"El propósito del arte no es una quintaesencia intelectual, rarificada
sino la vida, la brillante e intensa vida."

Alain - Arias Misson

jueves, 3 de septiembre de 2015

Alma de Cadete (Parte 21)


   
     No reconozco otro signo de superioridad que la bondad.

     Soportar… soporto muchos pero sólo este reconozco.

     También reconozco que la bondad es asunto de elección.

     Creo que para ser bueno hay que haber conocido lo malo. No me gustan los santos como el de Asís o el de Porres. Me gustan el de Loyola, el de Dios el de Hipona y de un modo especial los santos militares... que son tantos.

     Ni crean que les voy a platicar de ellos. Para eso están los libros e Internet… pónganse a estudiar. Las vidas de los santos son un manantial de sabiduría inagotable pues si lo sabio es conocimiento sápido, que tiene sabor, el conocimiento de estas vidas está plagado de ello.

     Desde muy niño me encontré en casa una pequeña biografía… que tendría yo ¿siete años? ¿segundo de primaria?… todavía me gustaba leer sentado en el suelo y ya traía entre manos a San Pascual Bailón ¡háganme el chingado favor! ¿cómo llegó eso a casa?... nunca lo supe pero me lo chuté por lo graciosos del nombre y me gustó. Me metió al mundo de las biografías de un modo indiscriminado. Después de Pascual estaba con Ford, luego con Marconi. Sesenta y cinco años después ando con Pitágoras, Carlomagno, Catalina de Rusia, Mahoma y todo lo que me encuentro.

     ¿A dónde voy?... a que las lecturas me han convencido de que la santidad es cosa de fuerza y de dominio de uno mismo y que no es cosa religiosa sino espiritual y ética. Que quien nunca ha sentido y sabido canalizar su agresividad y esa dosis de maldad inherente al ser humano, nunca será bueno... tal vez bondadoso... nada más.

     El enfrentamiento con el dolor animal provocado por uno mismo y posteriormente canalizado hacia el bien me parece justo y razonable por no decir indispensable.

     Ramiro y yo hemos pagado nuestra cuota del daño a los animales con nuestro arrepentimiento, dolor y perfeccionamiento. Creo que dejamos de ser un peligro para la sociedad y para nosotros mismos a su debido tiempo.

     Déjenme contarles una historia interesante de cuando estudié Hipnosis Clínica.

     Se escogió al mejor militar de tropa que se pudo. Ni una boleta de arresto. Intachable. Sargento segundo de un batallón del campo militar número uno. Cuarentón, fuerte, limpio, cortés, educado. Se le sujetó a hipnosis en un aula del Hospital Central Militar lográndose llevarlo a etapas profundas con facilidad ya que era inteligente e imaginativo.

     El asunto era saber si se le podía llevar al daño y al mal desde la hipnosis, en un intento más de dilucidar este escabroso asunto. El médico hipnólogo al cargo le dijo que en un cajón del escritorio al que estaba sentado había una pistola cargada. Que en unos momentos entraría un general uniformado y que sentiría tal odio  que sacaría la pistola del cajón y le vaciaría el cargador al general, para matarlo.

     Esto se hizo durante un curso de hipnosis clínica y experimental y los alumnos ya habíamos discutido los posibles resultados del experimento acaloradamente pues había opiniones encontradas.

     Entró el Dr. Lozano quien era patólogo y general, enamorado de la hipnosis. Imponente en su uniforme. El sargento sacó la pistola, que estaba vacía... y jaló... y jaló del gatillo una y otra vez hasta que se la quitaron de la mano

     ¿Qué sucedió? Unos decían que la hipnosis era una chingadera letal que podía cambiar por completo la personalidad de un individuo perfecto. Otros decían que este individuo no era perfecto sino todo lo contrario y que su aparente perfección era sólo un mecanismo de sublimación de sus odios y rencores; que la hipnosis sólo había devuelto al sujeto su verdadera personalidad. Hace de esto más de cuarenta años y aún acepto ambas posiciones quedándome muy claro que las personalidades demasiado rígidas son varillas de cristal que se quiebran y que las flexibles nada más se inclinan y se vuelven a enderezar; quedándome claro también, desde luego, que la hipnosis no se debe manejar más que por manos benditas y tan sólo para resolver los problemas que el paciente solicite o acepte ventilar. Nada más.

     La incursión por el mundo de la cirugía en animales, por muy dolorosa que parezca, es indispensable para que el futuro médico amoroso deje catabolizada su agresividad y su maldad.

     Los animales no nada más son alimento, fuerza de trabajo, diversión y equilibrio ecológico. También son indispensables para el equilibrio emocional del humano, desde víctima de laboratorio hasta mascota de anciano, pasando por protagonista de múltiples terapias en que hace magníficos papeles, como es el caso de la equinoterapia.

     Los animales que existen porque el hombre los rescató de la extinción para sus juegos y ritos, como el ‘uro’ de la Europa central, y que son ahora, con el hombre y el caballo  actores de le tauromaquia, son renglón aparte que tal vez en otra ocasión discuta con cualquier alma sensible que me lo solicite.

     Una vez agotado este asunto del animal y el hombre, tan importante en la formación del alma de cadete (que como hemos visto, se sigue formando y depurando durante toda la vida), pasaré a  escribir del sexto años de mi carrera.

     Al volvernos capitanes primeros, pasantes de medicina con sueldo, fuimos alejados de los cuartos con cuatro camastros, los viejos lockers juntos, los cuatro lavabos, un excusado y una regadera para ocho cadetes . Adiós a las chinches y a las queridas afanadoras, algunas tan horribles y cachondas como aquella Rosa chimuela, gorda, despeinada y dispuesta a todo ó a aquella Lula tan jovencita y agraciada que salió corriendo a los pocos días de aparecerse en tan masculino territorio.

     Sólo el día en que a cada uno le tocaba la guardia como oficial de cuartel se podía tomar alojamiento en aquel cuartito del último piso destinado al efecto y cuya puerta estuvo a punto de derribar a golpes en primer año aquél fornido cadete de mi generación; becado hondureño: Marco Antonio Cáceres cuando tras una mega peda colectiva de novatada se dispuso a rapar ni más ni menos que al oficial de cuartel.

     Dar porrazos en esta puerta era como tocar a las puertas del infierno El tal cuartucho estaba estratégicamente colocado junto a las escaleras y los golpes sonaron esa vez como el gong aquel de las películas de largo metraje cuyo anuncio inicial competía en fama con el león “de la metro”.

     Aquella madrugada fuimos llevados los escandalosos a dormir la mona a la guardia en prevención y aquello que comenzó como una novatada alcohólica por poco me cuesta mi estancia en la Escuela de no haber sido por el cariño y sentido del humor del papá de Ibancovichi quien ya de día se acercó al catre adonde yo dormía y al cual le habían quitado tornillos o lo habían armado a la carrera; el caso es que cuando yo me levanté presuroso al preguntarme aquel superior si estaba ó no borracho y cuadrarme en posición de firmes  diciendo:

      ---- ¡No, mi teniente coronel!

     …Que me da un mareo… que me detengo en el catre… y que se desarma el puto camastro cayendo yo sobre él a los pies de aquel buen médico, ayudante de la Escuela quien se dio media vuelta y se alejó… posiblemente para que nadie lo viese reír.

     Un alumno de quinto año apellidado Lozoya. Apellido de  gran abolengo entre políticos y médicos militares, en particular pediatras; era sobrino de un compañero de trabajo de mi padre y, sin yo saberlo, una especie de guardián que puso sobre aviso a mi papá.

     El, que no acostumbraba meterse en los asuntos de mis compañías y amistades me llamó para preguntarme cómo andaban mis relaciones amistosas y si existían por ahí vapores alcohólicos; quedando supuestamente tranquilo con mi explicación.

     Sin embargo el comportamiento atento hacia mí de Lozoya todo ese año, que era para mí el primero de cadete y para él el último; me hace sospechar que siempre fue este compañero el largo y silencioso brazo vigilante de mi padre que me rozaba cuidadoso durante esos peligrosos y difíciles meses de 1955.

      Lozoya, Pous, Mena, Limón, Castro, Soto, Marquinez: jovencísimos cadetes de años superiores que formaron la corte angelical que me cuidó y me mostró el camino ese primer año... benditos sean… y… como les canta Antonio Machado a los álamos del Duero: “conmigo vais… mi corazón os lleva”.

     Esa puerta del cuarto del oficial de cuartel daba lugar a una celda monacal con un camastro, un buró, una silla y un calendario en la pared con una cantante de ranchero vestida de azul .

     El ambiente sólo podría haber sido más austero sin el calendario pero era éste el único contacto con la verdadera vida ya que la cantante mostraba un generoso escote donde posar los ojos cansados de estudiar durante esas larguísimas horas muertas sin nada que hacer.

     Me devolvieron los setecientos cincuenta pesos de fianza que se habían depositado cinco años atrás y tuve que hacerme a la idea de ya no ser cadete, de ya no poder escaparme de la guardia pues “yo era la guardia”, de no poder evadir la responsabilidad pues “yo era la responsabilidad” de no poder ocultarme a la autoridad pues “yo era la autoridad”.

     Aprendí rápidamente lo que es la solemne soledad del mando… y no me gustó.

     Uno cree conocerse y saber, pero ni se conoce ni se sabe. Yo era como aquel sargento segundo hipnotizado; parecía reflejar mi verdadero yo sin ser cierto. Creía ser austero y místico cuando solamente  era el reflejo de las lecturas que andaban sueltas por la casa.

     Me fui formando ídolos en los personajes de las novelas costumbristas de los páramos nórdicos españoles, de la poesía triste nacida en Soria y Extremadura, de las novelas de aventuras con héroes sombríos como el capitán Ahab de Moby Dick.

     Creía que la soledad con una cajetilla de cigarros era más que apetecible… hasta que la probé realmente y me disgustó. Para entonces, a los veintitrés años de edad no había aprendido las dulces mieles del desmadre frívolo, sólo sabía del desmadre comprometido, de la anarquía organizada, del romanticismo acerado. Para hacerlo compartible y hermoso, necesité del ejemplo de mis hermanos cadetes de la Escuela Médico Militar quienes ya como oficiales también me enseñaron e inspiraron… y pude llegar a decir:


     “Ya casi tengo una amante que se llama Soledad;
no Socorro, no Piedad y mucho menos Dolores.
Quiero darle mis amores
a Chole, mi soledad .

     No es veloz;  tampoco es lenta.
Tiene apodo de sirvienta
mas nombre de calidad:
Chole, Chole… Soledad.

     Y la voy a compartir
a mi modo y cuando quiera
pero nadie va a sufrir
… porque sé de que manera”.


     A partir del sexto año; conociendo la soledad del mando y habiendo aprendido a cantarle, comencé a interactuar con la vida de los demás de diferentes y nuevas maneras que ocuparán el desarrollo de esta parte final del libro.

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