Esto de Petrosian merece comentario aparte
porque es sabroso.
Resulta que, igual que Jimmy Carter, nació
en Georgia …sí …en serio …pero la Georgia de la entonces ‘Unión Soviética’.
Como todos
aquellos que sus apellidos terminan en ‘ian’ o ‘yan’ (Burbulian,
Arakelian, Babayan por ejemplo …de mis conocidos) era de sangre armenia.
Para que lo ubiquen en el tiempo (ya se
los ubiqué en el espacio), sería un poco mayor que yo, de principios del siglo
veinte y fue el campeón mundial de ajedrez antes que Spassky, aquél otro ruso
que perdió ante Bobby Fischer en el famosísimo duelo de Reykjavik allá por los
setenta y que tuvo al mundo pendiente y emocionado pues Rusia dejaba de ser la
madre del nuevo campeón mundial (perdiendo ante un estadounidense y, para mayor
afrenta, en plena guerra fría) por primera vez después de larguísimos años de
total y absoluta hegemonía rusa.
Tigran Petrosian; fortachón, poseedor de
una hermosa voz, como muchos otros ajedrecistas rusos. Cantaba bien, pero
jugaba feo según muchos georgianos, quienes rechazaban estudiar, disfrutar y
presumir sus partidas ya que eran empates, empates …y más empates hasta que
daba el zarpazo en las partidas cruciales. A ellos les gustaba el estilo de
Miguelito Tahl, letón, débil, de salud precaria, ex campeón mundial, quien
jugaba con fascinante fantasía y riesgo, ofreciendo sacrificios escalofriantes
para levantarse con triunfos sumamente brillantes y emotivos. Se decía de Miguel
Thal que si jugabas contra él y se dejaba ganar una pieza ya las cosas pintaban
mal para ti, pero que si sacrificaba una segunda pieza ¡caput! ya te podías dar
por muerto irremisiblemente.
En una ocasión en que Petrosian andaba de
gira y el ferrocarril paró en su tierra, desde la puerta del vagón cantó con su
bella voz de barítono ante un público supuestamente entregado …pero no tanto,
porque de pronto se escuchó una elevada voz femenina que lo increpó gritando:
---- ¡Tigran! ...¡cómo te atreves a no
ganar!
A mí me gustan ambos y repaso sus partidas
con deleite.
Siempre pensé que tuve maestros y
compañeros médicos militares como Miguel Thal, deslumbrantes, y otros como
Petrosian, opacos. Pero en todos ellos abrevé y alimenté mis ansias de saber, y
todos ellos me entregaron los recursos con los que he vivido y sacado adelante
mi vida y a mi familia.
¡Gracias Thales y Petrosianes de mi amado
Hospital Central Militar; quienes destaparon los frascos de sus esencias para
darme armas gozando y sufriendo en soberbios torneos de vida y de muerte, de
salud y enfermedad, a bordo de aquel gran trasatlántico iluminado de mis años
mozos!
No hay comentarios:
Publicar un comentario