Un maestro médico militar muy buen
hipnólogo (a quien le bailaban un poco los ojos por un nistagmus de fijación
franco …pero no creo que eso tuviera que ver con su éxito, ya que la hipnosis
se hace con la voz, aunque algunos colegas comienzan cansando al sujeto a
hipnosis moviendo ante él objetos brillantes, en cuyo caso mi maestro tal vez
lo hiciera con sus ojitos bailarines) me explicó que lo que me había sucedido
era normal pues ante la esposa se carece de la imagen hipnoidal requerida y,
aunque ella esté dispuesta a cooperar y no tenga nada que ocultar, ya nos
conoce en pijama, sin afeitar y hasta nos conoce ciertos olores íntimos y otras
debilidades que subconscientemente le impiden llegar a profundizar
suficientemente en el proceso.
Creo que fui mejor hipnólogo que el
maestro de Chilpancingo porque aprendí a hacerlo de un modo formal y
supuestamente científico, menos empírico; no cayendo en errores como el que
cometió él una vez con una enfermera de aquel hospital y quien sufría “pica”
(perversión del apetito) siendo adicta a consumir alka seltzers en cantidades
importantes (otros comen tierra o gis y hasta cabellos como aquel niño hijo de
sirvienta que se la pasaba comiéndose los pelos de los peines de las otras
fámulas que dejaban tirados en cualquier lugar en el cuarto de azotea donde él
se pasaba el día gateando (ahora sí que ‘gateando’) y encerrado. Este niño era
hijo de soldado y fue operado en nuestro hospital central con diagnóstico de
tumor gástrico ‘de tipo a determinar’ (nadie habló, por vergüenza o por ignorarlo,
durante el interrogatorio, de la ingesta de cabello y las imágenes radiológicas
correspondían a una enorme masa ocupativa que ya no dejaba estómago libre por
lo que el pacientito ya no comía ni bebía y lo que intentaba lo vomitaba
apareciendo en un severo estado de desnutrición al igual que aquel otro
adolescente que se operó de un gigantesco rabdomiosarcoma (tumor benigno de la
musculatura, en este caso, de un ojo) y que lo llevaron a consulta …pues …como
no le dolía …hasta que el tumor ya le tapaba media cara y la boca impidiéndole
comer).
El “tricobezoar” (así se les llama a estos
tumores de pelos ajenos al individuo) (porque los hay de pelos propios pero de
esos no voy a platicar) sólido y duro como piedra, estuvo larga temporada
exhibiéndose en la sala de Gastro Sur cubierto por una campana de cristal,
mostrándose como un molde anatómico perfecto de la forma de un estómago
pletórico, durante las clases correspondientes al tema.
La adicción de la enfermera de marras a
los Alka Seltzer fue manejada bajo hipnosis de modo rápido y fácil dejándosele
un mal síntoma sustituto, ya que se le dio la sugerencia post hipnótica de que
sentiría “ganas de vomitar” en caso de ingerir una tableta. Cuando lo hizo, la
náusea se acompañó de vómito incoercible que ameritó tratamiento médico y suero
intravenoso por deshidratación.
No supe en que acabó este caso pues hube
de regresar al D. F. al terminar el mes en Chilpancingo (con mucha pena, pues
hasta las películas del cine del centro las escogíamos nosotros por ser
encargado de ello el esposo de una de nuestras cocineras), pero supongo que se
le volvió a someter a hipnosis (si es que se dejó volver a hipnotizar) y a
cambiarle el síntoma sustituto por otro leve y benévolo, como se me enseñó a
mí.
En eso había que ser muy cuidadoso pues si
a una persona se le indicaba que iba a sentir comezón en la palma de la mano
para, por ejemplo, superar
el ansia por fumarse un
cigarrillo, podía rascar y rascar hasta erosionarse los tejidos blandos de un
modo importante.
Quiero terminar el tema de hipnosis
manifestando que no me gusta para problemas con componente psiquiátrico, a
menos que lo haga un experto en ese polifacético ramo, pues no es suficiente
abolir el síntoma para abolir la enfermedad, a menos que se den otras
herramientas de apoyo.
La fuerte tendencia a favor de la hipnosis
que se desarrolló durante la Segunda Guerra Mundial debido a que resolvía
innumerables casos de neurosis de guerra con rapidez, fue debido a que el
interés no era el bienestar ‘per se’ del militar, sino tener un elemento de
guerra más. Es de suponerse que muchos fueron mejorados para mandarlos a la
muerte.
¡Qué poca madre!
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