P
R Ó L
O G O
Estos son recuerdos y reflexiones de tres
años de vida.
Sucedieron entre 1965 y 1967, de mis
veintisiete a mis treinta años de edad, en que cumplí el contrato con el
Ejército Mexicano y me reincorporé a la vida civil.
Años de transición; de tránsito desde una
vida protegida por las instituciones hasta otra abierta, de libertad y de
riesgo.
Son años de triunfo, pero que terminaron
con mi entrada al mundo de las adicciones y al desencuentro, arrullado por el
engañoso canto de las sirenas.
Durante todo su escrito tuve presente en
mi memoria a nueve compañeros médicos militares que coincidieron conmigo como
estudiantes y que no pudieron salir airosos de esa transición. Dos de ellos
murieron por suicidio, otro de sida, uno asesinado, otro terminó purgando larga
condena por homicidio pasional, dos quedaron incapacitados en instituciones
psiquiátricas y dos viven con problemas importantes debidos al alcoholismo.
Para los pocos que éramos …fuimos
demasiados …y muchos los que se quedaron en el tránsito.
No es fácil escribir de un modo ordenado y
ecuánime sobre estos años de transición. Es difícil determinar y seguir un
cauce. Tiende a desbordarse la escritura y a filtrarse todo tipo de anécdota,
de reflexión, de broma y de tragedia como el agua abundante sobre un terreno
sediento.
Quisiera ser leído por quienes lo han
vivido en primera o en segunda o como cualquiera de las muchas terceras personas
que saben de estos tránsitos; de su
aparente gloria y de su real catástrofe. Yo lo ofrezco tanto como un intento de
encontrar una explicación para mí, como para ofrecer consuelo y aliento a
quienes aún lo estén viviendo o para quienes lo vivieron o convivieron y nunca
le encontraron sentido …tan sólo dolor y vergüenza.
Como es mi costumbre, he ido entretejiendo
el recuerdo anecdótico con la reflexión. No me he preocupado gran cosa por la
forma ni por el lenguaje, suponiendo que el fondo es lo suficientemente
interesante y ameno como para olvidarse de lo demás. A veces mezclo tiempos por
dar fuerza y sabor.
No necesito decir a quiénes está dirigido
de un modo especial, pues leyéndolo lo sabrán.
Este libro forma parte de una saga que aún
no termina; es el tercero y toda ella es parte de mi contribución al mundo de
quienes luchamos contra la drogadicción y el alcoholismo.
Se me ha dicho:
----“Sí, … tú has hecho de la debilidad,
virtud. Te has vuelto una especie de apóstol, pero apóstol de drogadictos y
borrachos”.
...Y yo les he contestado:
----“Sí cabrón ...¿y qué?”; ¿tienes algo
mejor que ofrecer?
El autor.
***
ALMA
EN TRÁNSITO
1
MIEDOS,
AMORES Y CAMPOSANTOS.
La
Segunda Compañía de Sanidad en el Campo Militar Número Uno era un bonito lugar.
Me recordaba al casco de las viejas haciendas mexicanas. Tenía, como todas
ellas, un amplio patio rodeado por fresco andador umbrío y pájaros anidando
bajo sus tejas.
En las
haciendas se ven, bajo esos techos, cabezas de caballos asomadas tristes o
recelosas, masticando paja con cara de sospecha o de aburrimiento, pero en mi
Segunda Compañía lo que se veía bajo esos techos eran caballos mecanizados:
nuestros escasos vehículos militares: ambulancia, camión y campañola cuyo
caballerango y mecánico estrella, mi cabo “El Salapa”, mimaba y curaba,
haciendo maravillas con cualquier motor …cuando no estaba pedo.
Una de
sus hazañas fue dejarme perfecto el Mercedes Benz que había sido de mamá.
Ese auto
negro y lujoso que fue el regalo que le hizo mi padre a ella cuando cumplieron
treinta años de casados.
Muy
merecido regalo para la chiquilla de quien se enamoró cuando él tenía trece
años y ella le permitió por primera vez acompañarla, para no cruzar sola y de
noche por enfrente del cementerio.
¿Qué
haré? …ya empecé a enredarme …¿Seguiré con la segunda compañía? ¿Con el Salapa?
¿Con la historia de cómo se enamoraron mis padres? …es una bronca esto de tener
tantos recuerdos en una cabeza desbocada; pero …ultimadamente …escribiré como
me de la gana; total el Mercedes, mis padres, el Salapa y la Segunda Compañía
de Sanidad forman un todo congruente, aunque no fácilmente capitulable, dentro
de mi corazón.
Un jueves
de principios de siglo mi madre pidió permiso a mis abuelos, siendo niña, en
España, de asistir a la fiesta de Corpus Christi en un pueblo cercano,
acompañando a chicas mayores (los “Corpus” siempre son en jueves …acuérdate …me
gusta presumir de memorioso y han hablado de mi como “Lalo: la enciclopedia de
las cosas inútiles”, pero no creas que mis datos son tan precisos).
Se lo
concedieron y lo pasó de maravilla hasta que anocheció. Al regreso, cada moza
volvía en compañía de su galán, presuroso pretendiente, al menos de algún beso
…y mamá estorbaba.
Como el
camino de regreso pasaba por enfrente del camposanto a mi madre le entró el
miedo y notándoselo, una de las chavalas mayores le sugirió:
---- ¿Por
qué no le dices a “Lolo el de Canales” que te acompañe?
Lolo el
de Canales era mi padre, el de aquel entonces y el que siguió siéndolo para los
amigos de la infancia; vestido con overol y alpargatas quien, con las manos
tras la espalda, a lo lejos, no hacía más que voltear y mirar de reojo a mamá a
cada rato …bueno, así me lo contó ella.
Mi madre
coqueteaba con la idea de ser especial …tal vez maestra de Soto y Amío, su
pueblo (¡cabecera municipal!) (¡imagínate!), como su madre. …Tal vez princesa …
tal vez monja como sus hermanas. Cualquier cosa menos menguar su estilo dándole
chance a Lolo de entrar en su vida; pero …el miedo es culero y al quedarse ella
mirándolo y midiéndolo de pies a cabeza, él se atrevió a acercarse y le ofreció
compañía para el regreso.
No
volvieron a platicar y él, ya de veintiún años, se fue a “hacer la América”
pues la vida de labrador, como mi abuelo, no le apetecía para nada.
Tal vez
de ser minero tuvo cierta vocación frustrada (como yo de torero) pues siendo
chavalillo le gustaba sumarse a las filas de los mayores que salían de la mina
de carbón y caminaban por la carretera rumbo a sus casas. Papá se embadurnaba
cara y manos con hollín para que las chicas lo vieran así (todo oscuro, todo lo
contrario al anhelo también infantil de Michael Jackson).
Un
enamorado de los muchos que tuvo mi madre, amigo de papá, se hizo escritor y
poeta, además de diputado por León, y escribió este conmovedor pequeño poema en
sus años mozos:
Lolo el de Canales
…Lolo
te fuiste a
México un día
y otro volviste
muy solo
para llevarte a
María.
Y sin Marucha
quedó
el hechizo mudo y
frío:
fue una brisa que
apagó
la luz de Soto y
Amío
…Y ahora
…que me pregunten por qué me gusta la zarzuela.
Mi padre
tenía esos trece años al revés; ya eran treinta y uno y seguía enamorado de
ella por lo que, ya rico en México y no casado, decidió viajar a España …a ver
si la encontraba soltera.
…Y así la
encontró.
Había despreciado a cuanto
indiano proveniente de América lleno de anillos de oro, leontina en el vientre,
reloj en la bolsa del chaleco, bastón o paraguas cerrado y sombrero “carrete”
llegó a pretenderla.
Papá,
siendo yo niño dijo en alguna ocasión el siguiente sonsonete: “Paraguas
cerrado, sombrero carrete y anillo en el puro …pendejo seguro”.
Mi padre
nunca usó más anillo que el de casado y el reloj siempre lo llevó en la muñeca
con correa de cuero …la conquistó, sin poemas ni oropeles.
¿Ya ven
cómo el miedo no es tan nocivo? Yo existo gracias al miedo. A ese miedo cerval
(miedo de cierva) de mi madre niña volviendo loco de amor a mi padre
adolescente cuidando de ella y dándole valor para cruzar por delante de un
cementerio más de veinte años antes de que me trajeran a este mundo. ¡Benditos
cementerios llenos de miedos ocultos que hicieron tratarse a mis padres por
primera vez! (vengo en este momento a descubrir que tal vez de ahí venga ese
gusto mío por los camposantos y su ambiente; leyendo fechas y constancias de
amorosas remembranzas bajo un cielo vespertino, caminando entre lápidas y
cipreses pajareros).
No hay comentarios:
Publicar un comentario