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QUITANDO
OJOS Y CURANDO
SÍFILIS
Ese piso de consultorios que pusimos era
una verdadera chulada.
Estaba en Hegel 228, en un edificio de
lujo de Polanco cuyo sexto piso quedó convertido, gracias al diseño de Raúl, mi
hermano arquitecto, en una sala de espera amplia con muchos asientos blancos y
aerodinámicos, cubiertos con vinilo imitando piel, empotrados alrededor,
mostrador de recepción y un gran cancel tipo japonés que comunicaba a un
pasillo con cuatro puertas; una para cada uno de los cuatro consultorios, el de
David Gutiérrez, quien se distinguía en estrabismo, Miguel Hernández Ceballos fuerte en retina, Rafael Aveleyra,
fuerte en todo (como
todos nosotros,
pero tal vez mejor) y yo quien le iba tirando a la sub especialidad de córnea.
Teníamos además un cuarto de curaciones y
procedimientos menores que funcionaba también como quirofanito, y un cuarto
para guardar enseres tales como el pizarrón para las juntas y “mesas redondas”
… y cachibaches diversos.
Este cuarto era también el “crying room” pues ahí metíamos a los
pacientes con lentes de contacto de prueba para que lagrimearan durante diez
minutos (de pendejos los poníamos a llorar delante de toda la clientela).
Si mojaban no más de tres kleenex en el proceso eran candidatos
viables para la tremenda aventura de ponerles lentes de contacto.
Yo hice un curso de contactología y fui el iniciador de esta práctica en ese
grupo pues era esa una de las pocas materias en que salían mal preparados los
especializados del Hospital General. Los lentes de contacto eran muy caros (de
tres a cinco veces más que unos convencionales de armazón) muy duros, mal
biselados y difíciles de adaptar. Nada apropiado para manejar en el sub mundo
de pobreza con enorme volumen de pacientes y escasez de tiempo del Hospital General.
La sub especialidad de córnea (a mí me
gusta decir: sobre especialidad) era considerada de “cirugía de la pobreza”
pues se basaba casi exclusivamente en hacer transplantes de córnea a gente de
pocos recursos que se accidentaba o enfermaba de la córnea y, por mala atención
en la mayoría de los casos, les quedaba opaca y blanquecina (ojos de cielo les
decíamos humorísticamente, no por ser azules sino por estar llenos no ya de
nubes sino de nubarrones).
La legislatura de transplantes en México
era disfuncional y las listas de espera para un transplante de córnea eran casi
del tamaño de un rollo nuevo de papel higiénico.
Conseguir una córnea daba lugar a sucesos
a veces dramáticos,
a veces cómicos
Les voy a contar dos de ellos:
Un maestro le pidió al muertero de un
hospital que le consiguiera un par de córneas de algún cadáver fresco. Este
amigo lo hizo quitando ambos ojos y dejando en su lugar sendas torundas
apretadas de gasa con algodón y dando un leve punto escondido entre las
pestañas. De esta manera los familiares no se daban cuenta de nada pues a nadie
se le ocurría andarle abriendo los ojos con fuerza a un difunto de la familia.
Lo malo en este caso fue que la jovencita
difunta fue dada de alta por defunción con un diagnóstico equivocado de un
severo trastorno gastro intestinal y en la funeraria, cuando la arreglaban y
limpiaban descubrieron que en la pared
abdominal presentaba un orificio por proyectil de arma de fuego.
¡En la madre mi general! …¡En todísima la
madre!; se dio parte al ministerio público, se ordenó la autopsia de ley y ¿qué
creen? …¿ ya adivinaron? …¡que además no tenía ojos!
El maestro y el muertero fueron a dar al
bote por un buen rato.
El otro caso fue así:
Por Pan American Airlines nos llegaban frascos con ojos frescos de
Estados Unidos.
Algún oftalmólogo joven los iba a recoger
con un maletín refrigerado.
Una noche al compañero que los recogió le
robaron el maletín lleno de ojos en el aeropuerto.
¡Imagínate el impacto que recibió el
ladrón al abrirlo y verse observado por todos ellos! …bueno …bueno …yo sólo
recuerdo algo similar de terrorífico en una película de Pedro Infante (creo que
“Nosotros los Pobres”) en que un malandrín mata a una viejita paralítica que tenía colgados por la casa
platos ornamentales, y por las noches tiene horribles pesadillas soñando con
platos y cazuelas colgados de las paredes llenas de ojos parpadeantes,
vigilantes y acusadores.
¡Carajo! qué desesperación, nadie donaba
órganos y si los donaba la familia te tumbaba la donación. Yo los comprendía y
los sigo comprendiendo. Si a mí me llega alguien a pedir los ojos de una hija,
de un hijo, de un nieto, de mi mujer, lo mando a la chingada …pero ¡ya! ¿qué no
ves que está muerto? ¿qué no ves que está muerta? ¿qué no entiendes que el
mundo y sus alrededores con todos sus ciegos y ciegas pueden ir y chingar a su
madre?
…No teníamos más que colirios homeopáticos
ciertamente inútiles de “euforbiácea” para “limpiar” las manchas de los ojos.
¡Quién se iba a imaginar que la cirugía de
córnea se iba a volver una fuente de ingresos brutal con el advenimiento de la
cirugía refractiva! La humilde cirugía de córnea se convirtió en algo tan
perfeccionado, atractivo y bien remunerado que hoy en día se anuncia de un modo
mercantilizado casi obsceno por la falta de respeto a la mística quirúrgica
…¡vaya! …¿te parecería razonable que te estuvieran ofreciendo cirugía de
cerebro o de corazón en las góndolas de los centros comerciales, con precios
especiales y facilidades de pago con tal o cual tarjeta?
Yo siento verdadero dolor de ver cómo la
pura tecnología ha
venido a
sustituír otras preferencias, pero tal vez ese sea el futuro
de la medicina
y la cirugía.
Tal vez en unos años uno traiga consigo,
colgado del pescuezo, un chip con su mapa genómico y periódicamente haya que
entrar en casetas como las de cajero automático, que serán pequeñas
instalaciones nano tecnológicas, donde algo robótico te detectará y corregirá a
tiempo cualquier desorden que se les haya pasado prevenir cuando fuiste
concebido en probeta de un modo supuestamente “a prueba de enfermedad”.
Tal vez también la única desventaja de
este mundo exento de enfermedad sea el de tener que obtener la felicidad a base
de droga (el “soma” de Huxley; para allá vamos ya), de tener una mente
programada para ocupar un puesto que tal vez te toque de sirvienta nada más y
que tus años estén programados según la actividad a la que quedes destinado.
Así como en el ejército la edad de retiro es menor a menor el grado, así
también serás retirado de la vida conforme el puesto que te tocó en suerte
…¡no!, ¡no en suerte!...¡en la lista de pedidos! Vaya …si te tocó ser general
vivirás sesenta y cinco años, pero a mí que me tocó ser no más mayor ya me
hubiera muerto desde los cuarenta años …bueno …¡menos mal que pasé de sargento!
Si te gusta esta temática de los años
programados y el futuro no muy lejano, te recomiendo encomiosamente la película
Blade Runner con el buenazo de Harrison Ford. ¡Mírala! …si no la has visto me
lo vas a agradecer.
Ni un letrero en las ventanas de Hegel 228
- 6° piso; ¡cómo letreros! ¡Si no estábamos en La Merced! ¡Si no curábamos
enfermedades secretas!
Antes de seguir ahí va mi chiste
acostumbrado:
Allá por los años treintas llegó a México
un españolito “recién pescao”, y apenas desembarcó en Veracruz con sus
pantalones de brinca charcos y su maletita de cartón comprimido, levantó la
vista y leyó en una ventana. “Dr. Sifiliano Gonostiarra, especialista en
enfermedades venéreas. De cada cien casos noventa y nueve curas”.
El paisanuco se rascó la cabeza y dijo:
---- ¡Joder con el clero mexicano!
Antes del advenimiento de la penicilina a
fines de los cuarentas, la ciudad de México estaba llena de estos consultorios
y casi todos ellos estaban en el primer cuadro. Aquellos médicos venereólogos se quedaron sin
especialidad y se hicieron dermatólogos.
Ya toda la parafernalia terapéutica de la
sífilis y la gonorrea desde la triaca magna de la edad media consistente en
meter al enfermo en un barril con mercurio hasta que se le caían los dientes,
pasando por los arsenicales hasta las ampolletas de permanganato de potasio en
forma de gotero a las que se les rompía la punta y ésta así, peligrosamente
cortante, se introducía por el meato urinario y, apretando la bombilla se
depositaba el contenido en la uretra.
Ya todo esto y muchas otras cosas más
desaparecieron con el advenimiento de la penicilina.
¡Bendito seas Fleming! quien en un poco de
moho de tu torta olvidada en el abandono (como dice el bolero) encontraste no
ya “la bala mágica” (así se le decía a cierto tipo de tratamiento …imagínate lo
que sería) sino la ametralladora antibiótica que acabó con el treponema pálidum
y el gonococo.
Mi padre, hombre práctico y con una idea
muy particular de lo que era un consultorio clientelógeno me dijo, cuando lo
llevé a conocer el de Polanco:
---- Está bonito pero nadie os va a venir
a ver. ¿Por qué no ves a los pacientes en casa? …ahí siempre habrá quien los
atienda y si no estás tú estará tu mujer para que les de un tentempié mientras
llegas.
Sus palabras fueron proféticas. Luego te
cuento.
Después de tan sólo un par de meses de
trabajar como oftalmólogo en la Secretaría de la Defensa fui transferido a la
Segunda Compañía de Sanidad.
Esto fue afortunado pues, aunque pasaba a
ser médico general otra vez, me permitiría separarme pronto del ejército.