"El propósito del arte no es una quintaesencia intelectual, rarificada
sino la vida, la brillante e intensa vida."

Alain - Arias Misson

martes, 27 de octubre de 2015

Alma de Cadete (Parte 23)

Además  del uniforme que más me gustaba, también mi primer coche fue verde olivo. Regalo de mi padre al salir de la Escuela terminando quinto año. Aquel Opel 1959 fue una delicia y factor sustancial en la consecución de tan pleno sentido de realización que tuvo el año de pasante en mi vida.

     Tener coche no era cosa normal para un estudiante. No era costumbre tenerlo desde la preparatoria o desde antes, como ahora. La ciudad era más fácil de recorrer. La vida estaba menos mecanizada. Incluso en mi grupo fuimos muy pocos los que teníamos auto. Nuestros pocos coches circulaban entre las Lomas de Sotelo y el monumento a la raza junto al cual está el centro médico del mismo nombre a gran velocidad (por lo menos el mío), lleno de cadetes escandalosos que me jugaban bromas finas y sutiles como taparme los ojos al cruzar las avenidas gritando.

     ---- ¡Cieguito! ¡cieguito!

     Abdul, Vila, Ricardez, Calderón, Ramiro, Fregoso, Núñez, Vázquez; sépanlo: estamos vivos porque Dios es grande .

     No creo que estas burradas ocurrieran en el coche de Cohen quien no permitía más que uno adelante y tres atrás pues era el jefe de grupo y  tenía obligación de ir y regresar vivo para dar parte de novedades.

     López Atristain tuvo coche también pero no se le subían muchos a él porque en vez de tanque de gasolina llevaba en la cajuela trasera un gran tanque de gas  dispuesto a explotar en cualquier momento, desde una colilla encendida hasta un alcance por detrás.

     Treviño tuvo un hermoso vochito azul en el que la velocidad y el peligro no se sentían si se llevaban bien cerradas las ventanillas.

     Rosendo Magaña se compró una carcacha roja que se andaba desarmando toda, igual que el camastro que se me desarmó en la cruda. A las pocas semanas lo desechó pues le salieron más caras la primera y segunda idas al taller que todo el desastroso vehículo.

     Pero lo importante no eran los coches sino esa absoluta solidaridad, entrega, falta de envidias y amistad que a mi me dejó, de esas clases, un sabor y recuerdo imborrables.

     Era la Clínica de Infectología que impartía Don Ramón Pous Roca en el Hospital de La Raza. Todavía recuerdo sus modos imborrables de enseñarnos a diferenciar las meningitis virales de las tuberculosas y de las sifilíticas. Conocimiento que por demás no apliqué nunca en la práctica pues no circulé por infectología, que era una sala prácticamente fantasma en el Hospital Militar; la tuberculosis iba de salida y la sífilis era sólo un recuerdo clínico a no olvidar por si algún caso perdido se aparecía en nuestras vidas. Pero el modo de enseñar era bueno e inspirador.

     Pocas cosas mejores se pueden contemplar en la vida que ver a un hombre sabio y bueno en funciones.

     Tengo el orgullo de haber sido invitado por él como oftalmólogo al Hospital Infantil de zona que dirigió certeramente y de haber sido defendido y apoyado por él en una reyerta que tuve de residente con un enloquecido jefe de servicio, así como para que el director del Hospital Central Militar firmara a mi favor la primera constancia de haber formado dicho Hospital a un Oftalmólogo en su seno sin enviarlo al extranjero ni a otro nosocomio de nuestro país.

     Las idas suicidas a la clase del maestro Pous no me dieron la muerte y sí mejoraron mi carácter independientemente de sus enseñanzas. Esto es algo en lo que quiero hacer énfasis de nuevo: “el gran maestro llega cuando el alumno está preparado”, no preparado en el conocimiento específico que va a recibir sino estar preparado para recibir la inspiración y provecho que ese maestro va a depositar en su alma de cadete (aunque sea apenas un joven oficial o un anciano militar retirado).

     Todos seguimos siendo alumnos y el mundo sigue lleno de maestros y maestras en espera de nosotros; algunos de ellos tan jóvenes que cuesta trabajo creer  que lo son… Pero el alma de cadete, si se conserva, siempre los descubre y los disfruta.

     El coche entre nosotros los latino americanos tiene profundas raíces psicológicas que nos hacen reaccionar de manera excesiva ante sus avatares. Representa de manera subconsciente asuntos relacionados con la auto estima y la  libertad.

     El manejo de auto me hizo ver  lo muy mal que yo andaba en ese terreno y me hizo pensar si necesitaba  ocho años de psicoanálisis o cuatro de artes marciales. Me decidí por esto último y ahora soy cinta negra pero sigo siendo el mismo neurótico de siempre. No digo que los años me lo han curado pero ya lo disimulo mejor. El coche ya no me lastima porque ya lo abandoné. Yo era de aquellos que mueren infartados en un coraje automovilístico.

     Decía Don Ramón de la Fuente cuando fue jefe de psiquiatría en el Hospital Español, y adonde laboré unos años siendo joven, que ningún psiquiatra serio aspira a cambiar la personalidad de un individuo. Que ésta es como la huella digital. Que sólo se puede ayudar a modelarla y permitir vivir con ella satisfactoriamente. Creo que la personalidad bien asistida y manejada es lo que llamamos ‘el carácter’ y que se parece a las velas de un barco. El viento es la personalidad y nadie puede hacerlo cambiar, el barco es uno mismo y el velamen es el conjunto de herramientas del carácter, que pueden subir o bajar o girar con diferentes combinaciones para que el suave soplo del viento o el rugido del huracán trabajen a su favor.

     El Hospital ingresó un equipo de futbol a la liga inter hospitales que patrocinaban los Laboratorios Lederle y se desarrollaba en sus magníficos campos muy al sur, sobre la calzada de Tlalpan. Eran no menos de cuatro campos de dimensiones oficiales y bien cuidados. Nada que ver con aquellos terregales donde jugué en la cuarta división de Azcapotzalco cuando estuve en la preparatoria. Ya en la Escuela jugamos en muy buenos campos, con tribunas, madrinas, flores y hasta locutores contra la Universidad de Veracruz en Jalapa y contra el Colegio Militar en Popotla. Teníamos un buen equipo que le dio muchas satisfacciones a nuestra Escuela.

     Desde antes de pasar como internos al Hospital se nos invitó a algunos de nosotros a incorporarnos al equipo del mismo y hasta los campos de Lederle íbamos en mi opel a jugar contra fuertes equipos de otros grandes hospitales como el Español y Cardiología en donde militaban jugadores que se suponía eran médicos pero jugaban como verdaderos cracks.

     Lederle, por ser el Anfitrión participaba con otro equipazo donde figuraban ex jugadores todavía fuertes como aquel legendario Horacio Casarin del Atlante quien, junto con el “pirata” fuente del Veracruz, tal vez hayan sido los dos jugadores más románticos del futbol mexicano… vaya, los Pedro Infante, o los ratón Macías… pero futboleros.

     Nuestra participación e idas y venidas a ese torneo duraron algunos años y de esa época quedaron en mi vida recuerdos y amistades indelebles entre el colegiado médico militar.

     El deporte es forjador más que del cuerpo, del carácter y de la amistad.

     También el opel me hizo saber de mujeres pero era una bronca pues, eternamente seductor, no me conformaba con relaciones fáciles y por andar regalando mi tiempo en esos dulces menesteres dejé de asistir a dos juntas preparatorias de mi tesis profesional, lo cual me ocasionó un arresto de setenta y dos horas que recuerdo vivamente y con agrado pues lo cumplí en la Escuela Militar de Transmisiones donde hice amigos y tuve tres días enteros para darme un agarrón con algunos temas de anestesia que me faltaban y ya mi examen profesional estaba en puerta con, entre otros, Don Homero Treviño, aquel super elegante y conquistador anestesiólogo, como uno de mis seis sinodales. Este jurado que nos tocó a Abdul Hamid y a mí era el único al que se le sabía reprobador en examen profesional así es que me pegué duro al estudio para prepararlo pues hacía apenas tres años habían reprobado a un pasante que tuvo que hacer un año en filas ¡qué pendejada! para luego recibir su pase a Mayor Médico Cirujano de forma automática, sin examen extraordinario y con menos conocimientos que hacía un año… pero eso sí, de acuerdo con la burocracia castrense vigente en aquel entonces.


     ¿Qué tendré yo contra la burocracia,  que nunca me gustó? A tal grado me chocan sus procedimientos que hasta de las religiones me he retirado por parecerme que son la burocracia de la espiritualidad.