"El propósito del arte no es una quintaesencia intelectual, rarificada
sino la vida, la brillante e intensa vida."

Alain - Arias Misson

domingo, 28 de octubre de 2018

Alma en Tránsito Capítulo 22: Quitando ojos y curando sífilis


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QUITANDO  OJOS  Y  CURANDO  SÍFILIS


     Ese piso de consultorios que pusimos era una verdadera chulada.

     Estaba en Hegel 228, en un edificio de lujo de Polanco cuyo sexto piso quedó convertido, gracias al diseño de Raúl, mi hermano arquitecto, en una sala de espera amplia con muchos asientos blancos y aerodinámicos, cubiertos con vinilo imitando piel, empotrados alrededor, mostrador de recepción y un gran cancel tipo japonés que comunicaba a un pasillo con cuatro puertas; una para cada uno de los cuatro consultorios, el de David Gutiérrez, quien se distinguía en estrabismo, Miguel Hernández  Ceballos fuerte en retina, Rafael Aveleyra, fuerte en todo (como
todos nosotros, pero tal vez mejor) y yo quien le iba tirando a la sub especialidad de córnea.

     Teníamos además un cuarto de curaciones y procedimientos menores que funcionaba también como quirofanito, y un cuarto para guardar enseres tales como el pizarrón para las juntas y “mesas redondas” … y cachibaches diversos.

     Este cuarto era también  el “crying room” pues ahí metíamos a los pacientes con lentes de contacto de prueba para que lagrimearan durante diez minutos (de pendejos los poníamos a llorar delante de toda la clientela).

     Si mojaban no más  de tres kleenex en el proceso eran candidatos viables para la tremenda aventura de ponerles lentes de contacto.

     Yo hice un curso de contactología  y fui el iniciador de esta práctica en ese grupo pues era esa una de las pocas materias en que salían mal preparados los especializados del Hospital General. Los lentes de contacto eran muy caros (de tres a cinco veces más que unos convencionales de armazón) muy duros, mal biselados y difíciles de adaptar. Nada apropiado para manejar en el sub mundo de pobreza con enorme volumen de pacientes y escasez de tiempo  del Hospital General.

     La sub especialidad de córnea (a mí me gusta decir: sobre especialidad) era considerada de “cirugía de la pobreza” pues se basaba casi exclusivamente en hacer transplantes de córnea a gente de pocos recursos que se accidentaba o enfermaba de la córnea y, por mala atención en la mayoría de los casos, les quedaba opaca y blanquecina (ojos de cielo les decíamos humorísticamente, no por ser azules sino por estar llenos no ya de nubes sino  de nubarrones).

     La legislatura de transplantes en México era disfuncional y las listas de espera para un transplante de córnea eran casi del tamaño de un rollo nuevo de papel higiénico.

     Conseguir una córnea daba lugar a sucesos a veces dramáticos,
 a veces cómicos

     Les voy a contar dos de ellos:

     Un maestro le pidió al muertero de un hospital que le consiguiera un par de córneas de algún cadáver fresco. Este amigo lo hizo quitando ambos ojos y dejando en su lugar sendas torundas apretadas de gasa con algodón y dando un leve punto escondido entre las pestañas. De esta manera los familiares no se daban cuenta de nada pues a nadie se le ocurría andarle abriendo los ojos con fuerza a un difunto de la familia.

     Lo malo en este caso fue que la jovencita difunta fue dada de alta por defunción con un diagnóstico equivocado de un severo trastorno gastro intestinal y en la funeraria, cuando la arreglaban y limpiaban  descubrieron que en la pared abdominal presentaba un orificio por proyectil de arma de fuego.

     ¡En la madre mi general! …¡En todísima la madre!; se dio parte al ministerio público, se ordenó la autopsia de ley y ¿qué creen? …¿ ya adivinaron? …¡que además no tenía ojos!

     El maestro y el muertero fueron a dar al bote por un buen rato.  

     El otro caso fue así:

     Por Pan American Airlines  nos llegaban frascos con ojos frescos de Estados Unidos.

     Algún oftalmólogo joven los iba a recoger con un maletín refrigerado.

     Una noche al compañero que los recogió le robaron el maletín lleno de ojos en el aeropuerto.

     ¡Imagínate el impacto que recibió el ladrón al abrirlo y verse observado por todos ellos! …bueno …bueno …yo sólo recuerdo algo similar de terrorífico en una película de Pedro Infante (creo que “Nosotros los Pobres”) en que un malandrín mata a una viejita  paralítica que tenía colgados por la casa platos ornamentales, y por las noches tiene horribles pesadillas soñando con platos y cazuelas colgados de las paredes llenas de ojos parpadeantes, vigilantes y acusadores.

     ¡Carajo! qué desesperación, nadie donaba órganos y si los donaba la familia te tumbaba la donación. Yo los comprendía y los sigo comprendiendo. Si a mí me llega alguien a pedir los ojos de una hija, de un hijo, de un nieto, de mi mujer, lo mando a la chingada …pero ¡ya! ¿qué no ves que está muerto? ¿qué no ves que está muerta? ¿qué no entiendes que el mundo y sus alrededores con todos sus ciegos y ciegas pueden ir y chingar a su madre?

     …No teníamos más que colirios homeopáticos ciertamente inútiles de “euforbiácea” para “limpiar” las manchas de los ojos.

     ¡Quién se iba a imaginar que la cirugía de córnea se iba a volver una fuente de ingresos brutal con el advenimiento de la cirugía refractiva! La humilde cirugía de córnea se convirtió en algo tan perfeccionado, atractivo y bien remunerado que hoy en día se anuncia de un modo mercantilizado casi obsceno por la falta de respeto a la mística quirúrgica …¡vaya! …¿te parecería razonable que te estuvieran ofreciendo cirugía de cerebro o de corazón en las góndolas de los centros comerciales, con precios especiales y facilidades de pago con tal o cual tarjeta?

     Yo siento verdadero dolor de ver cómo la pura tecnología ha
venido a sustituír otras preferencias, pero tal vez ese sea el futuro
de la medicina y la cirugía.

     Tal vez en unos años uno traiga consigo, colgado del pescuezo, un chip con su mapa genómico y periódicamente haya que entrar en casetas como las de cajero automático, que serán pequeñas instalaciones nano tecnológicas, donde algo robótico te detectará y corregirá a tiempo cualquier desorden que se les haya pasado prevenir cuando fuiste concebido en probeta de un modo supuestamente “a prueba de enfermedad”.

     Tal vez también la única desventaja de este mundo exento de enfermedad sea el de tener que obtener la felicidad a base de droga (el “soma” de Huxley; para allá vamos ya), de tener una mente programada para ocupar un puesto que tal vez te toque de sirvienta nada más y que tus años estén programados según la actividad a la que quedes destinado. Así como en el ejército la edad de retiro es menor a menor el grado, así también serás retirado de la vida conforme el puesto que te tocó en suerte …¡no!, ¡no en suerte!...¡en la lista de pedidos! Vaya …si te tocó ser general vivirás sesenta y cinco años, pero a mí que me tocó ser no más mayor ya me hubiera muerto desde los cuarenta años …bueno …¡menos mal que pasé de sargento!

     Si te gusta esta temática de los años programados y el futuro no muy lejano, te recomiendo encomiosamente la película Blade Runner con el buenazo de Harrison Ford. ¡Mírala! …si no la has visto me lo vas a agradecer.

     Ni un letrero en las ventanas de Hegel 228 - 6° piso; ¡cómo letreros! ¡Si no estábamos en La Merced! ¡Si no curábamos enfermedades secretas!

     Antes de seguir ahí va mi chiste acostumbrado:

     Allá por los años treintas llegó a México un españolito “recién pescao”, y apenas desembarcó en Veracruz con sus pantalones de brinca charcos y su maletita de cartón comprimido, levantó la vista y leyó en una ventana. “Dr. Sifiliano Gonostiarra, especialista en enfermedades venéreas. De cada cien casos noventa y nueve curas”.

     El paisanuco se rascó la cabeza y dijo:

     ---- ¡Joder con el clero mexicano!

     Antes del advenimiento de la penicilina a fines de los cuarentas, la ciudad de México estaba llena de estos consultorios y casi todos ellos estaban en el primer cuadro. Aquellos  médicos venereólogos se quedaron sin especialidad y se hicieron dermatólogos.

     Ya toda la parafernalia terapéutica de la sífilis y la gonorrea desde la triaca magna de la edad media consistente en meter al enfermo en un barril con mercurio hasta que se le caían los dientes, pasando por los arsenicales hasta las ampolletas de permanganato de potasio en forma de gotero a las que se les rompía la punta y ésta así, peligrosamente cortante, se introducía por el meato urinario y, apretando la bombilla se depositaba el contenido en la uretra.

     Ya todo esto y muchas otras cosas más desaparecieron con el advenimiento de la penicilina.

     ¡Bendito seas Fleming! quien en un poco de moho de tu torta olvidada en el abandono (como dice el bolero) encontraste no ya “la bala mágica” (así se le decía a cierto tipo de tratamiento …imagínate lo que sería) sino la ametralladora antibiótica que acabó con el treponema pálidum y el gonococo.

     Mi padre, hombre práctico y con una idea muy particular de lo que era un consultorio clientelógeno me dijo, cuando lo llevé a conocer el de Polanco:

     ---- Está bonito pero nadie os va a venir a ver. ¿Por qué no ves a los pacientes en casa? …ahí siempre habrá quien los atienda y si no estás tú estará tu mujer para que les de un tentempié mientras llegas.

     Sus palabras fueron proféticas. Luego te cuento.

     Después de tan sólo un par de meses de trabajar como oftalmólogo en la Secretaría de la Defensa fui transferido a la Segunda Compañía de Sanidad.

     Esto fue afortunado pues, aunque pasaba a ser médico general otra vez, me permitiría separarme pronto del ejército.

martes, 16 de octubre de 2018

Alma en Tránsito Capítulo 21: Cirugías de dos orejas y rabo


21

CIRUGÍAS  DE  DOS  OREJAS  Y  RABO



     Otro maestro que sí era cinta negra de Judo fue Don Julio Ramírez Gilbón. El y Ruiz Ramón eran los “jóvenes” del Servicio cuando yo hice mis cálculos de llegar a ser jefe del mismo. Ambos eran más que cuarentones y yo apenas si pasaba de los veinte.

     Un franco temperamento judoka y samurai se le notaba a Ramírez Gilbón, quien además era corpulento y de rasgos ligeramente orientales. Operaba con una audacia rayana en la insolencia. Era un maravilloso cirujano, pero se atrevía a operar cataratas con anestesia a base de puras gotas y me refería haber tenido complicaciones escalofriantes como la de que, al sacar un cristalino cataratoso se le vino con todo y el iris dejando al paciente con aniridia en tiempos en que todavía ni existían los lentes de contacto y menos los apropiados para simular un iris.

     Una vez que hablábamos de las complicaciones más frecuentes (en aquellos tiempos mucha gente quedaba insatisfecha de la cirugía ocular) y preguntándole si no le atemorizaban, me dijo que él estaba curado de espanto; que se le habían “perdido” en actos
quirúrgicos tantos ojos como los que le cabían en ambas manos …y ponía sus manazas en forma de cuenco horripilante.

     Estudiaba japonés al igual que Ruiz Ramón ruso (menos mal que a éste no se le ocurrió nunca operar ojos como cosaco).
   
      Realmente eran tiempos heroicos. Los instrumentos, que a mi me parecían finos y sofisticados, eran enormes y toscos comparados con los usados ahora. No existían los microscopios quirúrgicos, las suturas eran gruesas (la más delgada era del “seis ceros”, algo más delgadas que el hilo de pescar; siendo que las actuales son del “‘diez y once ceros”, manejables sólo con ayuda del microscopio; volátiles con tan sólo la respiración) y las agujas infames; se doblaban y rompían con frecuencia al estar suturando. El contenido del ojo se prolapsaba y se salía en los momentos menos oportunos, las pupilas quedaban ovaladas o triangulares o desaparecían. Las retinas se desprendían como secuela frecuente de cirugías no retinianas complicadas. Las cicatrices eran notorias. Las recuperaciones lentísimas. Un posoperatorio de catarata era de una semana en cama hospitalizado en reposo absoluto boca arriba, siendo que ahora los pacientes salen menos de una hora después y se van a desayunar a la calle con un ojo tapado que se destapará en pocas horas con una visión perfecta.

     En la Secretaría de la Defensa no se operaba. Sólo era consulta externa. Yo seguía yendo al hospital militar para operar y de esa manera  continuar mi preparación y no irla a regar en mi reciente plaza como “asistente voluntario” del Hospital Español.

     Esto no era fácil de conseguir pues era la antesala para llegar a ser adscrito. Tenía uno todas las atribuciones que uno de ellos pero sin sueldo (el cual era casi puramente simbólico) y quedaba uno insertado en un centro hospitalario muy prestigiado y sumamente clientelógeno.

     El ingreso lo conseguí gracias a una palanca de quien fue mi suegro querido, a quien sí le funcionó esta vez; no como aquella tan frustrante de un muy encumbrado general, en busca de ir a Barcelona para especializarme allá.

     Esta vez funcionó la de un viejo asturiano, gran trabajador y viejo miembro activo entre los patriarcas de la Sociedad de Beneficencia Española.

     Recuerdo que se apellidaba Ruiz (otro bendito apellido Ruiz en mi vida) delgado, bien parecido, con una de esas caras y sonrisas que automáticamente hacían darle crédito facial, y creo que se llamaba Francisco. Si algún familiar de este pro hombre de la Colonia Española llega a leer esto, quiero que sepa que siempre le he estado agradecido, aunque nunca lo traté y casi no lo conocí.

     Desde aquí le doy cumplidas gracias tanto a él, que en Gloria esté, como a su familia.

     Todos estos agradecimientos tardíos que voy dando a través de mis escritos debieron haber sido manifestados hace muchísimos años …pero era yo tan joven …tan tímido …tan orgulloso …tan pendejo…   

     El “Jalapo” pasó como adscrito al Servicio del Hospital Central Militar. Aveleyra fue enviado al hospital regional de Veracruz y Alvarado Arreguín al de Irapuato.

     Tiempo después nos reunimos todos menos Alvarado y montamos consultorio juntos en Polanco.

     A Rafael Aveleyra se lo trajeron de Veracruz parándole tremenda chinga pues  tenía buenísima y abundante clientela ya que estaba muy bien preparado, era bien galán, carismático y tenía una habilidad quirúrgica muy especial.

     Recuerdo dos operaciones con él que me lo demostraron; una fue una dacriocistorinostomía (comunicación de las vías lagrimales del ojo con la nariz a través de cirugía sobre el saco lagrimal, entre el dorso nasal y el ojo) en la cual, al estar trabajando en el hueso de la base lateral de la nariz empezó a salir líquido cefalo raquídeo pues el paciente (lo vinimos a descubrir después) tenía la rarísima anomalía anatómica de tener una base craneal bajísima y el cerebro le bajaba a media nariz. ¿Crees que Rafael se inquietó a pesar de que esas cosas nada más se veían en los libros?; simplemente taponó la fístula con un pedacito de músculo que se encontró por ahí y a otra cosa mariposa. Quedó perfecto. La otra fue un caso con una micro viruta metálica profundamente escondida en la retina de un ojo. El maestro jefe de Rayos X nos apostó, al verla en la radiografía, que no la podríamos sacar sin vaciar el ojo. Esa mañana Aveleyra y este gitanillo se cubrieron de gloria en un mano a mano memorable en que no existían medios de localización de cuerpos extraños intra oculares tan sofisticados como hoy en día. Las orejas y el rabo fueron una mierdita de metal no imantable (esto complicaba mucho la extracción al no poderla sacar con electro imán) que orgullosamente fuimos a entregar al maestro Gómez del Campo en su departamento de Rayos X y a cobrar la jugosa recompensa que mucha falta nos hacía.

lunes, 8 de octubre de 2018

Alma en Tránsito Capítulo 20: Mi tío desaparecido


20

MI  TÍO  DESAPARECIDO
( EL  AMOR  POR  NEFERTITI )


     Un caso que quiero platicar es el de mi tío Felipe.

     Fue el hermano mayor de mamá y era la estrella del seminario cuando estudiaba para ser sacerdote.

     Cuando llegaba carta del seminario a la aldea perdida donde vivían los abuelos, mi madre, que era niña, lo descubría porque veía en el papel que leían los viejos con las cabezas juntas, al trasluz, la crucecita dibujada por aquellos superiores encabezando la carta. Los abuelos lloraban emocionados pues las cartas eran de encomio y alabanza. Tío Felipe era excelente y se esperaba que llegara por lo menos a ser obispo algún día.

     Ya a punto de terminar la carrera sacerdotal tuvo unos días de vacaciones …fue al pueblo …y se enamoró.

     Se enamoró a lo pendejo. La chica era tuerta (como la Nefertiti, pero a lo pobre) y lo volvió loco. Renunció al seminario y cuando andaba de enamorado regresaba de ver a la novia con los zapatos tan enlodados que mamá se los limpiaba a escondidas para que los abuelos no sospecharan de sus andanzas fuera de casa.

     El destino le tenía preparada una trampa. Llegó la gripe española y se le murió la novia. Quiso regresar al seminario y no lo quisieron recibir.

    Mi tío Felipe, delgado, bien parecido, de aspecto ascético, culto y frustrado se fue de la casa paterna y desapareció por cuarenta años.

     No se supo de él hasta que un agente viajero de mi padre se lo encontró en Estados Unidos donde vivía pobremente después de haber estado en Filipinas y luego de lavaplatos y mesero en Nueva York junto con aquél que luego fue súper astro del cine mudo: Rodolfo Valentino.

     Ese tío era pulcro hasta la exageración. Usaba ligueros para los calcetines, no le gustaba que al llegar a casa lo besáramos la turba de sobrinos pues consideraba el beso como algo poco higiénico. Me enseñó a cortar la carne conforme sus fibras y a masticar diez veces por lo menos cada bocado. En el cajón de su buró nunca pude descubrirle más que un estuche de anteojos y una caja de pastillas para la tos del doctor Andreu. Era misterioso y fascinante, como el capitán Achab de Moby Dick (pero en estilo refinado).

     Vivió todavía muchos años trabajando como agente de ventas de papá. Era el único con coche y chofer a su servicio y vendiendo “petrolato” (aceite mineral delgado, sin color ni olor, para fabricación de la famosa “Glostora”, que era lo que se ponían en el pelo tanto Rodolfo Valentino como Carlos Gardel) conoció a una viejita chimuela, perfumada y con ella vivió sus últimos años.

     Murió en mi hospital privado y su mayor sufrimiento era el que le provocaba la sonda vesical al hacerle temer que se le saliera un poco de excremento y  manchara las sábanas. Yo subía de mi consultorio a cada rato para pasarlo cargando al excusado;  era ya un costalito de huesos incapaz de caminar.

     Esta lindura de persona, años antes, quiso ser ayudado por un familiar poniéndolo al frente de un rancho en San Martín Texmelucan.

     …¡Madre de Dios! …¿Has oído alguna vez decir esta frase, cuando alguien queda fuera de tono: “se ve peor que un Cristo con pistolas”? …pues el tío Felipe tenía que cargar pistola en aquel famoso rancho “El Gavillero” y yo cuando lo veía entre vacas y peones casi ladeado con un larguísimo y gordo revólver niquelado calibre 44 al cinto no sabía si reír o llorar.

     Al relevo llegó otro hermano desde España, ya con mujer e hijos, y también renunció diciendo que él no había dejado las vacas de su pueblo para venir a lidiar con las de México …y tenía razón; sus hijas me han contado que siendo niñas y acudiendo a la primaria de aquel pueblo era costumbre entre chiquillos y chiquillas jugar a las carreras de piojos en las canalitas que tenían los pupitres destinados a los manguillos  junto al agujero para el tintero.

     Tiempos aquellos de los años previos al bendito bolígrafo en que, tanto en los pueblos como en las ciudades, se enseñaba caligrafía entre páginas manchadas de tinta y desgarradas por plumillas indomables.