28
UNA
MONJA HORRIBLE
El servicio de Oftalmología del Español sólo
contaba con la consulta externa, no había sala ni pabellón de oftalmología
(esto de los “pabellones” nunca lo ví más que en el Español) pero estaba la
fabulosa “sala cuatro”.
Era ésta una sala de internamiento, pero
tenía el área de quirófanos más activa del hospital. Más que las de Covadonga o
Maternidad. Ahí era el sitio predilecto de reunión y cotorreo de todo médico.
No había cafetería formal, pero la sala cuatro era cafetería, centro de reunión
y discusión de casos clínicos, de intercambio y camaradería y, como en aquel
entonces nuestros médicos ocupaban altos puestos tanto en instituciones de
gobierno como deportivas y sociales, la sala cuatro era sumamente agradable
tanto por las personas que la frecuentaban como por los tópicos que ahí se trataban.
En el vestidor de médicos de los
quirófanos de la sala cuatro se veían y escuchaban cosas inolvidables, por
ejemplo: colegas famosos con puestos importantes en la Selección Nacional de Futbol
contándonos de las sesiones de cine con escenas de la vida cotidiana de los
rusos y pasadas ante nuestros jóvenes futbolistas para que les perdieran el
miedo a los futbolistas rusos, contra quienes tendrían que inaugurar el mundial
de futbol en el estadio Azteca (quedaron cero a cero …ufff).
Eso como ejemplo de tantas cosas buenas
escuchadas pero, justo es decirlo, oído entre idiotez y media referente al golf
y a los precios de ropa en los Estados Unidos, recordados hasta con los
centavos (¡que manía!) así como asuntos de política o de solemnes rechazos a
intentos de soborno. Estaba prohibidísimo en aquellos años que un médico con
puesto en el gobierno aceptara un solo regalo de un laboratorio de productos
farmacéuticos …ni en sobre cerrado disimuladamente dejado “por ahí” por el
representante en turno en su consultorio (en aquellos años le mandé un regalo a
una empleada importante del departamento de control de alimentos y bebidas de
la Secretaría de Salubridad por sus atenciones en mis maniobras de sacar
licencia de leche preferente para uno de mis ranchos y la regué. Se molestó. Se
pararon los trámites y tuve que acudir al mero mero de ese departamento, quien
era médico militar a quien conocí y traté amistosamente en el Sanatorio
Durango, para volver a agilizar el asunto paralizado y llevarlo a feliz
término).
Algo presenciado en ese vestidor que nunca
olvidé fue ver llegar al Dr. Angel Matute, director del Sanatorio, a operar sin
el eterno puro todo masticado entre sus labios húmedos bajo sus ojeras de
sabueso y decirle a un médico interno:
---- A ver chaval, tú que estás joven,
súbete y asómate arriba de ese casillero y bájame un puro.
---- No hay nada maestro.
---- Busca bien, ¡coño! …o en el de junto.
---- ¿…Esto, maestro?
Y le mostraba una colilla de puro
masticada y reseca que algún día, antes de entrar a operar, Don Angel había
tirado pa’lla’rriba por si las ansias …como ese día. Colilla que encendía presuroso, le daba dos que tres
chupadas y volvía a lanzar por los aires al techo de algún gabinete alto donde
no la descubriera la monja jefa de la sala cuatro.
Esta era horrible para variar; nada
parecida a una monja sonriente y chapeteada como una manzana (tal vez la única que salvaba al gremio) tal
cual fue la Madre Timotea, adoración de mi madre y quien por ese amor, recibía,
para todas ellas y en nombre de mis padres, en vida de papá, un botezote como
de cien litros de leche que les llevaba Antonio, el chofer de mamá, cada
mañana.
Era aquella la jefa de quirófano de la
sala cuatro: una horrible mujer gorda de unos sesenta años, permanentemente mal
humorada; siempre a la defensiva, negativa y regañona. ¡Hay de ti si pedías una
sutura fuera de lo común! ¡O una pinza de más! ¡otro par de guantes! …ya tenías
ganado el bufido, la sentencia, la recriminación amarga aunque …a veces
…conseguías lo que habías pedido.
Le pregunté a mi querido consejero tío
Eduardo, el sacerdote, una opinión, un tip para sobrellevar a esa mujer y me
dijo lo siguiente (como es una verdadera joya del asunto la voy a
entrecomillar):
Me dijo: “seguramente es oriunda de la
zona de Euskadi o de Navarra …tendrás
que comprenderla y tolerarla”
Así era efectivamente: de Vitoria, donde
hasta hacía pocos años aún se ejercía el mayorazgo.
Esto del mayorazgo consistía (tío Eduardo me lo explicó) en que el hijo
mayor heredaba todo y los demás quedaban bajo su férula. De este modo el
patrimonio no se fragmentaba y quedaban todos protegidos.
Tan peregrina idea hizo que muchísimos
segundones en la línea hereditaria buscasen, resentidos, futuro dentro del
clero y del ejército en vez de darle de puñaladas al primogénito.
Montones de militares, curas y monjas
amargados y sin vocación pululaban por el mundo a causa del mayorazgo.
Tan tan.
Desde entonces me volví algo más
tolerante con todas ellas …sólo un
poquito pues era imposible no decirle a una monja de aquellas que si creía que
por traer una crucecita en la cofia se sentía poseedora de la verdad y estar
más allá del bien y del mal …por ejemplo una que andaba cuidando enfermos
importantes en el pabellón Covadonga, cuando, al serle llamada la atención por
haber movido inadecuada y excesivamente a un paciente recién operado de
catarata me contestó que a ella no le anduviera con esas cosas, que muy bien
conocía el viejo truco de los médicos echando culpas a las enfermeras para
disculpar sus errores al no haber hecho ellos bien las cosas al operar.
…Y luego estas fatuas ignorantes andaban
por ahí presumiendo de que “le cantaban las claras al lucero del alba”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario