"El propósito del arte no es una quintaesencia intelectual, rarificada
sino la vida, la brillante e intensa vida."

Alain - Arias Misson

lunes, 28 de enero de 2019

Alma en Tránsito Capítulo 31: Los anteojos de la primera dama


31

LOS  ANTEOJOS  DE  LA  PRIMERA  DAMA


     Rafael Payró comía aparte. Era un cirujano de los que pocos se veían en aquel tiempo en el reino de la Oftalmología. Se había formado con Castroviejo en Nueva york. Tenía cuarenta y tres
años, una calva incipiente, unos ojos grises confiables y siempre que se le preguntaba ¿cómo está usted? respondía bonito, rematando con un “gracias a Dios” que lo hacía querible en un ambiente hispano y religioso  como lo era en aquellos años aquel sanatorio (si no se me olvida platicaré de las monjas o ¿ya hablé de ellas?…pinches monjas ignorantes y altaneras; claro, …sólo unas cuantas, pero de las de arriba, de las que chingan la imagen de toda una congregación y de un hospital entero.Tuve dos tías monjas, supongo que de tronío; una murió muy joven y a la otra apenas la conocí, pero mi madre las adoraba).
    
     Payró no era un gran clínico. A los tumores de difícil diagnóstico se conformaba con decirles “cosomas” (bueno, mi gran amigo Ramiro García Reyes, gran clínico y transplantólogo en Estados Unidos, le gusta bromear aparentando sana desinformación al nombrar como “horrendomas” a ciertas cosas espantosas que se ven en nuestra profesión), pero operando Rafael Payró era un fregón. Era el único que sacaba las cataratas con pinza cruzada y “tumbling”.

     Te voy a explicar:

     El cristalino es una madrecita dentro del ojo que parece una lenteja pero tres o cuatro veces mayor. Es transparente, está detrás de la pupila y se abomba o se aplana para enfocar ya sea de cerca, ya sea de lejos.  

     Es una verdadera chingonería.

     ¿Quién le enseñó al cristalino que las cosas están cerca o lejos para hacer sus monerías dentro del ojo? …claro que está rodeado de un músculo en forma de anillito que se contrae o se afloja para tal efecto pero …¿quién le enseñó al músculo ciliar? (así se llama).

     O la visión es una función que necesita practicarse y ejercitarse como las piernas para echar a andar o es una manifestación de un plan maravilloso que aparece gratuita como cualquier otra función del cuerpo. Nada más que esta función de la vista no es como la respuesta del estómago al alimento o de los pulmones al aire, sino la respuesta a la lejanía o a la cercanía, no solamente a esa luz que lo es todo en la vida, pero que también puede ser nada ya que no es indispensable para vivir.

     Claro es que hay cosas intangibles que causan respuestas orgánicas …viscerales ¡vaya!, como el estrés o el miedo …pero no dan lugar a una fina respuesta que dura toda la vida como algo automático y que se llama en nuestro argot “la acomodación”, la cual se va perdiendo a partir de los cuarenta o cuarenta y cinco años y por eso los “viejos” vamos necesitando lentes para leer (o para limpiar lentejas …¡si! ¡coño! ¡lo sé de sobra! …y también sé que si a una doña que no lee y nada más teje y limpia lentejas le gradúo lentes calculándolos para distancia de lectura va a andar por ahí diciendo que soy un idiota incompetente).

     ¡Cómo ayudan los años! ¡Cómo es un hecho eso de la importancia de la experiencia! ¡Cuántos pacientes quedaron insatisfechos porque yo les gradué sus lentes de lectura a una distancia entre treinta y cincuenta centímetros tal y como me enseñaron los libros …¿y el sacerdote que lee sobre  el altar? ¿y el abarrotero  que tiene que leer etiquetas a diferentes distancias ya sobre el mostrador ya en la estantería? ¿Y la paisana que sale de compras haciendo tiraderos de mercancías sobre los mostradores a todas las distancias? ¿Y el mecánico añoso que trabaja metido debajo de un coche? ¿ Y el electricista con desarmadores de todos tamaños? ¿En dónde aprendí yo a preguntar la actividad real, actual y específica del individuo antes de prescribir? porque la que pone mi secretaria en el expediente es una cosa y la realidad visual otra; por ejemplo: “jubilado” …¿y su hobby?; “maestra” …¿de qué? ¿de yoga? ¿de pintura? ¿de pintura de caballete o de cerámica …o muralista?

     De que la medicina es una arte no me cabe la menor duda …y en aquellos años los multifocales progresivos no existían. Apenas empezaban a popularizarse los trifocales y aquellos especiales para abarroteros y bibliotecarios que traían la oblea tanto abajo como arriba pero que nunca se popularizaron. Casi todo mundo usaba una baraja de anteojos: que si los de lejos, que si los de cerca, que si los de ir de compras, que si los de pintar con pincel corto …o con el largo, o para afeitarse (el espejo duplica la distancia) o para cortarse las uñas de los pies (totalmente diferente a la de cortarse las de las manos) …un verdadero desmadre.

     Recuerdo con cariño y regocijo la cara que puso mi gran y querido maestro don Abelardo Zertuche cuando, estando yo aprendiendo de él en su consultorio y estando él con prisas, a punto de dejarme atender a su último paciente, le cayó la esposa del Presidente de la República a consulta: Doña Eva Sámano de López Mateos. En un momento dado y mientras el maestro se retorcía en su asiento víctima de eso que catalanamente mi querida Asun le llama “cul de angunes” (culo angustiado …¡vaya!) la ilustre dama mandó a su chofer al coche por sus lentes para que Don Abelardo se los revisara y le diera opinión acerca de si los iba a seguir usando, o si cambiaba alguno de ellos o si había algo que mejorar o que eliminar o que si esto o que si lo otro. Ya te imaginarás, cosas de mujeres ricas, añosas y con mucho tiempo a su disposición.

     Su chofer llegó con un pequeño maletín del que fueron saliendo lentes y lentes, anteojos y anteojos , modelos y más modelos que lucían fina y bella pedrería.

     El caso era para reír y llorar. Me recordaba a mi madre cuando mandaba al chofer.

     ---- Antonio: tráigame los zapatos de tacón bajo por si hay que caminar mucho.

     ----Pero mamá …vamos a llegar tarde.

     ---- Antonio ….la chalina por si refresca …y ahí iba Antonio, del coche al segundo piso de la casa una y otra vez con su fascinante pachorra y paciencia.

     Por cierto que a nombre de “Antonio Cárdenas” llegaba a esa mansión de Lindavista casi toda la correspondencia una vez muerto papá, pues se inscribía a cuanta madre leía: Selecciones del Reader’s Digest, Contenido, Harper’s Bazar, cursos de Berlitz y de …qué se yo cuantas cosas …pues como tenía familia en Seattle se sentía internacional y ciertamente, culto.

     ---- Antonio, no se le olvide ponerme el Excelsior con todas mis cosas. Nunca la vi leerlo y una vez, ¡pendejo desesperado de mi!, le hice la broma amarga de decirle que seguramente sólo lo llevaba para hojear en el trayecto las esquelas mortuorias y comprobar con gusto que no estaba entre ellas. Así es uno de baboso cuando joven. No cabe duda: la juventud es una enfermedad que se cura con los años.
    
     ¡Carajo! me vas a tener que perdonar pero ahora que mencioné a la paisana de compras y a la presidenta en consulta me vino a la memoria algo de mi infancia que no quiero dejar de relatarte porque es bueno y bonito.

     Fuimos seis hermanos, todos hombres ¿ya lo dije? …es igual.

     Bueno el caso es que mamá me llevaba a mí de compañero a sus consultas y como modelo intermedio para las compras de ropita de su prole. Yo era el tercero y ¡a joderse!: una blusita un poco mayor que la que me quedaba a mí puesta sobre mi espalda y medida de hombro a hombro, era para Manolo y Ángel, primero y segundo de la dinastía; un poco más chica, para Raúl, el cuarto y Felipe, el quinto. Pedro, el sexto, era bebé o creo que todavía no nacía y creo también que Felipe aún era demasiado chico para hacerle compras con este tipo de generalizaciones.

     Todas esas compras se hacían en el centro, en establecimientos especializados. Las camisitas en un sitio, los pantalones en otro lugar, los calcetines en otro.

     Putísima chinga la que me llevaba pues el centro era un maremagnum de coches que tocaban el claxon constante y estridentemente (era la moda imponer la personalidad y orgullo automovilístico a base de bocinazos).

     En las esquinas y parados en templetes de madera anchos, chaparros y amarillos (todavía no entraban a la escena aquellos como púlpitos de latón con sombrilla) pitaban y gesticulaban como dementes los policías de tránsito y yo …yo me andaba meando por todas partes, agobiado por el ruido, los nervios y las vergüenzas de ver como mamá hacía sacar de todo y no compraba nada; agarrándome el pajarito con desesperación a través de la bolsa del pantalón corto para que no se notara muy pronto la húmeda mancha delatora. No había baños y si los había no me atrevía a preguntar por miedo a mamá y a la respuesta del dependiente ya harto de ver su mostrador cubierto de prendas a las que luego mamá despreciaba tranquilamente, dirigiéndose a otra tienda porque no había encontrado nada de su gusto ya fuese en calidad, aspecto o precio.

     De estas salidas recuerdo tan sólo una gloriosa en que fui besado y apapachado. Fuimos a consulta particular y las señoras platicaban, serias y acongojadas en la sala de espera algo acerca de una mujer golpeada por el marido.

     Yo recordaba que a veces al acabar de comer mamá pasaba canturreando cerca de papá con los platos sucios rumbo al fregadero y éste le daba, de pasada, una nalgada cariñosa.

     Intervine brillantemente en la conversación de las señoras:

     ---- ¿Cómo papá te pega a ti …mami?
    
     Supongo que mamá se puso de todos colores, no lo sé, sólo recuerdo que acabó riendo, abrazándome y besándome y que durante muchos, muchos años, lo anduvo contando ante todo mundo.

     Mi madre fue siempre muy martillo pues éramos muchos y papá todavía no era rico.

     ¡Cuántas horas, por ahorrativa que era mi madre, nos pasamos los hermanos y yo cortando papel periódico para el excusado! Esto fue terrible para mí cuando me vinieron enfermizos  escrúpulos de conciencia y me metía a los baños de la casa para revisar los montoncitos de papel periódico recortado, no fuera a ser que en alguno apareciera la cruz de una esquela mortuoria o alguna palabra santa para mí como eran Jesús o María y fueran a ser usadas esas hojas para tan procaz destino. Lo malo era que tampoco las tiraba a la basura y no podía quemarlas sin que se dieran cuenta, así es que mis cajones estaban llenos de hojas de pedazos de papel periódico que nadie sabía por qué el pinche maniático de Lalo las andaba guardando; todavía los recortes de toros y toreros ...pase ...pero …¿y esto?

     Bueno, ya me salgo del paréntesis rememorativo infantil y reanudo los graves asuntos de la juventud cercana a la madurez. 

Volviendo a Payró y a este lente  maravillosamente funcional en su escondite retro pupilar (le decimos muy bonito a ese escondite: “la cámara posterior”, como si fuera la celda del monasterio del Escorial donde Felipe Segundo paso sus últimos años todo gotoso escuchando misa asomado a un ventanuco).
    
     Este lentecito, este “cristalino”, se vuelve opaco y se le dice “catarata” quién chingaos sabe por qué. Nadie lo sabe. Yo lo he tratado de averiguar y tan sólo llego a la peregrina idea de que es porque aquellos primeros pacientes descritos por Hipócrates, por Galeno, por Maimónides, deben de haber referido que algo “como una cortina de agua” les tapaba la visión. Aún así, lo dudo pues no eran pacientes de las zonas del Niágara ni del Iguazú ni del África profunda donde nace el Nilo en los torrentes del Lago Victoria, sino pobres gentes del Medio Oriente o del norte de África o de la árida Grecia peninsular. Eso de que les recordaba una catarata es tan poco probable como decir que Hipócrates, quinientos años antes de Cristo, llamó “gota” a esa maldición del ácido úrico porque le recordaba novelas radiofónicas en que martirizaban al pobre interrogado goteándole en la frente una gota permanente y enloquecedora.

     Las causas de catarata son muchas, desde las congénitas, pasando por las traumáticas y laborales, hasta las diabéticas y seniles. Esto de “seniles” es uno de tantos términos mala e injustamente aplicados a las entidades clínicas pues se dan estas cataratas desde antes de los sesenta y hasta antes de los cincuenta años; la senectud es posterior a los noventa …digo yo, y eso según el que la presenta. Lo que nos pasa a la mayoría de quienes pertenecemos al gremio oftalmológico es que ya nos da hueva tanto disimular los términos y con ponerle a la maculopatía “senil”: “maculopatía relacionada con la edad”,  ya creemos haber pagado nuestra cuota de bonhomía linguística para con los adultos mayores.

     Pues Rafael Payró, quien sí usaba guantes como todo oftalmólogo hecho en la segunda mitad del siglo veinte (bueno, bueno …quiero aclarar que ahora no los usamos para la cirugía refractiva con láser (sí …amig@, esa …para quitar anteojos) por temor de que se quede alguna mota insignificante de talco entre las capas de la córnea, cause reacción inflamatoria y eche a perder los resultados inmediatos.

     Pues Rafael Payró …repito (…puta madre a ver cuando retomo el hilo de mis narraciones a tiempo), usaba una pinza cruzada; la famosa pinza cruzada de Castroviejo. Cosa loca por las dificultades tecnológicas que ofrecía y cuyo dominio era asunto de virtuosos. Al apretarla se aflojaba y al aflojarla se apretaba. ¡Sí!, ¡todo a la visconversa! igual que la  exploración de retina con el oftalmoscopio indirecto en que todo se ve al revés.

     Diré como la paisana aquella: “¡nunca tal vi!”
    
     Se suponía que con la pinza cruzada podías, ya una vez cogida la cápsula del cristalino, dedicarte a maniobrar con ella sin tener que preocuparte por tenerla ligeramente apretada, evitándote así el menor micro temblor de los dedos y desgarrar dicha cápsula tal y como, según aseguraban sus promotores, era habitual manejando una pinza de las normales, o sea: “directa”.

     Puras mamadas. El esnobismo es una constante en cirugía. Todo cirujano oftalmólogo con cierto prestigio en mis tiempos, soñaba con que la casa Storz sacara al mercado cualquier pinchurriento instrumento, aguja, gancho, cuchara o lo que se te ocurra, con su nombre. Yo fabriqué varios, pero nunca logré tal honor. Alguno me copió otra empresa, eso sí, pero sin darme crédito a mí ni a cirujano alguno.

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