"El propósito del arte no es una quintaesencia intelectual, rarificada
sino la vida, la brillante e intensa vida."

Alain - Arias Misson

martes, 17 de mayo de 2016

Alma de Mayor (Parte 7)

     No por haber dicho que logré la ‘subresidencia’ he terminado de platicar de mis dos años de internado; queda mucha harina en el costal y, aun sin haber tenido el enorme glamour y éxito de los años hospitalarios por venir; no dejan de tener atractivo y enorme peso en mi recuerdo y en mi corazón.

     Antes de pasar a platicar de las salas muy quirúrgicas (rasgo característico de nosotros, los médicos militares, es nuestra gran inclinación y capacidad quirúrgica), quiero agotar los recuerdos interesantes de los servicios no quirúrgicos como lo eran Patología, la Consulta Externa y algo más del Banco de Sangre.

     Haber pasado por Patología y no hablar de muertos y autopsias sería injusto para ese reducido grupo de lector@s que apetecen saber de historias truculentas, como yo siendo niño escuchando “Las Calles de México” pegado al gran radio Stromberg Carlson alto, cupuliforme de bulbos y gótica fachada bordada en tela y oro; como terno de luces …¡carajo! me tendrán que perdonar mi constante recaída en lo taurino, pero ni yo me imaginaba lo fuerte que este asunto es en mi subconsciente hasta ahora que me ha dado por escribir. Ya lo decía la Yourcenar …‘no escribo lo que pienso; escribo para descubrir lo que pienso’.

     Escuchando, decía, durante noches trémulas en que mis papás habían salido y las sirvientas lo encendían depués de hacernos prometer a mis hermanos y a mí guardar el secreto; fumando ellas entre risillas y dejándonos dar uno que otro chupetón al cigarrillo (tengo fundadas sospechas de que a Manolo, mi hermano mayor, le permitían chupetones diferentes y de mayor sabor pecaminoso).

     Como se puede ver, mi primer contacto con el tabaco fue desde muy niño y me ha costado un huevo y la mitad del otro dejarlo después de muchos, pero muchos años.

     No sólo fueron ‘Las Calles de México’ sino ‘El Monje Loco’ y ‘Los Bandidos de Río Frío’ quienes poblaron de terror mis fantasías radiofónicas infantiles, así como esas inolvidables tardes de planchado en que nos metíamos mis hermanos y yo subrepticiamente debajo de la gran mesa olorosa a ropa planchada húmeda y humeante cubierta por gruesa cobija que colgaba hasta el suelo para escuchar escondidos, silenciosos y sobrecogidos, historias de criadas como aquella del hombre del pueblo de una de ellas que sufría de ‘ataques’ por lo cual se le había recomendado no casarse nunca, pero que, desobedeciendo, lo hizo y la noche de bodas fue tanta su emoción que sufrió terrible ‘ataque’ …tan terrible que mató, despedazó y devoró a la desposada.

     Yo era aún tan pequeño que no entendía qué tanta emoción podía causar una noche de bodas.

      El servicio de Patología contaba con tres grandes mesas blancas con sistema de lavado incluido, para las autopsias. Una pared llena de puertas metálicas grandes y cuadradas, a diferentes alturas, que daban lugar a los profundos espacios horizontales refrigerados donde se metían tanto cuerpos enteros como miembros amputados y placentas (éstas eran solicitadas insistentemente en las afueras del servicio por compradores furtivos que nos ofrecían dinero contante y sonante para darles destino en la industria de cosméticos).

     Tenía también un cuarto anexo con larga y desnuda mesa de granito gris a cuyo lado aparecía, como cualquier aparato de anestesia en los quirófanos, una bomba con motor para inyectar formol a presión a través de la arteria femoral en los cuerpos que tenían que sufrir largos y tardados traslados ya que en nuestro hospital nacían alegrías al nacer criaturas de padres cercanos, pero aparecían tristezas con la muerte de muchos pacientes provenientes de lugares lejanos.

     Estas mareas y resacas de vida y muerte en los grandes hospitales me hicieron comprender más adelante el por qué nunca conocí ni trabajé en un gran hospital del que todos hablaran bien ni del que todos hablaran mal. Mi madre, que amaba al Hospital Español, que adoraba a sus médicos, a sus monjas (se me hace que siempre coqueteó con la fantasía de ser monja, además de reina), a su capellán, a su mesa directiva, que formó parte activa de ricas damas benefactoras las cuales organizaban rifas, bailes, romerías y cabalgatas y en donde dio a luz a sus seis hijos llenando de alegría su vida y la de papá (decía éste que los momentos más felices de su vida fueron aquellos en que llegaban él y mamá con un hijo nuevo a casa) …este hospital tan amado por ella y en el que papá vivió sus últimos días, jamás lo volvió a visitar después de su muerte. Duró treinta años su viudez y jamás lo volvió a pisar ...ni para visitar a una amiga enferma …y eso que era gran consoladora.

     Contaba también el servicio de Patología con amplias oficinas, aula y áreas llenas de microscopios, mesas y vitrinas pletóricas de frascos con piezas de tejidos humanos.

     Era un magnífico servicio al que se entraba desde el interior de nuestro hospital, llegando por el fondo del primer piso, y que tenía salida hacia los jardines y estacionamientos traseros por razones fáciles de imaginar tales como el tránsito de carrozas fúnebres, siempre conmovedoras y de mal agüero. Esa área era muy usada para estacionar nuestros coches y tener acceso a ellos sin tener que salir por las puertas principales del hospital, cuyos estacionamientos cercanos estaban monopolizados por los maestros y directivos.

     El transitar de modo frecuente y cotidiano por el pasillo central del servicio de patología simplemente para entrar y salir del hospital nos hacía, a los jóvenes gallardos y presuntuosos, no olvidar esa presencia perenne y ‘saludable’ del fantasma de la muerte.

     Quien sienta rechazo hacia este tipo de narraciones le sugiero  que se brinque varias páginas …no sé cuantas señorita ¡no soy Nostradamus! ...pues voy a hablar de cadáveres y autopsias, ya que mis memorias de Mayor no estarían completas sin tales narraciones cuya fuerza es indudable y necesaria tanto a nivel literario como espiritual.

     El obtener autorización para llevar a cabo una autopsia que no fuese forzosa por motivos legales era algo muy apreciado por los superiores y sumaba puntos a la calificación de un médico interno.

     El supuesto valor de una necropsia para aclarar diagnósticos fue, en mi experiencia, el menor de los argumentos pues era rarísima la muerte por causa dudosa o desconocida en nuestro hospital.

     El porcentaje de diagnósticos acertados era sumamente elevado y no ya en las salas de internamiento, sino desde la consulta externa o el servicio de Admisión y Emergencias.

     En alguna junta de esas grandes, solemnes, de auditorio pletórico, donde aparecía llena la platea de butacas ocupadas por maestros y gente importante tanto del ejército como del sector salud del medio civil, un medio día se presentó una exposición estadística memorable en que se hacía ver el altísimo índice de diagnósticos acertados ya desde el paso del paciente por manos de médicos sumamente jóvenes.

     A la luz de los sofisticados y precisos medios diagnósticos actuales, me sigue sorprendiendo la claridad diagnóstica de entonces con recursos clínicos precarios pero muy bien sustentados por conocimientos abundantes aplicados tras acuciosos interrogatorios y exploraciones sin más estudios de laboratorio y gabinete que alguna radiografía y unos cuantos análisis de los que hoy en día sigue haciendo cualquier laboratorio “patito” de colonia proletaria.

     Pocos estudios se pedían, pues todavía brillaban maestros como Don Manuel Guadarrama, extraordinario médico y cirujano que nos hacía ver lo innecesario de una radiografía para determinar una fractura ya que la simple clínica era suficiente. Aún me parece verlo describiendo las características de una fractura: dolor, impotencia funcional, movilidad anormal y crepitación ósea, con lo cual maldita la falta que le hacía obtener mayor ‘conocencia’ del caso para aplicar un yeso sin causarle más gastos ni al paciente ni al hospital.

     Le gustaba aderezar sus enseñanzas con palabras y frases pintorescas como: ¡ah chispiajo! …‘me es inclusive’, ‘si la juventud supiera y la vejez pudiera’ y muchas otras que me lo hicieron gratamente inolvidable.

     Fue don Manuel un excelente clínico y un relampagueante cirujano, el cual, la primera vez que colaboré con él como instrumentista en una extirpación del apéndice, al estar yo apenas acabando de ordenar los hilos en la mesa de instrumentos, él ya me los estaba pidiendo ensartados en la aguja curva para coser la pared abdominal pues ya había terminado la operación propiamente dicha.

     Estos brujos del diagnóstico y magos del tratamiento eran utilísimos, por no decir que indispensables, para que funcionara la institución brillantemente dentro del tan exiguo presupuesto con que contaba.

     Fíjate  (ya te voy a hablar ‘de tú’) cuan rascuache era el presupuesto no sólo de Sanidad Militar sino del Ejército entero (tiempos eran aquellos en que los militares no eran casta como lo han sido siempre los militares españoles y argentinos y como lo fueron los mexicanos en tiempos de Miguel Alemán o ahora con la lucha contra el narcotráfico) que cuando le pidieron al Secretario de la Defensa autorización para una compra de alcohol necesario para mezclar con el combustible de once jets nuevos (que por cierto se fueron cayendo uno por uno) y que él no sabía que era necesario, se escandalizó quejándose de que ni sanidad militar necesitaba tanto alcohol …y mira tú que contábamos con tan poco que en la sala de detenidos algún soldado, pasándole visita me decía:

     ----¡Pónganle más alcohol a las torundas mi jefe!

     Esa solicitud me llevó a un triunfo a lo Hércules Poirot de Agata Christie pues descubrí que los internados se chupaban las torundas de algodón empapadas de alcohol a escondidas deslizándose descalzos y silenciosos de madrugada, cuando el personal de guardia dormitaba, hasta el cuarto de curaciones donde las chupaban mientras fumaban cigarros Raleigh (eran de éstos pues eran los únicos adquiribles con filtro), a los que les extraían el tabaco y los llenaban con trituración menuda de hojas de marihuana que dejaban secar colgada del tambor de los colchones de sus camas tomando la precaución, para evitar el olor, de poner talco entre el filtro y la marihuana.

     Estas colillas de cigarrillos aparentemente inocentes tiradas en aquellas altas y abolladas escupideras con agua sucia; de latón dorado, de boca amplia con tipo de florero (sí, sí, de florero …ahí chapaleaban y florecían felices el hemofilus influence, la neisseria catarralis, el mycobacterium tuberculosis y todos sus contlapaches. ¡Sí, sí! yo viví, desde niño, entre asquerosas escupideras por todos los pisos de todos los lugares públicos, hospitales, oficinas, hoteles y restaurantes, por finos y caros que fueran;  eso de que ‘todo tiempo pasado fue mejor’ depende mucho de los ascos personales de cada quien).

     Esas colillas, decía; al ser analizadas y tras reforzar la guardia nocturna de la sala, dieron la clave del porqué en la sala de detenidos algunos pacientes andaban pedos y motos sin podérseles diagnosticar síndrome conocido alguno.

     Éramos tan inocentes todavía en esos menesteres del narco menudeo que, al menos yo, no conocía la planta de la marihuana y mucho me sorprendí, junto con varios de mis compañeros, cuando descubrimos, después de más de dos años de observarla cuidarla y regarla, que aquella planta de la maceta en el quicio de la ventana del pasillo en el piso donde dormíamos …¡era de marihuana!

     Los mismos familiares eran quienes les llevaban los Raleigh, a veces ya preparados, o las hojas de marihuana ya medio secas, y nosotros ni nos las olíamos.

     Ahora que acabo de mezclar al Secretario de la Defensa con los jets …¿no se te hizo raro? ...¿no piensas que la aviación debe ser boleto aparte del ejército? ...pues no mi amigo …en nuestro país la aviación es un brazo del ejército (otro tema para Franz Kafka).

     La aviación puede ser un brazo de la marina, como en los portaviones, pero no del ejército.

     No …de ninguna manera …no estoy perdido. Sé bien que ando escarbando en un asunto macabro de muertes y autopsias …ya mero retomo el hilo …no te me alebrestes …¡tú siempre con el morbo a cuestas!

     Quiero antes terminar con este asunto de los diagnósticos caros y baratos, hablar un poco más y de un modo específico y concreto.

     Baste como ejemplo el diagnóstico preciso del lugar de una lesión en el tronco cerebral pasando la uña del pulgar por la planta del pie. El modo de contraerse o de extenderse los dedos de ese pie ante dicho estímulo (reflejo de Babinski) nos daba el diagnóstico topográfico preciso a un costo nulo, como no fuera el de unas cuantas pestañas quemadas por el estudio en los ojos cansados de un médico que sabía serlo.

     Hoy ni se menciona el Babinski en las universidades. Hay que diagnosticar con el tomógrafo computarizado, con la resonancia magnética, y buen cuidado toman las casas fabricantes de ponderar sus cualidades y mucho se prestan los colegas para ensalzarlos en los congresos (con prebendas ¡a huevo!, tales como viajes pagados a otros congresos en lejanos y exóticos países para presentar algún artículo pero, sobre todo, para meter en la mente juvenil ansiosa de saber y en las no tan juveniles, ansiosas de esnobismo; las nuevas y caras tendencias de la moda tecnológica) …(iba a decir ‘científica’ ¡que buey!).

     El verdadero glamour de los hallazgos de autopsia era la elaboración de la correlación clínico patológica, es decir, la demostración de que todo se había estudiado, diagnosticado y tratado bien aunque, el resultado hubiese sido el fallecimiento debido a que ese era el único desenlace pronosticado.

     Esta correlación se mantenía celosamente guardada y preparada en forma de una sesión pomposamente llamada “Sesión Clínico Patológica Semanal” que reunía en el auditorio a todo el personal académico del hospital y era sujeta a presentación, debate, intentos de adivinación y revelación del sublime secreto final, como un caso de Sherlock Holmes, pero mucho más apasionante pues un determinado servicio presentaba a los presentes toda la historia clínica de un ser humano desde antes de nacer ¡sí! ¡no exagero!: en toda historia clínica bien hecha aparece muy al principio el famoso rubro: AHF o antecedentes heredo familiares, seguido de cómo principió su padecimiento, en qué lugar y en qué época. Cómo y cuándo pasó por manos de Juan de la chingada, donde le fue de la idem; de qué manera llegó al internamiento en determinada sala y fue a terminar en Patología, pasando el relato por infinitos detalles de todo color y tipo sufridos por el ya difunto y llevados a cabo y término hasta el desenlace final tanto macro como microscópico.

     Era difícil para cualquiera no médico imaginar el alto significado que tenían  aquellos cuerpos abiertos en canal, horizontalmente de hombro a hombro y verticalmente desde la garganta hasta los genitales; vaciados con cierto cuidado, pero vueltos a rellenar de cualquier manera y cosidos toscamente; con la cara tapada por su propia calota llena de pelos. Pelos que jamás sufrieron cáncer alguno (cabello y cristalino del ojo son las únicas porciones de la ‘humanis corporis fabrica’ que no desarrollan cáncer en toda la vida) y que ni se sueltan con la muerte ni se pudren aunque pasen años y años. Pelos y uñas siguen creciendo varios días después de la muerte (pa’ pinche aferro a la vida). Es horrible cuando se practica la exhumación de un ser amado ver la cabellera como adorno aún vigente de una calavera imposible de relacionar con aquel rostro querido sobre el que lució. Pelos insertados decía, al casco de piel cabelluda cubriendo la tapa de hueso cortado con brío y ruidosamente (en mis tiempos se cortaba con segueta produciendo un ruido escalofriante, no existían las silenciosas sierras eléctricas de ahora) (bendito seas tú: Stryker, que inventaste una rápida y eficiente sierra circular de vaivén que respeta los tejidos blandos e impide que en un descuido el cerebro reciba un seguetazo y sobre todo …sobre todo… ¡Dios mío! ...que no hace ruido).

     Este casco, esta calota, volvía a ponerse en su lugar y quedaba mal sujeta a su sitio tan sólo por la sutura de piel que, aunque profunda y disimulada por el cabello; cuando lo había; permitía un cierto desplazamiento que deformaba horrorosamente la frente de ese rostro, de esa persona que había cedido ya todos sus derechos, apagado todas sus quejas y vanidades constituyéndose a través de la autorización de sus deudos en un excelente territorio de estudio; de culto al saber y a la búsqueda y promoción de la salud.

     ¡Qué bueno que ya la cremación se ha hecho costumbre! Cuando fue necesario que un familiar estuviera presente en la exhumación de los restos áridos de papá nadie se sintió con fuerzas. Manolo presenció la exhumación de los restos de un general amigo de la familia y el hijo del general presenció y testificó en la de papá el mismo día, a la misma hora y casi en el mismo lugar.

     Restos áridos que se incineraron para ocupar lugares menos solitarios, acompañados por urnas de seres queridos dejando en el olvido el poema aquel tan triste, tan desesperado de Bécquer …que decía …¡Dios mío! …¡qué solos se quedan los muertos!

     Hace pocos años se quiso perjudicar a una persona importante ‘sembrando’ un cadáver en un terreno de su propiedad para hacerlo pasar como asesino. Era tan …ahora sí que ‘estupefaciente’ y ‘estupefactante’, tanto por lo insólito como por lo estúpido, ver en los videos como se extraía ese cadáver con una bóveda craneal móvil, deforme, típica de autopsia hecha a la carrera sin suturas firmes en la piel cabelluda. Era tan asombroso que los enemigos le hubieran sembrado un cadáver autopsiado.

     Me los imagino:

     ---- ¿Y de’onde quiere que le fabriquemos el muertito mi jefe?

     ---- Me vale, échense al que puedan ¡Pero ya!

     ---- Ta’bueno mi jefe.

      Y luego entre los sicarios:

     ---- ¿A quién nos echamos compita?

     ---- No sea usté pendejo ¿qué no hay chingo de muertos en el de Dolores que nadie reclama?

     Era tan doloroso ver el bajo nivel educacional de mi gente haciendo pareja con otro nivel altamente malicioso pero tan malicioso que hacía conjunto a su vez con un tercer nivel increíble de ingenuidad y estupidez, que me sucedió algo que nunca me sucede: que sentí hastío de mis políticos, de mis  empresarios, de mis autoridades policíacas de mis malos, de mis buenos, de mis comunicadores televisivos, radiofónicos y periodísticos; que me dio una hueva mortal ¡no! ¡una hueva vital! tan consoladora como mi acostumbrado y necesario cabreo vital …y  olvidé todo este asunto …o traté de olvidarlo, pero, al percatarse los medios de lo que ese cráneo deforme reflejaba, se trató de dorar la píldora y me volvieron a sacudir. Como en todos esos casos de dorificación de píldora se regó el tepache más aún, suponiendo como posible que el muerto lo habría sido por un garrotazo en la cabeza …como si un hundimiento de cráneo dejara una calota móvil como tapadera floja, mal suturada, medio redonda, medio ovalada, de bordes deslizables y parejos. Horriblemente móvil, de esa manera que jamás se olvida, móvil como uno se imagina que se le movería la calota a un Frankenstein de verdad  si fuera sacudido por grandes y sonoras carcajadas.

     Hasta para el delito somos débiles mentales en este ambiente de Kafka.

     Se decía cuando yo era jóven:

     ---- Pareces policía chino.

     ---- ¿Por qué?

     ---- Por misterioso y pendejo.

     Ahora se puede decir:

     ---- Pareces maloso mexicano.

     ---- ¿Por qué?

     ---- Por ignorante, obvio  y pendejo.

     El asunto se diluyó y lo volví a perder en el olvido hasta ahora.

     Supongo que cualquier médico no manipulado aclaró todo este macabro e infame asunto que tanto ruido causó entre la opinión pública.


     Soy consciente de que no todo el mundo sabe de calotas, pero también lo soy de que todo mundo debe de ser prudente (aunque en el mundo de la violencia a veces sale sobrando) y que aquellos que nos informan lo deben ser más aún.

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