A partir del sexto año; conociendo la soledad del mando y habiendo
aprendido a cantarle, comencé a interactuar con la vida de los demás de
diferentes y nuevas maneras que ocuparán el desarrollo de esta parte final del
libro.
Empezaré por comentar que lo
primero que me gustó de mi nuevo status fue poder ponerme kepí. Siempre había
usado gorra cuartelera pues con kepí sin
insignias parece uno policía. Las tres barras doradas verticales enamoran a
cualquiera y a los capitanes se les canta en el cine, en las canciones, en las
historietas y si no me creen basta recordar nombres como: Alatriste, Nemo,
Ahab, Garfio, Von Trapp, etc.… y no se trata de juventud pues no se les canta a
los subtenientes. Ni de autoridad ya que no recuerdo coroneles enganchados en
el amor popular, aunque sí tal vez en el respeto peliculesco. Es ese grado
bello y sonoro: “capitán” al que más se le canta y del que se enamoran las
mujeres (y muchos hombres también).
Me hubiera gustado ser capitán
muchos años más y así tal vez me hubiera costado más trabajo desprenderme del
ejército… pero este romance con el grado y sus circunstancias duraba solamente
un año.
Antes de continuar quiero recordar
el chiste de aquel baile de la Escuela Médico Militar en que un joven capitán
pasante bailaba con la chica más bonita del evento pudriendo de envidia a un
viejo cachondo, general y médico rabo verde que planeaba su conquista.
El general mandó decir al
capitán que se presentara de inmediato en tal o cual lugar y rápidamente invitó
a bailar a la belleza, quien aceptó de mala gana, por lo que, ya bailando y
tratando de cautivarla, le preguntó si no se había dado cuenta de su grado.
Como la chica dijo no saber de
grados él comenzó a explicarle, engolando la voz, el significado del águila que
figuraba en sus hombros y el alto cargo que él ocupaba en el ejército a lo cual
ella respondió:
----- ¡Ah! ¡es un águila! Y yo
que creí que era un guajolote y usted el cocinero de la Escuela.
Teníamos varios uniformes a
saber, el de cuartel: beige y con gorra cuartelera. Los dos de salida: con
kepí, de color beige uno y verde olivo el otro. De campaña, para ser usado con
botas y cuartelera o casco: de color verde militar y el de gala: negro con
vivos amarillos y kepí.
Algunos nos mandamos hacer
saco blanco de media gala para usar con camisa blanca y corbata negra… elegantísimo;
pero ese era opcional. Se usaba mucho para casarse por la iglesia... como que
se violaba sólo a medias el reglamento; como fue mi caso.
Aunque el reglamento también prohibía
combinar el uniforme con prendas de civil a mi me encantaba una chamarra tipo
leñador canadiense gruesa, color verde pasto y negro, que me ponía sobre el
uniforme de campaña para ir a clase de equitación por la mañana temprano una
vez por semana. Con este atuendo iba a visitar, sintiéndome soñado, después de
la clase, a la chica en turno ya que la novia y yo habíamos convenido en la no
prohibición de este tipo de conocencias mientras estuvimos separados por más de
un año… y que sólo si nos seguíamos queriendo,
habíamos romantizado, nos casaríamos.
Una de ellas estuvo a punto de
hacerme cambiar de opción y la foto de cada una de ellas en la cartera me
ansiaba. Unos días ponía la de una por delante, otros días la de la otra y la
ruptura con la que no me casé fue un suceso tan doloroso; con tanto llanto,
asombro, preguntas y enojo que no quiero recordarlo lentamente ni escribirlo
apresuradamente
Todavía se conserva en mi casa
y a la vista la mejor foto de mi vida ¿de que creen que estoy uniformado?... pues
claro… de capitán.
Con frecuencia les he
recomendado a mis ahijados, propensos a recaer en el alcoholismo o la
drogadicción, y que disculpan la última recaída por el mal trato de la novia o
de la esposa, que no se anden con disculpas y promesas tempranas. Que una vez
iniciada la abstinencia, el mejor modo de viajar por la sobriedad con el
respeto y amor de su pareja es recuperando su misterio. Ese misterio que se
tiene antes de que ella caiga en la cuenta de que somos simples humanos (por no
decir pobres pendejos).
Cuando les hablo así; muchas
veces pienso en esa foto de capitán primero.
Las mujeres al enamorarse
desean vivir la vida de ese hombre con todo lo que significa en cuanto a
seguridad y afecto pero mucho… mucho en verdad, en cuanto a ser dueñas de ese
misterio. Del insondable misterio que para ellas parece tener la vida del
hombre que lo sabe ser.
Aquellas clases de equitación
en sexto año eran el deleite para unos y el tormento para otros. Uno de los atormentados
fue el muy querido Ernesto Hernández Moreno quien quedó conmocionado seriamente
por una caída del caballo pero que afortunadamente no le dejó daño ya que
siguió siendo estudiante brillante y médico excelente toda la vida. En los
últimos años se ha dejado una enorme barba hasta medio pecho pero eso es más
bien cosa de la edad que de aquella caída en l960. Ernesto dice, con ese
excelente sentido del humor que siempre lo caracterizó, haberse sentido bien con
su aspecto de guru oji azul… hasta que le empezaron a dar dinero por la calle.
Ahora luce una bella barba blanca recortada al igual que yo y que al menos en
mi caso siempre soñé con tener apenas saliera del instituto armado.
Desde aquí te saludo con gran
cariño querido compañero por tantos años alejado y recientemente recuperado
gracias a Dios.
Por culpa de haber sido
siempre un jinete mediocre perdí el primer lugar en sexto año. Sólo alcancé un
ocho y esos puntos perdidos en una materia supuestamente fácil de superar con
alta puntuación me tiraron al tercer lugar. Como dice Asun, mi querida esposa… así
es el abarrote. Frase que dice todo sin decir nada y que es un don que ella me
trata de inculcar desde hace veintiocho años en que andamos juntos por el
mundo. Ella me ha hecho ver que quien lo dice todo no dice nada y que quien
domina el arte del no decir, lo dice todo.
El escribir este libro parece
que contradice esta teoría pero es que el no decir no significa quedarse
callado sino saber decir.
Es algo así como el ajedrez
que hizo a Petrosian campeón del mundo. Ese ajedrez fino y elocuente de saber “jugar
sin jugar” hasta el momento oportuno… y si no
se cree que yo lo practico obsérvese los muchos años que me he esperado
para publicar este libro tratando de no caer en algún bodrio anecdótico
sentimental sin mensaje alguno como es frecuente, aunque conmovedor, encontrar en
numerosos casos de intento literario escolar y para escolar.
Ha habido obras literarias buenas
y hermosas de médicos militares como “Pininos” de Don Guadalupe Martin del
Campo y “Las Tribulaciones del Hombre” de Don Ramón Martin del Campo. Si estos
dos hermanos hubieran sido una sola persona hubieran configurado el tipo de
escritor ideal para mi gusto a saber: el ricamente costumbrista y anecdótico
con el pensador profundo y sabio.
El caballo fue y siguió siendo
causa de éxito para compañeros como Miguel Olvera quien lo dominó a la
perfección en aquel oscuro picadero las madrugadas en el Colegio Militar de Popotla
al igual que en la primera unidad de tropa a la que fue comisionado después de
su brillante residencia hospitalaria. Unidad de caballería en la que cosechó
triunfos a caballo por las que le otorgaron prebendas y ganó prestigio.
También hubo el caso de un compañero de dos generaciones anteriores a
la mía quien fue trasladado desde la unidad de caballería que le fue asignada
hasta la sala de psiquiatría del Hospital Central Militar en brote psicótico
agudo seguido de profunda catatonia después de sufrir una época de servicio con
un jefe fuertemente caballista que hacía montar diariamente a todo mundo
poniendo castigos monetarios desde la caída de la gorra hasta la caída del
caballo. Cantidad que era usada para celebraciones y libación de fin de semana
por las que aquel compañero sentía gran rechazo.
Repito:… “así es el abarrote”.
Le tocó el lugar equivocado en el momento equivocado sin haber habido ningún culpable…
y vuelvo a repetir… “tu carácter será tu dote o será tu azote”.
Querido Miguel Olvera
Escorcia; medico y cirujanazo no del tipo charro glamoroso como lo fue Don
Rafael Moreno Valle; poseedor de tantos puestos a través de la charrería sino serio y campirano como tú
que ahora recorres ya no a caballo sino en jeep tus extensas propiedades
tamaulipecas: recibe desde aquí mi saludo y gran cariño (que no te mereces pues
primero le saco un pedo a la diana cazadora que un correo tuyo a mi
computadora).
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