"El propósito del arte no es una quintaesencia intelectual, rarificada
sino la vida, la brillante e intensa vida."

Alain - Arias Misson

jueves, 26 de febrero de 2015

Así empezó todo



Mi padre murió en un día como hoy, hace dos años. Hace uno, murió Paco de Lucía. A mi padre le hubiera gustado saber que murió el mismo día que su ídolo, es el tipo de cosa que hubiera contado con placer. Unos años antes, le di una computadora usada y le pedí que se pusiera a escribir. Era un narrador nato y leer sus cartas siempre fue un gozo, estaban repletas de anécdotas y datos curiosos, igual que sus conversaciones. Mi padre tenía una memoria prodigiosa y un don especial para aderezar cualquier historia y volverla memorable. Así que un día se puso a escribir su biografía, y con la misma obsesión con que se entregó a cada pasatiempo que tuvo a lo largo de su vida, desde la guitarra flamenca y el Tae Quon Do pasando por la pintura y el ajedrez, no pudo parar. En año y pico produjo cinco tomos, abarcando del año 1955 al 2009. 

La historia comienza cuando ingresó como cadete a estudiar medicina a la escuela Médico Militar a los dieciocho años, su formación es el hilo conductor de los primeros tomos y su quehacer como oftalmólogo continúa hasta el último. Pero el contenido de fondo es su relación con las sustancias y una adicción que marcó su vida hasta que finalmente logró su recuperación, ya con setenta años de edad. En este largo recorrido no fueron pocos sus avatares y peripecias; hubo periodos muy luminosos y otros de gran oscuridad, que casi le costaron la ruptura definitiva con su familia y con su quehacer como médico. Pero cada etapa estuvo permeada por la constante de una poderosísima pulsión de vida que yo no he visto en ningún otro ser humano, y que cristalizó en una recuperación completa. En sus últimos años, le devolvió inclusive amistades de su juventud como estudiante de medicina que creyó perdidas durante décadas. Y le devolvió también, para la fortuna de quienes tenemos el privilegio de leerlo, sus ganas y su capacidad de narrar escribiendo.

Mi padre puso en mis manos todos sus manuscritos en su día para custodiarlos y disponer de ellos si él faltaba. Nada le hubiera gustado más que ver publicados sus cinco libros: Alma de cadete, Alma de mayor, Alma en tránsito, Alma en caída y Alma recuperada. Fueron varios los intentos, tanto suyos como míos, de moverlos en diferentes casas editoriales. Los dictámenes siempre arrojaron una sentencia similar: la obra es "demasiado personal", "demasiado amplia"; "no termina de ser una autobiografía ni un libro de superación personal". Una amiga que se dedica a esto me recomendó hacer una fuerte labor de edición, depuración y síntesis, para convertir los cinco tomos en uno solo más claramente orientado a la superación personal, más "vendible". Le di muchas vueltas al qué hacer con los escritos de mi padre, pero depurarlos y comprimirlos nunca me pareció una buena solución. Creo que gran parte de su valor y su fuerza residen justamente en su espontaneidad, y esa espontaneidad proviene de la cocción original de sus ideas y de su proyección sin filtros. En resumen, la potencia de esos textos está en su voz. Y esa corre el gran riesgo de quedar desafinada y medio afónica si se edita. Aún cuando así venda.

Yo escribí un blog durante varios años. Mi padre era su principal y más fervoroso lector. En su momento, Coyoacán Jane (así se llamaba) fungió como puente entre mis diarios y el trabajo de escritura por encargo. Fue el espacio donde me atreví, por primera vez, a explorar y a expresar las turbulencias, los viajes internos y las ideas que me absorbían. En resumen, me atreví a eso: a publicar. Porque publicar no es tener un libro el anaquel de una tienda y recibir regalías por ello -de eso también puedo dar cuenta-. Publicar, además de una auto invasión a la privacidad, como decía Mc Luhan, es aventar tus palabras al mundo, y con ellas un cacho de tu alma, sin saber qué suerte tendrán; pero lo haces porque por encima del miedo, de la autocomplacencia o el reconocimiento, prevalece la necesidad, la urgencia, de compartir. De tocar. De tocar-se con y a través de los otros. Y después de muchas vueltas, concluí que eso era lo que mi papá anhelaba en el fondo de su corazón cuando tecleó sus memorias sin parar, ferozmente, amorosamente, a lo largo de casi dos años.

Mi padre fue un hombre de su tiempo. Es decir, de todos los tiempos que le tocaron vivir. Y por ello sé que tener un blog hubiera sido algo satisfactorio para él. Le hubiera gustado la inmediatez, recibir comentarios y responderlos. Pese a resistirse durante mucho tiempo a usar el internet -mientras viví en España nos escribimos cartas tradicionales por el correo convencional porque no había forma de convencerlo de que se sacara una cuenta de e-mail- sus últimos años se convirtió en un devoto del internet, fascinado con la renovada correspondencia con sus amistades, antiguas y recientes. Mi papá conoció el poder del intercambio virtual, lo disfrutó, y seguramente hubiera abierto él mismo este blog de haber tenido más tiempo.

Tal vez algún día publiquemos Alma en una editorial en forma, en papel, con portada, solapa y todo lo demás. Por lo pronto, se me estaban quemando las manos de tener esos tesoros en mi cajón y en el disco duro sin que nadie sea partícipe de esto. De la vida de un hombre que se pudo dar el lujo de ser un cabrón bien hecho y redimirse, de perderlo todo y recuperarlo, de un alma atribulada desde la infancia y a la vez curiosa, ávida, lúcida, que jamás dejó de jugar, y que demostró que nunca es tarde para empezar de nuevo. 

Algo muy raro me sucede cuando leo a mi padre. Es como si de veras estuviera ahí. Lo escucho. Creo que la palabra escrita tiene la formidable capacidad de resucitar a los muertos, de traerlos a la vida de un tirón. Me parece que es hora de que quienes quisieron a Eduardo López y lo extrañan como yo, tengan la oportunidad de volver a escuchar su voz recia, su risa franca, su leve ceceo, su inflexión seria y suave para decir lo importante, que era casi todo y casi nada a la vez. Me parece imperioso que mi hijo tenga esa oportunidad cuando descubra el fabuloso caudal de la lectura.

Otro de los motivos de compartir los textos de mi padre en este formato, es que de veras sean leídos. Sospecho que de haberlos tomado, impreso y repartido entre sus seres queridos, como en algún momento contemplé, en muchos casos hubieran terminado arrumbados en un librero, acumulando polvo en una mesa de noche. Y no es que les falte calidad y atractivo, pero lo cierto es que la extensión acojona... cinco tomos imponen. Pero de esta manera, dosificados, "soltando" un capítulo cada dos semanas, me parece que se asegura mejor su lectura. Entre otras cosas porque irán generando cierto suspenso, que es el mejor ingrediente que tiene cualquier historia.

Esta es la única ocasión en que yo participaré en el blog de Eduardo López, y lo es con la intención exclusiva de introducirlo y de explicar la dinámica bajo la cual he decidido compartir este legado. Espero que poco a poco las palabras de Eduardo vayan resonando más y más, que se corra la voz de su voz, que esto se comparta y adquiera más lectores, como a él le hubiera gustado. Lo que él pueda opinar ahora mismo de todo esto, poco importa. No tenemos manera de saberlo. Importa lo que hizo, lo que vio, lo que amó y aborreció, y lo que abrazó con su existencia. Y todo eso ¡qué alivio! está contenido en los cinco tomos que iré compartiendo, capítulo a capítulo, en este espacio.

Así que, sin más, sin ediciones, sin censuras, sin cambiarle una sola coma, tal y como él hubiera preferido leerlo y ser leído, aquí lo tienen. Buen viaje a sus palabras.



PRÓLOGO
Por Eduardo F. López Rodríguez


     He descubierto, al ir escribiendo, que soy afortunado por tener tantas cosas guardadas en la memoria. Asuntos que ya no recordaba y que incluso creía ignorar han ido surgiendo espléndidos y me hacen amar mi vida tal y como se me dio vivirla.

     Una vida que, de no haber escrito sobre ella, tal vez hubiera seguido el camino de otras tantas que se deslavan poco a poco hasta casi desaparecer de la memoria y que, a pesar de haber sido fascinantes, ricas en experiencias, luminosas en su fortaleza y transmisoras de esperanza, llega a parecerle a sus dueños que nunca vivieron con intensidad y que su paso por la vida fue intrascendente.

     Creo y sostengo que toda vida es apasionante si se sabe narrar pues en cada una de ellas por miserable ó rica que sea, digna o indigna, larga o breve, está Dios en forma de chispa de su gran hoguera; gota de su océano inmenso.

     Escribo este libro como un acto de amor a mis maestros, a mis compañeros y a mis pacientes.

     A mi familia y amigos.

     Pero sobre todo …sobre todo, lo escribo para aquellos que viajan a través de la vida prisioneros de la depresión ...de la tristeza y, con cierta frecuencia del alcohol ó de alguna otra adicción, …adicciones añejas de las que tan difícil es salir, y que hacen creer que la vida no tiene sentido …que nunca lo tuvo …o que lo tuvo y se perdió.

     En este libro deseo mostrar como se puede recuperar la autoestima y la felicidad volviendo a los tiempos idos; no perdidos pues el tiempo nunca se pierde …el tiempo da vueltas …vuelve …siempre es el mismo …nos puede volver a llenar de alegría y de ilusiones no sólo en el recuerdo sino en la obra escrita.

     Durante todo su escrito tuve presente en mi memoria a nueve compañeros médicos militares que coincidieron conmigo como estudiantes y que no pudieron salir airosos de esa transición. Dos de ellos murieron por suicidio, otro de sida, uno asesinado, otro terminó purgando larga condena por homicidio pasional, dos quedaron incapacitados en instituciones psiquiátricas y dos viven con problemas importantes debidos al alcoholismo.

     Para los pocos que éramos …fuimos demasiados …y muchos los que se quedaron en el tránsito.

     No es fácil escribir de un modo ordenado y ecuánime sobre estos años de transición. Es difícil determinar y seguir un cauce. Tiende a desbordarse la escritura y a filtrarse todo tipo de anécdota, de reflexión, de broma y de tragedia como el agua abundante sobre un terreno sediento.

     Cuando se cae en la drogadicción ó en el alcoholismo, o en ambos, es inútil toda justificación. Se acepta el problema como una enfermedad y se le busca solución a sabiendas de que no es diferente porque seas hombre o mujer, joven o viejo, guapo o feo, religioso o no, rico o pobre, blanco o de color.

     Siempre es la misma mierda y mientras no aceptas que estás metido en ella hasta los ojos no sales.

     Hasta que no aceptas que necesitas ayuda, no sales …te digo que no sales. La voluntad está enferma y no le puedes pedir más que cierto grado de fortaleza.

     Y no es que debas andar por los baldíos con el costal a cuestas y rodeado de  perros para estar de mierda hasta los ojos. Basta con que el consumo te esté creando problemas.
                                                 
     Este libro es la historia de mis problemas y de cómo me fui metiendo en ellos siendo un joven bueno y exitoso, como lo son todos nuestros hijos; todos nuestros sobrinos; todos nuestros nietos …hasta que caemos en la droga, en el alcohol y lo que es más frecuente, en ambos (los alcohólicos puros ya son una especie en vías de extinción) para volvernos, tarde o temprano,   unos  hijos de puta (con perdón de las madres que poco o nada  -aunque a veces mucho-  tienen que ver con el asunto).

     Cuentan que murió un alcohólico drogadicto y mientras San Pedro buscaba su nombre en el registro, aquel vio allá adentro un tipo enorme, con una espada reluciente y le preguntó a San Pedro:

     ---- ¿Ese es el Cid Campeador?

     ---- No mi buen, es el Arcángel San Miguel, el que puso Dios de guardia en el paraíso para que no entraran Adán y Eva después de expulsarlos.

     ---- ¿Y que chingados hace ahora?

     ---- Es quien cuida de los policías y fuerzas armadas.

     ----  ¡Aaah! ¿y ese otro tan brillante, con alas y un micrófono en la mano?

     ---- Ese es el Arcángel San Gabriel, quien le comunicó a  María la noticia de su embarazo.

     ---- Y ¿a qué se dedica ahora?

     ---- Pues a evitarles el mal a todos los locutores y miembros de   agencias noticiosas.

     …Y así siguió Eduardo preguntando y recibiendo contestaciones . Que si aquél era Uriel, el Arcángel del medio día, que si aquel otro San José, el cuidador de las once mil vírgenes …hasta que se le ocurrió preguntar:

---- Oye Pedrín: y …¿quién cuida en el mundo a los
       alcohólicos, drogadictos y todos los demás de      
       la onda adictiva?

---- A esos, mi querido Eduardo, los cuida Dios personalmente …a su manera. Nadie los toca más que Él.

                   
     Este libro es el testimonio de cómo Dios manejó mi caso.



A L M A   D E   C A D E T E


PRIMERO Y SEGUNDO AÑOS


     Toledo Rubio era pentatleta y llegó a clase corriendo. El sudor se le fue secando detrás de las orejas conforme avanzaba la clase. No se veía mal pues era fuerte, callado y estudioso pero la costumbre de lavarme las orejas por detrás, ya que sólo me las lavaba por delante, fue lo primero que comencé a hacer en la vida por la influencia de un cadete. Cadete en ciernes apenas, pero ya en posesión de un alma grande y generosa.

     Cursaba algunas materias que debía de segundo de preparatoria en mi salón y de él yo sólo sabía que ‘vivía en el pentatlón’, lo cual se me figuraba un lugar algo militar y gimnástico al que recurrían  muchachos de provincia que estudiaban en el Distrito Federal.

     Ibancovichi era diferente. Alivianado compañero y amigo de cada día; de ojo azul, sonrisa rápida y charla fácil. Me había invitado a estudiar un par de veces a su casa por la colonia Irrigación y se le notaba siempre de buen humor. Satisfecho de sí mismo y en posesión también de un alma buena… esa gota de Dios… que lo convierte a uno en un buen militante de la vida cuando se acrisola con otras almas de cadete como nos sucedió a él, a Toledo y a mí en la Escuela Médico Militar. 

     Un día me preguntó:

     ---- ¿Ya sabes que Toledo Rubio entró a la Médico?

     ---- ¿Cual Médico?

     ---- La Escuela Médico Militar buey ¿no sabes lo que es?

     ---- No tengo  idea... ¿y para qué se metió ahí

     Yo sabía que para ser médico, en México D. F. se estudiaba en la Universidad Nacional y para ser medico rural, en el Politécnico. No existían la Salle ni la Ibero ni la Anáhuac.

     ---- ¿No has oído hablar de la Médico Militar?... ¡es la mejor escuela de medicina del país... tarado!

     Aquella misma noche estaba yo con mi dedo índice recorriendo las páginas blancas de hasta atrás del directorio telefónico donde sabía de un modo confuso que aparecían todas esas direcciones que no eran domicilios particulares como el de mis papás.

     Finalmente apareció: Escuela Médico Militar: Av. tal de tal, número tantos etc. etc. ¡Ah!, el confiable dedo índice del cual decía papá que con él y dólares en la bolsa se podía viajar por todo el mundo sin necesidad de aprender a hablar Inglés. También, muchos años después, un joven oftalmólogo en formación decía humorísticamente que si tuviese que escoger un único instrumento para ejercer la especialidad, escogería el dedo del maestro Fonte pues con ese dedo, circulando por delante de los ojos de los pacientes  se conseguían diagnósticos insospechados.

     Escribí mi carta a mano, como me imaginaba que se escribían todas las cartas personales importantes, pidiendo informes que me confirmaran el por qué la Escuela Médico Militar era lo mejor de lo mejor y al otro día me eché la caminata al correo del mercado de la colonia Industrial donde ponía mi muy ocasional correspondencia para Manolín, el primo paralítico de España a quien le había prometido ser médico para curarlo cuando se cayó del andamio y se rompió el cuello estando en vísperas de ser traído a México por mi papá para hacer de él su mano derecha en los negocios ya que los hijos iban para profesionistas independientes hechos la mocha. Costumbre ésta muy en boga entre el tipo de emigrantes de preguerra civil española. En algunos raros casos algún hijo salía bueno para los negocios, no como el clásico junior intolerante y pendejo sino como el viejo español bueno y cazurro… pero no era frecuente. Además, el que un español triunfador trajese al sobrino consentido a México hacía bonito, daba caché. Desgraciadamente el sobrino que años después escogió mi padre (yo ya era médico y las secciones de médula seguían siendo incurables) ya no era el que me inspiró para hacerme médico y resultó incompatible con mi familia a la muerte de papá.

     Este mercado, al que acudí a echar la carta, me gustaba y tenía relación con  mis dos robos y únicos supuestos pecados mayores que hube de confesar ajenos a los asuntos aquellos tan sumamente prohibidos de andarse tocando cositas (pero durante dos larguísimos años de secundaria y víctima de turbios escrúpulos de conciencia, me pasaba horas enteras en el confesionario). El primer robo y el único exitoso, fue varios años antes con la complicidad de mi hermano Ángel, inmediatamente mayor que yo, por quien yo anhelaba ser tomado en cuenta aunque fuera para morir en aras de un delito cualquiera… pero en su compañía. Nos robamos una noveluca de aventuras de Doc Savage en un puesto de la banqueta. El segundo fue frustrado pero el mercado tuvo la culpa por haber sido ahí donde ví por vez primera el ‘chicle globe confitado, lo más rico del mercado’ y me decidí a tomar diez centavos más del monedero de mamá cuando me estaba mandando por el pan. En ese momento fui descubierto estúpidamente pues me puse nervioso y mamá al hacerme volver a contar me lanzó aquella su mirada terrorífica ineludible y perforante; me hizo confesar y a continuación recibí tal paliza acompañada de exclamaciones tales como la de: ¡¡prefiero ver a un hijo muerto antes que verlo en la cárcel!! que la vocación de ladrón ya nunca prendió en mí.

     Eché la carta y esperé pero no recibí contestación. Esto me convenció de que sí era una buena escuela. Además eso de ser militar y portar uniforme siendo la familia de un medio en donde nunca se había visto tal me preció sumamente atractivo y decidí notificárselo a mis padres.

     Papá lo tomó con calma, casi con gusto (yo no sabía entonces que uno de sus agentes vendedores tenía un sobrino estudiando ahí) (papá nunca andaba por la vida diciendo cosas de más). Mamá, como era su costumbre se puso protagónica, lúgubre, dramática y demás esdrújulas clamando al cielo que esa carrera era muy peligrosa y que si había guerra le matarían al hijo.

     Una vez que se dejó convencer de que los médicos militares no son de los que disparan desde las trincheras, me prestó a Margarito su chofer y el hermosísimo Chrysler verde semiautomático (en él aprendí a manejar gracias a ese hombre viejo, canoso, buen chofer y magnífica persona) con el cual entramos una tarde por la gran explanada hasta las oficinas donde me entregaron unos  panfletos con bastante indiferencia. Poco sabía yo todavía que eso de meter el Chrysler (...y con chofer ¡háganme el chingado favor!) a la Escuela Médico Militar era peligrosísimo cuando aún no se llegaba por lo menos al segundo año de la carrera.

     La Escuela Médico Militar aquella tarde gris de fines de 1954 parecía cualquier cuartel amarillo y mojado, con su asta sin bandera, su explanada lluviosa y sus largos pasillos techados donde se les estaba pasando lista a un grupo de jóvenes uniformados de color beige y gorras de trapo. Eran los reprobados del semestre, que estaban acuartelados sin goce de vacaciones y que se preparaban para el examen extraordinario al terminar éstas; con gran ahínco pues si reprobaban los echaban para afuera. El que más me llamó la atención fue uno de ellos que al quitarse la gorra se veía calvo, cosa que yo supuse se debería a tanto estudiar. Era éste el querido Camou quien pasaba a tercer año y luego sería presidente de nuestra sociedad de alumnos por su jovialidad y simpatía sin reservas. Bajo su presidencia salió el primer número de nuestra Revista de la Escuela Médico Militar "Scientia et Veritas" de tan grato recuerdo, dirigida por Sergio Mendoza y yo (en respuesta a su generosa invitación cuando ambos éramos cadetes de tercer año).

     En la Escuela Médico Militar no había fósiles y era una beca del cien por ciento; alojamiento y manutención incluidas más un peso diario de 'pre', a la que se entraba, si se era mexicano, por estricto concurso. Los pocos cadetes extranjeros que había no concursaban para entrar pero salían de la Escuela, reprobados; con frecuencia.

     Durante mis seis años de Escuela recuerdo haber compartido con becados de Costa Rica, Honduras, Panamá, Bolivia, Estados Unidos y Etiopía. Estas becas sin concurso eran cosa que yo no sabía cómo se daban y supongo que era asunto de relaciones internacionales de nuestros gobiernos.

     Los ingresados que ya pertenecían al ejército desde antes, gozaban del beneficio de ser escogidos aún sin tan buenas calificaciones como los de extracción civil. Muchos terminaron la carrera; muchos fueron dados de baja por no estar a la altura requerida como buenos estudiantes. En fin, los exámenes finales y extraordinarios de cada semestre fueron siempre el mejor cedazo para civiles mexicanos, extranjeros y militares previos, entre los cuales, como entre cualquier grupo humano había buenos, regulares y malos.

     Ya estos tres asuntos: ingreso por examen de selección, ausencia de fósiles y alojamiento sin pérdida de tiempo en transportación hacían empezar a ver que eso de ser la mejor escuela del país (y del mundo; decía y sigo diciendo) bien podía ser una realidad.

     Más adelante aparecerían otras características importantes para sostener esta gran superioridad, como son: el profesorado desinteresado, el gran hospital para nosotros solos, el internado rotatorio obligatorio y la intensa interacción intelectual y espiritual entre unos y otros durante los largos años de carrera y vida hospitalaria.

     Con estas impresiones regresé a casa dispuesto a luchar para ser médico militar... no sé bien por qué. Tal vez fue puro encantamiento frente al reto y la conciencia sorda de que a partir de entonces mi vida podría valer lo suficiente como para ser escrita.