31
LOS
ANTEOJOS DE LA
PRIMERA DAMA
Rafael Payró comía aparte. Era un cirujano
de los que pocos se veían en aquel tiempo en el reino de la Oftalmología. Se
había formado con Castroviejo en Nueva york. Tenía cuarenta y tres
años, una calva
incipiente, unos ojos grises confiables y siempre que se le preguntaba ¿cómo
está usted? respondía bonito, rematando con un “gracias a Dios” que lo hacía
querible en un ambiente hispano y religioso
como lo era en aquellos años aquel sanatorio (si no se me olvida
platicaré de las monjas o ¿ya hablé de ellas?…pinches monjas ignorantes y
altaneras; claro, …sólo unas cuantas, pero de las de arriba, de las que chingan
la imagen de toda una congregación y de un hospital entero.Tuve dos tías
monjas, supongo que de tronío; una murió muy joven y a la otra apenas la
conocí, pero mi madre las adoraba).
Payró no era un gran clínico. A los
tumores de difícil diagnóstico se conformaba con decirles “cosomas” (bueno, mi
gran amigo Ramiro García Reyes, gran clínico y transplantólogo en Estados
Unidos, le gusta bromear aparentando sana desinformación al nombrar como
“horrendomas” a ciertas cosas espantosas que se ven en nuestra profesión), pero
operando Rafael Payró era un fregón. Era el único que sacaba las cataratas con
pinza cruzada y “tumbling”.
Te voy a explicar:
El cristalino es una madrecita dentro del
ojo que parece una lenteja pero tres o cuatro veces mayor. Es transparente,
está detrás de la pupila y se abomba o se aplana para enfocar ya sea de cerca,
ya sea de lejos.
Es una verdadera chingonería.
¿Quién le enseñó al cristalino que las
cosas están cerca o lejos para hacer sus monerías dentro del ojo? …claro que
está rodeado de un músculo en forma de anillito que se contrae o se afloja para
tal efecto pero …¿quién le enseñó al músculo ciliar? (así se llama).
O la visión es una función que necesita
practicarse y ejercitarse como las piernas para echar a andar o es una
manifestación de un plan maravilloso que aparece gratuita como cualquier otra
función del cuerpo. Nada más que esta función de la vista no es como la
respuesta del estómago al alimento o de los pulmones al aire, sino la respuesta
a la lejanía o a la cercanía, no solamente a esa luz que lo es todo en la vida,
pero que también puede ser nada ya que no es indispensable para vivir.
Claro es que hay cosas intangibles que
causan respuestas orgánicas …viscerales ¡vaya!, como el estrés o el miedo …pero
no dan lugar a una fina respuesta que dura toda la vida como algo automático y
que se llama en nuestro argot “la acomodación”, la cual se va perdiendo a
partir de los cuarenta o cuarenta y cinco años y por eso los “viejos” vamos
necesitando lentes para leer (o para limpiar lentejas …¡si! ¡coño! ¡lo sé de
sobra! …y también sé que si a una doña que no lee y nada más teje y limpia
lentejas le gradúo lentes calculándolos para distancia de lectura va a andar
por ahí diciendo que soy un idiota incompetente).
¡Cómo ayudan los años! ¡Cómo es un hecho eso de la importancia de la
experiencia! ¡Cuántos pacientes quedaron insatisfechos porque yo les gradué sus
lentes de lectura a una distancia entre treinta y cincuenta centímetros tal y
como me enseñaron los libros …¿y el sacerdote que lee sobre el altar? ¿y el abarrotero que tiene que leer etiquetas a diferentes
distancias ya sobre el mostrador ya en la estantería? ¿Y la paisana que sale de
compras haciendo tiraderos de mercancías sobre los mostradores a todas las
distancias? ¿Y el mecánico añoso que trabaja metido debajo de un coche? ¿ Y el
electricista con desarmadores de todos tamaños? ¿En dónde aprendí yo a
preguntar la actividad real, actual y específica del individuo antes de
prescribir? porque la que pone mi secretaria en el expediente es una cosa y la
realidad visual otra; por ejemplo: “jubilado” …¿y su hobby?; “maestra” …¿de
qué? ¿de yoga? ¿de pintura? ¿de pintura de caballete o de cerámica …o
muralista?
De que la medicina es una arte no me cabe
la menor duda …y en aquellos años los multifocales progresivos no existían.
Apenas empezaban a popularizarse los trifocales y aquellos especiales para
abarroteros y bibliotecarios que traían la oblea tanto abajo como arriba pero
que nunca se popularizaron. Casi todo mundo usaba una baraja de anteojos: que
si los de lejos, que si los de cerca, que si los de ir de compras, que si los
de pintar con pincel corto …o con el largo, o para afeitarse (el espejo duplica
la distancia) o para cortarse las uñas de los pies (totalmente diferente a la
de cortarse las de las manos) …un verdadero desmadre.
Recuerdo con cariño y regocijo la cara que
puso mi gran y querido maestro don Abelardo Zertuche cuando, estando yo
aprendiendo de él en su consultorio y estando él con prisas, a punto de dejarme
atender a su último paciente, le cayó la esposa del Presidente de la República
a consulta: Doña Eva Sámano de López Mateos. En un momento dado y mientras el
maestro se retorcía en su asiento víctima de eso que catalanamente mi querida
Asun le llama “cul de angunes” (culo angustiado …¡vaya!) la ilustre dama mandó
a su chofer al coche por sus lentes para que Don Abelardo se los revisara y le
diera opinión acerca de si los iba a seguir usando, o si cambiaba alguno de
ellos o si había algo que mejorar o que eliminar o que si esto o que si lo
otro. Ya te imaginarás, cosas de mujeres ricas, añosas y con mucho tiempo a su
disposición.
Su chofer llegó con un pequeño maletín del
que fueron saliendo lentes y lentes, anteojos y anteojos , modelos y más
modelos que lucían fina y bella pedrería.
El caso era para reír y llorar. Me
recordaba a mi madre cuando mandaba al chofer.
---- Antonio: tráigame los zapatos de
tacón bajo por si hay que caminar mucho.
----Pero mamá …vamos a llegar tarde.
---- Antonio ….la chalina por si refresca
…y ahí iba Antonio, del coche al segundo piso de la casa una y otra vez con su
fascinante pachorra y paciencia.
Por cierto que a nombre de “Antonio
Cárdenas” llegaba a esa mansión de Lindavista casi toda la correspondencia una
vez muerto papá, pues se inscribía a cuanta madre leía: Selecciones del
Reader’s Digest, Contenido, Harper’s Bazar, cursos de Berlitz y de …qué se yo
cuantas cosas …pues como tenía familia en Seattle se sentía internacional y
ciertamente, culto.
---- Antonio, no se le olvide ponerme el
Excelsior con todas mis cosas. Nunca la vi leerlo y una vez, ¡pendejo
desesperado de mi!, le hice la broma amarga de decirle que seguramente sólo lo
llevaba para hojear en el trayecto las esquelas mortuorias y comprobar con
gusto que no estaba entre ellas. Así es uno de baboso cuando joven. No cabe
duda: la juventud es una enfermedad que se cura con los años.
¡Carajo! me vas a tener que perdonar pero
ahora que mencioné a la paisana de compras y a la presidenta en consulta me
vino a la memoria algo de mi infancia que no quiero dejar de relatarte porque
es bueno y bonito.
Fuimos seis hermanos, todos hombres ¿ya lo
dije? …es igual.
Bueno el caso es que mamá me llevaba a mí
de compañero a sus consultas y como modelo intermedio para las compras de
ropita de su prole. Yo era el tercero y ¡a joderse!: una blusita un poco mayor
que la que me quedaba a mí puesta sobre mi espalda y medida de hombro a hombro,
era para Manolo y Ángel, primero y segundo de la dinastía; un poco más chica,
para Raúl, el cuarto y Felipe, el quinto. Pedro, el sexto, era bebé o creo que
todavía no nacía y creo también que Felipe aún era demasiado chico para hacerle
compras con este tipo de generalizaciones.
Todas esas compras se hacían en el centro,
en establecimientos especializados. Las camisitas en un sitio, los pantalones
en otro lugar, los calcetines en otro.
Putísima chinga la que me llevaba pues el
centro era un maremagnum de coches que tocaban el claxon constante y
estridentemente (era la moda imponer la personalidad y orgullo automovilístico
a base de bocinazos).
En las esquinas y parados en templetes de
madera anchos, chaparros y amarillos (todavía no entraban a la escena aquellos
como púlpitos de latón con sombrilla) pitaban y gesticulaban como dementes los
policías de tránsito y yo …yo me andaba meando por todas partes, agobiado por
el ruido, los nervios y las vergüenzas de ver como mamá hacía sacar de todo y
no compraba nada; agarrándome el pajarito con desesperación a través de la
bolsa del pantalón corto para que no se notara muy pronto la húmeda mancha
delatora. No había baños y si los había no me atrevía a preguntar por miedo a
mamá y a la respuesta del dependiente ya harto de ver su mostrador cubierto de
prendas a las que luego mamá despreciaba tranquilamente, dirigiéndose a otra
tienda porque no había encontrado nada de su gusto ya fuese en calidad, aspecto
o precio.
De estas salidas recuerdo tan sólo una
gloriosa en que fui besado y apapachado. Fuimos a consulta particular y las
señoras platicaban, serias y acongojadas en la sala de espera algo acerca de
una mujer golpeada por el marido.
Yo recordaba que a veces al acabar de
comer mamá pasaba canturreando cerca de papá con los platos sucios rumbo al
fregadero y éste le daba, de pasada, una nalgada cariñosa.
Intervine brillantemente en la
conversación de las señoras:
---- ¿Cómo papá te pega a ti …mami?
Supongo que mamá se puso de todos colores,
no lo sé, sólo recuerdo que acabó riendo, abrazándome y besándome y que durante
muchos, muchos años, lo anduvo contando ante todo mundo.
Mi madre fue siempre muy martillo pues
éramos muchos y papá todavía no era rico.
¡Cuántas horas, por ahorrativa que era mi
madre, nos pasamos los hermanos y yo cortando papel periódico para el excusado!
Esto fue terrible para mí cuando me vinieron enfermizos escrúpulos de conciencia y me metía a los
baños de la casa para revisar los montoncitos de papel periódico recortado, no
fuera a ser que en alguno apareciera la cruz de una esquela mortuoria o alguna
palabra santa para mí como eran Jesús o María y fueran a ser usadas esas hojas
para tan procaz destino. Lo malo era que tampoco las tiraba a la basura y no
podía quemarlas sin que se dieran cuenta, así es que mis cajones estaban llenos
de hojas de pedazos de papel periódico que nadie sabía por qué el pinche
maniático de Lalo las andaba guardando; todavía los recortes de toros y toreros
...pase ...pero …¿y esto?
Bueno, ya me salgo del paréntesis
rememorativo infantil y reanudo los graves asuntos de la juventud cercana a la
madurez.
Volviendo a
Payró y a este lente maravillosamente
funcional en su escondite retro pupilar (le decimos muy bonito a ese escondite:
“la cámara posterior”, como si fuera la celda del monasterio del Escorial donde
Felipe Segundo paso sus últimos años todo gotoso escuchando misa asomado a un
ventanuco).
Este lentecito, este “cristalino”, se
vuelve opaco y se le dice “catarata” quién chingaos sabe por qué. Nadie lo
sabe. Yo lo he tratado de averiguar y tan sólo llego a la peregrina idea de que
es porque aquellos primeros pacientes descritos por Hipócrates, por Galeno, por
Maimónides, deben de haber referido que algo “como una cortina de agua” les
tapaba la visión. Aún así, lo dudo pues no eran pacientes de las zonas del
Niágara ni del Iguazú ni del África profunda donde nace el Nilo en los
torrentes del Lago Victoria, sino pobres gentes del Medio Oriente o del norte
de África o de la árida Grecia peninsular. Eso de que les recordaba una
catarata es tan poco probable como decir que Hipócrates, quinientos años antes
de Cristo, llamó “gota” a esa maldición del ácido úrico porque le recordaba
novelas radiofónicas en que martirizaban al pobre interrogado goteándole en la
frente una gota permanente y enloquecedora.
Las causas de catarata son muchas, desde
las congénitas, pasando por las traumáticas y laborales, hasta las diabéticas y
seniles. Esto de “seniles” es uno de tantos términos mala e injustamente
aplicados a las entidades clínicas pues se dan estas cataratas desde antes de
los sesenta y hasta antes de los cincuenta años; la senectud es posterior a los
noventa …digo yo, y eso según el que la presenta. Lo que nos pasa a la mayoría
de quienes pertenecemos al gremio oftalmológico es que ya nos da hueva tanto
disimular los términos y con ponerle a la maculopatía “senil”: “maculopatía
relacionada con la edad”, ya creemos
haber pagado nuestra cuota de bonhomía linguística para con los adultos
mayores.
Pues Rafael Payró, quien sí usaba guantes
como todo oftalmólogo hecho en la segunda mitad del siglo veinte (bueno, bueno
…quiero aclarar que ahora no los usamos para la cirugía refractiva con láser
(sí …amig@, esa …para quitar anteojos) por temor de que se quede alguna mota
insignificante de talco entre las capas de la córnea, cause reacción
inflamatoria y eche a perder los resultados inmediatos.
Pues Rafael Payró …repito (…puta madre a
ver cuando retomo el hilo de mis narraciones a tiempo), usaba una pinza
cruzada; la famosa pinza cruzada de Castroviejo. Cosa loca por las dificultades
tecnológicas que ofrecía y cuyo dominio era asunto de virtuosos. Al apretarla
se aflojaba y al aflojarla se apretaba. ¡Sí!, ¡todo a la visconversa! igual que
la exploración de retina con el
oftalmoscopio indirecto en que todo se ve al revés.
Diré como la paisana aquella: “¡nunca tal
vi!”
Se suponía que con la pinza cruzada
podías, ya una vez cogida la cápsula del cristalino, dedicarte a maniobrar con
ella sin tener que preocuparte por tenerla ligeramente apretada, evitándote así
el menor micro temblor de los dedos y desgarrar dicha cápsula tal y como, según
aseguraban sus promotores, era habitual manejando una pinza de las normales, o
sea: “directa”.
Puras mamadas. El esnobismo es una
constante en cirugía. Todo cirujano oftalmólogo con cierto prestigio en mis
tiempos, soñaba con que la casa Storz sacara al mercado cualquier pinchurriento
instrumento, aguja, gancho, cuchara o lo que se te ocurra, con su nombre. Yo
fabriqué varios, pero nunca logré tal honor. Alguno me copió otra empresa, eso
sí, pero sin darme crédito a mí ni a cirujano alguno.
No hay comentarios:
Publicar un comentario