"El propósito del arte no es una quintaesencia intelectual, rarificada
sino la vida, la brillante e intensa vida."

Alain - Arias Misson

viernes, 23 de febrero de 2018

Alma en Tránsito Capítulo 2: La muerte de papá


2

LA  MUERTE  DE  PAPÁ


     Vuelvo a repetir, como lo he hecho en mis libros anteriores, la excelente frase de Marguerite Yourcenar: “Escribo no por decir lo que pienso sino para descubrir lo que pienso”. Ya mi queridísima hija Anaí, excelente, entre muchas otras cosas, en los extensos y difíciles campos de la comunicación, el guión y la novela me dijo:

     ---- ¡Papá: eso no es de la Yourcenar!

     Pero como yo ya se lo vengo adjudicando desde mis libros anteriores y no sé que esté perjudicando a nadie, no se lo voy a quitar a Marguerite por eso de que: “el que da y quita con el diablo se desquita”.

     La separación final de ambos en la vida fue difícil para ella pero fácil para papá.

     Fue así:

     A mi padre lo iban a dar de alta ese día por la tarde después de una prolongada estancia internado en el pabellón “Covadonga” del Sanatorio Español (así se le decía, en vez de “Hospital Español”, a finales de los sesenta). Había tenido dos infartos durante los años anteriores, pero se le vinieron a descubrir las huellas en el electrocardiograma hasta el tercero, en que aceptó ponerse en mis manos siendo yo residente de cuarto año en el Hospital Central Militar.

     Papá no se ponía en manos de ningún médico fácilmente.

     Me dijo una vez:

     ---- Vosotros los médicos sois como el ciento once.

     ---- ¿Cómo el ciento once? ¿Por qué, papá?

     ---- ¡Coño! pues porque empezáis con uno, seguís con uno y acabáis con uno.

     Mi padre, cerca de los setenta años, presumía de haber acudido tan sólo una vez a recibir atención médica, a la edad de veintiún años, recién llegado de España a México, para atenderse de algo intestinal que al parecer estaba cobrando muchas vidas y decían que era ‘el cólera’.

     Eran tiempos aquellos de Alvaro Obregón, recién terminada la Revolución Mexicana (¿ya terminó? …¿Cuál?) cuando en la población civil la enfermedad, la hambruna y la muerte  seguían, como en todas las guerras, segando más vidas entre la población que entre los combatientes (más del sesenta por ciento de las muertes causadas por las guerras se dan siempre entre civiles inocentes).

     Como en todas sus anécdotas, papá cautivaba con detalles como el de que al estar internado en aquella ocasión, en una sala general, con las camas alineadas unas junto de las otras; creyó estar muerto una mañana al despertar y ver que una cortina blanca se extendía entre su cama y la del vecino pues esa era la costumbre cada vez que aparecía muerto algún paciente. Lo bueno fue que en aquella ocasión el muerto era el de la otra cama y no él. A esta anécdota le gustaba anexar el chiste de aquel agente viajero que se alojó junto con otro agente de raza negra en un hotel dejando indicaciones de que lo despertaran por teléfono muy temprano. Al verse al espejo, después de que, equivocadamente, estando soñoliento, se puso en la cara betún para zapatos en lugar de crema para afeitarse, dijo bostezando:

     ---- ¡Coooño! …¡si han despertado al negro!

     Y se volvió a meter en la cama.

     Mi padre fue “sabio” en toda la extensión de la palabra pues era “sápido”, con sabor (de ahí viene la palabra “sabio”) en sus experiencias y en el modo de transmitirlas. Decía, en son de broma, que el cólera era una enfermedad en la que empezabas a cagar en tu casa y te ibas a limpiar el culo al cementerio.

     Mamá no era tan renuente pero decía que en casa la única que recetaba era ella. No aceptó recetas de mi parte hasta verme ya recibido, siendo que ya todo mundo durante el año de pasante en el Sanatorio Durango me decía ‘doctor’.

     Su primer infarto papá lo cursó achacando la molestia del pecho a que se había tomado muy rápido una Coca Cola fría. El segundo ya sospechó algo, pero se conformó con meter a Manolo, el hijo mayor, a estudiar a la Escuela Bancaria y Comercial, preparándolo como su seguidor en los negocios. Al tercero ya consultó conmigo y lo interné, pero para entonces su miocardio se había vuelto sumamente pobre, al contrario de él, que se había vuelto sumamente rico.

     En condiciones estables mamá lo llevaba a Chapultepec con Antonio el chofer (aquel grandulón pazguato del que si no se me olvida luego hablaré pues era todo un personaje) y el Mercedes negro.

     A la hora de comer regresaban al Hospital Español.

     Ese mediodía papá se encontró con un viejo amigo; se tomaron del brazo y se fueron caminando por el césped …el amigo contó un chiste …papá soltó aquella carcajada espléndida que tenía …y cayó muerto.

     Fue una bendición para él quien, creyente, ya activo en su credo después de muchos años de frialdad religiosa, había comulgado esa mañana (en el Sanatorio Español las monjas llevaban la comunión a los pacientes), desayunado, leído el periódico, y recibido la visita de Don Julián Bayón, su queridísimo amigo de quien también trataré de hablar pues fue un hombre extraordinario.

     Mi padre, sin haber llegado ni por asomo a una situación física o mental deplorables, dejó este mundo alegremente poco antes de cumplir los setenta años.

    …No así lo fue para mi madre ni para Antonio, quienes tuvieron que subirlo al Mercedes y llevarlo, trémulos de miedo y dolor (mamá cuando hablaba de este traslado se comparaba con la Virgen del Camino, patrona de su tierra: León; impresionante imagen dolorosa coronada y enjoyada, como la Macarena, la del Rocío, la de Araceli, la del Pilar y tantas otras imágenes españolas sumamente veneradas y engalanadas por el amor popular, con Jesús Cristo muerto en sus rodillas) de regreso a Polanco hasta su cuarto en el hospital, en donde todavía mamá le pedía a Don Enrique Paras Chavero, aquel cardiólogo legendario cuyos apellidos ostenta con orgullo alguna de las nuevas y flamantes instalaciones de ese hospital, que se volviese a la vida de alguna manera a ese hombre tan amado que se le había ido estando a unas horas de ser dado de alta.

     …No lo podía creer.

     Pero ya a mí me habían dicho Parás y José Antonio Lorenzo (estupendo cardiólogo de apellido galleguísimo; para que luego hagan chistes idiotas de los gallegos) quien en aquellos años lejanos era el ayudante estrella de Don Enrique, que cada mañana al pasar visita no estaban seguros de si encontrarían a ‘Don Manuel’ vivo o muerto.

     Me explicaron que en Cleveland se estaba haciendo algo de estudios y tratamiento coronario tipo radiológico intervencionista, pero con una muy elevada mortalidad (catorce de cada cien se les morían al meterles el catéter en las coronarias …y eso en los mejores casos). Papá no era candidato viable .

     Pocos meses después Christiaan Barnard, la estrella de Minnesota, ya en Sudáfrica, hizo el primer transplante exitoso de corazón a un paciente parecido a papá en edad y tipo de miocardio …¡Carajo!

viernes, 16 de febrero de 2018

Alma en Tránsito: Prólogo y Capítulo I


P  R  Ó  L  O  G  O


     Estos son recuerdos y reflexiones de tres años de vida.

     Sucedieron entre 1965 y 1967, de mis veintisiete a mis treinta años de edad, en que cumplí el contrato con el Ejército Mexicano y me reincorporé a la vida civil.

     Años de transición; de tránsito desde una vida protegida por las instituciones hasta otra abierta, de libertad y de riesgo.

     Son años de triunfo, pero que terminaron con mi entrada al mundo de las adicciones y al desencuentro, arrullado por el engañoso canto de las sirenas.

     Durante todo su escrito tuve presente en mi memoria a nueve compañeros médicos militares que coincidieron conmigo como estudiantes y que no pudieron salir airosos de esa transición. Dos de ellos murieron por suicidio, otro de sida, uno asesinado, otro terminó purgando larga condena por homicidio pasional, dos quedaron incapacitados en instituciones psiquiátricas y dos viven con problemas importantes debidos al alcoholismo.

     Para los pocos que éramos …fuimos demasiados …y muchos los que se quedaron en el tránsito.

     No es fácil escribir de un modo ordenado y ecuánime sobre estos años de transición. Es difícil determinar y seguir un cauce. Tiende a desbordarse la escritura y a filtrarse todo tipo de anécdota, de reflexión, de broma y de tragedia como el agua abundante sobre un terreno sediento.

     Quisiera ser leído por quienes lo han vivido en primera o en segunda o como cualquiera de las muchas terceras personas que  saben de estos tránsitos; de su aparente gloria y de su real catástrofe. Yo lo ofrezco tanto como un intento de encontrar una explicación para mí, como para ofrecer consuelo y aliento a quienes aún lo estén viviendo o para quienes lo vivieron o convivieron y nunca le encontraron sentido …tan sólo dolor y vergüenza.

     Como es mi costumbre, he ido entretejiendo el recuerdo anecdótico con la reflexión. No me he preocupado gran cosa por la forma ni por el lenguaje, suponiendo que el fondo es lo suficientemente interesante y ameno como para olvidarse de lo demás. A veces mezclo tiempos por dar fuerza y sabor.

     No necesito decir a quiénes está dirigido de un modo especial, pues leyéndolo lo sabrán.

     Este libro forma parte de una saga que aún no termina; es el tercero y toda ella es parte de mi contribución al mundo de quienes luchamos contra la drogadicción y el alcoholismo.

     Se me ha dicho:

    ----“Sí, … tú has hecho de la debilidad, virtud. Te has vuelto una especie de apóstol, pero apóstol de drogadictos y borrachos”.

    ...Y yo les he contestado:

    ----“Sí cabrón ...¿y qué?”; ¿tienes algo mejor que ofrecer?


                                                                                            El autor.


***


ALMA  EN  TRÁNSITO


1

MIEDOS,  AMORES  Y  CAMPOSANTOS.


     La Segunda Compañía de Sanidad en el Campo Militar Número Uno era un bonito lugar. Me recordaba al casco de las viejas haciendas mexicanas. Tenía, como todas ellas, un amplio patio rodeado por fresco andador umbrío y pájaros anidando bajo sus tejas.

     En las haciendas se ven, bajo esos techos, cabezas de caballos asomadas tristes o recelosas, masticando paja con cara de sospecha o de aburrimiento, pero en mi Segunda Compañía lo que se veía bajo esos techos eran caballos mecanizados: nuestros escasos vehículos militares: ambulancia, camión y campañola cuyo caballerango y mecánico estrella, mi cabo “El Salapa”, mimaba y curaba, haciendo maravillas con cualquier motor …cuando no estaba pedo.

     Una de sus hazañas fue dejarme perfecto el Mercedes Benz que había sido  de mamá.

     Ese auto negro y lujoso que fue el regalo que le hizo mi padre a ella cuando cumplieron treinta años de casados.

     Muy merecido regalo para la chiquilla de quien se enamoró cuando él tenía trece años y ella le permitió por primera vez acompañarla, para no cruzar sola y de noche por enfrente del cementerio.

     ¿Qué haré? …ya empecé a enredarme …¿Seguiré con la segunda compañía? ¿Con el Salapa? ¿Con la historia de cómo se enamoraron mis padres? …es una bronca esto de tener tantos recuerdos en una cabeza desbocada; pero …ultimadamente …escribiré como me de la gana; total el Mercedes, mis padres, el Salapa y la Segunda Compañía de Sanidad forman un todo congruente, aunque no fácilmente capitulable, dentro de mi corazón.

     Un jueves de principios de siglo mi madre pidió permiso a mis abuelos, siendo niña, en España, de asistir a la fiesta de Corpus Christi en un pueblo cercano, acompañando a chicas mayores (los “Corpus” siempre son en jueves …acuérdate …me gusta presumir de memorioso y han hablado de mi como “Lalo: la enciclopedia de las cosas inútiles”, pero no creas que mis datos son tan precisos).

     Se lo concedieron y lo pasó de maravilla hasta que anocheció. Al regreso, cada moza volvía en compañía de su galán, presuroso pretendiente, al menos de algún beso …y mamá estorbaba.

     Como el camino de regreso pasaba por enfrente del camposanto a mi madre le entró el miedo y notándoselo, una de las chavalas mayores le sugirió:

     ---- ¿Por qué no le dices a “Lolo el de Canales” que te acompañe?

     Lolo el de Canales era mi padre, el de aquel entonces y el que siguió siéndolo para los amigos de la infancia; vestido con overol y alpargatas quien, con las manos tras la espalda, a lo lejos, no hacía más que voltear y mirar de reojo a mamá a cada rato …bueno, así me lo contó ella.

     Mi madre coqueteaba con la idea de ser especial …tal vez maestra de Soto y Amío, su pueblo (¡cabecera municipal!) (¡imagínate!), como su madre. …Tal vez princesa … tal vez monja como sus hermanas. Cualquier cosa menos menguar su estilo dándole chance a Lolo de entrar en su vida; pero …el miedo es culero y al quedarse ella mirándolo y midiéndolo de pies a cabeza, él se atrevió a acercarse y le ofreció compañía para el regreso.

     No volvieron a platicar y él, ya de veintiún años, se fue a “hacer la América” pues la vida de labrador, como mi abuelo, no le apetecía para nada.

     Tal vez de ser minero tuvo cierta vocación frustrada (como yo de torero) pues siendo chavalillo le gustaba sumarse a las filas de los mayores que salían de la mina de carbón y caminaban por la carretera rumbo a sus casas. Papá se embadurnaba cara y manos con hollín para que las chicas lo vieran así (todo oscuro, todo lo contrario al anhelo también infantil de Michael Jackson).

     Un enamorado de los muchos que tuvo mi madre, amigo de papá, se hizo escritor y poeta, además de diputado por León, y escribió este conmovedor pequeño poema en sus años mozos:

                                 Lolo el de Canales …Lolo
                              te fuiste a México un día
                              y otro volviste muy solo
                              para llevarte a María.

                                  Y sin Marucha quedó
                              el hechizo mudo y frío:
                              fue una brisa que apagó
                              la luz de Soto y Amío

     …Y ahora …que me pregunten por qué me gusta la zarzuela.

     Mi padre tenía esos trece años al revés; ya eran treinta y uno y seguía enamorado de ella por lo que, ya rico en México y no casado, decidió viajar a España …a ver si la encontraba soltera.

     …Y así la encontró.

     Había  despreciado a cuanto indiano proveniente de América lleno de anillos de oro, leontina en el vientre, reloj en la bolsa del chaleco, bastón o paraguas cerrado y sombrero “carrete” llegó a pretenderla.

     Papá, siendo yo niño dijo en alguna ocasión el siguiente sonsonete: “Paraguas cerrado, sombrero carrete y anillo en el puro …pendejo seguro”.

     Mi padre nunca usó más anillo que el de casado y el reloj siempre lo llevó en la muñeca con correa de cuero …la conquistó, sin poemas ni oropeles.

     ¿Ya ven cómo el miedo no es tan nocivo? Yo existo gracias al miedo. A ese miedo cerval (miedo de cierva) de mi madre niña volviendo loco de amor a mi padre adolescente cuidando de ella y dándole valor para cruzar por delante de un cementerio más de veinte años antes de que me trajeran a este mundo. ¡Benditos cementerios llenos de miedos ocultos que hicieron tratarse a mis padres por primera vez! (vengo en este momento a descubrir que tal vez de ahí venga ese gusto mío por los camposantos y su ambiente; leyendo fechas y constancias de amorosas remembranzas bajo un cielo vespertino, caminando entre lápidas y cipreses pajareros).