"El propósito del arte no es una quintaesencia intelectual, rarificada
sino la vida, la brillante e intensa vida."

Alain - Arias Misson

viernes, 1 de diciembre de 2017

Alma de Mayor (Parte 26)

 ¿Qué carajo le quería yo decir? ¿Que yo era un cadete dispuesto a morir por la patria? ...¿que todo lo contrario? …¿que en el fondo no me consideraba militar? ... ¿qué me gustaba o me disgustaba eso o lo otro o lo de más allá? ...¡cuanta confusión juvenil! ... que idiota.

     … ¿No te digo mi buen ‘peninsular’? ...¿no que ya retomabas el año de ‘subresidente’? ...¿por qué te pierdes tanto?

     Bueno …sí …sí …¡ya voy!

     Hablaré de algo que dio mucho para hablar en mi contra. Ya está bien de quedar como un ángel. Lo siguiente causó regocijo y esperanzas a mis competidores de sacarme de la jugada de una vez por todas.

     Hice una punción pleural a un paciente de la sala de cirugía de tórax con una de las agujas de siempre: larga y tortuosa como las cumbres de Acutzingo (bueno, no tanto). La enderecé como era habitual a golpecitos de martillo (no, un marro no …mira que eres …con el martillito de reflejos) y cuando ya estaba toda metida en el tórax del paciente éste hizo un leve movimiento y me quedé con el pabellón en la mano.

     Putisisisisísima madre …no lo podía creer, la aguja larga, como de diez centímetros, se había convertido en algo de menos de dos. El resto ya no estaba.

     De inmediato cogí una pinza de mosco y traté de pescar algo que brillaba en el sitio de la punción, pero ya era tarde. Los ocho centímetros de metal largo, afilado y ligeramente tortuoso se habían ido al interior de la cavidad torácica. En vez de sacar líquido le había metido al paciente junto a los pulmones, un afiladísimo trozo de metal.

     Ni pedo …me lo llevé al fluoroscopio y ahí vi con coraje y miedo a la aguja descansando ya en el seno costodiafragmático; en esa profunda zanja que forman el diafragma, los pulmones, la pleura y la parrilla costal. Justo encima del hígado chingada madre, todavía hubiera sido del lado izquierdo y en una afortunada maniobra de pujo y tos lograr perforar el diafragma (aunque lo más probable con este tipo de maniobras era perforar un pulmón) y lograr que pasara al estómago ese mini florete sin empuñadura de donde en un santiamén me sentía capaz de sacárselo con una cirugía relativamente sencilla y un post operatorio de risa. En milésimas de segundo me pasaron por la cabeza diferentes y disparatadas soluciones pero no había más que hacer una cosa …y muy militar por cierto: dar parte.

     Con gran dolor de corazón le avisé de inmediato a mi ‘residente’ de cuarto año y le pregunté si podíamos hacer algo al respecto. El se comunicó
con el adscrito, éste con el subjefe de la sala, éste con el jefe (a esto en el ejército se le llama ‘correr conductos’) y todos estuvieron de acuerdo en que se dejaran las cosas así; que la mentada aguja al reposar en posición horizontal en ese lugar sería cubierta de moco (¿de moco? ...¡ni madre! me decía yo, si la pleura es una membrana serosa, no  mucosa) y luego sería encapsulada por tejido fibroso.

     ¿Y si se mueve? ...me decía yo. ¿Y si perfora el pulmón?

     De veras que me sentía como cualquier soldado borracho de tugurios dónde se ensartaban con arma blanca unos a otros cuando se enfrentaban componentes de diferentes unidades, una de las cuales se consideraba dueña y señora del congal.

     Yo hubiera querido meterlo de inmediato al quirófano, abrir tórax, separar costillas con uno de esos enormes separadores metálicos de Finochietto y meter la mano, no …meterme yo todo entero a esa jaula obscura donde palpita el corazón y respiran los pulmones en busca de la maldita aguja.

     No importaba que el paciente tuviera que cursar unos días conectado a un sello de agua (que en aquel tiempo no eran sistemas ‘ad hoc’ en los muros, sino grandes garrafones con agua y tubos por doquier). Lo que yo quería era que no quedasen huellas del desaguisado.

     Pero sí quedaron ¡y de qué forma!

     Aquél paciente era un caso interesante de pericarditis tuberculosa y sus múltiples radiografías de tórax fueron expuestas en diversas juntas durante todo ese año en que tuve que escuchar, con las orejas calientes, cuando alguien preguntaba desde la oscuridad del auditorio ¿y esa madre que se ve en el seno costodiafragmático derecho? ¿Qué es?

     ...Pues era ‘la aguja de López Rodríguez’. Del pendejo e inepto Eduardo López Rodríguez que no merecía a su paso por esa sala más de un cinco de calificación. Que no sabía ni hacer una punción. Que esto, que lo otro …que lo de más allá.

     La cosa no pasó a mayores y creo que para explicarlo debo contar una interesante historia del mercado de automóviles.

     Ahí les va:

     Un amigo de mis padres; muy rico por cierto, compró un Rolls Royce en Inglaterra durante un viaje de placer por Europa.

     Manejándolo por las montañas de Suiza tuvo que salirse bruscamente de un camino vecinal, cayó en un hoyanco, golpeó con algo; el caso es que al auto se le rompió una muelle y no acababa de colgar el teléfono pidiendo ayuda a la agencia londinense cuando ya se oía el rugido del helicóptero llegando con la refacción y el mecánico experto para resolver el incidente  (bueno, bueno, en realidad estoy exagerando; no fue tan rápido).

     El amigo de papá nunca recibió requerimiento alguno de pago y cuando meses después se comunicó personalmente por escrito y telefónicamente a la agencia que le vendió el coche la contestación fue siempre la misma: ‘a un Rolls Royce jamás se le rompe una muelle. Debe usted estar equivocado’.

     Así ha de haber pensado la superioridad de mi hospital: ‘en el Hospital Central Militar de México jamás se rompe una aguja de punción pleural por multi usada, jodida y martilleada que esté. Debe ser un error de apreciación’ …de orden superior se olvida el incidente; es más, no hubo incidente.


     De esta manera el tenebroso caso de la aguja de López Rodríguez quedó en el olvido y no se reflejó en mis calificaciones para gozo de mi parte y desesperación de quienes me venían mordiendo las corvas en la neurotizante carrera por ser uno de los tres primero lugares y quedarse de ‘residente’ un año más.

lunes, 9 de octubre de 2017

Alma de Mayor (Parte 25)

   Pero antes de pasar a cosas alejadas de los artículos, publicaciones, libros, etc. quiero compartir con ustedes las reflexiones inherentes a un articulazo que leí en ese año de 1963 en el American Journal of Ophthalmology y que se titulaba: “Vietnam a través del oftalmoscopio”.

     Fue escrito por un ‘residente’ como yo, pero ya haciendo su especialidad de oftalmología en un hospital de los Estados Unidos.

     Como a tantos ‘residentes’ allá (por eso muchos se regresaron a sus países y no quisieron quedarse a terminar su especialidad) se le envió a Vietnam por una larga temporada.

     Quedó adscrito al servicio de oftalmología en un barco hospital y hasta sus quirófanos llegaban los heridos en helicóptero. Ya era obsoleto aquel sistema de servicios escalonados en tierra que me fue enseñado durante la carrera.

     Las heridas que involucraban al ojo eran tan serias que por lo general entraban a operar simultáneamente los servicios de oftalmología, otorrino, neurocirugía y cirugía plástica, pues los destrozos casi siempre eran considerables.

     Lo memorable del artículo era que comentaba lo contentos que llegaban estos heridos (cuando estaban conscientes, desde luego) porque ya la guerra  habia terminado para ellos.

     Por esos años tuve un amigo, médico civil diez años mayor que yo que nació en Chicago pues su padre pertenecía al servicio diplomático mexicano.

     Me platicaba que cuando se presentó en la embajada de los Estados Unidos en México y se le ocurrió decir en voz alta que iba para renunciar a su ciudadanía (corría peligro de ser mandado a Corea), hasta las máquinas de escribir quedaron silenciosas y se clavaron en él las miradas estupefactas y rencorosas del personal de oficina. Fue una conmoción.

     Este mismo amigo me platicaba de otro amigo que sí fue y que le contaba de la mierda que es una guerra, con ejemplos inolvidables.

     Les platicaré uno de ellos:

     Recordaba que las películas donde aparece la infantería de marina de los Estados Unidos, con el himno hermoso que tiene ese cuerpo (lo sé tocar en la armónica) como fondo de heroicas maniobras de desembarco, eran pura fantasía orientada a despertar un patriotismo letal (en Estados Unidos cuando empezaban a exhibir películas de John Wayne ya les daba miedo de lo que estaba por venir).

     Ese amigo de mi amigo fue protagonista de uno de esos desembarcos en lanchas que al llegar a la playa abrían una gran compuerta y bajaban trotando airosamente con el fusil cruzado marcialmente ante el pecho un madral de soldados deseosos de pelear.

     ¡Mentira! ¡mentira! En el mar, antes de llegar a la playa ya habían vomitado y cagado casi todos de miedo y del vaivén brutal, y el piso del lanchón era una batea de vómito mierda y proyectiles sueltos caídos de sus propias cartucheras en el que se resbalaban al salir a la playa, cayendo muchos al agua de mala manera y ahogándose enredados unos con otros.

     Esto de los pisos cagados y vomitados en las batallas lo explica magistralmente Pérez Reverte en su novela: “Cabo Trafalgar”, donde describe a los grumetes de nueve a doce años ocupados, entre otras muchas cosas, en cubrir con tierra y aserrín las lagunas de sangre, vísceras y excremento de cubierta para permitir desplazamientos precarios y llenos de peligro.

     Eso es la guerra.

     Años después asistí a una conferencia en el auditorio de nuestro hospital donde un grupo de médicos militares estadounidenses nos pasaron transparencias, no de heridos ni de cirugías, sino de jugadas y estadios de futbol americano y de cómo se habían seguido los lineamientos de este deporte en la asistencia médica durante la guerra del Golfo Pérsico.

     No entendí ni madre y me salí rápidamente de la conferencia a la que habían hecho asistir perfectamente uniformados, cortaditos del pelo y sentados derechitos a todos los cadetes de la Escuela Médico Militar, de la Escuela de Oficiales de Sanidad, de la Escuela Militar de Enfermeras y a todo el personal médico del Hospital Central Militar (yo creo que hasta las cirugías fueron reprogramadas) para darle lucimiento a una conferencia que ningún provecho nos ofrecía (todavía y nos hubieran enseñado logística de Sanidad en Campaña inspirada en el box o las luchas o en el soccer o de perdis en las cascaritas de tochito) pero con fotos de los estadios de los Santos de Nueva Orleáns y esquemas de jugadas de los Acereros de Pittsburgh …ya ni joden; tanto los norteamericanos como nuestros jefes, responsables de ese tan diplomático, presuntuoso y desagradable evento.

     En esto del manejo de la guerra hacia lo sublime fue un genio Goebbels en el partido nazi. Eso de despertar el entusiasmo mortal y suicida de sus juventudes, el fascismo lo supo hacer muy bien y yo caí en ello cuando en España, haciendo mi cuarto año de primaria en 1946 pertenecí a las falanges juveniles de Franco (ningún escolar se escapaba) y, uniformado de ‘flecha’ (boina roja, camisola azul, pantalón corto gris, calcetas blancas y botas negras), desfilaba por las calles de León cantando himnos guerreros y remarcando el cántico con fuertes y sonoras pisadas debidas a los estoperoles que aquellas botas infantiles ya llevaban clavados en las suelas. Nos llevaban al monte San Isidro de paseos campestres en medio de una gran hermandad, servicio y disciplina. Si aquel año me hubieran pedido que diera la vida por Franco, Primo de Rivera, la Falange y la madre que los parió a todos …la hubiera dado.

     Desde aquí te saludo Mohamed Alí que siendo valiente y bueno para los chingadazos de un modo indudable y convincente, sin que nadie te pudiera tachar de cobarde, quemaste tu cartilla militar y renunciaste a la guerra de cara al mundo …con todas sus consecuencias.


     Si alguno de mis lectores quiere darle a la hilacha masoquista y beber hasta la hez de este cáliz  le recomiendo “Sin Novedad en el Frente” de Erich Maria Remarque. Me gustó tanto que lo mandé encuadernar en piel negra, con letras doradas y se lo regalé a la novia como primer regalo.

miércoles, 30 de agosto de 2017

Alma de Mayor (Parte 24)

 Así como durante la carrera un cadete de tercer año era aquel que se podía atrever a intentar cosas sublimes y tal vez no lo corrieran de la Escuela, el residente de tercer año andaba buscando cosas sublimes que hacer. Ya no picar piedra con cosas fáciles. El ser uno de lo diez fantásticos le daba derechos de aprendizaje y práctica más complicados y sofisticados.

     Ya operaba apéndices no facilotes sino retrocecales, escondidos detrás y arriba del ciego, a veces con adherencias. Tuve la suerte de operar uno que no sólo no estaba abajo a la derecha, en la fosa ilíaca, sino hasta arriba, adherido al hígado por sucesivos cuadros subagudos tratados en el medio civil con antibióticos y analgésicos a lo idiota pues nada más enmascaraban el cuadro y lo empeoraban oculto en una supuesta mejoría de un, a su vez supuesto, cuadro colítico.

     A lo mejor así era él, portador desde el nacimiento de un ciego atrás y arriba (los había con el apéndice a la izquierda por “situs inversus”). Así podían darse las cosas y las dificultades diagnósticas en donde el intestino delgado desembocaba en el grueso, deslizando su contenido semi líquido todavía en la ampolla cecal con su inútil apéndice de adorno.

     Parecíase a la colita de un gordo grueso y viscoso batracio escondido en las tinieblas del abdomen, dispuesto a traicionar cualquier día a quien le daba hospedaje noblemente sin haberse preocupado ni sabido, ni él ni nadie hasta la fecha, para qué chingados servía ese rabito visceral llamado “apéndice” (aunque apéndice es también todo aquello que se asoma un poco por fuera del conjunto, como las orejas).

     Por cierto que cuando tenía yo seis años y me comenzó a fascinar la fiesta brava suponía que a un torero al que le habían entregado “los dos apéndices del toro” según lo que leía en la peluquería mientras hojeaba las revistas que hablaban de toros (y que arrancaba saliéndome a la calle y metiéndome la hoja arrugada debajo de la camisita, para luego pegar las fotos con engrudo en cualquier cuaderno viejo que mi madre se encargaba de descubrir fácilmente (quedaban gordísimos) y destruir; ya que “prefería veme muerto antes que torero”). Suponía, repito, que aquél toro debía de haber tenido dos apéndices escondidos en la panza y que lo abrían en el ruedo para entregárselos al diestro metido cada uno en algo que se veía en las fotos negro y peludo, que no eran otra cosa que las orejas del animal.

     Yo sólo conocía como apéndice aquel gusano verdoso que se guardó mucho tiempo en el botiquín de nuestro baño adentro de un frasco vacío y limpio de crema de bolear zapatos y que era nada menos que el apéndice de Manolo, operado años atrás por un cirujano mítico del “Sanatorio Español”: el famosísimo, legendario y respetado Ángel Matute, tan amorosa y exitosamente que ameritaba ser guardado como trofeo dentro de casa ‘per secula seculorum’ (por los siglos de los siglos) …amén.

     Así se posesionaban aquellos cirujanos del amor de la Colonia Española. Así esos cirujanos, jóvenes en aquel tiempo, llegaron a ser, como Don Ángel, directores eméritos del Hospital de la Beneficencia Española, viviendo lo suficiente para llegar a ser todavía mis superiores, rodeados de amor y respeto cuando trabajé muchos años después, ya como oftalmólogo, en dicha institución.

     La imagen que me formé de tales personajes fue razón suficiente, entre otras, de mi decisión de hacerme médico ya que yo no escuchaba en las conversaciones de mis mayores expresiones reverentes más que aquellas emitidas relacionadas con los médicos (incluyendo desde luego y de modo especialísimo a ‘Don Recaredo’ –fabuloso nombre godo de poca madre ¿a poco no?– quien fuera el médico de la infancia de mi padre en aquel pueblecito ignoto de donde salió para América tantos años atrás), hacia el cura del pueblo, el maestro, el veterinario y el farmacéutico.

     Siempre hacia la sabiduría, el profesionalismo y el servicio. Nunca hacia los ricos hombres de negocios que formaban el cerrado grupo de mis padres, de sus amigos y de sus conocidos.

     Eran mis padres tan cuidadosos con el prestigio de sus hijos que siempre sostuvieron que el atraso de un año de Manolo en la primaria se debió a la operación de marras. Manolo, el mayor y Ángel, el segundo hermano, cursaron juntos parte de la primaria y toda la secundaria hasta que Manolo pasó a estudiar contra su voluntad un par de años en la Escuela Bancaria y Comercial, de donde salió para sumergirse en el, para él, detestable mundo de los negocios; debido a problemas de salud de papá.

     Este hermano mío, como ya te conté, se convirtió en un genio autodidacta de la Semiótica llegando a ser uno de los siete mejores y reconocidos del mundo, pero en la primaria no se que traumas ocultos le hacían ser pésimo alumno.

     Contaré algo buenísimo de esos asuntos familiares antes de reintegrarme a los “erre tres” y a mis andanzas como Mayor M. C. intra hospitalario.

     Resulta que en el colegio México, prestigiado colegio de maristas adonde nos tenían estudiando la primaria, entregaban calificaciones cada viernes. Esas boletas nada más decían: “Conducta” …tantos (del cero al diez) y “Aprovechamiento” …(lo mismo).

     Un viernes que Manolo le presentó a mi papá su boleta, para ser firmada como siempre, mi padre, quien era de un talante serio y tranquilo, fue viendo un par de ceros rotundos (y esto por que Manolo o era muy valiente o muy inocente, pues yo tenía compañeritos que resolvían la bronca, al menos momentáneamente, poniendo un uno descaradamente antes del cero; uno de ellos con los años figuró entre los hombres más ricos de México).

     Mi padre empezó a entrar en furor y, tomando la mochila de mi hermano, la sacudió encima de la mesa cayendo de ella como únicos ‘útiles’ unos cuantos librillos de muñequitos. Cuando vi esto me invadió el pánico; ya no quise estar presente y corrí a esconderme en el baño (junto al apéndice de Manolo) desde donde escuché una terrible explosión.

     ---- ¡Madre mía! ¡ya mató papá a Manolo! ¡ ya lo reventó de un tortazo!

     Pero no.

     La explosión había sucedido en la ‘Tintorería Inglesa’, contra esquina de mi casa, donde  acababa de suceder un, para mí, consolador y oportunísimo siniestro.

     Desde la ventana del baño pude ver, entre lágrimas de miedo y agradecimiento, a un par de empleados que entre humo y tos iban saliendo, y sentándose estupefactos en la banqueta, trataban de entender qué había pasado y cómo es que todavía estaban vivos.

      ¿Ya ven cómo de un apéndice se puede escribir un rato largo?

     Es fácil. Todo es cuestión de comenzar a hacerlo; como decía mi madre con sus refranes y dichos: “comer y rascar todo es comenzar”; igualmente yo digo, sin tanta hermosura como Marguerite Yourcenar o Isak Dienesen en el blog de Anaí: “escribir y contar todo es comenzar”. Así como para llegar a cualquier parte lo único que hay que hacer es ir poniendo un pie delante del otro, así para escribir un libro sólo hay que ir poniendo los recuerdos, anécdotas, reflexiones y meditaciones con cierto orden (no hace falta ser ordenado en exceso) y mucho cariño (pero a veces algo de saludable intolerancia y enojo; no mucho ¿eh?) para que casi sin darse cuenta vaya saliendo un libro fácil y ameno.

     Así que …¡ya vas! ponte a escribir! ¿qué estás esperando? No seas culer@, no le temas a la crítica y …además …¿quién chingaos crees que te va a leer?

     La información extra somática, o sea la acumulada fuera de nuestros cuerpos, es tan importante como la información genética que llevamos adentro, y la escritura constituye el ejemplo más significativo.

     La rápida evolución del intelecto humano es la causa y por otro lado la solución de los muchos y graves problemas que nos acechan como especie.

     Las transformaciones evolutivas o genéticas en el hombre se calculan, en largos períodos de cien mil en cien mil años. Sólo un mecanismo de aprendizaje extra genético, sustentado por la comunicación humana y esto sustentado a su vez por la comunicación inscrita (por no decir escrita) puede afrontar el rapidísimo proceso de transformación que soporta la humanidad.

     A lo que quiero llegar es a lo siguiente: Si hubiéramos esperado a que la información somática nos llevara a desplazarnos a la velocidad de un jet a través de mutaciones genéticas, estaríamos esperando no los tres millones de años que han pasado entre la aparición de Lucy y la de Madonna, sino toda una eternidad.

     Ese ‘match one’ se lo debemos a la escritura.

     Para quienes gusten y cultiven la información sápida (sápido = con sabor = sabio) les recordaré que se le puso por nombre “Lucy” a los restos de aquella muchachita de unos trece años de edad, quien fue ya un ser humano y que vivió hace tres millones de años (Siglo Treinta Mil A. C.) porque estaba de moda la canción de los Beatles de nombre: ‘Lucy in the Sky with Diamonds’; título polémico del que se discutió mucho si fue  casual o intencional el que sus iniciales correspondieran al LSD, ya que si bien la melodía trae simples rememoraciones infantiles, su letra corresponde claramente a un viaje psicodélico.
    
     Pareciera que Dios, después de habernos hecho llegar a una visión binocular (con los ojos al frente), una posición erecta, un pulgar que se puede oponer a la yema de los demás dedos y una buena y grande burbuja cerebral nos hubiera dicho: ¡“Ale, a trabajar por vosotros mismos”!

     Si te repugna que diga “Dios” en vez de “azar” o “evolución” o “naturaleza”, te quiero informar que estas bellas palabras son otros tantos alias de Dios.

     Habrá también quien me pregunte qué es lo que entiendo por progreso.

     No lo sé definir.

     Pero quien tenga oportunidad de ser sabio, tiene la obligación moral de serlo y de transmitirlo.

     De eso no me cabe la menor duda.

     Ese miedo a escribir. Ese miedo a publicar. Presente en algunos de nosotros tan preparados, pero tan neuróticos y temerosos del juicio ajeno, es bueno echarlo pa’fuera.

     Conozco artículos médicos de una valentía inútil soberana: sobre si Chopin manchó las teclas del piano con una gota de sangre por tuberculosis o por hipertensión arterial o por rinitis cocaínica o por no sé que más, escritos sin el menor temor al ridículo. O bien sobre si en los pelos de la calavera de Beethoven se encontraron huellas de plomo, porque estaba intoxicado de no se qué, o de bismuto, nada más porque tomaba mucho pepto bismol (bueno, esto es vacilada mía).

     Las publicaciones son muchas, no cabe duda. Se dice que si todo lo que se escribe sobre Oftalmología en un año se pusiera en hojas de papel tamaño carta, una sobre otra; se alcanzaría una altura superior a la de la Torre Latino Americana, con sus cuarenta y tres pisos más la antena.

     Si pensamos en una librería de Barcelona de esas que venden todos los libros que se pueda uno imaginar, de varios pisos, y la unimos con la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos, donde se encuentran todos los libros científicos del mundo, y también les arrimamos nuestro Lecumberri con los Archivos de la Nación …En fin, si nos imaginamos algo así como la Biblioteca de Alejandría del siglo veintiuno, con un ejemplar de cada libro que ha sido escrito, y nos damos a la tarea de calcular cuantos seres humanos han pasado sobre la faz del planeta, llegamos a la bonita idea de que si en el estadio Maracaná pletórico, jugando Brasil contra Argentina, un gran altavoz preguntara a los muchos miles de espectadores: ¿cuántos de ustedes han escrito un libro? difícilmente se levantaría una mano …y muy posiblemente ni eso.

     Esa es la proporción de seres humanos que escriben.

     ¡Animo! ...somos pocos aún; menos de uno por cada doscientos mil …creo.

     Quienes me digan que son pequeños para competir con los grandes, les recordaré que los tamaños son engañosos y que el universo tiene igual significado siendo infinitamente grande como si fuese del tamaño de una naranja …¿quién lo hizo? ¿de dónde viene? ¿a dónde va?

     Cuando nos quedamos tirados en la carretera porque la motocicleta falla y necesita una reparación sencilla que sólo requiere quitar un tornillo, quitar una cubierta y modificar cualquier madre ¡hay de ti si manejas apresurado el destornillador y descabezas el tornillo! Después de la desesperación y las ganas de agarrar a martillazos el tornillo, la cubierta y la moto entera, te sientas en la grava a filosofar y a aceptar que el tornillo ‘es’ toda la motocicleta y no una pendejadita cualquiera; que ese tornillo es parte integral de la moto, de ti, de tu viaje, de tu felicidad, de tu vida y de… ¿necesito decir más?

     A quien me diga …‘no manches’ …¿a que viene tanto filosofar? ¿para qué escribir? …al final polvo somos y en polvo nos convertiremos. Yo le contesto como Quevedo: “polvo seré …mas polvo enamorado”.

                                   Alma, a quien todo un Dios prisión ha sido.
                              Venas, que humor a tanto fuego han dado.
                               Médulas, que han gloriosamente ardido.

                                    Su cuerpo dejará, no su cuidado;
                               serán ceniza, mas tendrá sentido;
                               polvo serán, mas polvo enamorado.

     Si yo hubiera seguido mi tempranísima vocación de ser sacerdote católico, antes de la de ser torero y luego médico: una vez al año, cada inicio de la cuaresma, tendría preparadas mil estampitas con este fragmento de soneto para regalarle una a cada feligrés que se presentase a recibir en su frente la ceniza recordatoria del ‘polvo eres y en polvo te convertirás’.


     Y a otra cosa mariposa que aún no acabo con el tercer año y me falta todo el cuarto.