¡Cuántas veces no me volví loco de ganas de fornicar con alguna
de las muchas enfermeras militares hermosas que pululaban en el hospital
Central Militar!
Recuerdo a una, realmente primorosa, y
buenísima, que por las tardes de mis guardias iba a mi cuarto para pedir la
“autorización para la tela adhesiva”. Le decían “La Nutella” por suave,
aromática, morena, resbalosa y probablemente exquisita. Nunca entendí el por
qué de tener que autorizar tan peregrino material de curación, pero lo que sí
entendía era la poderosa erección entre mis piernas y el anhelo de salirme con
ella un par de horas (no nada más un ratito de anhelo mal disimulado por ambos)
y …¡a chingar a su madre el mundo y sus alrededores!
Los ‘erres’ militares éramos excelentes
...y los ‘erre tres’, nada de que “ni los ves”; de hecho éramos los ángeles de
las distocias.
No había parto difícil en el que no
apareciera un ángel vestido de blanco con corbata y bata larga limpia y bien
planchada, con el estetoscopio al pecho, no terciado en la nuca como un trapo
cualquiera propenso a caer con cualquier inclinación inesperada dentro de
cualquier bacinica inoportuna.
Donde quiera que veías a uno de esos
‘subresidentes’ de tercer año había pedo que resolver.
Uno de los muchos que me tocó enfrentar
fue el siguiente:
Dormitaba una madrugada en mi cuarto
cuando sonó el teléfono (ya no me tocaba un soldado con teléfono para sesenta
cabroncitos de primero y segundo año). Ya cada cuarto tenía teléfono para los
dos ‘subresidentes’ que lo habitaban. Había que dormitar semi vestido (sin la
bata, claro, para no verse luego todo masticado) pues cada vez que sonaba era
una bronca más o menos gruesa que resolver.
Aquella noche nada más descolgar el
teléfono (la llamada provenía de la sala de expulsión) se escuchó un alarido
hendiendo los aires y llegando a mi a través de una bocina que parecía que
vibraba en mi mano. Ya ni pregunté nada a la voz que se supone me iba a
informar de algo. Bajé hecho la madre del sexto al tercer piso y entrando a la
sala de partos apareció ante mis ojos un espectáculo dantesco digno de un
aguafuerte de Goya:
Una mujer enloquecida de miedo y dolor
corría con un feto fláccido y morado colgándole de la vagina atorado en ella
por la cabeza. Era un parto de nalgas bien atendido en que, a la hora de tener
el interno que simplemente introducir un dedo en la boca del crío y jalar
suavemente, aquella mujer decidió no cooperar más, aventó trapos y sueros, y
empezar a bailar una danza enloquecida.
Estos ataques de pánico cuando ya estaba
casi todo resuelto no eran raros en absoluto. Lo vi en otra ocasión sucediendo
el drama entre dos compañeros, uno era el cirujano a punto de apretar el gatillo
de aquella gran pinza con forma de pistola larga y delgada con un asa de
alambre en la punta que cercenaba la amígdala, y el otro un colega de un año
atrás que se
estaba dejando operar bajo
anestesia local; sentadito, con la cabeza hacia atrás, apoyada en la pared, en
una sala de curaciones, no en un quirófano. Así nos operábamos con frecuencia
los unos a los otros pues obtener la autorización para utilizar un quirófano
era cosa de trámites formales compitiendo con los derechos y privilegios de maestros
y residentes de más alto nivel.
El compañero que estaba siendo
amigdalectomizado entró en pánico y se puso a brincar y a correr en círculos
con su cirujano detrás o delante de él, tratando de cortarle el paso mientras
le colgaba de la boca, atorada de la garganta, la enorme pinza empapada de
sangre y saliva que le chorreaba desde el cuello hasta los pantalones.
Finalmente entre varios lo sentamos a
huevo y su jovencísimo cirujano pudo apretar a fondo el gatillo de la
pinza-pistola para que el asa de alambre se retrajera bien y seccionara la
amígdala …limpiamente …como debió de suceder en una cirugía de escasos diez
minutos.
Pues lo mismo estaba pasando en la sala de
expulsión con un niño colgante …que no murió pues entre varios le aplicamos a
la madre un tratamiento enzimático (no …nada de enzimas …sino todo mundo
‘encima’ de ella) para que yo pudiera aplicar un pequeño fórceps bajo de cabeza
última y librar al crío, a la madre y a todo nosotros de aquel dolor de cabeza.
Todo salió bien e incluso el chavalín
lloró rápido, bien encabronado, y sacó un Apgar de ocho.
Nada mal. No se necesitó de un gineco
obstetra estrella; nada más de un ‘erre’ tres, presente, responsable y con
aplomo.
Coño, coño y recontracoño; ya me vino otra
reflexión taurina hablando de esto:
Decía un apoderado de toreros muy chingón
en mis tiempos al que le decían “Camará” (nunca supe por qué) y que fue
apoderado entre otros del gran y muy llorado Manuel Rodríguez “Manolete”.
Decía Camará, repito:
---- A mi tú déjame vé a un chavá
que lo revuelque el toro y que se ponga en pie sin verse la ropa y sin perdé
‘la color’ …y yo hago de él una figura del toreo.
Pues así, lo único que se necesitaba en la
sala de partos aquella madrugada era un ‘residente’ de tercer año que no
‘perdiera la color’.
Cuantísimo del aprendizaje y la labor
durante los años de hospital tenía que ver con el carácter. Por eso, desde el
primer año de la carrera, en el examen final de anatomía, se calificaban no
nada más los conocimientos sino el coraje y la fantasía del alumno …digo yo
…ese fue mi caso y el de muchos otros ante una materia imposible de abarcar en
su totalidad.
Había chistes al respecto de las clases de
anatomía en que no sólo se trataba de mejorar el conocimiento sino otras
cualidades.
Ahí les va uno que contaba mi padre, quien
no contaba muchos, pero que los pocos que contaba eran siempre interesantes,
formativos y de ese humor ligeramente negro muy celta por cierto (los ingleses presumen
de ello, pero la verdad es que son chistes de tipo celta, el cual es el mejor
del mundo: de sonrisa más que de carcajada, y cuya fuente surge en el norte de
España pasa por parte de Francia y termina en Irlanda). Precisamente el humor
negro es el propio de Galicia, la cual es tan vecina de León que a ella se
fueron de luna de miel mis padres (supongo que viajando pobremente allá por
1931 en que mi padre volvió a España a casarse con la niña de sus sueños).
Los actuales chistes “de gallegos” eran
los de baturros (éstos son de Aragón) o de yucatecos, de mis tiempos. Son
totalmente injustos y en su gran mayoría provienen precisamente de España, en
donde se les dice “chistes de Lepe” por ser Lepe un pueblito andaluz de
bajísima escolaridad (pero igual era el pueblo leonés de mi padre …no chinguen;
y mi abuela materna fue ‘la maestra’ por muchos años de otro pueblo igual …el
de mi madre).
El maestro al que se refiere este chiste
decía a los alumnos que rodeaban al cadáver:
---- Para ser buen médico hay que tener
buen estómago y buen ojo clínico. Vamos a ver como andan ustedes de esos
atributos.
Y, acabando de decir esto, practicaba un
lento, profundo y cuidadoso tacto rectal en el cadáver para, después, ante
todos, chuparse el dedo en forma ostentosa y con supuesto deleite.
---- ¿Quién puede hacer lo mismo?
Y no faltaba el pendejo presuroso que, por
quedar bien, lo repetía; viendo lo cual el viejo zorro sonreía y le decía:
---- Tiene usted muy buen estómago mi
amigo pero un pésimo ojo, pues yo introduje el dedo medio y me chupé el índice.