"El propósito del arte no es una quintaesencia intelectual, rarificada
sino la vida, la brillante e intensa vida."

Alain - Arias Misson

lunes, 28 de enero de 2019

Alma en Tránsito Capítulo 32: De la fama a la infamia


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DE  LA  FAMA  A  LA  INFAMIA


     Esto de la maniobrabilidad suave y finísima era indispensable para sacar el cristalino. Daba tanto miedo, que Don Ignacio Barraquer, en Barcelona, era famoso, entre muchas otras cosas, por jugar con el cristalino y el vítreo de más atrás, empujando uno y otro con maniobras que hacía temer un desastre, y resolviéndolas maravillosamente entre sonrisas, suspiros de alivio y aplausos de los muchos cirujanos que acudían de todo el mundo a verlo operar.

     Tenía Barraquer; este excelso cirujano español (ahorita vuelvo con Payró) una especie de quirófano al que se metía como quien se mete en un Volkswagen sedán de esos viejitos, …siempre igualitos …por años y años, como el primero que le enseñó el ingeniero Ferdinand Porsche a Hitler (la foto de ambos junto al primer modelo apareció en una revista médica).

    Este quirófano, parecido a una enorme cápsula, era de paredes transparentes para que los cirujanos visitantes pudieran estar viendo todo desde muy cerca sin tocar nada ni estar respirándole en la nuca, lo cual es muy desagradable cuando uno está operando y hay alumnos jadeantes por detrás (jadeantes por detrás del cirujano …digo …no por atrás de los alumnos; que también a veces con el susto se escuchan y huelen jadeos de por ahí).

     Nada que ver con el enorme y majestuoso quirófano central con mirador circular de mi Hospital Central Militar desde donde veían (más bien querían ver), atrás de los vidrios y barandales, allá en lo alto, a cuatro metros de distancia del campo operatorio, los visitantes de otros hospitales, de otros países, quienes cumplían, (tanto ellos como mis maestros y nosotros ya como ayudantes abajo, …ya como paleros arriba) con el ritual, más diplomático que científico de presenciar (??) y comentar (!!) por el sonido local un acto quirúrgico en el Santa Sanctorum de la cirugía nacional mexicana.

     Don Ignacio Barraquer, hijo de oftalmólogo (ahora ya hijos y nietos de él así como bisnietos del primeritito, brillan por el mundo entero) saltó a la fama buscando como disolver las cataratas en los conejos; así como yo, pero con menor fortuna, me la pasé algunos años luchando infructuosamente por regenerar el nervio óptico en perros, monos y conejos (Barraquer, su audacia, sus conocimientos y su fantasía eran fuente inagotable de inspiración para mí durante esos mis comienzos como oftalmólogo; se decía que de un pinche bolígrafo te hacía un láser …y así fue …pero no fué él)

     Barraquer, digo, iba provocando cataratas en sus animalitos y luego inyectando en esos ojos cuanta madre se le ocurría.

     En una de esas inyectó “quimotripsina”, una enzima que digiere a las proteínas y que está presente tanto en el jugo gástrico como en las semillas de la papaya (mamá ponía unas cuantas de éstas en algunos de sus guisos, para ablandar la carne).

     Al día siguiente se me hace que Ignacio Barraquer por poco y se desmayó de la impresión. ¡No se veía la catarata! La pupila se veía redonda y limpia, sin la mancha lechosa del cristalino opacificado por detrás de ella y con ese temblorcito del iris llamado “iridodonesis”, que, en aquellos tiempos en que solamente tenía uno para explorar ojos una lupa y una linternita, o como Fuchs, apenas con su vista como único aparato, (explorando enfermos en la azotea bajo la luz del sol, echando mano de sus conocimientos y confiado a la mano de Dios) era signo patognomónico de afaquia o sea: ausencia del critalino.

     ¡Qué! ¿Tampoco sabes lo que significa “patognomónico”?

     …Quiere decir: “sine cuanon”

     …¿Tampoco me explico?

     … ¡A huevo! …Patognomónico quiere decir: ¡a huevo!

     Pero pronto: el gozo al pozo. Toda esa sensación emocionada que hacía más de cien años sintió por primer vez Helmholtz al ver los tonos anaranjados y rojizos del fondo del ojo sin obstáculo alguno iniciando así la era endoscópica de la medicina. Toda esa emoción, digo; debe haber quedado apagada al ver al cristalino entero, gordo y lechoso reposando tan campante en el piso y al fondo del ojo.

     Lo que se había disuelto no era la catarata sino esa finísima malla de fibrillas que unen el ecuador del cristalino al músculo ciliar ¿te acuerdas? …ese anillo que se contrae y se afloja para abombar o aplanar el cristalino permitiendo así cambiar de la visión cercana a la lejana y viceversa.

     Barraquer no tardó en encontrarle aplicación al acontecimiento y facilitar este tipo de cirugía disolviendo la zónula antes de la extracción del cristalino opaco, pues las cataratas juveniles …y hasta las no tan juveniles, tenían una zónula (así se llama esta malla circular alrededor del cristalino) fuerte; difícil de romper sin desgarrar la cápsula; suceso desafortunado que, cuando se presentaba (y era muy frecuente, desgraciadamente), no permitía una extracción completa, limpia y nítida del cristalino. También tienen cierta adherencia esos cristalinos con el vítreo, el gran gel encapsulado por detrás del cristalino que ocupa casi todo el interior del ojo y que cuando se salía era un desmadre pues dejaban serias complicaciones, desde pupilas irregulares hasta adherencias que desprendían la retina, taponamiento de los mecanismos internos de filtración causando un glaucoma fenomenal de ojos hinchados turgentes y dolorosos …o bien llevando a todo lo contrario: a ojos pachuchos como pasitas llamado esto, con el antiguo latinajo eufemístico: “phtisis bulbi” …algo “patognomónico” de que “ya se llevó la chingada a este ojo” …sin remedio manito (‘no chance body’ si lo quieres en inglés para que no suene tan culposo y demandable) ...sin remedio.

     El mundo entero se conmocionó con el descubrimiento.

     Barraquer empezó a ser invitado a todas partes para dictar conferencias acerca de la “zonulolisis enzimática” …y lo demás ya es historia.

     Tanto han cambiado ya las cosas que hace unos años en que fui con Asun a España para conocer su terruño (conocer yo y re conocer ella a su familia en Barcelona), quise conocer la Clínica Barraquer …aquel templo legendario de la oftalmología donde años atrás soñé con hacerme especialista.

     El tío Mané, el patriarca querido, el conocedor y sabio de aquella  familia me dijo:

     ---- ¡No ome no! ¡No fotis! Ahí ya sólo van a atenderse africanos y árabes. 

  …Y me llevó al Hospital General de Barcelona, que me importaba una chingada a pesar de sus novedosísimas paredes desarmables e intercambiables y de que el metro llegaba a sus puertas (cosa que ya teníamos en nuestro Centro Médico Nacional desde hacía muchos, muchísimos años).
    
     …Pensar que los árabes y africanos del norte sean considerados poca cosa… Ni quien se acordara en esa España posfranquista “destapada y marchosa” de tiempos aquellos en que nombres de africanos como Agustín el de Hipona o Plotino el de Alejandría  de árabes como Avicena o Averroes, sonaban para el mundo como música celestial …como campanas de gloria y sabiduría

     Tal vez en tiempos no muy lejanos cuando alguien quiera conocer los grandes centros oftalmológicos de los Estado Unidos de Norte América alguien diga:

     ---- ¡No hombre! ¡No jodas!  Ahí ya solamente se van a operar los  suizos y los alemanes.

Alma en Tránsito Capítulo 31: Los anteojos de la primera dama


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LOS  ANTEOJOS  DE  LA  PRIMERA  DAMA


     Rafael Payró comía aparte. Era un cirujano de los que pocos se veían en aquel tiempo en el reino de la Oftalmología. Se había formado con Castroviejo en Nueva york. Tenía cuarenta y tres
años, una calva incipiente, unos ojos grises confiables y siempre que se le preguntaba ¿cómo está usted? respondía bonito, rematando con un “gracias a Dios” que lo hacía querible en un ambiente hispano y religioso  como lo era en aquellos años aquel sanatorio (si no se me olvida platicaré de las monjas o ¿ya hablé de ellas?…pinches monjas ignorantes y altaneras; claro, …sólo unas cuantas, pero de las de arriba, de las que chingan la imagen de toda una congregación y de un hospital entero.Tuve dos tías monjas, supongo que de tronío; una murió muy joven y a la otra apenas la conocí, pero mi madre las adoraba).
    
     Payró no era un gran clínico. A los tumores de difícil diagnóstico se conformaba con decirles “cosomas” (bueno, mi gran amigo Ramiro García Reyes, gran clínico y transplantólogo en Estados Unidos, le gusta bromear aparentando sana desinformación al nombrar como “horrendomas” a ciertas cosas espantosas que se ven en nuestra profesión), pero operando Rafael Payró era un fregón. Era el único que sacaba las cataratas con pinza cruzada y “tumbling”.

     Te voy a explicar:

     El cristalino es una madrecita dentro del ojo que parece una lenteja pero tres o cuatro veces mayor. Es transparente, está detrás de la pupila y se abomba o se aplana para enfocar ya sea de cerca, ya sea de lejos.  

     Es una verdadera chingonería.

     ¿Quién le enseñó al cristalino que las cosas están cerca o lejos para hacer sus monerías dentro del ojo? …claro que está rodeado de un músculo en forma de anillito que se contrae o se afloja para tal efecto pero …¿quién le enseñó al músculo ciliar? (así se llama).

     O la visión es una función que necesita practicarse y ejercitarse como las piernas para echar a andar o es una manifestación de un plan maravilloso que aparece gratuita como cualquier otra función del cuerpo. Nada más que esta función de la vista no es como la respuesta del estómago al alimento o de los pulmones al aire, sino la respuesta a la lejanía o a la cercanía, no solamente a esa luz que lo es todo en la vida, pero que también puede ser nada ya que no es indispensable para vivir.

     Claro es que hay cosas intangibles que causan respuestas orgánicas …viscerales ¡vaya!, como el estrés o el miedo …pero no dan lugar a una fina respuesta que dura toda la vida como algo automático y que se llama en nuestro argot “la acomodación”, la cual se va perdiendo a partir de los cuarenta o cuarenta y cinco años y por eso los “viejos” vamos necesitando lentes para leer (o para limpiar lentejas …¡si! ¡coño! ¡lo sé de sobra! …y también sé que si a una doña que no lee y nada más teje y limpia lentejas le gradúo lentes calculándolos para distancia de lectura va a andar por ahí diciendo que soy un idiota incompetente).

     ¡Cómo ayudan los años! ¡Cómo es un hecho eso de la importancia de la experiencia! ¡Cuántos pacientes quedaron insatisfechos porque yo les gradué sus lentes de lectura a una distancia entre treinta y cincuenta centímetros tal y como me enseñaron los libros …¿y el sacerdote que lee sobre  el altar? ¿y el abarrotero  que tiene que leer etiquetas a diferentes distancias ya sobre el mostrador ya en la estantería? ¿Y la paisana que sale de compras haciendo tiraderos de mercancías sobre los mostradores a todas las distancias? ¿Y el mecánico añoso que trabaja metido debajo de un coche? ¿ Y el electricista con desarmadores de todos tamaños? ¿En dónde aprendí yo a preguntar la actividad real, actual y específica del individuo antes de prescribir? porque la que pone mi secretaria en el expediente es una cosa y la realidad visual otra; por ejemplo: “jubilado” …¿y su hobby?; “maestra” …¿de qué? ¿de yoga? ¿de pintura? ¿de pintura de caballete o de cerámica …o muralista?

     De que la medicina es una arte no me cabe la menor duda …y en aquellos años los multifocales progresivos no existían. Apenas empezaban a popularizarse los trifocales y aquellos especiales para abarroteros y bibliotecarios que traían la oblea tanto abajo como arriba pero que nunca se popularizaron. Casi todo mundo usaba una baraja de anteojos: que si los de lejos, que si los de cerca, que si los de ir de compras, que si los de pintar con pincel corto …o con el largo, o para afeitarse (el espejo duplica la distancia) o para cortarse las uñas de los pies (totalmente diferente a la de cortarse las de las manos) …un verdadero desmadre.

     Recuerdo con cariño y regocijo la cara que puso mi gran y querido maestro don Abelardo Zertuche cuando, estando yo aprendiendo de él en su consultorio y estando él con prisas, a punto de dejarme atender a su último paciente, le cayó la esposa del Presidente de la República a consulta: Doña Eva Sámano de López Mateos. En un momento dado y mientras el maestro se retorcía en su asiento víctima de eso que catalanamente mi querida Asun le llama “cul de angunes” (culo angustiado …¡vaya!) la ilustre dama mandó a su chofer al coche por sus lentes para que Don Abelardo se los revisara y le diera opinión acerca de si los iba a seguir usando, o si cambiaba alguno de ellos o si había algo que mejorar o que eliminar o que si esto o que si lo otro. Ya te imaginarás, cosas de mujeres ricas, añosas y con mucho tiempo a su disposición.

     Su chofer llegó con un pequeño maletín del que fueron saliendo lentes y lentes, anteojos y anteojos , modelos y más modelos que lucían fina y bella pedrería.

     El caso era para reír y llorar. Me recordaba a mi madre cuando mandaba al chofer.

     ---- Antonio: tráigame los zapatos de tacón bajo por si hay que caminar mucho.

     ----Pero mamá …vamos a llegar tarde.

     ---- Antonio ….la chalina por si refresca …y ahí iba Antonio, del coche al segundo piso de la casa una y otra vez con su fascinante pachorra y paciencia.

     Por cierto que a nombre de “Antonio Cárdenas” llegaba a esa mansión de Lindavista casi toda la correspondencia una vez muerto papá, pues se inscribía a cuanta madre leía: Selecciones del Reader’s Digest, Contenido, Harper’s Bazar, cursos de Berlitz y de …qué se yo cuantas cosas …pues como tenía familia en Seattle se sentía internacional y ciertamente, culto.

     ---- Antonio, no se le olvide ponerme el Excelsior con todas mis cosas. Nunca la vi leerlo y una vez, ¡pendejo desesperado de mi!, le hice la broma amarga de decirle que seguramente sólo lo llevaba para hojear en el trayecto las esquelas mortuorias y comprobar con gusto que no estaba entre ellas. Así es uno de baboso cuando joven. No cabe duda: la juventud es una enfermedad que se cura con los años.
    
     ¡Carajo! me vas a tener que perdonar pero ahora que mencioné a la paisana de compras y a la presidenta en consulta me vino a la memoria algo de mi infancia que no quiero dejar de relatarte porque es bueno y bonito.

     Fuimos seis hermanos, todos hombres ¿ya lo dije? …es igual.

     Bueno el caso es que mamá me llevaba a mí de compañero a sus consultas y como modelo intermedio para las compras de ropita de su prole. Yo era el tercero y ¡a joderse!: una blusita un poco mayor que la que me quedaba a mí puesta sobre mi espalda y medida de hombro a hombro, era para Manolo y Ángel, primero y segundo de la dinastía; un poco más chica, para Raúl, el cuarto y Felipe, el quinto. Pedro, el sexto, era bebé o creo que todavía no nacía y creo también que Felipe aún era demasiado chico para hacerle compras con este tipo de generalizaciones.

     Todas esas compras se hacían en el centro, en establecimientos especializados. Las camisitas en un sitio, los pantalones en otro lugar, los calcetines en otro.

     Putísima chinga la que me llevaba pues el centro era un maremagnum de coches que tocaban el claxon constante y estridentemente (era la moda imponer la personalidad y orgullo automovilístico a base de bocinazos).

     En las esquinas y parados en templetes de madera anchos, chaparros y amarillos (todavía no entraban a la escena aquellos como púlpitos de latón con sombrilla) pitaban y gesticulaban como dementes los policías de tránsito y yo …yo me andaba meando por todas partes, agobiado por el ruido, los nervios y las vergüenzas de ver como mamá hacía sacar de todo y no compraba nada; agarrándome el pajarito con desesperación a través de la bolsa del pantalón corto para que no se notara muy pronto la húmeda mancha delatora. No había baños y si los había no me atrevía a preguntar por miedo a mamá y a la respuesta del dependiente ya harto de ver su mostrador cubierto de prendas a las que luego mamá despreciaba tranquilamente, dirigiéndose a otra tienda porque no había encontrado nada de su gusto ya fuese en calidad, aspecto o precio.

     De estas salidas recuerdo tan sólo una gloriosa en que fui besado y apapachado. Fuimos a consulta particular y las señoras platicaban, serias y acongojadas en la sala de espera algo acerca de una mujer golpeada por el marido.

     Yo recordaba que a veces al acabar de comer mamá pasaba canturreando cerca de papá con los platos sucios rumbo al fregadero y éste le daba, de pasada, una nalgada cariñosa.

     Intervine brillantemente en la conversación de las señoras:

     ---- ¿Cómo papá te pega a ti …mami?
    
     Supongo que mamá se puso de todos colores, no lo sé, sólo recuerdo que acabó riendo, abrazándome y besándome y que durante muchos, muchos años, lo anduvo contando ante todo mundo.

     Mi madre fue siempre muy martillo pues éramos muchos y papá todavía no era rico.

     ¡Cuántas horas, por ahorrativa que era mi madre, nos pasamos los hermanos y yo cortando papel periódico para el excusado! Esto fue terrible para mí cuando me vinieron enfermizos  escrúpulos de conciencia y me metía a los baños de la casa para revisar los montoncitos de papel periódico recortado, no fuera a ser que en alguno apareciera la cruz de una esquela mortuoria o alguna palabra santa para mí como eran Jesús o María y fueran a ser usadas esas hojas para tan procaz destino. Lo malo era que tampoco las tiraba a la basura y no podía quemarlas sin que se dieran cuenta, así es que mis cajones estaban llenos de hojas de pedazos de papel periódico que nadie sabía por qué el pinche maniático de Lalo las andaba guardando; todavía los recortes de toros y toreros ...pase ...pero …¿y esto?

     Bueno, ya me salgo del paréntesis rememorativo infantil y reanudo los graves asuntos de la juventud cercana a la madurez. 

Volviendo a Payró y a este lente  maravillosamente funcional en su escondite retro pupilar (le decimos muy bonito a ese escondite: “la cámara posterior”, como si fuera la celda del monasterio del Escorial donde Felipe Segundo paso sus últimos años todo gotoso escuchando misa asomado a un ventanuco).
    
     Este lentecito, este “cristalino”, se vuelve opaco y se le dice “catarata” quién chingaos sabe por qué. Nadie lo sabe. Yo lo he tratado de averiguar y tan sólo llego a la peregrina idea de que es porque aquellos primeros pacientes descritos por Hipócrates, por Galeno, por Maimónides, deben de haber referido que algo “como una cortina de agua” les tapaba la visión. Aún así, lo dudo pues no eran pacientes de las zonas del Niágara ni del Iguazú ni del África profunda donde nace el Nilo en los torrentes del Lago Victoria, sino pobres gentes del Medio Oriente o del norte de África o de la árida Grecia peninsular. Eso de que les recordaba una catarata es tan poco probable como decir que Hipócrates, quinientos años antes de Cristo, llamó “gota” a esa maldición del ácido úrico porque le recordaba novelas radiofónicas en que martirizaban al pobre interrogado goteándole en la frente una gota permanente y enloquecedora.

     Las causas de catarata son muchas, desde las congénitas, pasando por las traumáticas y laborales, hasta las diabéticas y seniles. Esto de “seniles” es uno de tantos términos mala e injustamente aplicados a las entidades clínicas pues se dan estas cataratas desde antes de los sesenta y hasta antes de los cincuenta años; la senectud es posterior a los noventa …digo yo, y eso según el que la presenta. Lo que nos pasa a la mayoría de quienes pertenecemos al gremio oftalmológico es que ya nos da hueva tanto disimular los términos y con ponerle a la maculopatía “senil”: “maculopatía relacionada con la edad”,  ya creemos haber pagado nuestra cuota de bonhomía linguística para con los adultos mayores.

     Pues Rafael Payró, quien sí usaba guantes como todo oftalmólogo hecho en la segunda mitad del siglo veinte (bueno, bueno …quiero aclarar que ahora no los usamos para la cirugía refractiva con láser (sí …amig@, esa …para quitar anteojos) por temor de que se quede alguna mota insignificante de talco entre las capas de la córnea, cause reacción inflamatoria y eche a perder los resultados inmediatos.

     Pues Rafael Payró …repito (…puta madre a ver cuando retomo el hilo de mis narraciones a tiempo), usaba una pinza cruzada; la famosa pinza cruzada de Castroviejo. Cosa loca por las dificultades tecnológicas que ofrecía y cuyo dominio era asunto de virtuosos. Al apretarla se aflojaba y al aflojarla se apretaba. ¡Sí!, ¡todo a la visconversa! igual que la  exploración de retina con el oftalmoscopio indirecto en que todo se ve al revés.

     Diré como la paisana aquella: “¡nunca tal vi!”
    
     Se suponía que con la pinza cruzada podías, ya una vez cogida la cápsula del cristalino, dedicarte a maniobrar con ella sin tener que preocuparte por tenerla ligeramente apretada, evitándote así el menor micro temblor de los dedos y desgarrar dicha cápsula tal y como, según aseguraban sus promotores, era habitual manejando una pinza de las normales, o sea: “directa”.

     Puras mamadas. El esnobismo es una constante en cirugía. Todo cirujano oftalmólogo con cierto prestigio en mis tiempos, soñaba con que la casa Storz sacara al mercado cualquier pinchurriento instrumento, aguja, gancho, cuchara o lo que se te ocurra, con su nombre. Yo fabriqué varios, pero nunca logré tal honor. Alguno me copió otra empresa, eso sí, pero sin darme crédito a mí ni a cirujano alguno.

Alma en Tránsito Capítulo 30: Resolviendo broncas


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RESOLVIENDO  BRONCAS
( LAS  DEMANDAS )


     El otro jefe del Servicio era Don Antonio Ros. Viejo médico (se me hace que “de cirujano: poco”) valenciano que andaba por los setenta años. Todavía en aquellos tiempos estaba vigente la figura del “Herr Professor”, quien envejecía y moría como jefe de su Servicio. Nada de que a los sesenta y cinco años vas pa’fuera seas quien seas, como se hace ahora.

     Era su consultorio en la policlínica “Angel Urraza” (no te había dicho ¿verdad? que así se llamaba el edificio antiguo de consultorios, laboratorios, rayos X y oficinas del Español) el que yo ocupaba, pues él nunca acudía a trabajar los días en que trabajábamos los demás. Los días que él daba consulta no quería a ningún otro oftalmólogo cerca de él.

     Casi no hacía más que graduar lentes simplificando el modo de hacerlo con argumentos como ese de que buscar cuidadosamente los grados en que debía quedar estipulado el eje de los astigmatismos era innecesario; que solamente los había verticales, horizontales y oblicuos o sea: a noventa, ciento ochenta o cuarenta y cinco y ciento treinta y cinco grados, nada de fracciones intermedias. No se si lo hacía así por convencimiento o por prisa, pero lo que sí sé a ciencia cierta es que si yo dejo una graduación con más de cinco grados de error en el eje del astigmatismo el paciente me va a mentar la madre y a exigir que le pague lo que desembolsó.

     Hoy en día si un paciente se hace unos bifocales progresivos que cambian de color con el sol, montados en un “armazón de marca” se gasta hasta catorce mil pesos (me han enseñado la factura).

     No entiendo como puede un paciente pagar eso por un armazón de marca. Pagar tanto por la firma, aunque lleve tornillos de titanio, cuyas bondades son muy relativas y no compensan el incremento del precio, así como el baño de oro, que ya hoy muy pocos lo quieren lucir y que nadie lo va a andar raspando para comprobar su kilataje; es como comerse una torta de mil pesos. Siempre será nada más una pinche torta, le pongas lo que le pongas.

     En el escritorio de Ros, en esa tablilla que se mete y se saca y que nunca supe bien a bien para qué servía, tenía pegado con diurex un papel blanco con nombres y teléfonos tales como “Don Adolfo” o “Doña Josefina”. Poco tiempo tardé en saber que eran los privados del Presidente de la República y de su esposa.

     En las paredes había dos cuadros con fotos pequeñas de diplomas y reconocimientos varios adentro. Eran sus constancias de muchos años atrás cuando destacó como uno de los pioneros en el uso de la cortisona en la especialidad de ojos.

     Algunos de ellos me llamaban la atención porque eran de universidades de la India lo cual me parecía sumamente exótico para aquellos tiempos tan dominados en medicina buena por occidente (hasta la fecha), aunque en occidente hay quienes parecen peor que orientales; como la oftalmología cubana cuando quiso hacernos creer que había descubierto el vellocino de oro curando enfermedades de la mácula retiniana implantando en el nervio óptico un poco de tendón de Aquiles liofilizado ¡háganme el chingado favor! …y hasta creo que un barco estuvo fuera de nuestra aguas territoriales ofreciendo tan peregrina solución.. Lo peor del caso es que hubo …y hay, quienes sostienen que la oftalmología cubana es chingona y superior a la nuestra. Pa’la madre; yo si oigo a un médico cubano decirme: ‘oye chico yo te vo a curá a ti esa maculopatía que tú tiene’, no le creo ni madre y salgo corriendo. Me encanta su modo de hablar, pero …que no  me chinguen.

     Este Dr. Ros tenía fama de buen escritor pero tan sólo era un muy cuidadoso manejador de la gramática. Cuando leía algo se soltaba criticando que si ese modo de combinar los pretéritos no conformaban correctamente el pluscuamperfecto y quien sabe cuantas correcciones más para demostrar que quien había escrito eso era tan sólo un “pluscuanpendejo”.

     Así no se puede ser un fluido, buen escritor. Acabo de leer un libro titulado “Mil y una Puñaladas a la Lengua Española” (ó algo por el estilo) y quedé tembloroso, apanicado y paralítico …¡en la madre! …solamente le falto arrasar con Cervantes y Lope de Vega.

     Con tanto puntillismo no hay quien se atreva a escribir.

    Yo le diría a este amigo que escribió el libro y quien, lo que sea de cada quien, tiene un sentido del humor excelso que me hizo reír a carcajadas,  que no la joda, que se acuerde que en el libro en que se inspiró para titular el suyo y que es el excelente “Mil y un Años de la Lengua Española”, de Antonio Alatorre, queda claramente demostrado cómo el idioma mal hablado y mal escrito es el que perdura. Creo recordar (no me hagan demasiado caso) que lo hace mostrando en una página una columna escrita en latín culto y al lado de ella su equivalente en latín vulgar, mostrando cómo nuestro castellano se apega más a éste que a aquel.

     Don Antonio Ros no era muy querido por los médicos ni por la colonia española por haber metido en la cárcel, donde murió pobre y jodido, a un español que supuestamente le jugó chueco en algún negocio (creo que fue asunto de minas o algo así). Siempre tuve la idea de que entre los españoles en México hubo un código de ética “sui generis” en el sentido de arreglar esos asuntos renunciando a ciertos fueros. Al menos así lo noté yo en algunos contratos y asuntos oficiales que llegué a leer, firmados por mi padre.

     La estamina de este viejo médico radicaba en sus fuertes contactos políticos que le servían al Sanatorio y a la Beneficencia Española para agilizar trámites y “desfacer entuertos”

      Esto de enfrentar y resolver broncas no le es ajeno en absoluto a ningún centro hospitalario. Hoy en día hay verdaderos súper bufetes de abogados para tal fin y grandes empresas dedicadas a la protección de médicos, enfermeras y hospitales, los cuales se han visto presas de licenciados filibusteros que asaltan los galeones con la avaricia pintada en los ojos y la envidia en el corazón por no haber sido los favorecidos con el tesoro de los médicos (igualito que los piratas holandeses e ingleses, a quienes hasta los hacía “sires”’ como a Francis Drake, robando en alta mar y lejos de la mano de Dios  a los galeones españoles).

     En una ocasión el director del sanatorio me mandó llamar para que yo hablara con una conocida de la familia, joven y guapa, quien se hizo una rinoplastía con el otorrino del que ya hablé y que poco después murió trágicamente.

     Resulta que una de las aletas de la nariz quedó ligeramente jalada hacia arriba y mi amigo se aceleró a corregir el entuerto.

     Quedó peor y demandó al Sanatorio por diecinueve mil pesos que era lo que le cobraba González Ulloa por reoperarla (este cirujano plástico era famoso; tantísimo operaba que tenía, en su consultorio, una ventanilla para atender quejas).

     Sólo presume de no tener complicaciones quien no ejerce.

     El mayor índice de suicidios en nuestra profesión es precisamente entre los cirujanos plásticos; les siguen los anestesiólogos. Los oftalmólogos estamos en tercer lugar.

     Hablé con Carmela (la amiga) y le dije que el Sanatorio Español ponía a sus órdenes a Ortiz Monasterio (lo máximo en sus tiempos). Este don chinguetas llegó a operar labio leporino en niños desde antes de nacer ¡sí …me cae de madre! ¡Los operaba dentro de la matriz!

   Le ponía también a un tal Serrano, de quien yo no sabía nada y por eso ni lo mencioné, y cero gastos; pero que se esperara tantito, que no presionara a sus cirujanos, que el agua no hervía más pronto por apresurarla, que la cicatrización, que la cirugía plástica y sus mandamientos, que la madre que te parió, que la madre que me parió a mí (creo que fueron primas segundas).

     Aceptó y la bronca terminó a todo dar sin necesidad de recurrir a Don Adolfo ni a Doña Josefina. Esa vez el servicio de Oftalmología del Español se cubrió de gloria sacando al toro de la barranca no a través de su decano de setenta años sino de su benjamín de treinta.

     ¡Perfectly!