"El propósito del arte no es una quintaesencia intelectual, rarificada
sino la vida, la brillante e intensa vida."

Alain - Arias Misson

domingo, 20 de septiembre de 2015

Alma de Cadete (Parte 22)

A partir del sexto año; conociendo la soledad del mando y habiendo aprendido a cantarle, comencé a interactuar con la vida de los demás de diferentes y nuevas maneras que ocuparán el desarrollo de esta parte final del libro.

     Empezaré por comentar que lo primero que me gustó de mi nuevo status fue poder ponerme kepí. Siempre había usado gorra cuartelera  pues con kepí sin insignias parece uno policía. Las tres barras doradas verticales enamoran a cualquiera y a los capitanes se les canta en el cine, en las canciones, en las historietas y si no me creen basta recordar nombres como: Alatriste, Nemo, Ahab, Garfio, Von Trapp, etc.… y no se trata de juventud pues no se les canta a los subtenientes. Ni de autoridad ya que no recuerdo coroneles enganchados en el amor popular, aunque sí tal vez en el respeto peliculesco. Es ese grado bello y sonoro: “capitán” al que más se le canta y del que se enamoran las mujeres (y muchos hombres también).

     Me hubiera gustado ser capitán muchos años más y así tal vez me hubiera costado más trabajo desprenderme del ejército… pero este romance con el grado y sus circunstancias duraba solamente un año.

     Antes de continuar quiero recordar el chiste de aquel baile de la Escuela Médico Militar en que un joven capitán pasante bailaba con la chica más bonita del evento pudriendo de envidia a un viejo cachondo, general y médico rabo verde que planeaba su conquista.

     El general mandó decir al capitán que se presentara de inmediato en tal o cual lugar y rápidamente invitó a bailar a la belleza, quien aceptó de mala gana, por lo que, ya bailando y tratando de cautivarla, le preguntó si no se había dado cuenta de su grado.

     Como la chica dijo no saber de grados él comenzó a explicarle, engolando la voz, el significado del águila que figuraba en sus hombros y el alto cargo que él ocupaba en el ejército a lo cual ella respondió:

     ----- ¡Ah! ¡es un águila! Y yo que creí que era un guajolote y usted el cocinero de la Escuela.

     Teníamos varios uniformes a saber, el de cuartel: beige y con gorra cuartelera. Los dos de salida: con kepí, de color beige uno y verde olivo el otro. De campaña, para ser usado con botas y cuartelera o casco: de color verde militar y el de gala: negro con vivos amarillos y kepí.

     Algunos nos mandamos hacer saco blanco de media gala para usar con camisa blanca y corbata negra… elegantísimo; pero ese era opcional. Se usaba mucho para casarse por la iglesia... como que se violaba sólo a medias el reglamento; como fue mi caso.

     Aunque el reglamento también prohibía combinar el uniforme con prendas de civil a mi me encantaba una chamarra tipo leñador canadiense gruesa, color verde pasto y negro, que me ponía sobre el uniforme de campaña para ir a clase de equitación por la mañana temprano una vez por semana. Con este atuendo iba a visitar, sintiéndome soñado, después de la clase, a la chica en turno ya que la novia y yo habíamos convenido en la no prohibición de este tipo de conocencias mientras estuvimos separados por más de un año… y que sólo si nos seguíamos  queriendo, habíamos romantizado, nos casaríamos.

     Una de ellas estuvo a punto de hacerme cambiar de opción y la foto de cada una de ellas en la cartera me ansiaba. Unos días ponía la de una por delante, otros días la de la otra y la ruptura con la que no me casé fue un suceso tan doloroso; con tanto llanto, asombro, preguntas y enojo que no quiero recordarlo lentamente ni escribirlo apresuradamente

     Todavía se conserva en mi casa y a la vista la mejor foto de mi vida ¿de que creen que estoy uniformado?... pues claro… de capitán.

     Con frecuencia les he recomendado a mis ahijados, propensos a recaer en el alcoholismo o la drogadicción, y que disculpan la última recaída por el mal trato de la novia o de la esposa, que no se anden con disculpas y promesas tempranas. Que una vez iniciada la abstinencia, el mejor modo de viajar por la sobriedad con el respeto y amor de su pareja es recuperando su misterio. Ese misterio que se tiene antes de que ella caiga en la cuenta de que somos simples humanos (por no decir pobres pendejos).

     Cuando les hablo así; muchas veces pienso en esa foto de capitán primero.

     Las mujeres al enamorarse desean vivir la vida de ese hombre con todo lo que significa en cuanto a seguridad y afecto pero mucho… mucho en verdad, en cuanto a ser dueñas de ese misterio. Del insondable misterio que para ellas parece tener la vida del hombre que lo sabe ser.

     Aquellas clases de equitación en sexto año eran el deleite para unos y el tormento para otros. Uno de los atormentados fue el muy querido Ernesto Hernández Moreno quien quedó conmocionado seriamente por una caída del caballo pero que afortunadamente no le dejó daño ya que siguió siendo estudiante brillante y médico excelente toda la vida. En los últimos años se ha dejado una enorme barba hasta medio pecho pero eso es más bien cosa de la edad que de aquella caída en l960. Ernesto dice, con ese excelente sentido del humor que siempre lo caracterizó, haberse sentido bien con su aspecto de guru oji azul… hasta que le empezaron a dar dinero por la calle. Ahora luce una bella barba blanca recortada al igual que yo y que al menos en mi caso siempre soñé con tener apenas saliera del instituto armado.

     Desde aquí te saludo con gran cariño querido compañero por tantos años alejado y recientemente recuperado gracias a Dios.

     Por culpa de haber sido siempre un jinete mediocre perdí el primer lugar en sexto año. Sólo alcancé un ocho y esos puntos perdidos en una materia supuestamente fácil de superar con alta puntuación me tiraron al tercer lugar. Como dice Asun, mi querida esposa… así es el abarrote. Frase que dice todo sin decir nada y que es un don que ella me trata de inculcar desde hace veintiocho años en que andamos juntos por el mundo. Ella me ha hecho ver que quien lo dice todo no dice nada y que quien domina el arte del no decir, lo dice todo.

     El escribir este libro parece que contradice esta teoría pero es que el no decir no significa quedarse callado sino saber decir.

     Es algo así como el ajedrez que hizo a Petrosian campeón del mundo. Ese ajedrez fino y elocuente de saber “jugar sin jugar” hasta el momento oportuno… y si no  se cree que yo lo practico obsérvese los muchos años que me he esperado para publicar este libro tratando de no caer en algún bodrio anecdótico sentimental sin mensaje alguno como es frecuente, aunque conmovedor, encontrar en numerosos casos de intento literario escolar y para escolar.

     Ha habido obras literarias buenas y hermosas de médicos militares como “Pininos” de Don Guadalupe Martin del Campo y “Las Tribulaciones del Hombre” de Don Ramón Martin del Campo. Si estos dos hermanos hubieran sido una sola persona hubieran configurado el tipo de escritor ideal para mi gusto a saber: el ricamente costumbrista y anecdótico con el pensador profundo y sabio.

     El caballo fue y siguió siendo causa de éxito para compañeros como Miguel Olvera quien lo dominó a la perfección en aquel oscuro picadero las madrugadas en el Colegio Militar de Popotla al igual que en la primera unidad de tropa a la que fue comisionado después de su brillante residencia hospitalaria. Unidad de caballería en la que cosechó triunfos a caballo por las que le otorgaron prebendas y ganó prestigio.

     También hubo el caso de  un compañero de dos generaciones anteriores a la mía quien fue trasladado desde la unidad de caballería que le fue asignada hasta la sala de psiquiatría del Hospital Central Militar en brote psicótico agudo seguido de profunda catatonia después de sufrir una época de servicio con un jefe fuertemente caballista que hacía montar diariamente a todo mundo poniendo castigos monetarios desde la caída de la gorra hasta la caída del caballo. Cantidad que era usada para celebraciones y libación de fin de semana por las que aquel compañero sentía gran rechazo.

     Repito:… “así es el abarrote”. Le tocó el lugar equivocado en el momento equivocado sin haber habido ningún culpable… y vuelvo a repetir… “tu carácter será tu dote o será tu azote”.


     Querido Miguel Olvera Escorcia; medico y cirujanazo no del tipo charro glamoroso como lo fue Don Rafael Moreno Valle; poseedor de tantos puestos a través  de la charrería sino serio y campirano como tú que ahora recorres ya no a caballo sino en jeep tus extensas propiedades tamaulipecas: recibe desde aquí mi saludo y gran cariño (que no te mereces pues primero le saco un pedo a la diana cazadora que un correo tuyo a mi computadora).

jueves, 3 de septiembre de 2015

Alma de Cadete (Parte 21)


   
     No reconozco otro signo de superioridad que la bondad.

     Soportar… soporto muchos pero sólo este reconozco.

     También reconozco que la bondad es asunto de elección.

     Creo que para ser bueno hay que haber conocido lo malo. No me gustan los santos como el de Asís o el de Porres. Me gustan el de Loyola, el de Dios el de Hipona y de un modo especial los santos militares... que son tantos.

     Ni crean que les voy a platicar de ellos. Para eso están los libros e Internet… pónganse a estudiar. Las vidas de los santos son un manantial de sabiduría inagotable pues si lo sabio es conocimiento sápido, que tiene sabor, el conocimiento de estas vidas está plagado de ello.

     Desde muy niño me encontré en casa una pequeña biografía… que tendría yo ¿siete años? ¿segundo de primaria?… todavía me gustaba leer sentado en el suelo y ya traía entre manos a San Pascual Bailón ¡háganme el chingado favor! ¿cómo llegó eso a casa?... nunca lo supe pero me lo chuté por lo graciosos del nombre y me gustó. Me metió al mundo de las biografías de un modo indiscriminado. Después de Pascual estaba con Ford, luego con Marconi. Sesenta y cinco años después ando con Pitágoras, Carlomagno, Catalina de Rusia, Mahoma y todo lo que me encuentro.

     ¿A dónde voy?... a que las lecturas me han convencido de que la santidad es cosa de fuerza y de dominio de uno mismo y que no es cosa religiosa sino espiritual y ética. Que quien nunca ha sentido y sabido canalizar su agresividad y esa dosis de maldad inherente al ser humano, nunca será bueno... tal vez bondadoso... nada más.

     El enfrentamiento con el dolor animal provocado por uno mismo y posteriormente canalizado hacia el bien me parece justo y razonable por no decir indispensable.

     Ramiro y yo hemos pagado nuestra cuota del daño a los animales con nuestro arrepentimiento, dolor y perfeccionamiento. Creo que dejamos de ser un peligro para la sociedad y para nosotros mismos a su debido tiempo.

     Déjenme contarles una historia interesante de cuando estudié Hipnosis Clínica.

     Se escogió al mejor militar de tropa que se pudo. Ni una boleta de arresto. Intachable. Sargento segundo de un batallón del campo militar número uno. Cuarentón, fuerte, limpio, cortés, educado. Se le sujetó a hipnosis en un aula del Hospital Central Militar lográndose llevarlo a etapas profundas con facilidad ya que era inteligente e imaginativo.

     El asunto era saber si se le podía llevar al daño y al mal desde la hipnosis, en un intento más de dilucidar este escabroso asunto. El médico hipnólogo al cargo le dijo que en un cajón del escritorio al que estaba sentado había una pistola cargada. Que en unos momentos entraría un general uniformado y que sentiría tal odio  que sacaría la pistola del cajón y le vaciaría el cargador al general, para matarlo.

     Esto se hizo durante un curso de hipnosis clínica y experimental y los alumnos ya habíamos discutido los posibles resultados del experimento acaloradamente pues había opiniones encontradas.

     Entró el Dr. Lozano quien era patólogo y general, enamorado de la hipnosis. Imponente en su uniforme. El sargento sacó la pistola, que estaba vacía... y jaló... y jaló del gatillo una y otra vez hasta que se la quitaron de la mano

     ¿Qué sucedió? Unos decían que la hipnosis era una chingadera letal que podía cambiar por completo la personalidad de un individuo perfecto. Otros decían que este individuo no era perfecto sino todo lo contrario y que su aparente perfección era sólo un mecanismo de sublimación de sus odios y rencores; que la hipnosis sólo había devuelto al sujeto su verdadera personalidad. Hace de esto más de cuarenta años y aún acepto ambas posiciones quedándome muy claro que las personalidades demasiado rígidas son varillas de cristal que se quiebran y que las flexibles nada más se inclinan y se vuelven a enderezar; quedándome claro también, desde luego, que la hipnosis no se debe manejar más que por manos benditas y tan sólo para resolver los problemas que el paciente solicite o acepte ventilar. Nada más.

     La incursión por el mundo de la cirugía en animales, por muy dolorosa que parezca, es indispensable para que el futuro médico amoroso deje catabolizada su agresividad y su maldad.

     Los animales no nada más son alimento, fuerza de trabajo, diversión y equilibrio ecológico. También son indispensables para el equilibrio emocional del humano, desde víctima de laboratorio hasta mascota de anciano, pasando por protagonista de múltiples terapias en que hace magníficos papeles, como es el caso de la equinoterapia.

     Los animales que existen porque el hombre los rescató de la extinción para sus juegos y ritos, como el ‘uro’ de la Europa central, y que son ahora, con el hombre y el caballo  actores de le tauromaquia, son renglón aparte que tal vez en otra ocasión discuta con cualquier alma sensible que me lo solicite.

     Una vez agotado este asunto del animal y el hombre, tan importante en la formación del alma de cadete (que como hemos visto, se sigue formando y depurando durante toda la vida), pasaré a  escribir del sexto años de mi carrera.

     Al volvernos capitanes primeros, pasantes de medicina con sueldo, fuimos alejados de los cuartos con cuatro camastros, los viejos lockers juntos, los cuatro lavabos, un excusado y una regadera para ocho cadetes . Adiós a las chinches y a las queridas afanadoras, algunas tan horribles y cachondas como aquella Rosa chimuela, gorda, despeinada y dispuesta a todo ó a aquella Lula tan jovencita y agraciada que salió corriendo a los pocos días de aparecerse en tan masculino territorio.

     Sólo el día en que a cada uno le tocaba la guardia como oficial de cuartel se podía tomar alojamiento en aquel cuartito del último piso destinado al efecto y cuya puerta estuvo a punto de derribar a golpes en primer año aquél fornido cadete de mi generación; becado hondureño: Marco Antonio Cáceres cuando tras una mega peda colectiva de novatada se dispuso a rapar ni más ni menos que al oficial de cuartel.

     Dar porrazos en esta puerta era como tocar a las puertas del infierno El tal cuartucho estaba estratégicamente colocado junto a las escaleras y los golpes sonaron esa vez como el gong aquel de las películas de largo metraje cuyo anuncio inicial competía en fama con el león “de la metro”.

     Aquella madrugada fuimos llevados los escandalosos a dormir la mona a la guardia en prevención y aquello que comenzó como una novatada alcohólica por poco me cuesta mi estancia en la Escuela de no haber sido por el cariño y sentido del humor del papá de Ibancovichi quien ya de día se acercó al catre adonde yo dormía y al cual le habían quitado tornillos o lo habían armado a la carrera; el caso es que cuando yo me levanté presuroso al preguntarme aquel superior si estaba ó no borracho y cuadrarme en posición de firmes  diciendo:

      ---- ¡No, mi teniente coronel!

     …Que me da un mareo… que me detengo en el catre… y que se desarma el puto camastro cayendo yo sobre él a los pies de aquel buen médico, ayudante de la Escuela quien se dio media vuelta y se alejó… posiblemente para que nadie lo viese reír.

     Un alumno de quinto año apellidado Lozoya. Apellido de  gran abolengo entre políticos y médicos militares, en particular pediatras; era sobrino de un compañero de trabajo de mi padre y, sin yo saberlo, una especie de guardián que puso sobre aviso a mi papá.

     El, que no acostumbraba meterse en los asuntos de mis compañías y amistades me llamó para preguntarme cómo andaban mis relaciones amistosas y si existían por ahí vapores alcohólicos; quedando supuestamente tranquilo con mi explicación.

     Sin embargo el comportamiento atento hacia mí de Lozoya todo ese año, que era para mí el primero de cadete y para él el último; me hace sospechar que siempre fue este compañero el largo y silencioso brazo vigilante de mi padre que me rozaba cuidadoso durante esos peligrosos y difíciles meses de 1955.

      Lozoya, Pous, Mena, Limón, Castro, Soto, Marquinez: jovencísimos cadetes de años superiores que formaron la corte angelical que me cuidó y me mostró el camino ese primer año... benditos sean… y… como les canta Antonio Machado a los álamos del Duero: “conmigo vais… mi corazón os lleva”.

     Esa puerta del cuarto del oficial de cuartel daba lugar a una celda monacal con un camastro, un buró, una silla y un calendario en la pared con una cantante de ranchero vestida de azul .

     El ambiente sólo podría haber sido más austero sin el calendario pero era éste el único contacto con la verdadera vida ya que la cantante mostraba un generoso escote donde posar los ojos cansados de estudiar durante esas larguísimas horas muertas sin nada que hacer.

     Me devolvieron los setecientos cincuenta pesos de fianza que se habían depositado cinco años atrás y tuve que hacerme a la idea de ya no ser cadete, de ya no poder escaparme de la guardia pues “yo era la guardia”, de no poder evadir la responsabilidad pues “yo era la responsabilidad” de no poder ocultarme a la autoridad pues “yo era la autoridad”.

     Aprendí rápidamente lo que es la solemne soledad del mando… y no me gustó.

     Uno cree conocerse y saber, pero ni se conoce ni se sabe. Yo era como aquel sargento segundo hipnotizado; parecía reflejar mi verdadero yo sin ser cierto. Creía ser austero y místico cuando solamente  era el reflejo de las lecturas que andaban sueltas por la casa.

     Me fui formando ídolos en los personajes de las novelas costumbristas de los páramos nórdicos españoles, de la poesía triste nacida en Soria y Extremadura, de las novelas de aventuras con héroes sombríos como el capitán Ahab de Moby Dick.

     Creía que la soledad con una cajetilla de cigarros era más que apetecible… hasta que la probé realmente y me disgustó. Para entonces, a los veintitrés años de edad no había aprendido las dulces mieles del desmadre frívolo, sólo sabía del desmadre comprometido, de la anarquía organizada, del romanticismo acerado. Para hacerlo compartible y hermoso, necesité del ejemplo de mis hermanos cadetes de la Escuela Médico Militar quienes ya como oficiales también me enseñaron e inspiraron… y pude llegar a decir:


     “Ya casi tengo una amante que se llama Soledad;
no Socorro, no Piedad y mucho menos Dolores.
Quiero darle mis amores
a Chole, mi soledad .

     No es veloz;  tampoco es lenta.
Tiene apodo de sirvienta
mas nombre de calidad:
Chole, Chole… Soledad.

     Y la voy a compartir
a mi modo y cuando quiera
pero nadie va a sufrir
… porque sé de que manera”.


     A partir del sexto año; conociendo la soledad del mando y habiendo aprendido a cantarle, comencé a interactuar con la vida de los demás de diferentes y nuevas maneras que ocuparán el desarrollo de esta parte final del libro.