"El propósito del arte no es una quintaesencia intelectual, rarificada
sino la vida, la brillante e intensa vida."

Alain - Arias Misson

martes, 16 de octubre de 2018

Alma en Tránsito Capítulo 21: Cirugías de dos orejas y rabo


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CIRUGÍAS  DE  DOS  OREJAS  Y  RABO



     Otro maestro que sí era cinta negra de Judo fue Don Julio Ramírez Gilbón. El y Ruiz Ramón eran los “jóvenes” del Servicio cuando yo hice mis cálculos de llegar a ser jefe del mismo. Ambos eran más que cuarentones y yo apenas si pasaba de los veinte.

     Un franco temperamento judoka y samurai se le notaba a Ramírez Gilbón, quien además era corpulento y de rasgos ligeramente orientales. Operaba con una audacia rayana en la insolencia. Era un maravilloso cirujano, pero se atrevía a operar cataratas con anestesia a base de puras gotas y me refería haber tenido complicaciones escalofriantes como la de que, al sacar un cristalino cataratoso se le vino con todo y el iris dejando al paciente con aniridia en tiempos en que todavía ni existían los lentes de contacto y menos los apropiados para simular un iris.

     Una vez que hablábamos de las complicaciones más frecuentes (en aquellos tiempos mucha gente quedaba insatisfecha de la cirugía ocular) y preguntándole si no le atemorizaban, me dijo que él estaba curado de espanto; que se le habían “perdido” en actos
quirúrgicos tantos ojos como los que le cabían en ambas manos …y ponía sus manazas en forma de cuenco horripilante.

     Estudiaba japonés al igual que Ruiz Ramón ruso (menos mal que a éste no se le ocurrió nunca operar ojos como cosaco).
   
      Realmente eran tiempos heroicos. Los instrumentos, que a mi me parecían finos y sofisticados, eran enormes y toscos comparados con los usados ahora. No existían los microscopios quirúrgicos, las suturas eran gruesas (la más delgada era del “seis ceros”, algo más delgadas que el hilo de pescar; siendo que las actuales son del “‘diez y once ceros”, manejables sólo con ayuda del microscopio; volátiles con tan sólo la respiración) y las agujas infames; se doblaban y rompían con frecuencia al estar suturando. El contenido del ojo se prolapsaba y se salía en los momentos menos oportunos, las pupilas quedaban ovaladas o triangulares o desaparecían. Las retinas se desprendían como secuela frecuente de cirugías no retinianas complicadas. Las cicatrices eran notorias. Las recuperaciones lentísimas. Un posoperatorio de catarata era de una semana en cama hospitalizado en reposo absoluto boca arriba, siendo que ahora los pacientes salen menos de una hora después y se van a desayunar a la calle con un ojo tapado que se destapará en pocas horas con una visión perfecta.

     En la Secretaría de la Defensa no se operaba. Sólo era consulta externa. Yo seguía yendo al hospital militar para operar y de esa manera  continuar mi preparación y no irla a regar en mi reciente plaza como “asistente voluntario” del Hospital Español.

     Esto no era fácil de conseguir pues era la antesala para llegar a ser adscrito. Tenía uno todas las atribuciones que uno de ellos pero sin sueldo (el cual era casi puramente simbólico) y quedaba uno insertado en un centro hospitalario muy prestigiado y sumamente clientelógeno.

     El ingreso lo conseguí gracias a una palanca de quien fue mi suegro querido, a quien sí le funcionó esta vez; no como aquella tan frustrante de un muy encumbrado general, en busca de ir a Barcelona para especializarme allá.

     Esta vez funcionó la de un viejo asturiano, gran trabajador y viejo miembro activo entre los patriarcas de la Sociedad de Beneficencia Española.

     Recuerdo que se apellidaba Ruiz (otro bendito apellido Ruiz en mi vida) delgado, bien parecido, con una de esas caras y sonrisas que automáticamente hacían darle crédito facial, y creo que se llamaba Francisco. Si algún familiar de este pro hombre de la Colonia Española llega a leer esto, quiero que sepa que siempre le he estado agradecido, aunque nunca lo traté y casi no lo conocí.

     Desde aquí le doy cumplidas gracias tanto a él, que en Gloria esté, como a su familia.

     Todos estos agradecimientos tardíos que voy dando a través de mis escritos debieron haber sido manifestados hace muchísimos años …pero era yo tan joven …tan tímido …tan orgulloso …tan pendejo…   

     El “Jalapo” pasó como adscrito al Servicio del Hospital Central Militar. Aveleyra fue enviado al hospital regional de Veracruz y Alvarado Arreguín al de Irapuato.

     Tiempo después nos reunimos todos menos Alvarado y montamos consultorio juntos en Polanco.

     A Rafael Aveleyra se lo trajeron de Veracruz parándole tremenda chinga pues  tenía buenísima y abundante clientela ya que estaba muy bien preparado, era bien galán, carismático y tenía una habilidad quirúrgica muy especial.

     Recuerdo dos operaciones con él que me lo demostraron; una fue una dacriocistorinostomía (comunicación de las vías lagrimales del ojo con la nariz a través de cirugía sobre el saco lagrimal, entre el dorso nasal y el ojo) en la cual, al estar trabajando en el hueso de la base lateral de la nariz empezó a salir líquido cefalo raquídeo pues el paciente (lo vinimos a descubrir después) tenía la rarísima anomalía anatómica de tener una base craneal bajísima y el cerebro le bajaba a media nariz. ¿Crees que Rafael se inquietó a pesar de que esas cosas nada más se veían en los libros?; simplemente taponó la fístula con un pedacito de músculo que se encontró por ahí y a otra cosa mariposa. Quedó perfecto. La otra fue un caso con una micro viruta metálica profundamente escondida en la retina de un ojo. El maestro jefe de Rayos X nos apostó, al verla en la radiografía, que no la podríamos sacar sin vaciar el ojo. Esa mañana Aveleyra y este gitanillo se cubrieron de gloria en un mano a mano memorable en que no existían medios de localización de cuerpos extraños intra oculares tan sofisticados como hoy en día. Las orejas y el rabo fueron una mierdita de metal no imantable (esto complicaba mucho la extracción al no poderla sacar con electro imán) que orgullosamente fuimos a entregar al maestro Gómez del Campo en su departamento de Rayos X y a cobrar la jugosa recompensa que mucha falta nos hacía.

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