"El propósito del arte no es una quintaesencia intelectual, rarificada
sino la vida, la brillante e intensa vida."

Alain - Arias Misson

miércoles, 26 de octubre de 2016

Alma de Mayor (Parte 13)

Ustedes disculpen. No se volverá a repetir, pero para calmarme divagaré un poco más en otros terrenos esta vez recordando algo que hace poco me contó otro “doctor y general”, esta vez Héctor Ibancovichi de Juan Ángel Núñez Valdés, otro “doctor y general” de nuestra generación ¡Carajo, si casi toda mi generación fue de “doctores y generales”! tanto así que a los  cinco que nos retiramos tempranamente de Mayores nos ven casi como a la élite de la generación 1955 / 1960 (al menos así nos sentimos Calderón, Hernández Moreno, Treviño, Turrent y yo).

     Mi buen amigo y compañero Juan Ángel Núñez Valdés consiguió su tercera estrella (de coronel) cuando era teniente coronel, de la siguiente ingeniosa y simpática manera:

     Estando departiendo con un muy alto jefe del ejército una velada en que la atracción fue Uri Geller (aquél que supuestamente doblaba cucharas y paraba relojes con el pensamiento) y habiéndose éste acercado a la mesa de honor, Juan Ángel le dijo que ya que era tan chingón hiciera algo por él, consistente en ponerle sobre las hombreras del uniforme una tercera estrella. Uri le contestó sonriente que eso le era imposible, y mi amigo, más sonriente, le dijo:

     ----¿Ya ve? ...pero para mi general no lo es.

     Mientras dirigía esta vez la mirada y la mejor sonrisa a su jefazo.

     En pocos días llegó el nombramiento de coronel para Juan Ángel, quien ahora es general de división retirado después de una brillante carrera como ortopedista en Chihuahua habiendo sido también  agregado militar en París y director o subdirector (no estoy seguro) de Sanidad Militar.

     Desde aquí te saludo y te abrazo querido amigo de quien no tuve modo de hablar mucho en mi libro anterior (“Alma de Cadete”) ya que de estudiantes no convivimos lo suficiente para conocer mucho de ti. Todavía no tenías la oportunidad de salvar a mi hija Thaida de ahogarse en Jurica cuando era niña y estábamos celebrando apenas nuestros primeros diez años de recibidos. Tampoco conocía la anécdota que acabo de relatar, y si no es exacta, por favor no dejes de decírmelo a ver si en un próximo libro “deshago el entuerto” antes de reintegrarme a la hoguera divina.

     Volviendo al hospital.

     Mucho tenía de presuroso y angustiante el parto distócico (pero que fue aliviado grandemente en aquellos años en que pasé por las obstetricias).

     Tenía que ver con el “trilene”.

      Era éste un gasecillo que se le ponía a través de una mascarilla a la pobrecilla (cuánto “illo” e “illa”; pero así lo siento) mujer cuyo parto empezaba a prolongarse y a causarle más dolor del razonable en aquellos años bravíos de principios de los sesenta.

     Lo terrible era que el dichoso gas, si se combinaba con cal sodada, pedacería de una sal color de rosa siempre anexada a los grandes aparatos de anestesia adentro de un frasco de vidrio transparente, se volvía sumamente tóxico, o sea, que si uno se decidía a darle a inhalar trilene a la paciente, renunciaba a la anestesia general, la cual pasaba forzosamente por la cal sodada.

     El recurso de poner una raquianestesia a una paciente retorciéndose de pujo y dolor era una quimera, aunque llegué a poner una que otra en tan difíciles circunstancias.

      Pero llegó el invento. Sencillo, nada caro, de fácil aprendizaje y aplicación. ¡Benditos esos avances de mi época! que no consistían en aparatos de costos millonarios ni curvas semestrales de aprendizaje. Se le llamó “anestesia epidural” y, al igual que la estación radiofónica de radio seis veinte, nos trajo “la música que llegó para quedarse”…música celestial para todos: médicos, parturientas y neonatos.

     Consistía el maravilloso y peregrino invento en una aguja y un tubito. ¡Nada más! ¡carajo! La aguja era igual que la de ráquea tan conocida y usada, sólo que ligeramente curva en la punta (igual que los estoques taurinos) y con el orificio de salida ligeramente descentrado hacia abajo. Entre el pabellón y el resto de la aguja traía soldada una barrita metálica aplanada para poder irla introduciendo muy poco a poco utilizando ambas manos. Esto era indispensable pues la aguja no debía perforar las meninges de la médula espinal, sino solamente penetrar hasta antes de la más externa, la duramadre. Por esto se le llamó “anestesia epidural”, aunque no dejaba de ser una anestesia raquídea, sólo que más delicada en cuanto a la profundidad del piquete. La cantidad, tipo y concentración de substancia introducida para provocar la anestesia era diferente a la usada en la raquianestesia, pues la absorción y concentración del fármaco era diferente en una y otra dada la localización anatómica en que se distribuía …pero nada más.

     ¡Cómo que nada más! ¡si falta lo mejor!

     Lo mejor era que esto se podía hacer tanto en el momento de iniciar cualquier operación en el quirófano, como en la sala de obstetricia, desde que la paciente ingresaba con el trabajo de parto apenas iniciado.

    Se le hacía la punción y en vez de líquido anestésico se introducía a través de la aguja un largo y delgado tubito de polietileno que se fijaba, enrollado, con tela adhesiva en la espalda de la futura madre.

     Todo estaba preparado con gran anticipación. La señora caminaba solemne y algo despatarrada, con las manos en la cintura y su bata ligeramente abierta por detrás, para arriba y para abajo por los pasillos como un barco en el muelle en espera de soltar su carga una vez que avanzase el trabajo de parto.

     No era sino  hasta que su cuello uterino tuviese cuatro dedos de dilatación cuando se le trasladaba a la sala de partos. Si todo iba bien …¡qué bueno! ...si se nos atoraba el asunto, se le aplicaba el líquido anestésico por el tubo de la epidural y teníamos una paciente tranquila y lista para un fórceps medio (nunca, nunca alto) o una cesárea.

     Esto del fórceps difícil causaba hundimientos craneanos, aplastamientos de orejas y parálisis de músculos extraoculares cuando se aplicaban con tremendismo antes del advenimiento de la anestesia epidural. Era tal la angustia de tener un bebé atorado largamente, muriéndose en el canal del parto, enclavado sin remedio en una madre loca de dolor y miedo, que llegué a ver una aplicación de fórceps en que el médico jalaba a dos manos mientras empujaba la mesa de partos con el pie bufando y poniéndose rojo de esfuerzo, impotencia e ira contenida contra todo y contra todos.

     El dato preciso para saber que se estaba en el espacio epidural y no en el subdural no lo daba ninguna resonancia magnética ni tomografía computarizada ni supresión digital ni (ahora sí que viene al caso) la madre que los parió. Se sabía perfectamente poniendo una gotita de suero en el pabellón de la aguja. Al ir introduciéndola lentamente llegaba un momento hermoso en que la gota era absorbida bruscamente por la presión negativa existente en el espacio virtual entre la dura madre y las paredes del canal raquídeo (¡qué a toda madre es saber! …y saber hacer).

Ahí se detenía la introducción y ahí se ponía el tubito.

     Capri sé finí.

     Todo médico interno aprendió a poner epidurales y luego se fue a provincia y las puso siempre que fue necesario, para atender partos, para sus cirugías, para curar grandes y dolorosas quemaduras; inundando al país con esa bendición.

     Fue tal el éxito de la epidural y tanto el rechazo al manejo brutal de las distocias que las cesáreas empezaron a cobrar un justo auge.

     Estando yo de residente de tercer año me tocó hacer un estudio al respecto (que las mostró justificadas) pues las autoridades del hospital empezaron a creer que se estaba abusando de ellas como recurso en casos que no eran necesarias, nada más por ‘hacer manos’; pero esto es ya de mis andanzas después de los primeros dos años de ‘internado’. 


     Ya pronto van a comenzar …no comas ansias.

jueves, 6 de octubre de 2016

Alma de Mayor (Parte 12)

Pues te decía que Ruperto era el cirujano estrella de un grupo que en aquellos años de principios de los sesenta era el equivalente del Grupo Ángeles de hoy en día …imagínate la clase de gallo.

    Estos: el Grupo Durango y el Grupo Ángeles han sido los grupos que han señoreado el reino de las entonces llamadas ‘igualas’ (ahora llamados ‘Seguros de Gastos Médicos’ y ‘Pacientes de Empresas’) y que han terminado por dominar el panorama de la atención médica que nuestro gobierno ya no puede proporcionar después de numerosísimos años de intentarlo, llevándose entre las patas a los médicos que prefirieron la libertad a la burocracia.

     Esta injusta invasión del gobierno a los derechos de la medicina privada a partir del gobierno levógiro (de izquierda …vaya) encabezado por López Mateos allá por los años cincuenta, con obras suntuarias y gastos escandalosos (¿desde cuándo es justificable? ¿desde cuándo fue justo? que el Seguro Social haya tenido teatros …por ejemplo; para luego caer en una estrepitosa insuficiencia de medios? ¿Se justifica que el Seguro Social presuma de haber hecho transplantes de corazón cuando hoy en día sus pacientes diabéticos siguen teniendo serias complicaciones oculares por no ofrecérseles (por falta de recursos y de personal) un control moderno de su diabetes, y se les siga haciendo una glicemia en ayunas mensual siendo que ya es conocido y aceptado que la retinopatía diabética ha dejado de ser causa importante de ceguera desde que se controla con cuatro glicemias por semana (una en ayunas y tres post prandiales; una después de cada alimento) así como con una hemoglobina glicosilada trimestral de la cual mis pacientitos privados pero también asegurados por el IMSS ni siquiera han oído hablar? ¿Se vale seguir funcionando así en nuestras altas esferas, manejadas por políticos ineptos y corruptos en las que se deberían hacer las cosas por lo menos inteligente y decentemente, pero en las que no se hacen tanto por ignorancia como por enormes fallas económicas y administrativas de las que no voy a hablar …por supuesto …para eso están los montones de ‘mailes’ de protesta y furor que nos inundan no más abrir nuestra computadora cada mañana. Tengo un amigo retirado que yo creo que no tiene otra cosa que hacer y desde antes de las seis de la mañana me está mandando pura basura rencorosa de ese tipo. Como está bien rico lo ando convenciendo para que meta unos cuantos millones de pesos en un fideicomiso y establezca un buen premio anual para el mejor ‘power point’ de protesta y propuesta mexicana referente a los problemas de nuestra patria.

     Creo que lo está pensando …pero mucho …porque el cabrón ya no me manda nada.

     Ese es otro tipo de mexicano detestable, el que no para de criticar pero no hace nada.

     En fin, aquí le paro si no me voy a encabronar una vez más recordando la historia de este mi México tan disparatadamente manejado desde tiempo ya inmemorial.

     …¿Y en el 2010 vamos a celebrar doscientos años de Independencia?

     …¿Y cien de Revolución? …

     …¿Qué vamos a celebrar queeeeé? ...¡no me chinguen!

     Pónganse a estudiar y a romperse la madre como los médicos militares.

     Paradigmas de primerísimo nivel a seguir. En el área que tú quieras, pero haciéndolo con amor a México y a los mexicanos, con entrega total y con honestidad.

     Si Cirugía de Mujeres Norte daba la soñada oportunidad de, llegando a ‘subresidente’, aspirar a quitar una vesícula, la Sur daba oportunidades más bien ginecológicas. En ella podrías llegar a quitar una matriz por vía abdominal o por vía vaginal. Estas operaciones eran parte fundamental del aprendizaje para todo aquel que quería llegar a su batallón, abrir un consultorio y ganarse la vida como cirujano general.

     No aspiraba uno a operar cerebros ni corazones, pero sí a poner fórceps, quitar várices, pedazos de estómago o intestino, próstatas, vesículas y, desde luego hacer cesáreas rápidas para cuando se nos atoraran los partos.

     Como es fácil imaginar, en cirugía de perros o de cadáver durante la carrera, era muy difícil aprender a poner fórceps o sacar niños por cesárea a menos que fuera uno mago y se llamara David Copperfield.

     El dominio de las anestesias raquídeas se lograba en alguna de las obstetricias; la norte o la sur, era lo mismo. Partos y partos, había para todos y desde luego muchos de ellos distócicos (complicados …vaya).

     Uno …ingenuo infeliz, creía saber atender partos debido a haber atendido un madral desde antes de recibido, pero de distocias, al menos yo, solamente había practicado las que nos ponía el maestro en el maniquí.

     Esto era buenísimo pues aquel querido maestro Don Juan Ávila Sosa, quien nos daba la Clínica de Obstetricia (y a quien …déjenme presumir …años después le operé a su esposa de catarata en mi hospital privado) para redondear aquella maravillosa teoría (“nosología” de obstetricia para quien le guste aprender términos sofisticados y mafufos en cualquier lectura) que nos daba Don Raúl Fernández Doblado. Hacía y enseñaba obstetricia con estas maneras y recursos que les voy a platicar; escasos en lo material, pero enormes en lo intelectual, ameno y espiritual.

     Don Juan tenía como ayudantes estelares en sus clases a una parturienta y su bebé, pero de mentiras. Era ésta una figura de pasta, de tamaño y color natural de una madre, pero sólo del abdomen y pelvis, o sea, como si a una señora la hubieran cortado por debajo de las mamas y por la parte alta de los muslos y la pared del abultado abdomen fuera una tapadera que se ponía y se quitaba para acomodar en su interior y en diferentes posiciones a un muñeco rudimentario de trapo que se supone tenía que salir por el gran orificio que dicha Venus Obstétrica mostraba al exterior, entre los muslos, como vía de acceso vulvo vaginal hacia el alumbramiento y la vida misma.

     El estilo del maestro Ávila Sosa era el siguiente:

     Para enseñar cómo atender un parto de nalgas ponía al muñeco dentro de la madre apuntando al mundo de culo (así nací yo por cierto; siempre rebelde) y metiendo sus largos dedos por el orificio vaginal sacaba primero un piececito, luego el otro, salpicando su actuación con sonrisas y comentarios simpáticos e interesantes (como lo hacen hoy en día todos esos gastrónomos en la televisión que fascinan a las señoras y a todos los huevones que sueñan con hacer una carrera facilota y dizque culta) y empezaba a jalar de las patitas poco a poco poniendo énfasis en no hacerlo más allá de cuando aparecieran las puntas de los omóplatos …las alitas del angelito …vaya, que venía en esa ocasión mirando para abajo, como debía de ser.

     Decía el maestro:

     ---Cuando vean aparecer las puntas de los omóplatos metan sus dedos por entre el crío y la pared vaginal y vayan sacando cada bracito desdoblándolo cariñosamente. No vayan a seguir tirando de él sin haber hecho ésto antes porque si no, la criatura elevará los brazos al cielo, a cada lado de su cabecita, y exclamará: ¡Dios mío! ¿quién es el pendejo que me está sacando?

      …Puesto que la cabeza jamás saldrá mientras tenga un hombro con su brazo respectivo de cada lado. Lo único que se logrará será una terrible distocia que si bien les va a la madre y al hijo terminará en cesárea con muy pocas posibilidades de que el niño salga vivo después de tanta manipulación y tiempo perdido, y sí muchas de que quede con un bracito paralizado y torcido para toda la vida por una elongación y desgarro de los nervios del plexo braquial (todo ese manojo de  nervios gruesos que pasan por la axila para dar vida y movimiento a esa fundamental herramienta que es la mano del hombre) (el plexo braquial era pregunta obligada siempre, siempre, en los exámenes finales de anatomía).

     No quiero pasar de largo por este conocimiento puramente médico sin aderezarlo con algo muy sabroso.

     En un libro magnífico, titulado “Un Cocodrilo para Desayunar”, de Vitus Droscher, zoólogo, negro, alemán (curioso y fascinante conjunto de atributos), relata una buena cantidad de historias de animales, todas ellas verídicas, plenas de interés y sentido del humor. Una de ellas se refiere a una enorme anaconda y su presa, la cual es un caimán. Narra de un modo excelente cómo la enorme boa constrictor envuelve al cocodrilo y lo va asfixiando poco a poco apretando suavemente sus anillos alrededor del cuerpo del saurio y nunca triturándolo, pues los huesos rotos y astillados le desgarrarían el tubo digestivo. Pero lo cojonudo del relato es cuando nos hace ver que nunca se ha sabido que una anaconda devore a un ser humano adulto, precisamente por lo mismo que yo acabo de describir. El citurón escapular, o sea, la circunferencia de los hombros de un adulto humano, es más amplia que el citurón pélvico y mayor proporcionalmente que el de cualquier animal de cuatro patas, incluyendo al león, y por supuesto, al cocodrilo, que prácticamente no tienen clavículas.

     Carajo …ya me estoy ensartando otra vez en divagaciones, pero no me quiero salir del tema sin también platicar que en ese libro extraordinario Droscher nos relata cómo en las manadas de ñús (¿se dirá ñúes? ...me vale madre) sucede algo parecido a lo que hace unas páginas relaté de los partos bajo hipnosis, o sea, del control de la contractilidad uterina de un modo sorprendente ya que, aunque la cojedera en la manada dura un par de meses o más, los partos suceden todos en una misma noche. Esos cientos o miles de madres, bajo la luz de la luna y las estrellas, apiñadas en el centro y rodeadas de todos sus machos de cola hacia ellas (iba a decir ‘de espaldas’) se dan en una sola noche a parir a todos sus terneritos en unas cuantas horas de suma vulnerabilidad mientras los grandes depredadores circulan ominosos y hambrientos ante las astas bajas y preparadas de los hombres de la casa …¡qué bonito! ¡qué hermoso! acabando esto voy a leer ese libro una vez más.

     Para quienes crean que la sabiduría y la lectura arrobadora se obtienen nada más leyendo a los clásicos griegos o a Shakespeare o a los luminosos del siglo de oro español (son tantos) o a los clásicos rusos (sobre todo a sus cuentistas) o a Vargas Llosa y García Márquez, me atrevo a sugerirles que lean y disfruten libros de animales como el que acabo de mencionar. Otro de ellos, excepcional, es “Todas las Criatura Grandes y Pequeñas”, de James Herriot, relato autobiográfico de un veterinario recién recibido quien inicia el ejercicio de su profesión en la campiña británica allá por el año de 1937. Es magnífico e inolvidable, como el de Droscher.

     ¿Qué tendrán los relatos de los buenos profesionistas, no precisamente excelentes literatos en el sentido exigente de la palabra, que me inspiran y extasían? ...no lo sé, pero si alguien al estarme leyendo, con inquietudes literarias y científicas, quiere entenderme le recomiendo leer a Stephen Gould. El mejor paleontólogo del siglo veinte. Ya desde sus títulos es fascinante: “El Brontosaurio y la Nalga del Ministro” “Un Dinosaurio en un Pajar”, “El Pulgar del Panda” “La Montaña de Almejas de Leonardo”, etc. etc. Yo aseguro que sus títulos son apenas la pequeña sombra de su enorme, divertida y fascinante  sabiduría. Su habilidad para emparejar y desarrollar personalidades supera a la de Plutarco en sus “Vidas Paralelas”. Su honesto y sabio escepticismo ateo me ha acercado más a Dios que todas las ñoñerías e insulseces que le embuten a uno de un modo poco serio a través de una vida supuestamente espiritual.

     Yo encontré en el ejército también a muchos otros de mis grandes y queridos santos laicos, al igual que en la literatura me encontré a Ernesto Renán, quien me supo hacer amar a Jesús abordándolo en su famoso “La Vida de Jesús” más como hombre que como Dios.

     Me gusta la frase de Bertrand Rusell: “No concibo a Jesús como Dios, pero lo seguiría hasta la muerte”. Me consuela pues no he tenido que renunciar a él. Lo sigo amando en espera de mayores y diferentes convencimientos.

     Quiero terminar esta cápsula que no sé ya ni como llamarla con algo que me parece importante y que se refiere al pobre y equívoco concepto que en el ejército mexicano se tiene para juzgar si algo o alguien es realmente valioso como ente culto y transmisor, no sólo de información, sino pozo de sabiduría y fuente de felicidad.

     Sucede que ingresan a nuestro ejército gran mayoría de jóvenes sencillos y hasta humildes quienes, después de algunos años de ejercer en sus respectivas áreas brillantemente, sienten inquietudes cultas y deseos de hablar de ello y demostrar que ellos también se merecen ciertos laureles que aparentemente monopoliza el medio civil.

     Comienzan a estudiar por aquí y por allá informalmente e intercalan en sus pláticas cosillas supuestamente cultas recién aprendidas, y al rato ya están jodiendo a todo mundo con sus bonches de fotos de viajes y museos que, en poco tiempo, se atreven a perpetrar en conferencias pseudo culturales y pseudo científicas (los colegas estadounidenses les dicen “those son of a bitch with the bunch of slides”).
 
     Algunos se atreven a lanzar a la luz mamotretos que no son más que inmensas recopilaciones de fotos y datos abigarrados e inexactos de cientos y cientos de personajes que jamás habrían visto su nombre impreso de no haber sido por tan emotiva pero infame motivación editorial.

     Son algunos, como el presuntuoso, mal documentado y peor estructurado libro “La Escuela Médico Militar de México”, publicado por el “doctor y general” (yo también me podría poner “doctor, mayor y cinta negra” si de presunciones se trata) Jesús Lozoya Solis, en el que hace un batiburillo (sería mejor decir “batibarullo”) de personalidades dando razón de medio mundo de un modo arbitrario, mal informado, injusto y tendencioso.

     De algunos compañeros brillantes que tuve el honor de conocer sólo escribe que se suicidaron, como escueto dato de referencia, y de otros, solemnes asnos, habla extensa y encomiosamente llegando a tildarlos de sumamente cultos, provechosos y prometedores para el instituto armado y para la patria.

     Daré un ejemplo:

     De un compañero muy cercano a mí escribe: “Hay muy pocos médicos militares con la cultura y erudición de …(fulano) …etc., etc.

     Este compañero es un minusválido espiritual; está en mi corazón como un médico excepcional y un hombre bueno y sencillo a carta cabal, pero fue alguien que perdió la fe leyendo a Jardiel Poncela (humorista ligero español) en su libro “La Tourné de Dios” al darse cuenta de que no le caía un rayo y lo mataba al estar leyendo tanta irreverencia."

¡Háganme el chingado favor! Todavía la hubiera perdido leyendo a Gould o a Renán, a quienes se les puede mascar, profundizar y debatir; incluso frente a Rius, quien es culto y debatible aunque confunde a Dios y la espiritualidad con la Iglesia, la Biblia y los curas, como en su “Manual del Perfecto Ateo”, pero ….¿leyendo a Jardiel Poncela? ¿Qué onda con ese criterio, con el diálogo hegeliano aprendido en el bachillerato, con la tesis, la antítesis y la síntesis? ...¿Qué no somos militares, profesionistas y cerebros de polendas? No de manuales: “how to do” ni de: “¿eso es todo? ...¡ya la hice!”

     Se me podrá decir que la fe no es asunto de cultura, pero yo sostengo que la fe requiere del intelecto. La fe nutricia, la que se goza y se puede ofrecer a los demás como herramienta para ser feliz, es un don que hay que cultivar. Nadie tiene derecho a perderla a lo pendejo. Si has de perderla que sea como un Cioran o un Sartre o un Nietzsche o un Sagan, quienes la perdieron con sufrimiento y no leyendo a Jardiel Poncela. Si a esas vamos les voy a impedir a mis nietos que lean ‘Hansel y Gretel’, no vaya a ser que dejen de creer en Dios porque permite que existan esas ancianas horribles que seducen, engordan y se comen a los niños.

     Continúo no sin antes trasladar a éste mi libro lo que Lozoya (quien nunca me conoció) dijo de mí:

     “Oftalmólogo hoy retirado y convertido en un próspero y estimado granjero”.

     …¡Doctor y general Lozoya! ¡hágamela buena!

     ¿Retirado de qué?

     ¿Qué: para usted el retiro del ejército (que aún no estaba en situación de retiro, sino de licencia) es retirarse de la profesión …del trabajo intenso y creador?

     ¿Para usted son una granja cien hectáreas (un millón de metros cuadrados) de riego, con quinientas cabezas de ganado lechero de alta calidad?  

     En 1977, año en que vio la luz su recopilación, yo tenía la mejor consulta oftalmológica del país, sólo comparable con la de Berganza en Tulancingo y la de Escalante en León, tanto así que recuerdo como anécdota demostrativa la de unas navidades, a principios de los ochenta, en que fui invitado por un cuñado a presenciar una pastorela en un teatro del primer cuadro de la cuidad. Se acercaron a saludarme tanto en el vestíbulo como en el palco trece diferentes personas en diferentes momentos (la cuenta la llevó mi cuñado, quien luego me acusó de farsante y payaso porque según él eran gente pagada por mí para impresionarlo ¡háganme el ‘fabrón cabor’!).

     Sepa usted que por atender tan extensas propiedades agropecuarias de mi padre, a solicitud de mi madre, tuve que recurrir a tragar bencedrinas y quedar por años ensartado en ellas a lo idiota jodiendo para siempre mi vida, para poder estar en las ordeñas y no ser expoliado por medio mundo. Que arriesgué mi vida manejando a toda velocidad de noche y de madrugada de México a Texcoco y de Texcoco a México dejando sostenidos con alfileres mis días, tardes y noches pletóricos de consulta y cirugía (recuerdo como botón de muestra a aquél buen hombre de Atotonilco quien llegó a mi consultorio buscando consulta un día a las diez de la mañana y lo vine atendiendo a las cinco de la mañana del día siguiente y quien me hizo pensar humorísticamente en la conveniencia de mandar a hacer un lote de medallitas como aquellas que nos ponían en primaria, para ponérselas en el pecho a este tipo de pacientes y que dijeran cosas así como: ‘paciencia’, ‘constancia’, ‘insistencia’, ‘honor al mérito’ (esta última era la única que me sacaba yo y hasta la fecha desconozco su significado bien a bien; se me hace que eran medallas de pura consolación).

     Así se mató Arturo Moguel Contreras corriendo enloquecido por el Anillo Periférico con su hermoso Peugeot negro semi nuevo en una mala madrugada en que estaba acuartelado y tenía pacientes operados que revisar.

     Ese era mi retiro cuando usted se atrevió a escribir mi semblanza …mi general y doctor.

     Así tuve que chingarme  para poder entregar íntegra y mejorada, a mí madre y a mis cinco hermanos, la enorme parte de herencia paterna que me tocó manejar durante largos tres años de pesadilla en que yo sabía todo lo que un médico militar joven y exitoso debía saber para triunfar en el ejercicio de la profesión, pero que tuvo que aprender a rápidos y costosos chingadazos lo que eran las letras de cambio, los pagarés, las deudas millonarias, los intereses moratorios, los embargos precautorios y toda esa parafernalia que, precisamente por serme desagradable en grado sumo,traté de evadir dedicándome a una libre profesión y no a los negocios.

     …Bueno, bueno, ya me di mi terapia de intolerancia y reclamación, que buena falta me estaba haciendo.


     Se dice que lo meritorio es ser tolerante no con los equivocados en lo pequeño sino en lo grande. No estoy de acuerdo. Ser intolerante en las cosas grandes es un deber… en las pequeñas es opcional.