Durante mis últimos años en tan noble
institución, en una unidad que no era el hospital militar; estuve a punto de
liarme a golpes con dos generales y de levantarle un acta por abuso de
autoridad ni más ni menos que al comandante del campo militar número uno.
Tuve suerte de que se me concediera la
licencia ilimitada antes de ser fusilado cualquier amanecer o de ser enviado a
morir en la lucha contra Rubén Jaramillo en el estado de Morelos o contra Lucio
Cabañas en Guerrero (por cierto que en este estado un pueblo llamado San
Antonio de la Sal ostentaba en aquel entonces el indigno honor de ser el
conjunto humano con mayor porcentaje de muertes violentas al año en el mundo
entero, en proporción a su número de habitantes).
Lucio Cabañas no era de este pueblo sino
de Atoyac de Álvarez, que es algo de lo mismo. A ese lugar fue enviado años
después un compañero mío por un general de altísimo grado que no aceptó las
muestras de inconformidad de este subalterno insultado injusta y soezmente en
público, siendo Teniente Coronel Médico Cirujano del Ejército Mexicano.
Esto de los celos entre los egresados de
la Escuela Médico Militar y la Escuela Superior de Guerra era añejo. Incluso
hubo intentos serios de hacer desaparecer a la Escuela Médico Militar alegando
que en otros países chingones como Estados Unidos, los médicos militares eran
todos de extracción civil, asimilados al ejército ya con la carrera terminada,
y que eran muy pocos los países en que el ejército formaba a sus médicos (creo
que lo hacen Francia y Rusia, pero nunca lo averigüé).
Fue el general Gilberto R. Limón,
Secretario de la Defensa durante el sexenio de Miguel Alemán allá por los años
cincuenta quien externó la opinión de que si se eliminaba la Escuela Médico
Militar se eliminaría la máxima representación de prestigio de nuestro ejército
ante el mundo.
¡Sshhtt! ¡a callar todos! ...¡como si
estuviéramos en misa!
Y esto fue dicho en años en que los altos
mandos militares gozaban de extraordinarias prebendas de parte del Poder
Ejecutivo por haber sido el Lic. Miguel Alemán el primer presidente de
extracción civil después de muchos, pero muchos años de hegemonía militar. Se
decía, no sin buen sentido del humor, que durante el sexenio de Miguel Alemán había
diez generales por cada soldado de tantos altos grados que se otorgaron para
tener contentos a los mandos de las fuerzas armadas.
Hubo un episodio entre mis amigos y
colegas en el 1963 de que estoy hablando que pudo haber terminado en tragedia
cuando un oficial de la Escuela Superior de Guerra retó a duelo con pistola a
un colega médico militar y éste aceptó el reto. Los amigos de éste le dijimos
que no fuera bestia, que iba a morir pues ese oficial era campeón de tiro y no
sé que más cualidades armamentistas, pero mi compañero dijo que le valía madre
y propuso que el duelo fuera ‘de a
pañuelito’; considerando lo cual aquel oficial experto tirador aceptó dejar el
asunto pendiente para otra ocasión, previa disculpa respectiva. Ese tipo de
duelo consistía en coger cada uno de los duelistas un pañuelo por diferente
esquina y a esa distancia, con el brazo extendido, dispararse ambos
simultáneamente.
Para los que no quieran creer que éstos,
para mí excelentes medios de combatir la arbitrariedad, la corrupción y la
impunidad, eran una prometedora realidad aquí mismo, juntito al D. F., no en
zonas salvajes de poderosos caciques y temibles caudillos; les contaré dos
casos cercanos durante esos años que estoy relatando.
Estando yo de ‘residente’ de tercer año
llegaron al hospital los cuerpos de dos oficiales egresados del Colegio
Militar, quienes se enfrentaron con pistola por haberse enojado y ofendido
queriendo meter sus unidades respectivas al comedor uno antes que el otro en el
Campo Militar Número Uno …aquí a la vuelta. El duelo consistió en ponerse la
boca de la cuarenta y cinco en el abdomen y disparar al mismo tiempo.
Uno llegó muerto y al otro pudimos
salvarlo, pero perdió una pierna por los destrozos de la bala y la onda
expansiva en la región de una de las grandes arterias ilíacas primitivas.
El otro caso sucedió en una unidad de
tropa de una base aérea aquí …tras lomita …en el estado de Hidalgo, cuando yo
era ‘residente’ de tercer año, y cuyo médico en esa unidad era y sigue siendo
gran amigo mío. El lo presenció; él me lo contó y él también es digno de
crédito.
Resulta que un capitán y un sargento de
esa unidad no se podían ver. Habían llegado a las manos y el sargento había
madreado ya en dos ocasiones a su superior.
Un
medio día en que estaban sentados ante una mesa, entre otros miembros de la
unidad, el sargento, risueño, sin alcohol ni droga de por medio, le dijo al
capitán que le diera chance de otra sesión de golpes.
---- Pa’ romperle ya toda la madre de una
vez por todas …con todo respeto …mi capitán.
---- No mi sargento …esta vez no va a ser
así …dijo el capitán sacando su pistola de la funda y poniéndola sobre la mesa
---- ¿trae con qué? ----.
---- Pos nooo …mi capitaaaán.
---- No importa, ¡tómela! dijo el capitán
empujándosela suavemente por encima de la mesa al ya para entonces temeroso y
medio acobardado sargento, habiendo cortado cartucho el dueño del arma enfrente
de los inquietos presentes para demostrar que estaba cargada y lista para
matar.
…Y ya que el sargento sostenía la pistola
en la mano temblorosa, el capitán sacó lentamente otra pistola que traía atrás,
en la cintura, cortó cartucho y apuntando al sargento empezó a insultarlo y a
ofenderlo de una manera tan grave, tan soez, tan imposible de soportar que el
sargento disparó …y el capitán también …se diría que al mismo tiempo.
Puuuuuuum…
Paff … … …plaff...
Ambos cayeron de bruces sobre la mesa.
El eco de los balazos debe haber estado
apagándose cuando la sangre, esa sangre lenta espesa oscura y abundante que
sale de los grandes agujeros, comenzó a inundar la mesa debajo de sus cuerpos
Según mi compañero se armó tal desmadre en
la unidad y fue tanta la confusión acerca de cómo hacerle para dar parte
adecuadamente a la superioridad, que se tardaron dos días en dar por terminadas
las averiguaciones y otorgar la fe de cuerpo muerto y acta de levantamiento de
cadáver de ambos contendientes.
Así vi o supe de cerca cómo se las
gastaban los honores lastimados entre militares durante mis años de hospital, y
tuve la oportunidad de salvar al menos una de esas vidas tan brutalmente
arriesgadas y bárbaramente segadas en la mayoría de los casos.
Cuando cuento esto a los jóvenes y me
manifiesto partidario de volver a instaurar el duelo a muerte como asunto legal
para no dejar que ningún cabrón se refugie en la cobarde impunidad que impera
en nuestros días me dicen:
---- ¿Qué pasó padrino? ¡¿Y los que no
sabemos pelear así?!
Entonces yo entro gustoso a la historia,
al parecer verídica, de aquel sabio pequeño y regordete, de gruesas gafas,
quien se vio envuelto ante un militar de alta graduación en uno de estos graves
asuntos y en el que, como fue el ofendido, tuvo derecho a escoger las armas.
La noche previa al duelo, fijado a las
seis de la mañana siguiente en el paseo de los poetas del bosque de
Chapultepec, el general durmió a pierna suelta con la seguridad de salir
triunfante fuera cual fuera el arma escogida por el sabio, desde la resortera
hasta el cañón. Desde la llave de tuercas hasta las boleadoras para cazar
avestruces (con éstas salió airoso de un duelo a muerte un tío abuelo mío.
Luego se los cuento)
La fresca mañanita del duelo, los padrinos
del general abrieron el estuche de las armas y se encontraron con dos
salchichas en vez de las esperadas dos pistolas que debería presentar el
padrino del dulce y pequeño intelectual.
Ante la extrañeza del general aquel
valiente sabio dijo:
---- Una de ellas está envenenada. ¡Escoja
usted la suya y comámoslas simultánea y rápidamente ahora mismo!
El general no hizo como ‘el charifas’ del
cuento que se acobarda y dice que lo den
por muerto y que ‘ahí muere el pedo’ ¿Nooo? …pero que vayan todos de su parte a
chingar a su madre y que ja ja ja, je je je …¡A poco se la creyeron! ¿¡Qué …a
poco iba en serio¡?
Lo que hizo fue reconocer el valor inmenso
de su contendiente, darle una satisfacción y retirarse del escenario del duelo
convencido de haber aprendido una lección que desconocía acerca del valor y la
dignidad.
Lo de mi familiar fue así:
Es algo sumamente interesante y deseo
contarlo, pero no para andar presumiendo de dignidades genealógicas
inmerecidas.
Mi madre, con sus muy comprensibles aires
y anhelos de Sissy Emperatriz, tenía prohibido que se contara esto en la casa:
Uno de mis bisabuelos fue muerto de mala
manera en Argentina por un tipo valentón de esos tan bien descritos por José
Hernández en el ‘Martín Fierro’.
Por aquellos años era costumbre en los
pueblos del norte de España reunir a las familias para decidir quien iba a
vengar la afrenta. Esto lo describe con gran calidad literaria narrativa Camilo
José Cela en su ‘Mazurca para Dos Difuntos’. Cela lo ambienta en Galicia, pero
lo sucedido en el seno de mi familia no sucedió en los pueblos de la España
cantábrica verde y marinera sino en la España seca profunda y austera, de
pantalón de pana, chaleco de paño, camisa blanca y boina negra bien centrada
aunque muy levemente ladeada …vaya …como la cuartelera de un cadete. Pueblos
pobres y fríos de la provincia de León.
Un hermano de mi abuelo materno fue el
escogido (a mi abuelo no le tocó pues se decidió que él tendría que cuidar de
los padres en caso de muerte del hermano) y el tercer hermano se quedó en
España haciendo el servicio militar.
Llegando a la Argentina de mediados del
siglo diecinueve mi familiar buscó, encontró y retó a muerte al culpable,
quien, haciendo uso de su derecho por ser el retado, escogió un arma que
dominaba: las boleadoras usadas en la
pampa para enlazar por las patas al ñandú o para descerrajarle un bolazo mortal
de piedra o de hierro sujeto en tiras de tripa o cuero a cualquier bicho
viviente que pareciera merecérselo.
La clase de bestia peluda que era mi tío
abuelo y el porqué ese tipo de hombres conquistaron gran parte del continente
americano sometiendo a numerosísimos guerreros que vivían en aparente candidez,
pero sustentados por una multitudinaria pronta y feroz mística sangrienta,
queda demostrado con el hecho de que éste, mi ancestro, aceptó sin saber ni por
dónde se cogían las boleadoras y con ellas acabó su cometido exitosamente. Me
imagino que agarró las correas cerca de las bolas y sin andarse con fintas ni
florituras se le fue encima al otro como si trajera en la mano una llave de
tuercas, rompiéndole la crisma en un ¡Jesús!
Todo eso de la dignidad exaltada y el amor
propio sí pueden haber venido de aquellos ancestros, pero la valentía
enloquecida y temeraria del pueblo español no era tanto de leoneses como de
extremeños. Estos, allá por el siglo dieciséis, habitaban casas que eran
verdaderas fortalezas pues se la pasaban defendiéndose unos de otros y peleando
constantemente entre propios y extraños. Ellos fueron quienes vinieron a
sembrar esas semillas genéticas en el criollaje y mestizaje que se mataba en
duelos salvajes de locura.
La sangre española que vino de la Castilla
de Salamanca y Valladolid, del reino de León, fue la que dejó su huella en el
sabio de la salchicha envenenada.