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MI
TÍO DESAPARECIDO
( EL
AMOR POR NEFERTITI )
Un caso que quiero platicar es el de mi
tío Felipe.
Fue el hermano mayor de mamá y era la
estrella del seminario cuando estudiaba para ser sacerdote.
Cuando llegaba carta del seminario a la
aldea perdida donde vivían los abuelos, mi madre, que era niña, lo descubría
porque veía en el papel que leían los viejos con las cabezas juntas, al
trasluz, la crucecita dibujada por aquellos superiores encabezando la carta.
Los abuelos lloraban emocionados pues las cartas eran de encomio y alabanza.
Tío Felipe era excelente y se esperaba que llegara por lo menos a ser obispo
algún día.
Ya a punto de terminar la carrera
sacerdotal tuvo unos días de vacaciones …fue al pueblo …y se enamoró.
Se enamoró a lo pendejo. La chica era tuerta
(como la Nefertiti, pero a lo pobre) y lo volvió loco. Renunció al seminario y
cuando andaba de enamorado regresaba de ver a la novia con los zapatos tan
enlodados que mamá se los limpiaba a escondidas para que los abuelos no
sospecharan de sus andanzas fuera de casa.
El destino le tenía preparada una trampa.
Llegó la gripe española y se le murió la novia. Quiso regresar al seminario y
no lo quisieron recibir.
Mi tío Felipe, delgado, bien parecido, de
aspecto ascético, culto y frustrado se fue de la casa paterna y desapareció por
cuarenta años.
No se supo de él hasta que un agente
viajero de mi padre se lo encontró en Estados Unidos donde vivía pobremente
después de haber estado en Filipinas y luego de lavaplatos y mesero en Nueva
York junto con aquél que luego fue súper astro del cine mudo: Rodolfo
Valentino.
Ese tío era pulcro hasta la exageración.
Usaba ligueros para los calcetines, no le gustaba que al llegar a casa lo
besáramos la turba de sobrinos pues consideraba el beso como algo poco
higiénico. Me enseñó a cortar la carne conforme sus fibras y a masticar diez
veces por lo menos cada bocado. En el cajón de su buró nunca pude descubrirle
más que un estuche de anteojos y una caja de pastillas para la tos del doctor
Andreu. Era misterioso y fascinante, como el capitán Achab de Moby Dick (pero
en estilo refinado).
Vivió todavía muchos años trabajando como
agente de ventas de papá. Era el único con coche y chofer a su servicio y
vendiendo “petrolato” (aceite mineral delgado, sin color ni olor, para
fabricación de la famosa “Glostora”, que era lo que se ponían en el pelo tanto
Rodolfo Valentino como Carlos Gardel) conoció a una viejita chimuela, perfumada
y con ella vivió sus últimos años.
Murió en mi hospital privado y su mayor
sufrimiento era el que le provocaba la sonda vesical al hacerle temer que se le
saliera un poco de excremento y manchara
las sábanas. Yo subía de mi consultorio a cada rato para pasarlo cargando al
excusado; era ya un costalito de huesos
incapaz de caminar.
Esta lindura de persona, años antes, quiso
ser ayudado por un familiar poniéndolo al frente de un rancho en San Martín
Texmelucan.
…¡Madre de Dios! …¿Has oído alguna vez
decir esta frase, cuando alguien queda fuera de tono: “se ve peor que un Cristo
con pistolas”? …pues el tío Felipe tenía que cargar pistola en aquel famoso
rancho “El Gavillero” y yo cuando lo veía entre vacas y peones casi ladeado con
un larguísimo y gordo revólver niquelado calibre 44 al cinto no sabía si reír o
llorar.
Al relevo llegó otro hermano desde España,
ya con mujer e hijos, y también renunció diciendo que él no había dejado las
vacas de su pueblo para venir a lidiar con las de México …y tenía razón; sus
hijas me han contado que siendo niñas y acudiendo a la primaria de aquel pueblo
era costumbre entre chiquillos y chiquillas jugar a las carreras de piojos en
las canalitas que tenían los pupitres destinados a los manguillos junto al agujero para el tintero.
Tiempos aquellos de los años previos al
bendito bolígrafo en que, tanto en los pueblos como en las ciudades, se
enseñaba caligrafía entre páginas manchadas de tinta y desgarradas por
plumillas indomables.
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