"El propósito del arte no es una quintaesencia intelectual, rarificada
sino la vida, la brillante e intensa vida."

Alain - Arias Misson

lunes, 19 de junio de 2017

Alma de Mayor (Parte 23)

     ¡Cuántas veces no  me volví loco de ganas de fornicar con alguna de las muchas enfermeras militares hermosas que pululaban en el hospital Central Militar!

     Recuerdo a una, realmente primorosa, y buenísima, que por las tardes de mis guardias iba a mi cuarto para pedir la “autorización para la tela adhesiva”. Le decían “La Nutella” por suave, aromática, morena, resbalosa y probablemente exquisita. Nunca entendí el por qué de tener que autorizar tan peregrino material de curación, pero lo que sí entendía era la poderosa erección entre mis piernas y el anhelo de salirme con ella un par de horas (no nada más un ratito de anhelo mal disimulado por ambos) y …¡a chingar a su madre el mundo y sus alrededores!

     Los ‘erres’ militares éramos excelentes ...y los ‘erre tres’, nada de que “ni los ves”; de hecho éramos los ángeles de las distocias.

     No había parto difícil en el que no apareciera un ángel vestido de blanco con corbata y bata larga limpia y bien planchada, con el estetoscopio al pecho, no terciado en la nuca como un trapo cualquiera propenso a caer con cualquier inclinación inesperada dentro de cualquier bacinica inoportuna.

     Donde quiera que veías a uno de esos ‘subresidentes’ de tercer año había pedo que resolver.

     Uno de los muchos que me tocó enfrentar fue el siguiente:

     Dormitaba una madrugada en mi cuarto cuando sonó el teléfono (ya no me tocaba un soldado con teléfono para sesenta cabroncitos de primero y segundo año). Ya cada cuarto tenía teléfono para los dos ‘subresidentes’ que lo habitaban. Había que dormitar semi vestido (sin la bata, claro, para no verse luego todo masticado) pues cada vez que sonaba era una bronca más o menos gruesa que resolver.

     Aquella noche nada más descolgar el teléfono (la llamada provenía de la sala de expulsión) se escuchó un alarido hendiendo los aires y llegando a mi a través de una bocina que parecía que vibraba en mi mano. Ya ni pregunté nada a la voz que se supone me iba a informar de algo. Bajé hecho la madre del sexto al tercer piso y entrando a la sala de partos apareció ante mis ojos un espectáculo dantesco digno de un aguafuerte de Goya:

     Una mujer enloquecida de miedo y dolor corría con un feto fláccido y morado colgándole de la vagina atorado en ella por la cabeza. Era un parto de nalgas bien atendido en que, a la hora de tener el interno que simplemente introducir un dedo en la boca del crío y jalar suavemente, aquella mujer decidió no cooperar más, aventó trapos y sueros, y empezar a bailar una danza enloquecida.

     Estos ataques de pánico cuando ya estaba casi todo resuelto no eran raros en absoluto. Lo vi en otra ocasión sucediendo el drama entre dos compañeros, uno era el cirujano a punto de apretar el gatillo de aquella gran pinza con forma de pistola larga y delgada con un asa de alambre en la punta que cercenaba la amígdala, y el otro un colega de un año atrás que se
estaba dejando operar bajo anestesia local; sentadito, con la cabeza hacia atrás, apoyada en la pared, en una sala de curaciones, no en un quirófano. Así nos operábamos con frecuencia los unos a los otros pues obtener la autorización para utilizar un quirófano era cosa de trámites formales compitiendo con los derechos y privilegios de maestros y residentes de más alto nivel.

     El compañero que estaba siendo amigdalectomizado entró en pánico y se puso a brincar y a correr en círculos con su cirujano detrás o delante de él, tratando de cortarle el paso mientras le colgaba de la boca, atorada de la garganta, la enorme pinza empapada de sangre y saliva que le chorreaba desde el cuello hasta los pantalones.

     Finalmente entre varios lo sentamos a huevo y su jovencísimo cirujano pudo apretar a fondo el gatillo de la pinza-pistola para que el asa de alambre se retrajera bien y seccionara la amígdala …limpiamente …como debió de suceder en una cirugía de escasos diez minutos.

     Pues lo mismo estaba pasando en la sala de expulsión con un niño colgante …que no murió pues entre varios le aplicamos a la madre un tratamiento enzimático (no …nada de enzimas …sino todo mundo ‘encima’ de ella) para que yo pudiera aplicar un pequeño fórceps bajo de cabeza última y librar al crío, a la madre y a todo nosotros de aquel dolor de cabeza.

     Todo salió bien e incluso el chavalín lloró rápido, bien encabronado, y sacó un Apgar de ocho.

     Nada mal. No se necesitó de un gineco obstetra estrella; nada más de un ‘erre’ tres, presente, responsable y con aplomo.

     Coño, coño y recontracoño; ya me vino otra reflexión taurina hablando de esto:

     Decía un apoderado de toreros muy chingón en mis tiempos al que le decían “Camará” (nunca supe por qué) y que fue apoderado entre otros del gran y muy llorado Manuel Rodríguez “Manolete”.

     Decía Camará, repito:

---- A mi tú déjame vé a un chavá que lo revuelque el toro y que se ponga en pie sin verse la ropa y sin perdé ‘la color’ …y yo hago de él una figura del toreo.

     Pues así, lo único que se necesitaba en la sala de partos aquella madrugada era un ‘residente’ de tercer año que no ‘perdiera la color’.

     Cuantísimo del aprendizaje y la labor durante los años de hospital tenía que ver con el carácter. Por eso, desde el primer año de la carrera, en el examen final de anatomía, se calificaban no nada más los conocimientos sino el coraje y la fantasía del alumno …digo yo …ese fue mi caso y el de muchos otros ante una materia imposible de abarcar en su totalidad.

     Había chistes al respecto de las clases de anatomía en que no sólo se trataba de mejorar el conocimiento sino otras cualidades.

     Ahí les va uno que contaba mi padre, quien no contaba muchos, pero que los pocos que contaba eran siempre interesantes, formativos y de ese humor ligeramente negro muy celta por cierto (los ingleses presumen de ello, pero la verdad es que son chistes de tipo celta, el cual es el mejor del mundo: de sonrisa más que de carcajada, y cuya fuente surge en el norte de España pasa por parte de Francia y termina en Irlanda). Precisamente el humor negro es el propio de Galicia, la cual es tan vecina de León que a ella se fueron de luna de miel mis padres (supongo que viajando pobremente allá por 1931 en que mi padre volvió a España a casarse con la niña de sus sueños).

     Los actuales chistes “de gallegos” eran los de baturros (éstos son de Aragón) o de yucatecos, de mis tiempos. Son totalmente injustos y en su gran mayoría provienen precisamente de España, en donde se les dice “chistes de Lepe” por ser Lepe un pueblito andaluz de bajísima escolaridad (pero igual era el pueblo leonés de mi padre …no chinguen; y mi abuela materna fue ‘la maestra’ por muchos años de otro pueblo igual …el de mi madre).

     El maestro al que se refiere este chiste decía a los alumnos que rodeaban al cadáver:

     ---- Para ser buen médico hay que tener buen estómago y buen ojo clínico. Vamos a ver como andan ustedes de esos atributos.

     Y, acabando de decir esto, practicaba un lento, profundo y cuidadoso tacto rectal en el cadáver para, después, ante todos, chuparse el dedo en forma ostentosa y con supuesto deleite.

     ---- ¿Quién puede hacer lo mismo?

     Y no faltaba el pendejo presuroso que, por quedar bien, lo repetía; viendo lo cual el viejo zorro sonreía y le decía:


     ---- Tiene usted muy buen estómago mi amigo pero un pésimo ojo, pues yo introduje el dedo medio y me chupé el índice.

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