21
CIRUGÍAS
DE DOS OREJAS
Y RABO
Otro maestro que sí era cinta negra de
Judo fue Don Julio Ramírez Gilbón. El y Ruiz Ramón eran los “jóvenes” del
Servicio cuando yo hice mis cálculos de llegar a ser jefe del mismo. Ambos eran
más que cuarentones y yo apenas si pasaba de los veinte.
Un franco temperamento judoka y samurai se
le notaba a Ramírez Gilbón, quien además era corpulento y de rasgos ligeramente
orientales. Operaba con una audacia rayana en la insolencia. Era un maravilloso
cirujano, pero se atrevía a operar cataratas con anestesia a base de puras
gotas y me refería haber tenido complicaciones escalofriantes como la de que,
al sacar un cristalino cataratoso se le vino con todo y el iris dejando al
paciente con aniridia en tiempos en que todavía ni existían los lentes de
contacto y menos los apropiados para simular un iris.
Una vez que hablábamos de las
complicaciones más frecuentes (en aquellos tiempos mucha gente quedaba
insatisfecha de la cirugía ocular) y preguntándole si no le atemorizaban, me
dijo que él estaba curado de espanto; que se le habían “perdido” en actos
quirúrgicos
tantos ojos como los que le cabían en ambas manos …y ponía sus manazas en forma
de cuenco horripilante.
Estudiaba japonés al igual que Ruiz Ramón
ruso (menos mal que a éste no se le ocurrió nunca operar ojos como cosaco).
Realmente eran tiempos heroicos. Los
instrumentos, que a mi me parecían finos y sofisticados, eran enormes y toscos
comparados con los usados ahora. No existían los microscopios quirúrgicos, las
suturas eran gruesas (la más delgada era del “seis ceros”, algo más delgadas
que el hilo de pescar; siendo que las actuales son del “‘diez y once ceros”,
manejables sólo con ayuda del microscopio; volátiles con tan sólo la
respiración) y las agujas infames; se doblaban y rompían con frecuencia al estar
suturando. El contenido del ojo se prolapsaba y se salía en los momentos menos
oportunos, las pupilas quedaban ovaladas o triangulares o desaparecían. Las
retinas se desprendían como secuela frecuente de cirugías no retinianas
complicadas. Las cicatrices eran notorias. Las recuperaciones lentísimas. Un
posoperatorio de catarata era de una semana en cama hospitalizado en reposo
absoluto boca arriba, siendo que ahora los pacientes salen menos de una hora
después y se van a desayunar a la calle con un ojo tapado que se destapará en
pocas horas con una visión perfecta.
En la Secretaría de la Defensa no se
operaba. Sólo era consulta externa. Yo seguía yendo al hospital militar para
operar y de esa manera continuar mi
preparación y no irla a regar en mi reciente plaza como “asistente voluntario”
del Hospital Español.
Esto no era fácil de conseguir pues era la
antesala para llegar a ser adscrito. Tenía uno todas las atribuciones que uno
de ellos pero sin sueldo (el cual era casi puramente simbólico) y quedaba uno
insertado en un centro hospitalario muy prestigiado y sumamente clientelógeno.
El ingreso lo conseguí gracias a una
palanca de quien fue mi suegro querido, a quien sí le funcionó esta vez; no
como aquella tan frustrante de un muy encumbrado general, en busca de ir a
Barcelona para especializarme allá.
Esta vez funcionó la de un viejo
asturiano, gran trabajador y viejo miembro activo entre los patriarcas de la
Sociedad de Beneficencia Española.
Recuerdo que se apellidaba Ruiz (otro
bendito apellido Ruiz en mi vida) delgado, bien parecido, con una de esas caras
y sonrisas que automáticamente hacían darle crédito facial, y creo que se
llamaba Francisco. Si algún familiar de este pro hombre de la Colonia Española
llega a leer esto, quiero que sepa que siempre le he estado agradecido, aunque
nunca lo traté y casi no lo conocí.
Desde aquí le doy cumplidas gracias tanto
a él, que en Gloria esté, como a su familia.
Todos estos agradecimientos tardíos que
voy dando a través de mis escritos debieron haber sido manifestados hace
muchísimos años …pero era yo tan joven …tan tímido …tan orgulloso …tan
pendejo…
El “Jalapo” pasó como adscrito al Servicio
del Hospital Central Militar. Aveleyra fue enviado al hospital regional de
Veracruz y Alvarado Arreguín al de Irapuato.
Tiempo después nos reunimos todos menos
Alvarado y montamos consultorio juntos en Polanco.
A Rafael Aveleyra se lo trajeron de
Veracruz parándole tremenda chinga pues
tenía buenísima y abundante clientela ya que estaba muy bien preparado,
era bien galán, carismático y tenía una habilidad quirúrgica muy especial.
Recuerdo dos operaciones con él que me lo
demostraron; una fue una dacriocistorinostomía (comunicación de las vías
lagrimales del ojo con la nariz a través de cirugía sobre el saco lagrimal,
entre el dorso nasal y el ojo) en la cual, al estar trabajando en el hueso de
la base lateral de la nariz empezó a salir líquido cefalo raquídeo pues el
paciente (lo vinimos a descubrir después) tenía la rarísima anomalía anatómica
de tener una base craneal bajísima y el cerebro le bajaba a media nariz. ¿Crees
que Rafael se inquietó a pesar de que esas cosas nada más se veían en los
libros?; simplemente taponó la fístula con un pedacito de músculo que se
encontró por ahí y a otra cosa mariposa. Quedó perfecto. La otra fue un caso
con una micro viruta metálica profundamente escondida en la retina de un ojo.
El maestro jefe de Rayos X nos apostó, al verla en la radiografía, que no la
podríamos sacar sin vaciar el ojo. Esa mañana Aveleyra y este gitanillo se
cubrieron de gloria en un mano a mano memorable en que no existían medios de
localización de cuerpos extraños intra oculares tan sofisticados como hoy en
día. Las orejas y el rabo fueron una mierdita de metal no imantable (esto
complicaba mucho la extracción al no poderla sacar con electro imán) que
orgullosamente fuimos a entregar al maestro Gómez del Campo en su departamento
de Rayos X y a cobrar la jugosa recompensa que mucha falta nos hacía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario