerra fría) por primera vez después de larguísimos años de total y absoluta hegemonía rusa.

     Tigran Petrosian; fortachón, poseedor de una hermosa voz, como muchos otros ajedrecistas rusos. Cantaba bien, pero jugaba feo según muchos georgianos, quienes rechazaban estudiar, disfrutar y presumir sus partidas ya que eran empates, empates …y más empates hasta que daba el zarpazo en las partidas cruciales. A ellos les gustaba el estilo de Miguelito Tahl, letón, débil, de salud precaria, ex campeón mundial, quien jugaba con fascinante fantasía y riesgo, ofreciendo sacrificios escalofriantes para levantarse con triunfos sumamente brillantes y emotivos. Se decía de Miguel Thal que si jugabas contra él y se dejaba ganar una pieza ya las cosas pintaban mal para ti, pero que si sacrificaba una segunda pieza ¡caput! ya te podías dar por muerto irremisiblemente.

     En una ocasión en que Petrosian andaba de gira y el ferrocarril paró en su tierra, desde la puerta del vagón cantó con su bella voz de barítono ante un público supuestamente entregado …pero no tanto, porque de pronto se escuchó una elevada voz femenina que lo increpó gritando:

     ---- ¡Tigran! ...¡cómo te atreves a no ganar!

     A mí me gustan ambos y repaso sus partidas con deleite.

     Siempre pensé que tuve maestros y compañeros médicos militares como Miguel Thal, deslumbrantes, y otros como Petrosian, opacos. Pero en todos ellos abrevé y alimenté mis ansias de saber, y todos ellos me entregaron los recursos con los que he vivido y sacado adelante mi vida y a mi familia.

     ¡Gracias Thales y Petrosianes de mi amado Hospital Central Militar; quienes destaparon los frascos de sus esencias para darme armas gozando y sufriendo en soberbios torneos de vida y de muerte, de salud y enfermedad, a bordo de aquel gran trasatlántico iluminado de mis años mozos!

miércoles, 2 de noviembre de 2016

Alma de Mayor (Parte 14)

Recuerdo con cariño a un compañero algo mayor que yo quien me tenía tanta confianza que me pidió que lo operara de hemorroides sin haberme visto operar ningún caso previamente. Realmente era una operación que se me estaba quedando en el tintero ya para terminar el segundo año del ‘internado’. Al decirle esta verdad él me dijo:

     ---- Me vale …sube a tu cuarto, léete la técnica y al rato me operas. El sabía que yo tenía una revista de la que le había platicado en que se describía una técnica de grandes tajos al cortar y eliminar los paquetes varicosos hemorroidarios (no de pequeños tijeretazos como se venía haciendo) la cual proporcionaba un postoperatorio poco doloroso y no el de gran dolor que era típico de la hemorroidectomía en uso todavía.

     Así lo hice y lo operé con anestesia regional en un ratito libre y en un cuarto de curaciones.

     Este compañero se llevó a una isla del Caribe a cuya base aérea fue comisionado una olla express para esterilizar instrumentos; su aguja y tubito para anestesia epidural y se hizo rico …fue además feliz, formando una gran clientela (que antes de llegar él se iba a operar a Mérida) y casándose con una rica viuda propietaria de grandes plantaciones de cocoteros.

     Desde mi libro te saludo y te honro: Antonio Negrón Rubio (apellido inolvidable), querido compañero que te levantaste desde un modesto grado como oficial de sanidad hasta Mayor M. C. (que fue cuando te operé y te dejé de ver) y luego hasta grandes alturas en el medio militar y civil como jefe médico de la zona militar de Cozumel y como alto funcionario del IMSS.

      Así es el abarrote …¡sí señor! … pero es así de bueno solamente cuando se es valiente, preparado …y suertudo.

     También la raquianestesia fue una bendición en su tiempo y fuimos los médicos militares quienes la empezamos a usar no sólo en México, sino en el mundo entero.

      Lo voy a platicar pues es ésta una contraparte justa y necesaria de la estúpida presunción ¿presumir de qué Dios mío? de haber sido la aviación mexicana la primera en la historia en ser usada como arma de combate.

     Fotos, nombres y crónicas de este aparente triunfo las vi en las vitrinas del museo militar que se abría (al público también, ¡cómo chingaos no!) en el quinto piso del edificio de la Secretaría de la Defensa, al menos cuando yo estaba en el activo, a principios de los sesenta. Ahí se ensalzaba a un  militar mexicano que desde un avión le disparó con su pistola por primera vez en la historia de la humanidad a otro piloto de otro avión, en pleno vuelo. Con esto quedaba rota una profunda hermandad aérea (quien quiera deleitarse con este tema que lea “Tierra de Hombres” de Antoine de Saint Exupéry, sí …sí …el de “El Principito”, quien en 1939 escribió esta maravilla de la narrativa ejemplificando la dignidad, la fraternidad, el desinterés y el valor de los seres humanos, personificados en este libro por los pilotos que volaban para llevar el correo aéreo y que no se andaban dando de balazos por los aires. El fue uno de ellos y desapareció para siempre en uno de aquellos difíciles y peligrosos vuelos).

     Pues la anestesia raquídea fue iniciada por médicos militares mexicanos ¡adivinen para qué! ...¡para cirugía de cerebro! …¿se puede creer? ¿cómo es posible que este tipo de anestesia durante el cual siempre puse cuidando de que el paciente no cayera en ‘Trendelemburg’ (posición con la cabeza más baja que el cuerpo) por temor a que el anestésico paralizara las funciones respiratoria y cardiaca del bulbo raquídeo, la hubieran iniciado  aquellos super chinguetas, maestros de los maestros de mis maestros, inyectando cocaína en polvo disuelta en agua destilada adentro del canal raquídeo y poniendo al paciente precisamente ¿¡¡en Trendelemburg!!? ¡¡madre santísima!!, con la cabeza para abajo y las patas para arriba y luego proceder a abrir la cabeza para sacar un gran coágulo que estaba creciendo y podía llevar a la muerte insoslayable, rápida e ineludible a un pobre soldado.

     Leer ese artículo original que reseña la primera raquianestesia del mundo es algo sublime, tierno y escalofriante. ¡Cómo no sentirme enamorado de mis maestros y de los maestros de mis maestros! ¡cómo no sentirme orgulloso de ser médico militar mexicano!

     El artículo explicaba el compás de espera entre la introducción de la substancia y el inicio de la cirugía pues sobrevenía lo que dieron en llamar “la tormenta cocaínica”, en que el paciente vomitaba y convulsionaba antes de quedar, si no muerto, al menos en paz y reposo para ser trepanado …(yo creo que casi muerto).

     La cocaína indudablemente tiene efecto anestésico local, pero …¿cómo se les ocurrió a esos compañeros usarla para un efecto tan extendido y sistémico?

     Pienso que aquellos ancestros míos se inspiraron en el hecho de que los cráneos trepanados de las culturas prehispánicas tuvieron que ser operados con el sujeto llevado a cierto tipo de insensibildad y estupor, tal vez por alguna mezcla de herbolaria poderosa administrada al sujeto por vía oral aparte de algún emplasto en la piel cabelluda ¿de qué otra manera? y probablemente con base en las hojas de coca (‘erithroxylum coca’ para nosotros, los mamones eruditos; ‘kuka’ para los simpáticos quechuas) que fue tan consumida por aquellas culturas andinas.

     Mi contacto intenso en el manejo de las adicciones, el apostolado de mi vejez, me hace suponer que eso fue muy posible ya que en los reclusorios mexicanos el uso de la cocaína es lo común, pues aparte de ser negocio, mantiene a los reclusos en paz e insensibles en cierto grado, a menos que les falte o que caigan en pánico durante el consumo; pero nunca los pone activos y violentos durante el mismo, como sucede con el alcohol que, por eso y por sus complicaciones de introducción, ocultamiento y manejo intra carcelario, está proscrito en los reclusorios. La mayoría de mis ahijados que son ‘ex alumnos’ de alguno de ellos, lo son del Reclusorio Norte, al que cariñosamente, después del odio resentido, le dicen ‘el ReNo’. Ellos son los que me platican y deleitan.

     Esta recuperación de mis drogadictos alcanza niveles maravillosos de alegría y sentido del humor cuando llegan a contar sus desgracias de la siguiente manera (ésta corresponde a un amigo a quien detuvieron y encarcelaron por esta temporada navideña hace años), platicándola en tribuna ya recuperado, elevando sus ‘fondos de sufrimiento’.

     ---- Esa navidad me regalaron un coche y un viaje a Japón.

     El coche fue un ‘auto’ de formal prisión y el viaje a Japón fue su ingreso al ‘oriente’ (que por cierto este reclusorio, el Oriente, tiene la fama de ser el más cabrón y más culero de todos).

     La idea del cocainómano hiperactivo es equívoca. A ese estado no lo lleva la presencia, sino la ausencia de la substancia pura, a menos que se haya mezclado con álcalis para lograr un estado de estimulación activa. Por eso algunos cocineros de “piedra” (el “crack” tercermundista) en Tepito la mezclan con bicarbonato y otras madres cuyo efecto, más tóxico y dañino, se comenta y se corre la voz de aviso entre mis ahijados recuperados. Ellos dicen que le ponen hasta raticida; suponiendo algunos resentidos que existe un odio latente hacia ellos de aquél viejito “como de ochenta años” a quien veían prepararla en medio de noches de gran silencio y ominosa vigilancia tanto en ‘la cocina’ como en las calles aledañas y que, en el fondo y a pesar de que vivía de ellos, se notaba que le gustaría verlos muertos a todos …¿será?

     La vigilancia de aquellos guaruras patibularios no sólo era para ‘echar aguas’ de cualquier redada, sino para que ningún estúpido se robara siquiera una piedrita de tantas que estaban tiradas por el suelo y que parecía fácil agacharse y echarse una a la bolsa

     ¡No se acababa la madriza quien lo hiciera!

     ¿Cómo hablar de los avances científicos y de su práctica sin hablar de la historia de ellos?

     Ya me metí en la historia de la anestesia raquídea y ahora me van a tener que aguantar algo de la historia de la anestesia por gases inhalados, la cual es realmente interesante pues tiene de todo, risas, lágrimas, alcohol y motivo de reflexión ¡que mas puede pedirse!

     Ahí les va:

     A mediados del siglo diecinueve había un espectáculo en Estados Unidos, por la zona del Este (por el Oeste apenas andaban dejando de matar indios y metiendo a los sobrevivientes en reservas), que consistía en hacer subir al escenario a quien se ofreciese como voluntario, dándosele a respirar un gas que se llamaba “gas hilarante” (óxido nitroso) porque causaba risa, carcajadas contagiosas, alegría y todo se volvía una juerga.

     Un dentista apellidado Wells notó en un show de esos que un amigo se lastimó una espinilla, no dándose cuenta hasta notarse el pantalón sangrado un buen rato después y ya abajo del escenario.

     Al percatarse de esto aquel dentista, tras inhalar óxido nitroso, se sacó una muela y no le dolió (¿sería entre risas y carcajadas?; esto no lo cuenta la historia). Todo emocionado, lo quiso demostrar en el circulo médico más importante de Boston, pero como el paciente seleccionado era alcohólico y su hígado disfuncional, no metabolizó el gas como era de esperarse. Gritó, lloró y pataleó (esto del pataleo es pura suposición mía) no dejándose sacar la muela por ningún motivo.

     Fracaso total.

     … ¡Sí; síí! ...¡ya te oí! ...tú y tus exigencias de datos precisos: ¡fue en el Hospital General de Massachussets!

     Aquí Wells  perdió la oportunidad de pasar a la historia, lo que sí logró un año después su ayudante Morton, quien con un gran instinto comercial hizo una demostración con éter (cuyo nombre guardó en secreto varios años para evitarse la competencia, al igual que hicieron por varias generaciones los hijos de la chingada inventores del fórceps para que nadie más que ellos pudieran resolver algunos casos difíciles) y acabó por ser el dueño de la pelota en la historia y en el dinero.

     Ni modo; así es el abarrote. Siempre ha habido especuladores, no nada más aquellos que ahorcaba Pancho Villa. (para eliminar a tanto especulador hoy en día se necesitaría otra guerra mundial, nada más que, como dijo Einstein; “no sé si habrá una tercera guerra mundial …pero si la hay, la cuarta va a ser con palos y piedras”).

     Realmente el mérito yo no se lo doy ni a Wells ni a Morton. Se lo doy a Long, quien antes que todos ellos ya había operado con anestesia general el cuello de un infante; silenciosamente y sin publicidad (esto fue Georgia, en donde muchos años después vino al mundo el presidente James E. Carter Jr. quien a mí me ganó el corazón, pero que por su culpa me miraron feo un montón de turistas norteamericanas cuando en voz alta pedí una medalla con su imagen en un área de souvenirs del capitolio de Washington) (ese terruño del presidente Carter era más bien de ‘soul’ y cacahuates que de publicaciones científicas …por lo menos en aquellos tiempos de Long …y algo tal vez …todavía …cuando Jimmy  andaba haciendo campaña desde lanchones por aquellos ríos de Georgia y Alabama).

     Algo muy de tipo geográfico tuvo que ver con la concesión (injusta, como en tantos otros casos de adelantos médicos) de la paternidad de la anestesia.

     Pero si a eso vamos, los verdaderos padres fueron los asirios hace cinco mil años provocando desvanecimiento y operando sin dolor al comprimir bruscamente ambas carótidas.

     Muchos se les deben de haber muerto en paro cardiaco después de semejante karatazo en el pescuezo, pero son meras suposiciones mal pensadas mías para restarles mérito y dejar la gloria en América (incluyendo a nuestros ancestros andinos prehispánicos) …total ya de Asiria nadie se acuerda ni sabe nada …o …a ver …¿dónde está Asiria? ...¿ya ves? ...¡ah! ...¡que es por ahí por Mesopotamia¡ …¿y? ....¿que es hacia el Tigris? ....¿bajando por el Éufrates a mano derecha? ...bueno, bueno …yo creo que si les quito a los asirios la gloria de haber inventado la anestesia y les dejo la de haber sido vecinos de Adán y Eva no se me van a molestar los amigos armenios seudo asirios que tengo; además …ya tuvieron a Petrosian como campeón mundial de ajedrez …¿qué más quieren?


     Esto de Petrosian merece comentario aparte porque es sabroso.