"El propósito del arte no es una quintaesencia intelectual, rarificada
sino la vida, la brillante e intensa vida."

Alain - Arias Misson

lunes, 8 de octubre de 2018

Alma en Tránsito Capítulo 20: Mi tío desaparecido


20

MI  TÍO  DESAPARECIDO
( EL  AMOR  POR  NEFERTITI )


     Un caso que quiero platicar es el de mi tío Felipe.

     Fue el hermano mayor de mamá y era la estrella del seminario cuando estudiaba para ser sacerdote.

     Cuando llegaba carta del seminario a la aldea perdida donde vivían los abuelos, mi madre, que era niña, lo descubría porque veía en el papel que leían los viejos con las cabezas juntas, al trasluz, la crucecita dibujada por aquellos superiores encabezando la carta. Los abuelos lloraban emocionados pues las cartas eran de encomio y alabanza. Tío Felipe era excelente y se esperaba que llegara por lo menos a ser obispo algún día.

     Ya a punto de terminar la carrera sacerdotal tuvo unos días de vacaciones …fue al pueblo …y se enamoró.

     Se enamoró a lo pendejo. La chica era tuerta (como la Nefertiti, pero a lo pobre) y lo volvió loco. Renunció al seminario y cuando andaba de enamorado regresaba de ver a la novia con los zapatos tan enlodados que mamá se los limpiaba a escondidas para que los abuelos no sospecharan de sus andanzas fuera de casa.

     El destino le tenía preparada una trampa. Llegó la gripe española y se le murió la novia. Quiso regresar al seminario y no lo quisieron recibir.

    Mi tío Felipe, delgado, bien parecido, de aspecto ascético, culto y frustrado se fue de la casa paterna y desapareció por cuarenta años.

     No se supo de él hasta que un agente viajero de mi padre se lo encontró en Estados Unidos donde vivía pobremente después de haber estado en Filipinas y luego de lavaplatos y mesero en Nueva York junto con aquél que luego fue súper astro del cine mudo: Rodolfo Valentino.

     Ese tío era pulcro hasta la exageración. Usaba ligueros para los calcetines, no le gustaba que al llegar a casa lo besáramos la turba de sobrinos pues consideraba el beso como algo poco higiénico. Me enseñó a cortar la carne conforme sus fibras y a masticar diez veces por lo menos cada bocado. En el cajón de su buró nunca pude descubrirle más que un estuche de anteojos y una caja de pastillas para la tos del doctor Andreu. Era misterioso y fascinante, como el capitán Achab de Moby Dick (pero en estilo refinado).

     Vivió todavía muchos años trabajando como agente de ventas de papá. Era el único con coche y chofer a su servicio y vendiendo “petrolato” (aceite mineral delgado, sin color ni olor, para fabricación de la famosa “Glostora”, que era lo que se ponían en el pelo tanto Rodolfo Valentino como Carlos Gardel) conoció a una viejita chimuela, perfumada y con ella vivió sus últimos años.

     Murió en mi hospital privado y su mayor sufrimiento era el que le provocaba la sonda vesical al hacerle temer que se le saliera un poco de excremento y  manchara las sábanas. Yo subía de mi consultorio a cada rato para pasarlo cargando al excusado;  era ya un costalito de huesos incapaz de caminar.

     Esta lindura de persona, años antes, quiso ser ayudado por un familiar poniéndolo al frente de un rancho en San Martín Texmelucan.

     …¡Madre de Dios! …¿Has oído alguna vez decir esta frase, cuando alguien queda fuera de tono: “se ve peor que un Cristo con pistolas”? …pues el tío Felipe tenía que cargar pistola en aquel famoso rancho “El Gavillero” y yo cuando lo veía entre vacas y peones casi ladeado con un larguísimo y gordo revólver niquelado calibre 44 al cinto no sabía si reír o llorar.

     Al relevo llegó otro hermano desde España, ya con mujer e hijos, y también renunció diciendo que él no había dejado las vacas de su pueblo para venir a lidiar con las de México …y tenía razón; sus hijas me han contado que siendo niñas y acudiendo a la primaria de aquel pueblo era costumbre entre chiquillos y chiquillas jugar a las carreras de piojos en las canalitas que tenían los pupitres destinados a los manguillos  junto al agujero para el tintero.

     Tiempos aquellos de los años previos al bendito bolígrafo en que, tanto en los pueblos como en las ciudades, se enseñaba caligrafía entre páginas manchadas de tinta y desgarradas por plumillas indomables.

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