De las notas que uno dejaba en cada expediente en esas visitas dependía
en gran medida la calificación de cada mes, al igual que de la pronta y
acertada participación que tuvieras cada mañana en el auditorio durante la
presentación y discusión de los casos clínicos recientes interesantes …y ya ni
digamos, de tu respuesta inmediata al llamado de los semáforos.
¡Hay de ti si no te asomabas a verlos a
cada rato! …de estos detalles podía depender tu estancia en el hospital un
tercer año más o ir a dar a batallones refundidos en poblados temidos por falta
de oportunidades, como Valladolid y Tinguindín, o macabros y espantables como
Atoyac de Álvarez en la sierra guerrerense donde campeaba el guerrillero Lucio
Cabañas y la muerte abundante …la muerte enamorada; tanto entre civiles como en
militares.
La imagen, el concepto de la muerte
enamorada, no me llegó de los grabados de Posada, quien me hizo conocer a la
calavera catrina, y hasta graciosa y querible, pero nunca enamorada. Lo sentí
por vez primera oyendo a Juan Manuel
Serrat cantar ‘Elegía’.
“Temprano levantó la muerte el
vuelo,
temprano madrugó la
madrugada,
temprano estás
rodando por el suelo.
…No perdono a la muerte enamorada,
no perdono a la vida
desatenta,
no perdono a la
tierra ni a la nada”.
Así es como Miguel Hernández le fue
componiendo su famosa ‘Elegía’ al amigo muerto en España durante la Guerra
Civil. Fusilado por sus mismos hermanos, hijos de una misma madre patria. Así
era la sensación de madrugadora y fría neblina que se aposentaba en mi corazón
al saber de jóvenes mexicanos, algunos de ellos conocidos, tanto civiles como
militares, muertos al amanecer en lejanos tiroteos allá por los montes de
Morelos y Guerrero. Todos víctimas de esa eterna locura llamada por unos ‘el
orden y la ley’ y por los otros ‘rebelión y justicia’ …frases hermosas y
sonoras, pero ya sumamente sobadas y choteadas en nuestro país a través de una
historia llena de lemas hermosos; primero ensalzados y luego olvidados como:
‘tierra y libertad’, ‘reforma, libertad, justicia y ley’, ‘constitución y
reformas’ y muchas otras que han llegado a deteriorarse tanto a través de su
manejo corrupto y disparatado, que ahora campean modernas, prosaicas y
pintorescas nuevas frases y oraciones tales como: ‘si México no existiera lo
inventaría Walt Disney’ …(más bien lo inventaría Franz Kafka …diría yo …y lo
describiría en alguna de sus novelas pertenecientes al mundo del absurdo y la
demencia).
El sistema de calificar consistía en pedir
cada mes su calificación al jefe del servicio o sala y al ‘residente’ de tercer
año correspondiente. ‘Subresidentes’ les decíamos a éstos como costumbre y
equivocadamente, pues todos éramos ‘residentes’, a los cuales en el medio civil
se les decía ‘de primer año, de segundo, de tercero, de cuarto y hasta de
quinto año’ pero que entre nosotros, por causas que siempre ignoré y sigo
ignorando, les decíamos ‘internos’ a los de primero y segundo año, que eran
todos los recibidos de cada generación, ‘subresidentes’ a los diez mejor
calificados de segundo año y que se echaban un tercer año; ‘residentes’ a los
tres mejor calificados de estos últimos, los cuales se quedaban un año más y
‘jefe de residentes’ a quien la superioridad escogía para controlar y dirigir a
toda la muchachada un año más.
Los mismos compañeros, inmediatamente
superiores, también emitían sus notas cada mes para los ‘internos’ y cada tres
meses para los diez ‘sub residentes’ ya que éstos rolaban por trimestres
atendiendo desde tres hasta seis salas simultáneamente. A los tres residentes
de cuarto año ya nadie los calificaba; ya eran señores de aquella Acrópolis,
sacerdotes de aquel Partenón …dioses de aquel Olimpo.
Cada tarde antes de la cena toda esta
juventud se rendía novedades unos a otros según el puesto de cada quien y de
esta convivencia, más que de las calificaciones de los altos jefes, surgían
aquellos que iban ocupando tan ansiados puestos año con año.
Siempre he defendido la idea de que la
honra más apetecida y más difícil de lograr es la de los pares a uno mismo. Más
que la de los superiores y más que la de los subalternos.
Los jefes a veces se mostraban equívocos
al calificar y había que aconsejarlos, como sucedió en el caso de un magnífico
interno de segundo año, quien peleó denodadamente para obtener un lugar entre
los diez primeros y lo logró gracias a que, quien era el ‘subresidente’ suyo en
aquella ocasión, le hizo ver a un jefe de servicio recién nombrado y
proveniente de una lejana unidad de tropa lo absurdo de la calificación que se
proponía imponer.
Este jefe desorientado dijo:
---- Como llegué a fin de mes, no conocí
bien a este muchacho, así es que en honor a la justicia me atendré al principio
del “justum medium” y le pondré una calificación intermedia entre lo mínimo y
lo máximo. Le pongo un cinco.
¡En la madre mi general!, con un cinco se
hubiera ido derechito al último lugar y a un batallón en algún lugar de mierda.
No se fue, y luego este muchacho y yo
fuimos compañeros de cuarto todo ese magnífico año de ‘subresidentes’ (los diez
‘subresidentes’, los tres ‘residentes’ y el jefe de ‘residentes’ gozaban de
cuarto separado; para dos juntos en tercer año y para uno solo en cuarto y
quinto año).
También la vestimenta era diferente. Todos
de blanco, sin insignia alguna. Los ‘internos’ con filipina, sin corbata; los ‘subresidentes’
con camisa blanca, corbata y bata larga y los de cuarto y quinto igual, pero
con saco en vez de bata larga.
Llegar a andar por el hospital de blanco
con saco y corbata se me llegó a presentar ante mis grandes ilusiones tan
atractivo como el sueño de verme uniformado de mayor o con gorro y cubre boca
cuando fui cadete …o vestido de torero, con traje de luces, durante mi
adolescencia.
…Y lo logré …ya verán, cómo pues al
principio por poco y voy a dar a Tinguindín por confiarme en la relación que
sostenían aquel magnífico suegro que tuve y su presunto gran amigo general de
división que a la mera hora no le respondió con la tan esperada palanca.
Tal vez me estoy pasando de severo conmigo
mismo y no lo hice tan mal.
Es posible que la causa de todo haya sido
la siguiente:
Una madrugada, estando de guardia en el
banco de sangre, se me pidió un cuarto de litro para una cirugía que se estaba
llevando a cabo en Obstetricia. Seguramente un embarazo tubario roto a cavidad
abdominal o alguno de esos nada raros abortos provocados con aguja de tejer que
había perforado la matriz. Quien solicitaba la sangre era un ‘subresidente’ que
ya desde cadete de tercer año, estando yo en primero, mostraba cierta
animadversión hacia mí (sólo este cabrón y otro cadete de quinto año fueron de
esos casos ineludibles e irrechazables de antipatía mutua y espontánea que se
presentan en toda vida de conjunto sin saberse nunca a ciencia cierta el por
qué).
Al hacer las pruebas cruzadas para
determinar si la sangre disponible era compatible con la de la muestra que se
me había proporcionado de la paciente no me sentí seguro de la imagen que me
ofrecía la laminilla microscópica y tuve que repetirla un par de veces más para
no ir a causar una muerte por shock debido a sangre incompatible (de esto murió
Manolete catorce años antes en la plaza española de Linares donde se le metió
sangre a pasto de los mismos aficionados y de modo indiscriminado; no muriendo
directamente de la cornada en la femoral como se cree. Esta cornada pudo
haberle causado la amputación de la pierna conforme los recursos quirúrgicos
vigentes en las plazas de toros españolas en 1947, pero pudo habérsele salvado
la vida de haberse contado con suficiente sangre compatible).
Desgraciadamente aquel compañero, dos años
por arriba de mí, probablemente estaba pasando miedo y se encabronó por la
tardanza (el miedo y el enojo son compañeros habituales) y seguramente su queja
me llevó a obtener una baja calificación ese mes. Pienso que eso fue todo pues
si hubiera obtenido bajas calificaciones frecuentes no hubiera podido remontar
tal atraso durante el segundo año de internado en que, avisado de estar
ocupando un lugar bastante alejado de los diez primeros por algún ‘subresidente’
amistoso, logré colarme al lugar número doce al terminar 1962, en que también
terminaba mi residencia obligatoria rotatoria de dos años.
La historia se repetía igual que al entrar
a la Escuela Médico Militar, ya que una vez más estaba a punto de naufragar ya
casi alcanzada la orilla.
En esta ocasión logré el décimo lugar al
fin de cuentas dado que dos compañeros renunciaron a la ‘subresidencia’; uno,
Arnulfo Treviño, por irse a Monterrey, donde su padre, gran médico y político,
le tenía ofrecidas muchas oportunidades que Arnulfo, bien preparado, supo
aprovechar (no cualquiera sabe luchar, demostrar lo suyo y superar el peso de
la fama de un padre tan poderoso); y Manuel López Atristáin, quien orientó su
vida no sólo a la medicina, sino a elevados estudios militares que lo llevaron
en un momento dado a pertenecer al Servicio Diplomático (al igual que Juan
Ángel Núñez Valdés) y ser médico personal del entonces presidente de la
república José López Portillo, llegando a figurar como el médico militar con
mayores reconocimientos castrenses en toda la historia, antes de ser rebasado
únicamente, algo después y no superado por nadie hasta la fecha, por Jaime
Cohen Yáñez.
…Todos ellos de mi generación.
…Y …va de nuevo …¡ahí queda eso!