"El propósito del arte no es una quintaesencia intelectual, rarificada
sino la vida, la brillante e intensa vida."

Alain - Arias Misson

domingo, 28 de febrero de 2016

Alma de Mayor (Parte 3)

      Un maestro médico militar muy buen hipnólogo (a quien le bailaban un poco los ojos por un nistagmus de fijación franco …pero no creo que eso tuviera que ver con su éxito, ya que la hipnosis se hace con la voz, aunque algunos colegas comienzan cansando al sujeto a hipnosis moviendo ante él objetos brillantes, en cuyo caso mi maestro tal vez lo hiciera con sus ojitos bailarines) me explicó que lo que me había sucedido era normal pues ante la esposa se carece de la imagen hipnoidal requerida y, aunque ella esté dispuesta a cooperar y no tenga nada que ocultar, ya nos conoce en pijama, sin afeitar y hasta nos conoce ciertos olores íntimos y otras debilidades que subconscientemente le impiden llegar a profundizar suficientemente en el proceso.

     Creo que fui mejor hipnólogo que el maestro de Chilpancingo porque aprendí a hacerlo de un modo formal y supuestamente científico, menos empírico; no cayendo en errores como el que cometió él una vez con una enfermera de aquel hospital y quien sufría “pica” (perversión del apetito) siendo adicta a consumir alka seltzers en cantidades importantes (otros comen tierra o gis y hasta cabellos como aquel niño hijo de sirvienta que se la pasaba comiéndose los pelos de los peines de las otras fámulas que dejaban tirados en cualquier lugar en el cuarto de azotea donde él se pasaba el día gateando (ahora sí que ‘gateando’) y encerrado. Este niño era hijo de soldado y fue operado en nuestro hospital central con diagnóstico de tumor gástrico ‘de tipo a determinar’ (nadie habló, por vergüenza o por ignorarlo, durante el interrogatorio, de la ingesta de cabello y las imágenes radiológicas correspondían a una enorme masa ocupativa que ya no dejaba estómago libre por lo que el pacientito ya no comía ni bebía y lo que intentaba lo vomitaba apareciendo en un severo estado de desnutrición al igual que aquel otro adolescente que se operó de un gigantesco rabdomiosarcoma (tumor benigno de la musculatura, en este caso, de un ojo) y que lo llevaron a consulta …pues …como no le dolía …hasta que el tumor ya le tapaba media cara y la boca impidiéndole comer).

     El “tricobezoar” (así se les llama a estos tumores de pelos ajenos al individuo) (porque los hay de pelos propios pero de esos no voy a platicar) sólido y duro como piedra, estuvo larga temporada exhibiéndose en la sala de Gastro Sur cubierto por una campana de cristal, mostrándose como un molde anatómico perfecto de la forma de un estómago pletórico, durante las clases correspondientes al tema.

     La adicción de la enfermera de marras a los Alka Seltzer fue manejada bajo hipnosis de modo rápido y fácil dejándosele un mal síntoma sustituto, ya que se le dio la sugerencia post hipnótica de que sentiría “ganas de vomitar” en caso de ingerir una tableta. Cuando lo hizo, la náusea se acompañó de vómito incoercible que ameritó tratamiento médico y suero intravenoso por deshidratación.

     No supe en que acabó este caso pues hube de regresar al D. F. al terminar el mes en Chilpancingo (con mucha pena, pues hasta las películas del cine del centro las escogíamos nosotros por ser encargado de ello el esposo de una de nuestras cocineras), pero supongo que se le volvió a someter a hipnosis (si es que se dejó volver a hipnotizar) y a cambiarle el síntoma sustituto por otro leve y benévolo, como se me enseñó a mí.

     En eso había que ser muy cuidadoso pues si a una persona se le indicaba que iba a sentir comezón en la palma de la mano para, por ejemplo, superar
el ansia por fumarse un cigarrillo, podía rascar y rascar hasta erosionarse los tejidos blandos de un modo importante.

     Quiero terminar el tema de hipnosis manifestando que no me gusta para problemas con componente psiquiátrico, a menos que lo haga un experto en ese polifacético ramo, pues no es suficiente abolir el síntoma para abolir la enfermedad, a menos que se den otras herramientas de apoyo.

     La fuerte tendencia a favor de la hipnosis que se desarrolló durante la Segunda Guerra Mundial debido a que resolvía innumerables casos de neurosis de guerra con rapidez, fue debido a que el interés no era el bienestar ‘per se’ del militar, sino tener un elemento de guerra más. Es de suponerse que muchos fueron mejorados para mandarlos a la muerte.


     ¡Qué poca madre!

lunes, 15 de febrero de 2016

Alma de Mayor (Parte 2)

Y ya que me metí en el ruedo, no me quiero salir sin platicarles algo interesante de un torero ya muy antiguo llamado Antonio Posada, quien era tan elegante y provocaba tan emocionado convencimiento en el público, que era objeto de aclamaciones simplemente por salir del burladero a la arena y enjuagarse la cara con una toalla. Otro hubo, mucho más reciente y a quien tuve oportunidad de ver ya gordo y viejo (Curro Romero, no yo) poner en pié a la plaza con un brevísimo recorte desdeñoso de muleta después de ya escasas y muy retiradas corridas sin triunfar, pero a las cuales sus seguidores no se cansaban de acudir persiguiendo a su ídolo por toda España.

     Menciono esto pues me conmueve confirmar a través de la fiesta brava y del deporte (pero más a través de la fiesta) la enorme capacidad de seguimiento y fanatismo que se posee cuando alguien tiene el don (“el duende”) no nada más en asuntos de poca monta como de los que estoy hablando, sino en arengas de tanta trascendencia como las de San Vicente Ferrer o de Adolfo Hitler; uno como el orador más importante en el cisma de la Iglesia Católica del siglo catorce y el otro como el vocero enloquecido de inmenso y aterrador arrastre del Tercer Reich durante la Segunda Guerra Mundial en el siglo veinte.

     Genios de la seducción y artífices, para bien y para mal, de sus consecuencias.

     Decía Goethe que aquel que no ha hecho inventario de sus últimos tres mil años vive en la ignorancia y muere en la oscuridad.

     Este inventario que cualquiera puede hacer a grandes trancos según sus inquietudes individuales, deja claramente demostrado que la humanidad se ha pronunciado a través de los siglos por la emotividad siempre que ésta ha entrado en conflicto con el raciocinio …y repito …“ahí queda eso”.

     Me preguntarán que qué carajo tiene que ver todo este rollo con mi vida en el Hospital Central Militar, pero les aseguro que mis grandes éxitos durante esos cuatro años tuvieron que ver con asuntos más emotivos que racionales.

     ¿Cómo conseguir calmar juiciosamente a una mujer enloquecida de dolor que estrella su cabeza contra las paredes del pasillo al decirle que su esposo ha muerto en el traslado del quirófano a su cama cuando ya había salido vivo de una muy laboriosa cirugía de tórax difícilmente decidida y largamente aplazada? …¿cómo conseguir, sin confundirse en el abrazo …compartiendo el dolor, la autorización de una autopsia necesaria para el diagnóstico final y adecuado manejo de los demás familiares, en un niño de diez años? …¿cómo carajo salir ileso –confiando tan sólo en un pinche juicioso donaire– del área de cirugía teniendo que decir a los papás que su niño de tres años acaba de morir por paro cardiaco en una sencilla operación de estrabismo? …¿cómo calmar con razones al teniente coronel borracho que saca la pistola amenazándome de muerte en Urgencias si no le salvo la vida a uno de tantos de su madral de hijos al que llevan moribundo en brazos de una vieja gorda, dizque abrigado bajo sus ropitas con papel periódico empapado en salsa catsup (creí que era sangre cuando al meter mi mano en su pecho la retiré húmeda y roja) y con todavía en la muñeca la tira de tela adhesiva, ya hecha una agujeta sucia y renegrida, hundida en sus carnes magras, la cual se le puso con los datos de la madre cuando nació entre nosotros seis meses atrás? ….y quiero decir que esa madre, ya internado y apenas empezando a recuperar el crío sus signos vitales, se empeñaba en llevárselo alegando llorosa: ‘no lo puedo dejar solito …me necesita …me lo van a desatender’ … ¡qué ignorante! ¡cuan pendeja! …que jija de la chingada …¿y el papá? ... pa’la madre mi general …pa’su pinche y puta  madre.

     Estos son los verdaderos éxitos si consideramos que ‘éxito’ significa “salida”…salir uno vivo …sacar al paciente vivo. Los otros, los de buenas calificaciones, son ‘triunfos’ y los de buenos resultados, como el control y mantenimiento de la salud del paciente, son sólo: ‘deberes’.

     Una vez semblanteado mi hábitat y personalidad de aquellos años, continuaré mi relato.

     Éramos veintiocho los internos de primer año y nos alojábamos peor que en la Escuela (sólo que ya sin chinches) pues ocupábamos camas en amplias áreas comunes del hospital en el sexto piso (el de hasta arriba). Sólo llegábamos a la cama, un casillero chaparro y ninguna silla. Como si fuéramos un soldado encamado, ni más ni menos …pero sin buró.

     Con este antecedente no era de extrañar que cuando me tocaba atender a un general lo trataba como a cualquier soldado, inyectándolo o puncionándolo con las mismas agujas multi usadas y chuecas que había que enderezar golpeándolas suavemente con el martillito de probar reflejos. Al apretar para exprimir pus de una herida infectada nunca pensé si era soldado o general el paciente y, por supuesto con frecuencia, el director del hospital me decía moviendo sonriente la cabeza “no me causes problemas ‘manolete” (éste querido maestro así me decía, y me quería lo suficiente para soportarme y apoyarme pues durante todo el sexto año de la carrera fui pasante en el Sanatorio Durango, adonde él tenía su consultorio).

     Cómo me gustaría que este buen neumólogo, don Antonio Torres de Anda, viviera y leyera en estas páginas mi sentido agradecimiento y admiración.

     He aprendido que el agradecer así como el pedir y dar perdón debe hacerse a cualquier edad y en cualquier momento, independientemente de que vivan o no los protagonistas. No sé si a los muertos les llegué nuestra muestra de amor, pero a nosotros nos hace muchísimo bien.

     En el mostrador del pasillo de esa área en que dormíamos y a la cual por lo general sólo íbamos a cabecear sueños contenidos y apresurados, había un teléfono que era un aparato de tortura latente. Lo contestaba un soldado que hacía guardia sentado junto a él día y noche como si fuera un ícono sagrado.

     Oír repiquetear ese teléfono en la madrugada seguido de algún monosílabo adormilado de aquel ordenanza y luego sus botas arrastrándose hacia el interno requerido hacia que yo me encogiera en la cama queriendo desaparecer.

     Muchas, muchísimas veces durante aquellos dos primeros años, llegó con su mano respetuosa a tocarme el hombro (no hacía falta ni sacudir; sólo un leve toque) diciéndome:

     ---- Mi mayor …tiene un ingreso.

     ¡Puta madre! Si estoy de guardia en Dermatología ¿qué pinche enfermedad de la piel amerita internarse a las dos de la mañana?

     Pues sí; …si esa sala tenía una cama disponible y acababa de llegar un fracturado de fémur no habiendo cama en ninguna de las dos salas de ortopedia, me correspondía el ingreso y no sólo interrogar, explorar, tomar placas radiográficas, escribir la historia clínica, dejar indicaciones, sino además solicitar y dejar armados todos los tubos, poleas, cadenas y argollas que formarían encima de la cama todo ese circo necesario para mantener al paciente con la posición y tracción adecuada en espera de que el jefe del servicio a la mañana siguiente, pasando visita, simulara estar encabronado por tal invasión, pero que luego ya con el ortopedista, que por lo general era su gran cuate, se pasara un buen rato platicando de piel y huesos sabrosamente mientras a mí se me caían los calzones junto con los párpados presa de un cansancio que ya no era natural …bueno sí …era más natural en esa época que el estar bien despierto, máxime que durante la noche había generalmente más de un ingreso, ya que cargaba uno, además de con su sala, con la de un compañero que era pareja durante el mes y que había salido franco esa tarde y noche respectiva.

     Las salas se distribuían cada mes y se rotaba por todas, incluyendo consulta externa, banco de sangre y patología, donde no había ingresos nocturnos, pero que no eran apetecidas por no tener cirugía y por lo cual a veces se distribuían como salas ‘de castigo’ cuando el interno ameritaba una llamada de atención por alguna leve deficiencia en su servicio.

     También rotaba uno por algunos hospitales regionales.

     Yo roté por el de Irapuato en el primer año y por el de Chilpancingo en el segundo. Ahí sí lo atendían a uno bien y tenía cuarto para pasarse un mes lindo con la esposa si ya eras casado (no sé si algún compañero se aventó el mes de romance con alguna amante, pero nadie se lo hubiera impedido ya que no se pedían papeles comprobatorios de matrimonio).

     Recuerdo bien esto pues al de Irapuato fui casi de luna de miel (que había sido sumamente breve) y en el de Chilpancingo, en segundo año ya, fue concebida mi primera hija.

     En este hospital vi por vez primera en mi vida a la gente rezar de rodillas a gritos ante un temblor de tierra, y es que en esas regiones guerrerenses los temblores no se andaban con mamadas como en el D. F. …hasta 1985, en que el subsuelo se vengó con creces de tantos amagos así como de temblores leves, como el que causó la caída del Angel de la Independencia unos años antes y que hizo salir a familias de la colonia española en auto a ver el espectáculo del angelote caído; igual que iban en la edad media en sus carretas de bueyes a ver los ahorcamiento campiranos de la Inquisición con sus canastas de víveres y chiquillería alborozada.

     ¿Saben que me pasa? Que mi vida ya es larga, mi memoria es buena y mis lecturas numerosas, por lo que me cuesta mucho trabajo dejar de ir discurriendo ampliamente por el hilo del suceso que tomo entre manos y a veces da la impresión de que divago y de que me puedo perder; pero nada de eso, ya verán cómo regreso, pero antes quiero compartir una cosa horrorosa, cruel y estúpida disfrazada con el falso barniz de las buenas costumbres en cuanto a ejecuciones de la Inquisición y que me acaba de venir a la memoria.

     Fue durante el siglo dieciséis, en Almería, donde un sastre llamado Francisco Vázquez (este caso es famoso) y su esposa fueron condenados a morir ahorcados. El así murió, pero ella no, pues, considerando las autoridades que era indecente que una mujer colgante mostrara sus piernas algo más arriba de lo que indicaban las buenas costumbres, le fue cambiada la pena por la de ser enterrada viva; así se hizo.

     Pues en Chilpancingo vi a un médico militar bastante mayor que yo atender un parto bajo hipnosis de un modo sumamente fácil y que además me dejó maravillado ya que, una vez expulsado el crío y la placenta completa, el obstetra le pidió a la paciente que contrajera la matriz y ¿qué creen? ...se le hizo chiquita y dura, dejando de sangrar, igual que si se le hubiera inyectado a la madre la ampolleta de rigor en esos casos para contraer el útero y controlar el sangrado.

     Aquel facultativo me permitió tocar el vientre, y al notar la poderosa contración uterina que supuestamente no depende en absoluto de la voluntad, me emocioné tanto que desde ese momento me prometí aprender a manejar así los partos …y algunas otras cosas que ya mi fantasía clínica comenzaba a barruntar
    
     Además, y para demostrar el control que bajo hipnosis se tiene del sistema nervioso autónomo (el cual no depende de la voluntad) le pidió a la señora que aflojara ligeramente la matriz y dejara salir un poco de sangre para que así me quedara demostrado el aflojamiento sin tener que volver a permitir el contacto de mi mano trémula sobre ese bendito vientre.

     Luego le volvió a pedir contracción uterina y la sacó del trance con palabras dulces, haciéndola irse a su cama caminando vivamente más fresca y encendida que una rosa.

     Ese mismo año me metí a un curso de hipnosis clínica en el Centro Médico Nacional del Seguro Social y resulté ser un hipnólogo exitoso. Tal vez más adelante les platique de algunos casos bonitos manejados por mí.


     Confieso que con  mi esposa fracasé rotundamente.