"El propósito del arte no es una quintaesencia intelectual, rarificada
sino la vida, la brillante e intensa vida."

Alain - Arias Misson

domingo, 17 de junio de 2018

Alma en Tránsito Capítulo 13: Mega peda indígena


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MEGA  PEDA  INDÍGENA


     Otro servicio que tuve como médico de la Segunda Compañía de Sanidad fue de apoyo sanitario al Segundo Escuadrón Blindado de Armas de Acompañamiento en prácticas de campaña.

     No hubo accidentes gracias a Dios, pero sí cosas interesantes que platicar.

     La primera noche un puerquito del poblado cercano llegó hasta las inmediaciones de nuestro acantonamiento y los soldados ni tardos ni perezosos le dieron callo con un marrazo y se lo comieron asado.

     A la mañana siguiente los del pueblo nos cortaron el agua.

     ¡Bien hecho! …bola de mílites cabrones.

     Pues ahí tienes al coronel comandante llamándonos al teniente coronel sub comandante y a mí, mayor médico de la unidad, para ir los tres a dar una satisfacción al patriarca del pueblo.

     Era éste un viejo lindo de unos ochenta años; pequeño, curtido, delgado, arrugado pero muy derecho y de viva mirada quien mandó llamar a varios de sus hijos quienes le besaban la mano al acercársele, doblando ligeramente la rodilla ¡en serio! ¡maravillosamente medievales! …y  recibían órdenes acerca de en dónde y con quién acudir para recoger y traer agua miel y pulque de lo mejor, para la comida que nos iba a ofrecer.

     …En la torre …a mi el pulque me sabe amargo de a madres (igual que el champán) y el agua miel me encanta, pero desde que me fue enseñado un tinacal en el que se hacía a un lado la espuma llena de natas y moscas para sacar el agua miel con largos cucharones, mi facultad para deglutirlo mermó seriamente. Además, los curados del pulque, sabía yo, a veces se hacen con caca de perro (el famoso “curado de muñeca”) envuelta en trapo (como las muñecas de trapo de mis ahijados, pero éstos hacen sus “monas” sin caca de perro; solamente las empapan en thinner el cual huelen con fruición y obtienen  un cerebro humano de cagada en poco tiempo) y aunque como médico entendía bien que el proceso estaba justificado desde el punto de vista enológico, no lo podía convertir en una justificación que inhibiera mi náusea.

     Más aún, sospechaba que, dada la gran cantidad de encargos que hacía aquel patriarca, había planes para ponernos una briaga mayúscula.

     Es de suponerse que dentro de esa sutil diplomacia indígena alguno de nosotros debería de quedar ultrajado (pero no ofendido) …y así fue. Aquel teniente coronel sub comandante quedó para el arrastre; el comandante no sé cómo le hizo y yo salí adelante poniéndome una empanzonada brutal de refrescos de grosella y tamarindo que se refrescaban acostados en una gran tina de lámina llena de hielo.

     Al rechazar la bebida alcohólica tuve miedo de que me fueran a mirar feo y me derramaran el pulque en los pies, como había oído que acostumbraban hacer, por lo que me apresuré a pedir un Titán de grosella diciendo que los felicitaba pues era una bebida excelente que me encantaba y no sé que tanta mentira más; cosa  que afortunadamente los enorgulleció y me perdonaron la beberecua del tinacal pero, eso sí, a costa de mucho refresco muchos Jarritos y Titanes …pero muchos.

     Mi hermano Ángel, quien hizo un posgrado en España, me platicó una vez cómo  llegó a tener más de diez bebidas alcohólicas junto a él en un bar. Eran invitaciones para “el mexicano”. Estaba obligado a recibirlas, pero no a beberlas.
    
     En esa casita de adobe donde se nos ofreció el ágape vi con inquietud y sorpresa que en un buró había una lámpara de mesa “‘made in home” cuya base era un enorme proyectil de obús.

     Cuando comenté esto con el coronel comandante me dijo que precisamente por eso iba a suceder algo muy interesante que yo presenciaría al finalizar cada sesión de práctica y que consistía en la destrucción de los proyectiles, cuidadosamente registrados por vigilantes con binoculares, que no habían explotado, para así evitar que, al retirarse el ejército del lugar,  llegasen los habitantes de los poblados vecinos a recoger proyectiles intactos para ser usados precisamente como adorno en sus casas.

     Ya no me acuerdo cómo los destruían; creo (pero no me hagan mucho caso) que los ametrallaban desde muy lejos sin embargo en mi recuerdo flotan escenas de estopa, diesel y llamas. No me acuerdo ¡carajo! ¡Nunca me acuerdo de esos asuntos!

     …Sin comentarios …como decía Gabriel García Márquez en “El Otoño del Patriarca”: ‘pobres e ignorantes siempre los tendremos con nosotros (esto parece texto evangélico, pero la continuación, en boca de aquel dictador, es terrible) y cuando la mierda valga algo, los pobres nacerán sin culo’ …y agrego yo: …y los niños seguirán perdiendo por aquí una pierna, por allá las dos o los brazos con todo y cabeza, ya sea haciendo lámparas o explorando a pisotadas en el sudeste asiático para saber si quedaron minas enterradas después de la guerra (allá, apenas en el siglo veinte, como los teotihuacanos en tiempos de Cristo, sacrificaban a sus niños, pero no por la sequía del cielo descuidado por sus dioses, sino por el fragor de la tierra vulnerada con explosivos escondidos por los hombres).

     ¿Qué frase dominguera te gusta para esto? ¿…algo así como: ‘las guerras son una mierda y cuando las guerras se acaben los adultos seguirán  mandando a sus hijos a dar las nalgas’?



domingo, 10 de junio de 2018

Alma en Tránsito Capítulo 12: Travesuras de rayos y obuses


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TRAVESURAS  DE  RAYOS  Y  OBUSES


     Yo me hacía cruces porque nada ocurriera pues simplemente para llegar a la carretera asfaltada se tardaba un vehículo, por rápido que fuese, sus buenos tres cuartos de hora, y de ahí al Hospital Central Militar una hora más. Nada de helicópteros ni de sangre disponible.

     Durante mis seis años de mayor médico cirujano en el activo sólo supe y enfrenté el caso de una fuerte explosión en prácticas de tiro que mató a ocho soldados y a un subteniente. Esto sucedió estando yo aún haciendo mi residencia hospitalaria y fue muy dramático pues los muertos llegaron como pellejos para el gato habiéndoseles tenido que lavar a chorro de manguera en el piso del anfiteatro y llenado ocho bolsas de plástico con restos revueltos de todos ellos para ser entregados a los familiares.

     El subteniente estaba alejado y recibió una esquirla de pequeño tamaño en el pecho quedando muerto sin notársele ni siquiera sangre por fuera …sólo un pequeño orificio en la bolsa izquierda de la camisola. Era alto y rubio; sumamente joven.

     Me impresionó comprobar lo rotunda y variada que es la muerte cuando quiere hacer de las suyas en un mismo evento.

     Igual que aquella vez cuando en una tarde de lluvia y truenos cayó un rayo en la explanada de San Esteban entre dos soldados que esperaban su camión. A uno lo carbonizó totalmente y al otro solamente le sacó la piel de brazo, antebrazo y mano que quedó como negro guante de mujer fatal tirado sobre la explanada.

     Esto de la electricidad y cuan caprichosamente ataca merece un pequeño paréntesis.

     En el MIG se operó en repetidas ocasiones por una quemadura de cuello que se hizo retráctil y ameritó repetidos injertos a una niña, hija de uno de mis pacientes, quien tocó con una varilla metálica de tipo cortinero un cable que pasaba por delante de la ventana de un segundo piso a la que estaba asomada bebiéndose un refresco frío en envase de cartón plastificado.

     La corriente pasó por el cuerpo de la niña, bajó a tierra, rompió el mosaico del piso, reventó la tubería que pasaba por ahí, de donde empezó a salir el agua a borbotones …y no hubiera pasado nada más si no se le hubiera incendiado el envase del “tutsi” y el líquido hirviente no le hubiera quemado el cuello.

     ¡Qué horno de micro ondas ni que nada! ¡Eso si que fue calentamiento instantáneo!

     Cuando se pueda almacenar la energía eléctrica de un rayo en una batería artificial bajo tierra podrá proporcionar iluminación a Las Vegas durante un año entero …eso dicen; pero hasta ahora le ha arrancado las trancas a toda prisión que le han querido poner.
    
     Los heridos de la explosión del mortero fueron muchos. Ese medio día se suspendieron las salidas. Todos los médicos nos vendamos las piernas para aguantar la vara y nos pasamos más de cuarenta y ocho horas operando de noche y de día en todos los quirófanos.

     Meses después recuerdo haber pasado visita a uno de los soldados que sobrevivieron y que más le valía haberse muerto.

     Tenía una enorme escara por decúbito gangrenada en una nalga, a través de la cual, estando boca abajo, se le veían los intestinos, cubiertos de peritoneo con sus lentos y solemnes movimientos peristálticos y sus roncos zurridos ocasionales durante el largo rato que llevaba hacerle cada curación.

     Estas escaras no eran por incapacidad de nuestras enfermeras, que eran excelentes, sino por escasez de personal calificado y por la simple razón de estar estos enfermos en una sala de hombres. En las de mujeres eran raras estas horribles úlceras de decúbito pues ellas mismas se encargaban a cada rato de mover, limpiar sobar y talquear a sus compañeras incapacitadas alisándoles amorosamente las sábanas.

     Los hombres, manifestándose dignos y machos, se pudrían llenos de soberbia y silencio.

     Me imagino que tuvo una muerte difícil y una agonía larga.