Y ya que me metí en el ruedo, no me quiero salir sin platicarles algo interesante de un torero ya muy
antiguo llamado Antonio Posada, quien era tan elegante y provocaba tan
emocionado convencimiento en el público, que era objeto de aclamaciones
simplemente por salir del burladero a la arena y enjuagarse la cara con una
toalla. Otro hubo, mucho más reciente y a quien tuve oportunidad de ver ya
gordo y viejo (Curro Romero, no yo) poner en pié a la plaza con un brevísimo
recorte desdeñoso de muleta después de ya escasas y muy retiradas corridas sin
triunfar, pero a las cuales sus seguidores no se cansaban de acudir
persiguiendo a su ídolo por toda España.
Menciono esto pues me conmueve confirmar a
través de la fiesta brava y del deporte (pero más a través de la fiesta) la
enorme capacidad de seguimiento y fanatismo que se posee cuando alguien tiene
el don (“el duende”) no nada más en asuntos de poca monta como de los que estoy
hablando, sino en arengas de tanta trascendencia como las de San Vicente Ferrer
o de Adolfo Hitler; uno como el orador más importante en el cisma de la Iglesia
Católica del siglo catorce y el otro como el vocero enloquecido de inmenso y
aterrador arrastre del Tercer Reich durante la Segunda Guerra Mundial en el
siglo veinte.
Genios de la seducción y artífices, para
bien y para mal, de sus consecuencias.
Decía Goethe que aquel que no ha hecho
inventario de sus últimos tres mil años vive en la ignorancia y muere en la
oscuridad.
Este inventario que cualquiera puede hacer
a grandes trancos según sus inquietudes individuales, deja claramente
demostrado que la humanidad se ha pronunciado a través de los siglos por la
emotividad siempre que ésta ha entrado en conflicto con el raciocinio …y repito
…“ahí queda eso”.
Me preguntarán que qué carajo tiene que
ver todo este rollo con mi vida en el Hospital Central Militar, pero les
aseguro que mis grandes éxitos durante esos cuatro años tuvieron que ver con
asuntos más emotivos que racionales.
¿Cómo conseguir calmar juiciosamente a una
mujer enloquecida de dolor que estrella su cabeza contra las paredes del
pasillo al decirle que su esposo ha muerto en el traslado del quirófano a su
cama cuando ya había salido vivo de una muy laboriosa cirugía de tórax
difícilmente decidida y largamente aplazada? …¿cómo conseguir, sin confundirse
en el abrazo …compartiendo el dolor, la autorización de una autopsia necesaria
para el diagnóstico final y adecuado manejo de los demás familiares, en un niño
de diez años? …¿cómo carajo salir ileso –confiando tan sólo en un pinche
juicioso donaire– del área de cirugía teniendo que decir a los papás que su
niño de tres años acaba de morir por paro cardiaco en una sencilla operación de
estrabismo? …¿cómo calmar con razones al teniente coronel borracho que saca la
pistola amenazándome de muerte en Urgencias si no le salvo la vida a uno de
tantos de su madral de hijos al que llevan moribundo en brazos de una vieja
gorda, dizque abrigado bajo sus ropitas con papel periódico empapado en salsa
catsup (creí que era sangre cuando al meter mi mano en su pecho la retiré
húmeda y roja) y con todavía en la muñeca la tira de tela adhesiva, ya hecha
una agujeta sucia y renegrida, hundida en sus carnes magras, la cual se le puso
con los datos de la madre cuando nació entre nosotros seis meses atrás? ….y
quiero decir que esa madre, ya internado y apenas empezando a recuperar el crío
sus signos vitales, se empeñaba en llevárselo alegando llorosa: ‘no lo puedo
dejar solito …me necesita …me lo van a desatender’ … ¡qué ignorante! ¡cuan
pendeja! …que jija de la chingada …¿y el papá? ... pa’la madre mi general
…pa’su pinche y puta madre.
Estos son los verdaderos éxitos si
consideramos que ‘éxito’ significa “salida”…salir uno vivo …sacar al paciente
vivo. Los otros, los de buenas calificaciones, son ‘triunfos’ y los de buenos
resultados, como el control y mantenimiento de la salud del paciente, son sólo:
‘deberes’.
Una vez semblanteado mi hábitat y
personalidad de aquellos años, continuaré mi relato.
Éramos veintiocho los internos de primer
año y nos alojábamos peor que en la Escuela (sólo que ya sin chinches) pues
ocupábamos camas en amplias áreas comunes del hospital en el sexto piso (el de
hasta arriba). Sólo llegábamos a la cama, un casillero chaparro y ninguna
silla. Como si fuéramos un soldado encamado, ni más ni menos …pero sin buró.
Con este antecedente no era de extrañar
que cuando me tocaba atender a un general lo trataba como a cualquier soldado,
inyectándolo o puncionándolo con las mismas agujas multi usadas y chuecas que
había que enderezar golpeándolas suavemente con el martillito de probar
reflejos. Al apretar para exprimir pus de una herida infectada nunca pensé si
era soldado o general el paciente y, por supuesto con frecuencia, el director
del hospital me decía moviendo sonriente la cabeza “no me causes problemas
‘manolete” (éste querido maestro así me decía, y me quería lo suficiente para
soportarme y apoyarme pues durante todo el sexto año de la carrera fui pasante
en el Sanatorio Durango, adonde él tenía su consultorio).
Cómo me gustaría que este buen neumólogo,
don Antonio Torres de Anda, viviera y leyera en estas páginas mi sentido
agradecimiento y admiración.
He aprendido que el agradecer así como el pedir y dar perdón debe
hacerse a cualquier edad y en cualquier momento, independientemente de que
vivan o no los protagonistas. No sé si a los muertos les llegué nuestra muestra
de amor, pero a nosotros nos hace muchísimo bien.
En el mostrador del pasillo de esa área en
que dormíamos y a la cual por lo general sólo íbamos a cabecear sueños
contenidos y apresurados, había un teléfono que era un aparato de tortura
latente. Lo contestaba un soldado que hacía guardia sentado junto a él día y
noche como si fuera un ícono sagrado.
Oír repiquetear ese teléfono en la
madrugada seguido de algún monosílabo adormilado de aquel ordenanza y luego sus
botas arrastrándose hacia el interno requerido hacia que yo me encogiera en la
cama queriendo desaparecer.
Muchas, muchísimas veces durante aquellos dos
primeros años, llegó con su mano respetuosa a tocarme el hombro (no hacía falta
ni sacudir; sólo un leve toque) diciéndome:
---- Mi mayor …tiene un ingreso.
¡Puta madre! Si estoy de guardia en
Dermatología ¿qué pinche enfermedad de la piel amerita internarse a las dos de
la mañana?
Pues sí; …si esa sala tenía una cama
disponible y acababa de llegar un fracturado de fémur no habiendo cama en
ninguna de las dos salas de ortopedia, me correspondía el ingreso y no sólo
interrogar, explorar, tomar placas radiográficas, escribir la historia clínica,
dejar indicaciones, sino además solicitar y dejar armados todos los tubos,
poleas, cadenas y argollas que formarían encima de la cama todo ese circo
necesario para mantener al paciente con la posición y tracción adecuada en
espera de que el jefe del servicio a la mañana siguiente, pasando visita,
simulara estar encabronado por tal invasión, pero que luego ya con el
ortopedista, que por lo general era su gran cuate, se pasara un buen rato
platicando de piel y huesos sabrosamente mientras a mí se me caían los calzones
junto con los párpados presa de un cansancio que ya no era natural …bueno sí
…era más natural en esa época que el estar bien despierto, máxime que durante
la noche había generalmente más de un ingreso, ya que cargaba uno, además de
con su sala, con la de un compañero que era pareja durante el mes y que había
salido franco esa tarde y noche respectiva.
Las salas se distribuían cada mes y se
rotaba por todas, incluyendo consulta externa, banco de sangre y patología,
donde no había ingresos nocturnos, pero que no eran apetecidas por no tener
cirugía y por lo cual a veces se distribuían como salas ‘de castigo’ cuando el
interno ameritaba una llamada de atención por alguna leve deficiencia en su
servicio.
También rotaba uno por algunos hospitales
regionales.
Yo roté por el de Irapuato en el primer
año y por el de Chilpancingo en el segundo. Ahí sí lo atendían a uno bien y
tenía cuarto para pasarse un mes lindo con la esposa si ya eras casado (no sé
si algún compañero se aventó el mes de romance con alguna amante, pero nadie se
lo hubiera impedido ya que no se pedían papeles comprobatorios de matrimonio).
Recuerdo bien esto pues al de Irapuato fui
casi de luna de miel (que había sido sumamente breve) y en el de Chilpancingo,
en segundo año ya, fue concebida mi primera hija.
En este hospital vi por vez primera en mi
vida a la gente rezar de rodillas a gritos ante un temblor de tierra, y es que
en esas regiones guerrerenses los temblores no se andaban con mamadas como en
el D. F. …hasta 1985, en que el subsuelo se vengó con creces de tantos amagos
así como de temblores leves, como el que causó la caída del Angel de la
Independencia unos años antes y que hizo salir a familias de la colonia
española en auto a ver el espectáculo del angelote caído; igual que iban en la
edad media en sus carretas de bueyes a ver los ahorcamiento campiranos de la
Inquisición con sus canastas de víveres y chiquillería alborozada.
¿Saben que me pasa? Que mi vida ya es
larga, mi memoria es buena y mis lecturas numerosas, por lo que me cuesta mucho
trabajo dejar de ir discurriendo ampliamente por el hilo del suceso que tomo
entre manos y a veces da la impresión de que divago y de que me puedo perder;
pero nada de eso, ya verán cómo regreso, pero antes quiero compartir una cosa
horrorosa, cruel y estúpida disfrazada con el falso barniz de las buenas
costumbres en cuanto a ejecuciones de la Inquisición y que me acaba de venir a
la memoria.
Fue durante el siglo dieciséis, en
Almería, donde un sastre llamado Francisco Vázquez (este caso es famoso) y su
esposa fueron condenados a morir ahorcados. El así murió, pero ella no, pues,
considerando las autoridades que era indecente que una mujer colgante mostrara
sus piernas algo más arriba de lo que indicaban las buenas costumbres, le fue
cambiada la pena por la de ser enterrada viva; así se hizo.
Pues en Chilpancingo vi a un médico
militar bastante mayor que yo atender un parto bajo hipnosis de un modo
sumamente fácil y que además me dejó maravillado ya que, una vez expulsado el
crío y la placenta completa, el obstetra le pidió a la paciente que contrajera
la matriz y ¿qué creen? ...se le hizo chiquita y dura, dejando de sangrar,
igual que si se le hubiera inyectado a la madre la ampolleta de rigor en esos
casos para contraer el útero y controlar el sangrado.
Aquel facultativo me permitió tocar el
vientre, y al notar la poderosa contración uterina que supuestamente no depende
en absoluto de la voluntad, me emocioné tanto que desde ese momento me prometí
aprender a manejar así los partos …y algunas otras cosas que ya mi fantasía
clínica comenzaba a barruntar
Además, y para demostrar el control que
bajo hipnosis se tiene del sistema nervioso autónomo (el cual no depende de la
voluntad) le pidió a la señora que aflojara ligeramente la matriz y dejara
salir un poco de sangre para que así me quedara demostrado el aflojamiento sin
tener que volver a permitir el contacto de mi mano trémula sobre ese bendito
vientre.
Luego le volvió a pedir contracción
uterina y la sacó del trance con palabras dulces, haciéndola irse a su cama
caminando vivamente más fresca y encendida que una rosa.
Ese mismo año me metí a un curso de
hipnosis clínica en el Centro Médico Nacional del Seguro Social y resulté ser
un hipnólogo exitoso. Tal vez más adelante les platique de algunos casos
bonitos manejados por mí.
Confieso que con mi esposa fracasé rotundamente.
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