"El propósito del arte no es una quintaesencia intelectual, rarificada
sino la vida, la brillante e intensa vida."

Alain - Arias Misson

jueves, 10 de enero de 2019

Alma en Tránsito Capítulo 28: Una monja horrible


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UNA  MONJA  HORRIBLE


     El servicio de Oftalmología del Español sólo contaba con la consulta externa, no había sala ni pabellón de oftalmología (esto de los “pabellones” nunca lo ví más que en el Español) pero estaba la fabulosa “sala cuatro”.

     Era ésta una sala de internamiento, pero tenía el área de quirófanos más activa del hospital. Más que las de Covadonga o Maternidad. Ahí era el sitio predilecto de reunión y cotorreo de todo médico. No había cafetería formal, pero la sala cuatro era cafetería, centro de reunión y discusión de casos clínicos, de intercambio y camaradería y, como en aquel entonces nuestros médicos ocupaban altos puestos tanto en instituciones de gobierno como deportivas y sociales, la sala cuatro era sumamente agradable tanto por las personas que la frecuentaban como por los tópicos que ahí se trataban.

     En el vestidor de médicos de los quirófanos de la sala cuatro se veían y escuchaban cosas inolvidables, por ejemplo: colegas famosos con puestos importantes  en la Selección Nacional de Futbol contándonos de las sesiones de cine con escenas de la vida cotidiana de los rusos y pasadas ante nuestros jóvenes futbolistas para que les perdieran el miedo a los futbolistas rusos, contra quienes tendrían que inaugurar el mundial de futbol en el estadio Azteca (quedaron cero a cero …ufff).

     Eso como ejemplo de tantas cosas buenas escuchadas pero, justo es decirlo, oído entre idiotez y media referente al golf y a los precios de ropa en los Estados Unidos, recordados hasta con los centavos (¡que manía!) así como asuntos de política o de solemnes rechazos a intentos de soborno. Estaba prohibidísimo en aquellos años que un médico con puesto en el gobierno aceptara un solo regalo de un laboratorio de productos farmacéuticos …ni en sobre cerrado disimuladamente dejado “por ahí” por el representante en turno en su consultorio (en aquellos años le mandé un regalo a una empleada importante del departamento de control de alimentos y bebidas de la Secretaría de Salubridad por sus atenciones en mis maniobras de sacar licencia de leche preferente para uno de mis ranchos y la regué. Se molestó. Se pararon los trámites y tuve que acudir al mero mero de ese departamento, quien era médico militar a quien conocí y traté amistosamente en el Sanatorio Durango, para volver a agilizar el asunto paralizado y llevarlo a feliz término).

     Algo presenciado en ese vestidor que nunca olvidé fue ver llegar al Dr. Angel Matute, director del Sanatorio, a operar sin el eterno puro todo masticado entre sus labios húmedos bajo sus ojeras de sabueso y decirle a un médico interno:

     ---- A ver chaval, tú que estás joven, súbete y asómate arriba de ese casillero y bájame un puro.

     ---- No hay nada maestro.
    
     ---- Busca bien, ¡coño! …o en el de junto.

     ---- ¿…Esto, maestro?

     Y le mostraba una colilla de puro masticada y reseca que algún día, antes de entrar a operar, Don Angel había tirado pa’lla’rriba por si las ansias …como ese día. Colilla que  encendía presuroso, le daba dos que tres chupadas y volvía a lanzar por los aires al techo de algún gabinete alto donde no la descubriera la monja jefa de la sala cuatro.

     Esta era horrible para variar; nada parecida a una monja sonriente y chapeteada como una manzana  (tal vez la única que salvaba al gremio) tal cual fue la Madre Timotea, adoración de mi madre y quien por ese amor, recibía, para todas ellas y en nombre de mis padres, en vida de papá, un botezote como de cien litros de leche que les llevaba Antonio, el chofer de mamá, cada mañana.

     Era aquella la jefa de quirófano de la sala cuatro: una horrible mujer gorda de unos sesenta años, permanentemente mal humorada; siempre a la defensiva, negativa y regañona. ¡Hay de ti si pedías una sutura fuera de lo común! ¡O una pinza de más! ¡otro par de guantes! …ya tenías ganado el bufido, la sentencia, la recriminación amarga aunque …a veces …conseguías lo que habías pedido.

     Le pregunté a mi querido consejero tío Eduardo, el sacerdote, una opinión, un tip para sobrellevar a esa mujer y me dijo lo siguiente (como es una verdadera joya del asunto la voy a entrecomillar):

      Me dijo: “seguramente es oriunda de la zona  de Euskadi o de Navarra …tendrás que comprenderla y tolerarla”

     Así era efectivamente: de Vitoria, donde hasta hacía pocos años aún se ejercía el mayorazgo. 
    
     Esto del mayorazgo consistía  (tío Eduardo me lo explicó) en que el hijo mayor heredaba todo y los demás quedaban bajo su férula. De este modo el patrimonio no se fragmentaba y quedaban todos protegidos.

     Tan peregrina idea hizo que muchísimos segundones en la línea hereditaria buscasen, resentidos, futuro dentro del clero y del ejército en vez de darle de puñaladas al primogénito.

     Montones de militares, curas y monjas amargados y sin vocación pululaban por el mundo a causa del mayorazgo.

     Tan tan.

     Desde entonces me volví algo más tolerante  con todas ellas …sólo un poquito pues era imposible no decirle a una monja de aquellas que si creía que por traer una crucecita en la cofia se sentía poseedora de la verdad y estar más allá del bien y del mal …por ejemplo una que andaba cuidando enfermos importantes en el pabellón Covadonga, cuando, al serle llamada la atención por haber movido inadecuada y excesivamente a un paciente recién operado de catarata me contestó que a ella no le anduviera con esas cosas, que muy bien conocía el viejo truco de los médicos echando culpas a las enfermeras para disculpar sus errores al no haber hecho ellos bien las cosas al operar.

     …Y luego estas fatuas ignorantes andaban por ahí presumiendo de que “le cantaban las claras al lucero del alba”.



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