Pues te decía que Ruperto era el
cirujano estrella de un grupo que en aquellos años de principios de los sesenta
era el equivalente del Grupo Ángeles de hoy en día …imagínate la clase de
gallo.
Estos: el Grupo Durango y el Grupo Ángeles
han sido los grupos que han señoreado el reino de las entonces llamadas
‘igualas’ (ahora llamados ‘Seguros de Gastos Médicos’ y ‘Pacientes de
Empresas’) y que han terminado por dominar el panorama de la atención médica
que nuestro gobierno ya no puede proporcionar después de numerosísimos años de
intentarlo, llevándose entre las patas a los médicos que prefirieron la
libertad a la burocracia.
Esta injusta invasión del gobierno a los
derechos de la medicina privada a partir del gobierno levógiro (de izquierda
…vaya) encabezado por López Mateos allá por los años cincuenta, con obras
suntuarias y gastos escandalosos (¿desde cuándo es justificable? ¿desde cuándo
fue justo? que el Seguro Social haya tenido teatros …por ejemplo; para luego
caer en una estrepitosa insuficiencia de medios? ¿Se justifica que el Seguro
Social presuma de haber hecho transplantes de corazón cuando hoy en día sus pacientes
diabéticos siguen teniendo serias complicaciones oculares por no ofrecérseles
(por falta de recursos y de personal) un control moderno de su diabetes, y se
les siga haciendo una glicemia en ayunas mensual siendo que ya es conocido y
aceptado que la retinopatía diabética ha dejado de ser causa importante de
ceguera desde que se controla con cuatro glicemias por semana (una en ayunas y
tres post prandiales; una después de cada alimento) así como con una
hemoglobina glicosilada trimestral de la cual mis pacientitos privados pero
también asegurados por el IMSS ni siquiera han oído hablar? ¿Se vale seguir
funcionando así en nuestras altas esferas, manejadas por políticos ineptos y
corruptos en las que se deberían hacer las cosas por lo menos inteligente y
decentemente, pero en las que no se hacen tanto por ignorancia como por enormes
fallas económicas y administrativas de las que no voy a hablar …por supuesto
…para eso están los montones de ‘mailes’ de protesta y furor que nos inundan no
más abrir nuestra computadora cada mañana. Tengo un amigo retirado que yo creo
que no tiene otra cosa que hacer y desde antes de las seis de la mañana me está
mandando pura basura rencorosa de ese tipo. Como está bien rico lo ando
convenciendo para que meta unos cuantos millones de pesos en un fideicomiso y
establezca un buen premio anual para el mejor ‘power point’ de protesta y
propuesta mexicana referente a los problemas de nuestra patria.
Creo que lo está pensando …pero mucho
…porque el cabrón ya no me manda nada.
Ese es otro tipo de mexicano detestable,
el que no para de criticar pero no hace nada.
En fin, aquí le paro si no me voy a
encabronar una vez más recordando la historia de este mi México tan
disparatadamente manejado desde tiempo ya inmemorial.
…¿Y en el 2010 vamos a celebrar doscientos
años de Independencia?
…¿Y cien de Revolución? …
…¿Qué vamos a celebrar queeeeé? ...¡no me
chinguen!
Pónganse a estudiar y a romperse la madre
como los médicos militares.
Paradigmas de primerísimo nivel a seguir.
En el área que tú quieras, pero haciéndolo con amor a México y a los mexicanos,
con entrega total y con honestidad.
Si Cirugía de Mujeres Norte daba la soñada
oportunidad de, llegando a ‘subresidente’, aspirar a quitar una vesícula, la
Sur daba oportunidades más bien ginecológicas. En ella podrías llegar a quitar
una matriz por vía abdominal o por vía vaginal. Estas operaciones eran parte
fundamental del aprendizaje para todo aquel que quería llegar a su batallón, abrir
un consultorio y ganarse la vida como cirujano general.
No aspiraba uno a operar cerebros ni
corazones, pero sí a poner fórceps, quitar várices, pedazos de estómago o
intestino, próstatas, vesículas y, desde luego hacer cesáreas rápidas para cuando
se nos atoraran los partos.
Como es fácil imaginar, en cirugía de
perros o de cadáver durante la carrera, era muy difícil aprender a poner
fórceps o sacar niños por cesárea a menos que fuera uno mago y se llamara David
Copperfield.
El dominio de las anestesias raquídeas se
lograba en alguna de las obstetricias; la norte o la sur, era lo mismo. Partos
y partos, había para todos y desde luego muchos de ellos distócicos
(complicados …vaya).
Uno …ingenuo infeliz, creía saber atender
partos debido a haber atendido un madral desde antes de recibido, pero de
distocias, al menos yo, solamente había practicado las que nos ponía el maestro
en el maniquí.
Esto era buenísimo pues aquel querido
maestro Don Juan Ávila Sosa, quien nos daba la Clínica de Obstetricia (y a
quien …déjenme presumir …años después le operé a su esposa de catarata en mi
hospital privado) para redondear aquella maravillosa teoría (“nosología” de
obstetricia para quien le guste aprender términos sofisticados y mafufos en cualquier
lectura) que nos daba Don Raúl Fernández Doblado. Hacía y enseñaba obstetricia
con estas maneras y recursos que les voy a platicar; escasos en lo material,
pero enormes en lo intelectual, ameno y espiritual.
Don Juan tenía como ayudantes estelares en
sus clases a una parturienta y su bebé, pero de mentiras. Era ésta una figura
de pasta, de tamaño y color natural de una madre, pero sólo del abdomen y
pelvis, o sea, como si a una señora la hubieran cortado por debajo de las mamas
y por la parte alta de los muslos y la pared del abultado abdomen fuera una
tapadera que se ponía y se quitaba para acomodar en su interior y en diferentes
posiciones a un muñeco rudimentario de trapo que se supone tenía que salir por
el gran orificio que dicha Venus Obstétrica mostraba al exterior, entre los
muslos, como vía de acceso vulvo vaginal hacia el alumbramiento y la vida
misma.
El estilo del maestro Ávila Sosa era el
siguiente:
Para enseñar cómo atender un parto de
nalgas ponía al muñeco dentro de la madre apuntando al mundo de culo (así nací
yo por cierto; siempre rebelde) y metiendo sus largos dedos por el orificio
vaginal sacaba primero un piececito, luego el otro, salpicando su actuación con
sonrisas y comentarios simpáticos e interesantes (como lo hacen hoy en día
todos esos gastrónomos en la televisión que fascinan a las señoras y a todos
los huevones que sueñan con hacer una carrera facilota y dizque culta) y
empezaba a jalar de las patitas poco a poco poniendo énfasis en no hacerlo más
allá de cuando aparecieran las puntas de los omóplatos …las alitas del angelito
…vaya, que venía en esa ocasión mirando para abajo, como debía de ser.
Decía el maestro:
---Cuando vean aparecer las puntas de los
omóplatos metan sus dedos por entre el crío y la pared vaginal y vayan sacando
cada bracito desdoblándolo cariñosamente. No vayan a seguir tirando de él sin
haber hecho ésto antes porque si no, la criatura elevará los brazos al cielo, a
cada lado de su cabecita, y exclamará: ¡Dios mío! ¿quién es el pendejo que me
está sacando?
…Puesto que la cabeza jamás saldrá
mientras tenga un hombro con su brazo respectivo de cada lado. Lo único que se
logrará será una terrible distocia que si bien les va a la madre y al hijo
terminará en cesárea con muy pocas posibilidades de que el niño salga vivo
después de tanta manipulación y tiempo perdido, y sí muchas de que quede con un
bracito paralizado y torcido para toda la vida por una elongación y desgarro de
los nervios del plexo braquial (todo ese manojo de nervios gruesos que pasan por la axila para
dar vida y movimiento a esa fundamental herramienta que es la mano del hombre)
(el plexo braquial era pregunta obligada siempre, siempre, en los exámenes
finales de anatomía).
No quiero pasar de largo por este
conocimiento puramente médico sin aderezarlo con algo muy sabroso.
En un libro magnífico, titulado “Un
Cocodrilo para Desayunar”, de Vitus Droscher, zoólogo, negro, alemán (curioso y
fascinante conjunto de atributos), relata una buena cantidad de historias de
animales, todas ellas verídicas, plenas de interés y sentido del humor. Una de
ellas se refiere a una enorme anaconda y su presa, la cual es un caimán. Narra
de un modo excelente cómo la enorme boa constrictor envuelve al cocodrilo y lo
va asfixiando poco a poco apretando suavemente sus anillos alrededor del cuerpo
del saurio y nunca triturándolo, pues los huesos rotos y astillados le
desgarrarían el tubo digestivo. Pero lo cojonudo del relato es cuando nos hace
ver que nunca se ha sabido que una anaconda devore a un ser humano adulto,
precisamente por lo mismo que yo acabo de describir. El citurón escapular, o
sea, la circunferencia de los hombros de un adulto humano, es más amplia que el
citurón pélvico y mayor proporcionalmente que el de cualquier animal de cuatro
patas, incluyendo al león, y por supuesto, al cocodrilo, que prácticamente no
tienen clavículas.
Carajo …ya me estoy ensartando otra vez en
divagaciones, pero no me quiero salir del tema sin también platicar que en ese
libro extraordinario Droscher nos relata cómo en las manadas de ñús (¿se dirá
ñúes? ...me vale madre) sucede algo parecido a lo que hace unas páginas relaté
de los partos bajo hipnosis, o sea, del control de la contractilidad uterina de
un modo sorprendente ya que, aunque la cojedera en la manada dura un par de
meses o más, los partos suceden todos en una misma noche. Esos cientos o miles
de madres, bajo la luz de la luna y las estrellas, apiñadas en el centro y
rodeadas de todos sus machos de cola hacia ellas (iba a decir ‘de espaldas’) se
dan en una sola noche a parir a todos sus terneritos en unas cuantas horas de
suma vulnerabilidad mientras los grandes depredadores circulan ominosos y
hambrientos ante las astas bajas y preparadas de los hombres de la casa …¡qué
bonito! ¡qué hermoso! acabando esto voy a leer ese libro una vez más.
Para quienes crean que la sabiduría y la
lectura arrobadora se obtienen nada más leyendo a los clásicos griegos o a
Shakespeare o a los luminosos del siglo de oro español (son tantos) o a los
clásicos rusos (sobre todo a sus cuentistas) o a Vargas Llosa y García Márquez,
me atrevo a sugerirles que lean y disfruten libros de animales como el que
acabo de mencionar. Otro de ellos, excepcional, es “Todas las Criatura Grandes y
Pequeñas”, de James Herriot, relato autobiográfico de un veterinario recién
recibido quien inicia el ejercicio de su profesión en la campiña británica allá
por el año de 1937. Es magnífico e inolvidable, como el de Droscher.
¿Qué tendrán los relatos de los buenos
profesionistas, no precisamente excelentes literatos en el sentido exigente de
la palabra, que me inspiran y extasían? ...no lo sé, pero si alguien al estarme
leyendo, con inquietudes literarias y científicas, quiere entenderme le recomiendo
leer a Stephen Gould. El mejor paleontólogo del siglo veinte. Ya desde sus
títulos es fascinante: “El Brontosaurio y la Nalga del Ministro” “Un Dinosaurio
en un Pajar”, “El Pulgar del Panda” “La Montaña de Almejas de Leonardo”, etc.
etc. Yo aseguro que sus títulos son apenas la pequeña sombra de su enorme,
divertida y fascinante sabiduría. Su
habilidad para emparejar y desarrollar personalidades supera a la de Plutarco
en sus “Vidas Paralelas”. Su honesto y sabio escepticismo ateo me ha acercado
más a Dios que todas las ñoñerías e insulseces que le embuten a uno de un modo
poco serio a través de una vida supuestamente espiritual.
Yo encontré en el ejército también a
muchos otros de mis grandes y queridos santos laicos, al igual que en la
literatura me encontré a Ernesto Renán, quien me supo hacer amar a Jesús
abordándolo en su famoso “La Vida de Jesús” más como hombre que como Dios.
Me gusta la frase de Bertrand Rusell: “No
concibo a Jesús como Dios, pero lo seguiría hasta la muerte”. Me consuela pues
no he tenido que renunciar a él. Lo sigo amando en espera de mayores y
diferentes convencimientos.
Quiero terminar esta cápsula que no sé ya
ni como llamarla con algo que me parece importante y que se refiere al pobre y
equívoco concepto que en el ejército mexicano se tiene para juzgar si algo o
alguien es realmente valioso como ente culto y transmisor, no sólo de
información, sino pozo de sabiduría y fuente de felicidad.
Sucede que ingresan a nuestro ejército
gran mayoría de jóvenes sencillos y hasta humildes quienes, después de algunos
años de ejercer en sus respectivas áreas brillantemente, sienten inquietudes
cultas y deseos de hablar de ello y demostrar que ellos también se merecen
ciertos laureles que aparentemente monopoliza el medio civil.
Comienzan a estudiar por aquí y por allá
informalmente e intercalan en sus pláticas cosillas supuestamente cultas recién
aprendidas, y al rato ya están jodiendo a todo mundo con sus bonches de fotos
de viajes y museos que, en poco tiempo, se atreven a perpetrar en conferencias
pseudo culturales y pseudo científicas (los colegas estadounidenses les dicen
“those son of a bitch with the bunch of slides”).
Algunos se atreven a lanzar a la luz
mamotretos que no son más que inmensas recopilaciones de fotos y datos
abigarrados e inexactos de cientos y cientos de personajes que jamás habrían
visto su nombre impreso de no haber sido por tan emotiva pero infame motivación
editorial.
Son
algunos, como el presuntuoso, mal documentado y peor estructurado libro “La
Escuela Médico Militar de México”, publicado por el “doctor y general” (yo
también me podría poner “doctor, mayor y cinta negra” si de presunciones se
trata) Jesús Lozoya Solis, en el que hace un batiburillo (sería mejor decir “batibarullo”)
de personalidades dando razón de medio mundo de un modo arbitrario, mal
informado, injusto y tendencioso.
De algunos compañeros brillantes que tuve
el honor de conocer sólo escribe que se suicidaron, como escueto dato de
referencia, y de otros, solemnes asnos, habla extensa y encomiosamente llegando
a tildarlos de sumamente cultos, provechosos y prometedores para el instituto
armado y para la patria.
Daré un ejemplo:
De un compañero muy cercano a mí escribe:
“Hay muy pocos médicos militares con la cultura y erudición de …(fulano) …etc.,
etc.
Este compañero es un minusválido
espiritual; está en mi corazón como un médico excepcional y un hombre bueno y
sencillo a carta cabal, pero fue alguien que perdió la fe leyendo a Jardiel
Poncela (humorista ligero español) en su libro “La Tourné de Dios” al darse
cuenta de que no le caía un rayo y lo mataba al estar leyendo tanta
irreverencia."
¡Háganme el chingado favor!
Todavía la hubiera perdido leyendo a Gould o a Renán, a quienes se les puede
mascar, profundizar y debatir; incluso frente a Rius, quien es culto y
debatible aunque confunde a Dios y la espiritualidad con la Iglesia, la Biblia
y los curas, como en su “Manual del Perfecto Ateo”, pero ….¿leyendo a Jardiel
Poncela? ¿Qué onda con ese criterio, con el diálogo hegeliano aprendido en el
bachillerato, con la tesis, la antítesis y la síntesis? ...¿Qué no somos
militares, profesionistas y cerebros de polendas? No de manuales: “how to do”
ni de: “¿eso es todo? ...¡ya la hice!”
Se me podrá decir que la fe no
es asunto de cultura, pero yo sostengo que la fe requiere del intelecto. La fe
nutricia, la que se goza y se puede ofrecer a los demás como herramienta para
ser feliz, es un don que hay que cultivar. Nadie tiene derecho a perderla a lo
pendejo. Si has de perderla que sea como un Cioran o un Sartre o un Nietzsche o
un Sagan, quienes la perdieron con sufrimiento y no leyendo a Jardiel Poncela.
Si a esas vamos les voy a impedir a mis nietos que lean ‘Hansel y Gretel’, no
vaya a ser que dejen de creer en Dios porque permite que existan esas ancianas
horribles que seducen, engordan y se comen a los niños.
Continúo no sin antes trasladar a éste mi
libro lo que Lozoya (quien nunca me conoció) dijo de mí:
“Oftalmólogo hoy retirado y convertido en
un próspero y estimado granjero”.
…¡Doctor y general Lozoya! ¡hágamela
buena!
¿Retirado de qué?
¿Qué: para usted el retiro del ejército
(que aún no estaba en situación de retiro, sino de licencia) es retirarse de la
profesión …del trabajo intenso y creador?
¿Para usted son una granja cien hectáreas (un millón de metros
cuadrados) de riego, con quinientas cabezas de ganado lechero de alta
calidad?
En 1977, año en que vio la luz su
recopilación, yo tenía la mejor consulta oftalmológica del país, sólo
comparable con la de Berganza en Tulancingo y la de Escalante en León, tanto
así que recuerdo como anécdota demostrativa la de unas navidades, a principios
de los ochenta, en que fui invitado por un cuñado a presenciar una pastorela en
un teatro del primer cuadro de la cuidad. Se acercaron a saludarme tanto en el
vestíbulo como en el palco trece diferentes personas en diferentes momentos (la
cuenta la llevó mi cuñado, quien luego me acusó de farsante y payaso porque
según él eran gente pagada por mí para impresionarlo ¡háganme el ‘fabrón
cabor’!).
Sepa usted que por atender tan extensas
propiedades agropecuarias de mi padre, a solicitud de mi madre, tuve que
recurrir a tragar bencedrinas y quedar por años ensartado en ellas a lo idiota
jodiendo para siempre mi vida, para poder estar en las ordeñas y no ser
expoliado por medio mundo. Que arriesgué mi vida manejando a toda velocidad de
noche y de madrugada de México a Texcoco y de Texcoco a México dejando
sostenidos con alfileres mis días, tardes y noches pletóricos de consulta y
cirugía (recuerdo como botón de muestra a aquél buen hombre de Atotonilco quien
llegó a mi consultorio buscando consulta un día a las diez de la mañana y lo
vine atendiendo a las cinco de la mañana del día siguiente y quien me hizo
pensar humorísticamente en la conveniencia de mandar a hacer un lote de
medallitas como aquellas que nos ponían en primaria, para ponérselas en el
pecho a este tipo de pacientes y que dijeran cosas así como: ‘paciencia’,
‘constancia’, ‘insistencia’, ‘honor al mérito’ (esta última era la única que me
sacaba yo y hasta la fecha desconozco su significado bien a bien; se me hace
que eran medallas de pura consolación).
Así se mató Arturo Moguel Contreras
corriendo enloquecido por el Anillo Periférico con su hermoso Peugeot negro
semi nuevo en una mala madrugada en que estaba acuartelado y tenía pacientes
operados que revisar.
Ese era mi retiro cuando usted se atrevió
a escribir mi semblanza …mi general y doctor.
Así tuve que chingarme para poder entregar íntegra y mejorada, a mí madre
y a mis cinco hermanos, la enorme parte de herencia paterna que me tocó manejar
durante largos tres años de pesadilla en que yo sabía todo lo que un médico
militar joven y exitoso debía saber para triunfar en el ejercicio de la
profesión, pero que tuvo que aprender a rápidos y costosos chingadazos lo que
eran las letras de cambio, los pagarés, las deudas millonarias, los intereses
moratorios, los embargos precautorios y toda esa parafernalia que, precisamente
por serme desagradable en grado sumo,traté de evadir dedicándome a una libre
profesión y no a los negocios.
…Bueno, bueno, ya me di mi terapia de
intolerancia y reclamación, que buena falta me estaba haciendo.
Se dice que lo meritorio es ser tolerante
no con los equivocados en lo pequeño sino en lo grande. No estoy de acuerdo.
Ser intolerante en las cosas grandes es un deber… en las pequeñas es opcional.
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