Además, el quinto año es de hablar de los maestros. Fue el año de conocer
a las figuras míticas, consagradas, a las que uno aspira emular… y si es
posible ser su ayudante y si uno lo vale, heredar su clientela y su fama.
Tal vez sea raro que me
exprese así. Se me ha preguntado por qué no me uní como oftalmólogo al grupo de
Sanatorio Durango. Ni siquiera lo pensé. El hecho de que ahí señoreara el
maestro Zertuche en una edad aún de gran fuerza me mantuvo alejado pues no
quise ser ayudante de nadie… nunca.
He dicho que no quería
competir con él pero la verdad es que nunca consideré ese asunto. Con los años
David Gutiérrez lo hizo y lo hizo bien pues se acercó a comprarle al maestro su
consultorio cuando Don Abelardo ya deseaba retirarse.
Como sé que mis compañeros de
generación serán mis lectores (ojalá no los únicos), quiero detenerme en el
tema del maestro Zertuche pues fue un hombre exitoso, con dinero, fama y
familia. Sin embargo murió en tristes condiciones, hemipléjico y poco atendido
en su natal Piedras Negras.
¿Por qué sucedió esto si era
un hombre maravilloso? Sucedió porque se aisló de sus amigos.
Creo que la amistad que nos
une a los que fuimos cadetes de una misma generación en la Escuela Médico
Militar es extraordinariamente fuerte aunque algunos no quieran creerlo. Aunque
hayan pasado chingo de años sin vernos y sin hablarnos. Aunque hayamos tenido
dificultades unos con otros.
Los que la sientan aún débil,
si la cultivan, irán viendo que es una garantía de atenta vigilancia y buen
trato en la vejez y esto ya es el treinta por cierto de lo que aspira uno de
viejo: buen trato, compañía y ausencia de dolor.
El feudo médico militar era
amplísimo cuando fui cadete. Mis maestros dominaban amplios panoramas privados
y empresariales en tiempos en que una buena iguala era rara. No se
acostumbraban los seguros de gastos médicos. Más del ochenta por ciento de
ingresos a hospitales privados eran de pacientes particulares.
La pediatría era suya, tanto
en el Hospital Infantil como en los Hospitales Infantiles de Zona.
Los grandes centros
hospitalarios privados del D. F. como: Durango, Las Américas, Dalinde, Central
Quirúrgica y Mocel eran de ellos en tiempos en que no existía Humana (luego
Grupo Angeles) ni el Iman ni el Inpi ni la madre que los parió.
Cardiología pudo haber sido
feudo médico militar que, según me dijeron, se perdió por fallas diplomáticas
de aquel médico militar mítico por su memoria pero no por su diplomacia:
Meneses Hoyos.
Estos médicos míticos de
generaciones muy anteriores a la mía se me hace que estaban medio chiflados.
Ahí les va una anécdota cojonuda.
Meneses Hoyos se sentía gran
jugador de ajedrez y se dice que de cadete lo jugaba contra Pico Navarro (¿se
acuerdan de aquel maestro neuro psiquiatra que ofrecía llevar paquetitos de
agujas para picarnos unos a otros explicando la diferencia entre el sadismo y
el masoquismo?) pero verbalmente; tirados cada uno en su catre e imaginando
simultáneamente seis partidas que se desarrollaban en cada cara de un cubo
imaginario.
Ya me los imagino: “cara uno:
peón a cuatro del rey; cara dos: caballo a tres del alfil del rey: cara tres
etc. etc.” dictando seis movimientos por cada jugada.
Para que se hagan una idea de
lo que esto era les diré que hubo por aquellos tiempos jugadores como Miguel
Najdorff que ostentaba el record mundial de partidas simultáneas sin ver el
tablero, jugando y ganando contra más de cuarenta contrincantes pero nunca en
tableros de conformación cúbica que además, dicen algunos, contenían reglas
para que las piezas brincaran de tablero en tablero de alguna manera extraña
(estas locuras no son imposibles pues a Boby Fisher le encantaba jugar al ‘gana
pierde’ en que el ganador era el perdedor y por lo tanto se jugaba a perder en
vez de a ganar) (es una locura pero es divertido y se adquiere una mentalidad
diferente muy apreciada en este maravilloso juego).
Si esta locura genial la llevaban
a cabo de verdad o nada más eran payasadas no lo sé pero desde luego la fama
los acompañaba por donde quiera que iban y pocos se atrevían a enfrentárseles.
Siendo adjunto, Meneses, de la
sala de Cardiología, jugó una partida con un mortal común y corriente (creo que
fue con Díaz Gómez) quien andaba por la sala aún como perro sin dueño.
….Perdió Meneses Hoyos… y
desde aquel día llegaba con el tablero y las piezas bajo el brazo retando al
espantado pero gozoso ganador quien nunca le dio la revancha y al que hubo que
cambiar a un servicio lejano para que eso no terminara en tragedia.
A la inversa de los primeros
años en los cuales los maestros me parecieron malos en su mayoría, no siéndolos
todos. En quinto año los buenos fueron inmensa mayoría. Creo justo decir que
todavía figuró en el profesorado alguien quien aparte de mal maestro era
detestable como persona. No diré su nombre, sólo recordaré que sólo él poseía
llaves de las puertas de su servicio, sólo él decidía. No tenía adjuntos con
voz propia. Pasaba visita cortando uñas de los pies de algún paciente por aquí;
subiéndose al quicio de una ventana por allá, para enderezar una cortina. Guardaba
cubetas con cerebros humanos en un cuarto bajo llave, se peleaba como un
plebeyo hostigando con el grado y sus influencias para conseguir una autopsia,
operaba de vez en cuando y se le morían en elevado porcentaje (a su paso como
neurocirujano en el Hospital Español se ganó el apodo de ‘el vengador de Cuauhtémoc’,
no sé si por los muertos o por los vivos atormentados con su cajita de dar
electro choques). Bromeaba y reía dizque enseñando clínica mientras provocaba chisguetes
de suero que salían por alguna parte del cerebro de una paciente consciente;
cobraba consulta privada dando clase, tenía el mejor coche, la mejor casa pero
era un culero que se rajaba a enfrentarse como hombre con un residente que,
como yo, le llegué a poner el alto por acusarnos de provocar abortos en el Hospital;
encabronado porque un día no le pude adjudicar quirófano.
Un hombre enfermo al que se le
permitió mangonear un servicio que debía haber sido maravilloso y que sin
embargo nadie quería pasar por él. Con él terminaron mis ilusiones de hacerme
neuro cirujano.
Un enfermo que poco antes de
morir, viudo, solitario y demente llegó a hacerse presente con negligeé y
rizadores en la cabeza.
…Y me pregunto: ¿por qué sus
amigos y compañeros de generación no lo cobijaron, no lo cuidaron, no lo
retiraron a tiempo de una batalla perdida en medio del ridículo y la ignominia?
¿por qué no supieron defenderlo de sí mismo?
Hasta del éxito tenemos que
cuidarnos unos a otros. Esto es parte esencial del alma de un cadete.
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