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RESOLVIENDO BRONCAS
( LAS
DEMANDAS )
El otro jefe del Servicio era Don Antonio
Ros. Viejo médico (se me hace que “de cirujano: poco”) valenciano que andaba
por los setenta años. Todavía en aquellos tiempos estaba vigente la figura del
“Herr Professor”, quien envejecía y moría como jefe de su Servicio. Nada de que
a los sesenta y cinco años vas pa’fuera seas quien seas, como se hace ahora.
Era su consultorio en la policlínica
“Angel Urraza” (no te había dicho ¿verdad? que así se llamaba el edificio
antiguo de consultorios, laboratorios, rayos X y oficinas del Español) el que
yo ocupaba, pues él nunca acudía a trabajar los días en que trabajábamos los
demás. Los días que él daba consulta no quería a ningún otro oftalmólogo cerca
de él.
Casi no hacía más que graduar lentes
simplificando el modo de hacerlo con argumentos como ese de que buscar
cuidadosamente los grados en que debía quedar estipulado el eje de los
astigmatismos era innecesario; que solamente los había verticales, horizontales
y oblicuos o sea: a noventa, ciento ochenta o cuarenta y cinco y ciento treinta
y cinco grados, nada de fracciones intermedias. No se si lo hacía así por
convencimiento o por prisa, pero lo que sí sé a ciencia cierta es que si yo
dejo una graduación con más de cinco grados de error en el eje del astigmatismo
el paciente me va a mentar la madre y a exigir que le pague lo que desembolsó.
Hoy en día si un paciente se hace unos
bifocales progresivos que cambian de color con el sol, montados en un “armazón
de marca” se gasta hasta catorce mil pesos (me han enseñado la factura).
No entiendo como puede un paciente pagar
eso por un armazón de marca. Pagar tanto por la firma, aunque lleve tornillos
de titanio, cuyas bondades son muy relativas y no compensan el incremento del
precio, así como el baño de oro, que ya hoy muy pocos lo quieren lucir y que
nadie lo va a andar raspando para comprobar su kilataje; es como comerse una
torta de mil pesos. Siempre será nada más una pinche torta, le pongas lo que le
pongas.
En el escritorio de Ros, en esa tablilla
que se mete y se saca y que nunca supe bien a bien para qué servía, tenía
pegado con diurex un papel blanco con nombres y teléfonos tales como “Don
Adolfo” o “Doña Josefina”. Poco tiempo tardé en saber que eran los privados del
Presidente de la República y de su esposa.
En las paredes había dos cuadros con fotos
pequeñas de diplomas y reconocimientos varios adentro. Eran sus constancias de
muchos años atrás cuando destacó como uno de los pioneros en el uso de la
cortisona en la especialidad de ojos.
Algunos de ellos me llamaban la atención
porque eran de universidades de la India lo cual me parecía sumamente exótico
para aquellos tiempos tan dominados en medicina buena por occidente (hasta la
fecha), aunque en occidente hay quienes parecen peor que orientales; como la
oftalmología cubana cuando quiso hacernos creer que había descubierto el
vellocino de oro curando enfermedades de la mácula retiniana implantando en el
nervio óptico un poco de tendón de Aquiles liofilizado ¡háganme el chingado
favor! …y hasta creo que un barco estuvo fuera de nuestra aguas territoriales
ofreciendo tan peregrina solución.. Lo peor del caso es que hubo …y hay,
quienes sostienen que la oftalmología cubana es chingona y superior a la
nuestra. Pa’la madre; yo si oigo a un médico cubano decirme: ‘oye chico yo te
vo a curá a ti esa maculopatía que tú tiene’, no le creo ni madre y salgo
corriendo. Me encanta su modo de hablar, pero …que no me chinguen.
Este Dr. Ros tenía fama de buen escritor
pero tan sólo era un muy cuidadoso manejador de la gramática. Cuando leía algo
se soltaba criticando que si ese modo de combinar los pretéritos no conformaban
correctamente el pluscuamperfecto y quien sabe cuantas correcciones más para
demostrar que quien había escrito eso era tan sólo un “pluscuanpendejo”.
Así no se puede ser un fluido, buen
escritor. Acabo de leer un libro titulado “Mil y una Puñaladas a la Lengua
Española” (ó algo por el estilo) y quedé tembloroso, apanicado y paralítico
…¡en la madre! …solamente le falto arrasar con Cervantes y Lope de Vega.
Con tanto puntillismo no hay quien se
atreva a escribir.
Yo le diría a este amigo que escribió el
libro y quien, lo que sea de cada quien, tiene un sentido del humor excelso que
me hizo reír a carcajadas, que no la
joda, que se acuerde que en el libro en que se inspiró para titular el suyo y
que es el excelente “Mil y un Años de la Lengua Española”, de Antonio Alatorre,
queda claramente demostrado cómo el idioma mal hablado y mal escrito es el que
perdura. Creo recordar (no me hagan demasiado caso) que lo hace mostrando en
una página una columna escrita en latín culto y al lado de ella su equivalente
en latín vulgar, mostrando cómo nuestro castellano se apega más a éste que a
aquel.
Don Antonio Ros no era muy querido por los
médicos ni por la colonia española por haber metido en la cárcel, donde murió
pobre y jodido, a un español que supuestamente le jugó chueco en algún negocio
(creo que fue asunto de minas o algo así). Siempre tuve la idea de que entre
los españoles en México hubo un código de ética “sui generis” en el sentido de
arreglar esos asuntos renunciando a ciertos fueros. Al menos así lo noté yo en
algunos contratos y asuntos oficiales que llegué a leer, firmados por mi padre.
La estamina de este viejo médico radicaba
en sus fuertes contactos políticos que le servían al Sanatorio y a la
Beneficencia Española para agilizar trámites y “desfacer entuertos”
Esto de enfrentar y resolver broncas no
le es ajeno en absoluto a ningún centro hospitalario. Hoy en día hay verdaderos
súper bufetes de abogados para tal fin y grandes empresas dedicadas a la
protección de médicos, enfermeras y hospitales, los cuales se han visto presas
de licenciados filibusteros que asaltan los galeones con la avaricia pintada en
los ojos y la envidia en el corazón por no haber sido los favorecidos con el
tesoro de los médicos (igualito que los piratas holandeses e ingleses, a
quienes hasta los hacía “sires”’ como a Francis Drake, robando en alta mar y
lejos de la mano de Dios a los galeones
españoles).
En una ocasión el director del sanatorio
me mandó llamar para que yo hablara con una conocida de la familia, joven y
guapa, quien se hizo una rinoplastía con el otorrino del que ya hablé y que
poco después murió trágicamente.
Resulta que una de las aletas de la nariz
quedó ligeramente jalada hacia arriba y mi amigo se aceleró a corregir el
entuerto.
Quedó peor y demandó al Sanatorio por
diecinueve mil pesos que era lo que le cobraba González Ulloa por reoperarla
(este cirujano plástico era famoso; tantísimo operaba que tenía, en su
consultorio, una ventanilla para atender quejas).
Sólo presume de no tener complicaciones
quien no ejerce.
El mayor índice de suicidios en nuestra
profesión es precisamente entre los cirujanos plásticos; les siguen los
anestesiólogos. Los oftalmólogos estamos en tercer lugar.
Hablé con Carmela (la amiga) y le dije que
el Sanatorio Español ponía a sus órdenes a Ortiz Monasterio (lo máximo en sus
tiempos). Este don chinguetas llegó a operar labio leporino en niños desde
antes de nacer ¡sí …me cae de madre! ¡Los operaba dentro de la matriz!
Le ponía también a un tal Serrano, de quien
yo no sabía nada y por eso ni lo mencioné, y cero gastos; pero que se esperara
tantito, que no presionara a sus cirujanos, que el agua no hervía más pronto
por apresurarla, que la cicatrización, que la cirugía plástica y sus
mandamientos, que la madre que te parió, que la madre que me parió a mí (creo que
fueron primas segundas).
Aceptó y la bronca terminó a todo dar sin
necesidad de recurrir a Don Adolfo ni a Doña Josefina. Esa vez el servicio de
Oftalmología del Español se cubrió de gloria sacando al toro de la barranca no
a través de su decano de setenta años sino de su benjamín de treinta.
¡Perfectly!
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