"El propósito del arte no es una quintaesencia intelectual, rarificada
sino la vida, la brillante e intensa vida."

Alain - Arias Misson

martes, 11 de junio de 2019

Alma en Tránsito Capítulo 38: Un compadre a toda madre



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UN  COMPADRE  A  TODA  MADRE


     Como sólo estaba bien equipado el consultorio de Hegel, tenía que andar desarmando aparatos, cargándolos en la cajuela del coche …volviéndolos a armar una y otra y otra vez.

     En  Cienfuegos  (así se llamaba la calle donde lo abrí en Lindavista y por eso se me llegó a conocer como “El Doctor Cienfuegos”) sólo puse, en una recámara, un poste y un sillón reclinable que le pagaba a una óptica mandándole trabajo de lentes, o sea, recomendándola a los pacientes a quienes se los graduaba.

     Nada más.

     Todo lo demás lo llevaba y traía en el coche de Polanco a Lindavista y de Lindavista a Polanco.

     En el de la Calzada México Tacuba no pusimos poste ni sillón sino una silla para cada uno de nosotros y entre ambas mi caja de pruebas con su tosco armazón y llena de cristales para graduar lentes. Al frente de cada silla, en la pared, las letras y ¡ále! …a trabajar con eso así como con un aparato grande y viejo de mi socio y uno menor sencillito, pero nuevo, que yo le compré en abonos a Optica Lux. No digo los nombres de esos aparatos porque no viene al caso ¿o sí?

     Aquí también pusimos farmacia y óptica.

     Los pedidos de lentes los llevaba yo con Adam Korder, el cual fue mi compadre (el del M. G. ¿se acuerdan?) quien tenía varias ópticas en la ciudad y una fábrica de anteojos con taller en Lindavista, sobre la calzada que va para Ticomán.

     Este mi querido compadre que Dios tenga en su gloria era un fabuloso hombre de negocios y precursor de aquella idea que popularizó la Kodak de que la letra ‘K’ vendía de maravilla. Adam puso su K de Korder en todos sus negocios; no sólo fue la ‘Optica K’ sino otra a la que le puso ‘Koróptica’, otra ‘Optik’ y varias más de las que me da hueva ponerme a recordar.

     También él me hizo los trámites para traer mi primer equipo de consultorio desde Japón.

     Adam de joven estuvo enamoriscado de Conchi mi primera esposa. Alguna vez me confesó que cuando me conoció en fotografía se dijo: ¿y este pinche flaco muerto de hambre me la ganó?

     El era llenito y bajo de estatura, rubicundo como lo fue su padre alemán, pero bien ladino, como lo debe haber heredado de su madre indígena. Fue pobre y se ganaba la vida a las puertas de la preparatoria nacional, allá por las calles de San Ildefonso vendiendo lentes para sol puestos en una tabla colgada del pescuezo como esas cigarreras de los centros nocturnos (otra premonición de los lentes en las banquetas de hoy en día).

     Empezó a estudiar medicina pero se cambió a la nueva y flamante carrera de optometría en el Poli. Fue miembro de la primera generación de egresados de esa carrera y se hizo rico pero de verdad rico en el mundo de la optometría.

     Podría escribir un chingo de anécdotas de él, quien fue un típico loco exitoso, pero sería extenderme demasiado. Baste para dar una clara idea de lo que fue el padrino de Anaí (y padre de mi ahijado Vincent; estupendo y laureado oftalmólogo actualmente) lo que les voy a contar.

     Estando de viaje en París lo trataron mal en un hotel de lujo. ¿Saben cómo se vengó? …se fue al mercado más cercano, compró cien gramos del queso más apestoso que encontró; quitó las placas de los encendedores de luz de la suite que iba a desocupar, retacó el interior de queso, volvió a atornillar las placas, limpió todo escrupulosamente y se regresó a México todo gozoso calculando el tiempo en que en ese lujoso hotel iban a descubrir el origen de la peste a pies y poder volver a alquilar la suite.

     ¡Mucho cuidado si eras su compañero de viaje! no más por joder y gozar te podía meter a escondidas en tu maleta, ya hecha y lista para viajar, hojas de lechuga y algunas otras verduras  medio podridas no más para ver cómo se lo explicabas a los aduanales si te abrían la maleta. Le gustaba poner cara compungida y decirle al guarda

     ---- Es que el pobre pasa hambre.

     Me llevó al box las únicas tres veces que fui en mi vida.

     Fue una ráfaga de gramática parda, locura y sabiduría en mi vida.

     Lástima que no haya muchos como él en el mundo de la cordura y la prudencia, y los haya tenido que seguir buscando, disfrutando y queriendo en otros ámbitos de los que ya platicaré largo y tendido a su debido tiempo.

     Por último diré de Adam Korder que me dio una lección de integridad espiritual que nunca he olvidado.

     Cuando le dio el primer infarto y lo acompañaba yo en la ambulancia al hospital de La Raza del Seguro Social, le pregunté si quería que llegando, le buscara un sacerdote para confesarse.

     El había sido educado en el catolicismo pero no era practicante activo de ese credo.

     Su cara se le veía blanca y afilada. Respiraba con dificultad. No le hubiera costado ningún trabajo, como hombre de empresa brillante que era haber negociado la eternidad (por si acaso) asintiendo con la cabeza.

     Sólo me dijo por lo bajo pero con firmeza:

     ---- No Lalo.

     Con esto estaba desechando el salvoconducto hacia la salvación de su alma del modo como yo en aquel tiempo creía firmemente que era el único valedero.

     En dos ocasiones he sido testigo del hecho de meterle asuntos religiosos a huevo al moribundo. Siempre me pareció cruel, pero ahora me parece equivocado. Nadie tiene derecho de hacer que una moribunda confiese como pecado el vivir años y años con un hombre divorciado con el que procreó descendencia. Es como hacer que alguien, ante la inseguridad y temor del más allá, traicione la pureza de sus hijos. No creo que haya Dios alguno que vea esto con buenos ojos. Si yo fuera San Pedro no la dejo entrar al cielo ni a madres. No creo que un anciano que ya no toma decisiones importantes tenga que ser convencido de la necesidad de hacer una confesión cuando todavía no sabe ni debe saber que se esta muriendo, mientras una monja a la que nadie llamó se planta a su lado reza que reza en voz alta con una vela prendida en la mano.

     Hace ya mucho tiempo que aprendí que “religión” y “espiritualidad” no son lo mismo. Para mí las religiones son la burocracia de la espiritualidad. A quien le guste la burocracia, las jerarquías, los ritos y liturgias le recomiendo la religiosidad. A mí me hizo daño …pero sólo hablo por mí y de mí.

     La farmacia adentro del consultorio de la calzada México  Tacuba la teníamos con lo indispensable ¡nada de muestras médicas! Eso era de médicos rascuaches y me di la ahorrativa puntada de tener colirios “made in home”, por ejemplo: de pilocarpina para el glaucoma,  preparados por el farmacéutico de la Segunda Compañía, quien también se prestaba para otros mejunjes y me ofrecía con la sonrisa en la boca (era vaciado) prepararme polvos excitadores sexuales de cantárida cuando yo quisiera pues la yohimbina ya estaba fuera del mercado. Afortunadamente nunca recurrí a sus habilidades más que para la pilocarpina al dos y al cuatro por ciento en frasco de vidrio ámbar y tapón de gotero.

     ¡Espérame tantito! …una vez recurrí a sus servicios especiales encargándole un condón. Fue en esa ocasión cuando comprendí que eso no era para mí pues el sólo hecho de intentar ponérmelo llevó al flácido desastre toda la conquista.

     Cuando oigo hablar de interacción, globalización y todas esas madres pienso que son conceptos antiquísimos. Si los tres mosqueteros decían “uno para todos y todos para uno” ya desde hace un chingo de tiempo, no sé porqué tanta alharaca ahora con lo mismo. No todos para uno y uno para todos solamente como personas, sino como recursos …pues ¿Qué?  ¿Hay otra manera de hacerlo?