Pero antes de pasar a cosas alejadas de los artículos, publicaciones,
libros, etc. quiero compartir con ustedes las reflexiones inherentes a un
articulazo que leí en ese año de 1963 en el American Journal of Ophthalmology y
que se titulaba: “Vietnam a través del oftalmoscopio”.
Fue escrito por un ‘residente’ como yo,
pero ya haciendo su especialidad de oftalmología en un hospital de los Estados
Unidos.
Como a tantos ‘residentes’ allá (por eso
muchos se regresaron a sus países y no quisieron quedarse a terminar su
especialidad) se le envió a Vietnam por una larga temporada.
Quedó adscrito al servicio de oftalmología
en un barco hospital y hasta sus quirófanos llegaban los heridos en
helicóptero. Ya era obsoleto aquel sistema de servicios escalonados en tierra
que me fue enseñado durante la carrera.
Las heridas que involucraban al ojo eran
tan serias que por lo general entraban a operar simultáneamente los servicios
de oftalmología, otorrino, neurocirugía y cirugía plástica, pues los destrozos
casi siempre eran considerables.
Lo memorable del artículo era que
comentaba lo contentos que llegaban estos heridos (cuando estaban conscientes,
desde luego) porque ya la guerra habia
terminado para ellos.
Por esos años tuve un amigo, médico civil
diez años mayor que yo que nació en Chicago pues su padre pertenecía al
servicio diplomático mexicano.
Me platicaba que cuando se presentó en la
embajada de los Estados Unidos en México y se le ocurrió decir en voz alta que
iba para renunciar a su ciudadanía (corría peligro de ser mandado a Corea),
hasta las máquinas de escribir quedaron silenciosas y se clavaron en él las
miradas estupefactas y rencorosas del personal de oficina. Fue una conmoción.
Este mismo amigo me platicaba de otro
amigo que sí fue y que le contaba de la mierda que es una guerra, con ejemplos
inolvidables.
Les platicaré uno de ellos:
Recordaba que las películas donde aparece
la infantería de marina de los Estados Unidos, con el himno hermoso que tiene
ese cuerpo (lo sé tocar en la armónica) como fondo de heroicas maniobras de
desembarco, eran pura fantasía orientada a despertar un patriotismo letal (en
Estados Unidos cuando empezaban a exhibir películas de John Wayne ya les daba
miedo de lo que estaba por venir).
Ese amigo de mi amigo fue protagonista de
uno de esos desembarcos en lanchas que al llegar a la playa abrían una gran
compuerta y bajaban trotando airosamente con el fusil cruzado marcialmente ante
el pecho un madral de soldados deseosos de pelear.
¡Mentira! ¡mentira! En el mar, antes de
llegar a la playa ya habían vomitado y cagado casi todos de miedo y del vaivén
brutal, y el piso del lanchón era una batea de vómito mierda y proyectiles
sueltos caídos de sus propias cartucheras en el que se resbalaban al salir a la
playa, cayendo muchos al agua de mala manera y ahogándose enredados unos con
otros.
Esto de los pisos cagados y vomitados en
las batallas lo explica magistralmente Pérez Reverte en su novela: “Cabo Trafalgar”,
donde describe a los grumetes de nueve a doce años ocupados, entre otras muchas
cosas, en cubrir con tierra y aserrín las lagunas de sangre, vísceras y
excremento de cubierta para permitir desplazamientos precarios y llenos de
peligro.
Eso es la guerra.
Años después asistí a una conferencia en
el auditorio de nuestro hospital donde un grupo de médicos militares
estadounidenses nos pasaron transparencias, no de heridos ni de cirugías, sino
de jugadas y estadios de futbol americano y de cómo se habían seguido los
lineamientos de este deporte en la asistencia médica durante la guerra del
Golfo Pérsico.
No entendí ni madre y me salí rápidamente
de la conferencia a la que habían hecho asistir perfectamente uniformados,
cortaditos del pelo y sentados derechitos a todos los cadetes de la Escuela
Médico Militar, de la Escuela de Oficiales de Sanidad, de la Escuela Militar de
Enfermeras y a todo el personal médico del Hospital Central Militar (yo creo
que hasta las cirugías fueron reprogramadas) para darle lucimiento a una
conferencia que ningún provecho nos ofrecía (todavía y nos hubieran enseñado
logística de Sanidad en Campaña inspirada en el box o las luchas o en el soccer
o de perdis en las cascaritas de tochito) pero con fotos de los estadios de los
Santos de Nueva Orleáns y esquemas de jugadas de los Acereros de Pittsburgh …ya
ni joden; tanto los norteamericanos como nuestros jefes, responsables de ese
tan diplomático, presuntuoso y desagradable evento.
En esto del manejo de la guerra hacia lo
sublime fue un genio Goebbels en el partido nazi. Eso de despertar el
entusiasmo mortal y suicida de sus juventudes, el fascismo lo supo hacer muy
bien y yo caí en ello cuando en España, haciendo mi cuarto año de primaria en 1946
pertenecí a las falanges juveniles de Franco (ningún escolar se escapaba) y,
uniformado de ‘flecha’ (boina roja, camisola azul, pantalón corto gris,
calcetas blancas y botas negras), desfilaba por las calles de León cantando
himnos guerreros y remarcando el cántico con fuertes y sonoras pisadas debidas
a los estoperoles que aquellas botas infantiles ya llevaban clavados en las
suelas. Nos llevaban al monte San Isidro de paseos campestres en medio de una
gran hermandad, servicio y disciplina. Si aquel año me hubieran pedido que
diera la vida por Franco, Primo de Rivera, la Falange y la madre que los parió
a todos …la hubiera dado.
Desde aquí te saludo Mohamed Alí que
siendo valiente y bueno para los chingadazos de un modo indudable y
convincente, sin que nadie te pudiera tachar de cobarde, quemaste tu cartilla
militar y renunciaste a la guerra de cara al mundo …con todas sus
consecuencias.
Si alguno de mis lectores quiere darle a
la hilacha masoquista y beber hasta la hez de este cáliz le recomiendo “Sin Novedad en el Frente” de
Erich Maria Remarque. Me gustó tanto que lo mandé encuadernar en piel negra,
con letras doradas y se lo regalé a la novia como primer regalo.