Mi tesis no fue tal; fue
‘nuestra tesis’ pues mi generación fue la primera en la historia de la Escuela
en hacerla en conjunto. Versó sobre un tema psiquiátrico relacionado con la
delincuencia juvenil y volvió a fortalecerse nuestra interacción trabajando en el
Tribunal de Menores.
Decididamente fuimos una
generación sumamente interactiva e innovadora sin casi darnos cuenta, sin
aspavientos. La revista, el equipo de futbol, la tesis colectiva, son muestras
de nuestra gran armonía y capacidad de logros en conjunto.
Decididamente nos quisimos y
entendimos desde cadetes aunque a veces no lo pareciese.
Hubo sólo tres veces durante
la carrera en que llegué a las manos con un compañero ó tuve ganas de hacerlo.
Una vez fue con el muy callado, serio y estudioso Ramiro
García Reyes.
La cosa
fue así:
Llegamos Eliseo, Elpidio y yo un poco alegres
después de una salida a bailar (me gustaba el danzón) y a echarnos unos tragos.
Al entrar al cuarto vimos a Ramiro tan dormido, tan bien portadito, integrado
al camastro de tal manera que casi ni se notaba que hubiera alguien ahí... que
Eliseo, quien siempre gustó de los alardes, propuso que le quitáramos el bigote
y rastrillo en mano ya nos disponíamos a intentarlo cuando el atacado brincó como
un resorte y se puso de pie tirando golpes a en todas direcciones. Yo estiré un
puño con tan mala suerte que le pegué en un ojo. Se detuvo el pleito y nos
pusimos a dormir. Estoy seguro que Ramiro no se dio cuenta de que tenía el ojo
morado hasta la mañana siguiente pues estaba muy enojado y en la formación de
lista de diana me dijo por lo bajo:
---- Venancio: acabando, te
espero en el gimnasio.
En el gimnasio por poco y me
noquea con un golpe certero en la punta del mentón y mientras me equilibraba me
sacó el mole. No se le notaban ganas de terminar hasta no ponerme un ojo morado
y así joderme también el ya muy cercano baile de pasantes al cual nadie iría,
jamás, con un ojo a la funerala.
Pedí paz y me la concedió.
Así es Ramiro, orgullosos y
entrón pero justo.
Siempre he dicho que si te vas
a echar un enemigo, busca que sea hombre y no mujer. Con un hombre te partes la
madre y ahí muere todo pero a una mujer enemiga no te la acabas nunca.
El segundo asunto en que tuve
que aguantarme para no llegar a las manos fue por la insistencia de Baldomero Sánchez
en estar, mientras estudiábamos, golpeando rítmicamente con su lápiz la pata de
una mesa de madera mientras escuchaba en su radio corridos tamaulipecos.
Estábamos en un área destinada al estudio y él no hacia caso de mi solicitud de
silencio. Cómo fue que me aguanté, no lo sé, desde luego no fue por miedo pues
Balo no era precisamente de quienes lo metían. Delgadito, con su elegante
bigote y su trato fino ligeramente ausente, no era gente de agresividad física,
aunque sí intelectual. Creo que me venció al estilo Gandhi con su resistencia
pasiva. Me fui no con la música sino con mi silencio a otra parte y nunca más
quise estudiar en territorios
frecuentados por Baldomero.
La tercera y última vez recuerdo
haberme ido sobre Héctor Fregoso blandiendo un taco de billar cogido por la punta,
dispuesto a descargar la parte ancha sobre su cabeza. Héctor tenía un modo de
reír que me crispaba alguna fibra oculta de mis enojos y de esa vez no recuerdo
nada más que estábamos jugando billar y el empezó a reírse de mí. Alguien me
detuvo y aquella nube roja que yo veía delante de mis ojos se disipó. Dos veces
nada más en mi vida me ha sucedido eso de la nube roja y afortunadamente no
pasó a mayores en ninguna de las dos.
La primera nube roja me pasó
durante una manejada por el Paseo de la Reforma en que cuatro cabroncetes desde
un convertible empezaron a ofenderme y a chulear a mi novia. Cuando me di cuenta
estaba parado junto a ellos retándolos a golpes arriesgándome a una paliza
brutal ya que mi nube roja no me dejaba recordar mi absoluta falta de
preparación en esos asuntos.
Por ese y muchos otros
incidentes fue que me metí al Tae Kwon Do. Desde entonces no me he vuelto a dar
de golpes con nadie ni me ha aparecido la nube roja ni tengo sueños violentos.
Lo recomiendo ampliamente como
terapia para todos esos hijos o nietos que se andan metiendo en líos.
Debo hacer notar que Ramiro García
Reyes, Baldomero Sánchez López y Héctor Fregoso Tovar son hoy en día mis amigos
y compañeros tan cercanos que en estos últimos quince días han estado en
contacto conmigo por lo menos tres veces cada uno ya sea de modo personal ,
telefónico o por correo electrónico.
Así es el alma de cadete… así es el abarrote… como dice esa mi gran y
querida amiga… mi esposa; con quien también las relaciones tuvieron que pasar
por duro crisol para dejar, finalmente, oro puro en el rescoldo.
El uniforme… el coche… la
tesis… el mando… las mujeres… el sueldo. Brutal entrada en el mundo fascinante
del hombre que dejó de ser adolescente sin darse cuenta.
El año l946 en aquellos
pueblos de España; de su verano y aquellas aulas de hermanos maristas donde
repetí el cuarto año de primaria y me empecé a sacar primeros lugares al
sentirme importante por el amor que se profesaba a lo mexicano… me veían en el
chaleco el escudo del Colegio México y los niños me hacían preguntas bien
intencionadas y cariñosas acerca de los símbolos en él representados. Aquel
año, junto con el 1960 de mi sexto año de carrera. Han sido años en que no
recuerdo pena alguna.
Aquí quiero hacer una
reflexión acerca de la felicidad.
Le preguntaron cuando ya tenía
más de noventa años de edad al califa Abderramán tercero; Gran Califa de
Córdoba en tiempos en que era el mas grande y hermoso califato del mundo árabe;
cuántos días felices recordaba haber tenido en su vida él, que era sumamente,
rico, culto, poderoso y querido.
Abderramán lo pensó largamente
unos días y contestó que sólo trece.
Yo me chingo a Abderramán
tercero. Puedo asegurar que he sido feliz dos años completos y tendría que
hacer muchas sumas más todavía.
Ese sexto año era un ir y
venir exultante. Las clases de aula eran pocas en comparación con las idas y
venidas a lugares muy interesantes relacionados con las materias que se
estudiaron.
Aparte del Hospital de La Raza
y El Colegio Militar, íbamos a las instalaciones de Geografía y Estadística, de
la IBM, de algún centro de salud en Tlaxcala, al mercado de Sonora, al rastro
de Ferrería y ya no recuerdo a cuántos lugares más en alegre, interesado y
estudioso tropel.
Todavía conocí el sistema de
cómputo con tarjetas perforadas en alguna oficina gubernamental, los enormes
aparatos de computación en salas refrigeradas de la IBM, los primeros
transistores mostrados como joyas en urnas de vidrio marcando la desaparición del
bulbo en los radios y en la televisión todavía incipiente.
Visitamos colonias perdidas y
conocimos los basureros de Santa Fe, ahora zonas de lujo inenarrable y en fin, tantas
cosas de las que ya no quiero hablar detenidamente pues no quiero caer en ese
síndrome senil de ir desglosando con triste deleite cómo eran antes las cosas.
Algo que me dejó huella
importante en mi formación espiritual y psicológica--- ¿dónde termina una y
empieza la otra?--- fue el rastro de aves, el cual quiero describir para darle
fuerza a mi reflexión.
Los camiones, pletóricos de gallinas
en proceso de asfixia descargaban en los andenes por los que discurría larga y
alta cadena provista de ganchos cada veinte o treinta centímetros en los cuales
se enganchaban las patas de los animales que iban siendo sacados metódica y parsimoniosamente
de los huacales.
Así, aleteando boca abajo y
boqueando, iban transitando su camino hacia la muerte a través de un largo
recorrido junto a las altas paredes de aquel enorme centro de sacrificio donde,
de dos en dos, espaciados por poco más de un metro entre sí se hallaban
sentados don matarifes armados de un cuchillito que introducían hábilmente por
la boca, hacia el cerebro, después de, con la mano libre, haberle tomado y
abierto el pico maniobrando en sus comisuras, rápida y eficazmente.
Eran dos para que no pasara
ninguna gallina viva por el alto túnel que desembocaba en las pilastras de agua
hirviendo a donde bajaban y se sumergían las cadenas con su, todavía muchas
veces aleteando, sangrienta carga.
Más adelante y ya puesto a punto
el plumaje, mojado y caliente, pasaba la cadena con su carga itinerante y dantesca
entre dos largas hileras de rodillos giratorios con aspas flexibles que a
rápidos y monótonos chicotazos desplumaban a las gallinas.
A veces, cuando veo cuerpos
humanos semidesnudos desplazándose por sus carriles en competencias natatorias
me he acordado de el rastro de aves de ferrería y he pensado en los misterios
de la vida y de la muerte mientras escucho gritos y algarabía por algún nuevo
record implantado.
Nunca mejor aplicado el
conocido término de “la cadena alimenticia”.
Es ocioso describir la
continuación del proceso hasta llegar a lo que se supone que debíamos aprender
y que era el control sanitario de la carne y las vísceras antes de ser
empacados y refrigerados.
Para mi la gran enseñanza de
esa visita fue el descubrir que la supuesta crueldad es la misma en el rastro
de Ferrería que en el campo en que se siega el trigo o en el agujero en que los
cuerpos humanos son devorados por los gusanos. Que el miedo a la muerte sólo es
cuestión de matices y de aspectos y que los mismos cadáveres aparecen en las
segadoras de Millet o de Gaugin, que en el buey desollado ó la lección de
anatomía de Rembrandt.
Hay un fragmento conmovedor de
la novela “Opus Nigrum” de Marguerite Yourcenar en que habla de las últimas
reflexiones de Zenón antes de suicidarse para no morir quemado en la hoguera y
describe cómo le dan ganas de defecar… y lo hace en el piso frío y húmedo de su
celda… y como aquella masa humeante y maloliente lo conmueve.
Esta descripción de la
relación íntima, intensa, y persistente que hay entre la muerte, la putrefacción
y la vida es uno de los pasajes más hermosos que haya leído en la literatura
universal.
Mucho aprendí de ese sexto año
a través de materias ya más relacionadas con la salud pública que con la
individual. Bellos títulos tales como: ‘Medicina Social’, ‘Saneamiento del
Medio Militar y Civil’, ‘Higiene Materno Infantil’ fueron apareciendo corolados
de altas calificaciones en mis boletas respectivas.
Habían pasado seis años desde
aquel ‘uno’ en anatomía hasta estos nueves y dieces.
Había pasado mi adolescencia e
iniciaba mi juventud en compañía de otras veinticuatro poderosas almas de cadete
que conmigo habían atravesado el Estigia proceloso de seis años de práctica y
estudio, a bordo de la barca de Caronte, que fue nuestra Escuela; transformando
el espantable Hades, golpe a golpe, en un paraíso lleno de oportunidades y
satisfacciones
A estas veinticinco almas,
sobrevivientes de las treinta y tres iniciales se nos sumaron tres.
Veintiocho formamos nuestra
generación histórica que al momento de estarse escribiendo esto estamos a punto
de cumplir cincuenta años de recibidos.
Vaya éste escrito como muestra
de amor y agradecimiento para todos.
____________________
____________________
No hay comentarios:
Publicar un comentario