"El propósito del arte no es una quintaesencia intelectual, rarificada
sino la vida, la brillante e intensa vida."

Alain - Arias Misson

martes, 11 de diciembre de 2018

Alma en Tránsito Capítulo 27: De la infidelidad y sus descalabros


27

DE  LA  INFIDELIDAD  Y  SUS  DESCALABROS
( MI  PRIMERA  AVENTURA )


     No solo impresionaba yo a médicos, directivos, y monjas (a estas más bien las encabronaba), sino también ¡cómo no! a las enfermeras.

     Precisamente con una dulce criatura de ellas tuve mi primera relación sexual extramarital a los cuatro años de casado.

     Ni hablar. No pude llegar al séptimo año como en aquella película de Marilyn Monroe y Tom Ewel “La Comezón del Séptimo Año”. A mí me atacó antes la picazón, pero con otros muchos síndromes pruriginosos psico emocionales que en otro libro he de tratar si Dios no decide lo contrario.

     Quiero extenderme un poco en esto de mi primera aventura extra marital pues es justo recordar que su incubación se debió a un grupo de oftalmólogos del Hospital General que pudieron haber sido quienes me enseñaran la especialidad de haber ocupado la plaza que me ofrecieron en 1964.

     Estaban en el Español haciendo un estudio comparativo de glaucoma entre población de origen hispano e indígena mexicano. Eran ellos maestros de la especialidad del Hospital General. Entre ellos estaba una doctora guapetona y madura bastante mayor que yo quien ostentaba con orgullo su soltería, por lo que los colegas medio humoristas, medio ansiosos le decían “ya doctora, ya cásese …aunque sea un poquito”.

     El primer día que di consulta en el Español mi consultorio estaba ocupado por esta dama y al abrir la puerta y asomarme, volví a cerrarla presuroso y acojonado pidiendo disculpas, esperando como idiota en el pasillo hasta que se desocupara “mi” consultorio. Aquella doctora le dijo a la enfermera que la estaba apoyando: “De estos me recetó el doctor” (lo cual me vino a contar esta pequeña, con la que caí, tiempo después).

     Esto de las enfermeras que lo hacen “caer” a uno de médico joven me hace recordar lo que me platicaba Rafael Payró acerca de su pronta conquista y relación sexual con una enfermera pelirroja y guapísima recién llegado a Nueva York a especializarse en el Sanatorio San Vicente con Castroviejo …a la mañana siguiente ya lo sabía todo el hospital. Ella era quien lo presumía …ni chance tuvo de que alguien le preguntara por qué traía esa sonrisa feliz …esa cara de idiota.

     A partir de aquel mi primer día de consulta en el Español sentí la sombra premonitoria de una aventura, máxime que aquella mujercita era bien lista (ahora, recordando, me doy cuenta) pues usó recursos tales como dejar “olvidadas” en mi escritorio unas hojas escritas con los parlamentos de una despedida de soltera. ¡Qué bárbaro! ¡Yo no me imaginaba tanta picardía y erotismo latente en las mujeres! Fue un fogonazo y yo llevaba meses sin actividad sexual. Por aquellos días nació mi segunda hija después de un embarazo sumamente cuidado, al igual que el de la primera, pues desde que el primer embarazo terminó en aborto estábamos medio traumados y exagerando precauciones.

     Yo me sentía fatal, horriblemente culpable con mi hija, quien nació en esos días, y con la mamá. 

     Afortunadamente no me fue penoso disolver aquella relación extra familiar (siempre fui un inútil para disolver esas relaciones) pues mi fugaz amante se embarazó (o ya estaba embarazada) de un otorrinolaringólogo gallego rubio y con Ferrari rojo, quien al parecer la tenía ilusionada con dejar a su esposa y casarse con ella.

     Cuando se acabó la fantasía ella se provocó el aborto y estuvo grave internada en el Hospital donde trabajábamos.

     El joven otorrino (igual que Moguel, ¡carajo!) se mató en su Ferrari en esos días.

     Pequeñas tragedias para quien no las vive de cerca. Enormes para quien tuvo algún papel en ellas.

     Me prometí no volver a esas andanzas, pero la semilla de la infidelidad ye había sido puesta en mí y me fui volviendo un mujeriego atroz.

     Fui durante  muchos años como aquél “Don Fulgencio” (el hombre que no tuvo infancia) que aparecía en las tiras cómicas haciendo o imaginando tarugada y media detrás de una imagen austera totalmente falsa.

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