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DE
LA INFIDELIDAD Y
SUS DESCALABROS
( MI
PRIMERA AVENTURA )
No solo impresionaba yo a médicos,
directivos, y monjas (a estas más bien las encabronaba), sino también ¡cómo no!
a las enfermeras.
Precisamente con una dulce criatura de
ellas tuve mi primera relación sexual extramarital a los cuatro años de casado.
Ni hablar. No pude llegar al séptimo año
como en aquella película de Marilyn Monroe y Tom Ewel “La Comezón del Séptimo
Año”. A mí me atacó antes la picazón, pero con otros muchos síndromes
pruriginosos psico emocionales que en otro libro he de tratar si Dios no decide
lo contrario.
Quiero extenderme un poco en esto de mi
primera aventura extra marital pues es justo recordar que su incubación se
debió a un grupo de oftalmólogos del Hospital General que pudieron haber sido
quienes me enseñaran la especialidad de haber ocupado la plaza que me
ofrecieron en 1964.
Estaban en el Español haciendo un estudio
comparativo de glaucoma entre población de origen hispano e indígena mexicano.
Eran ellos maestros de la especialidad del Hospital General. Entre ellos estaba
una doctora guapetona y madura bastante mayor que yo quien ostentaba con
orgullo su soltería, por lo que los colegas medio humoristas, medio ansiosos le
decían “ya doctora, ya cásese …aunque sea un poquito”.
El primer día que di consulta en el
Español mi consultorio estaba ocupado por esta dama y al abrir la puerta y
asomarme, volví a cerrarla presuroso y acojonado pidiendo disculpas, esperando
como idiota en el pasillo hasta que se desocupara “mi” consultorio. Aquella
doctora le dijo a la enfermera que la estaba apoyando: “De estos me recetó el
doctor” (lo cual me vino a contar esta pequeña, con la que caí, tiempo
después).
Esto de las enfermeras que lo hacen “caer”
a uno de médico joven me hace recordar lo que me platicaba Rafael Payró acerca
de su pronta conquista y relación sexual con una enfermera pelirroja y
guapísima recién llegado a Nueva York a especializarse en el Sanatorio San
Vicente con Castroviejo …a la mañana siguiente ya lo sabía todo el hospital.
Ella era quien lo presumía …ni chance tuvo de que alguien le preguntara por qué
traía esa sonrisa feliz …esa cara de idiota.
A partir de aquel mi primer día de
consulta en el Español sentí la sombra premonitoria de una aventura, máxime que
aquella mujercita era bien lista (ahora, recordando, me doy cuenta) pues usó
recursos tales como dejar “olvidadas” en mi escritorio unas hojas escritas con
los parlamentos de una despedida de soltera. ¡Qué bárbaro! ¡Yo no me imaginaba
tanta picardía y erotismo latente en las mujeres! Fue un fogonazo y yo llevaba
meses sin actividad sexual. Por aquellos días nació mi segunda hija después de un
embarazo sumamente cuidado, al igual que el de la primera, pues desde que el primer
embarazo terminó en aborto estábamos medio traumados y exagerando precauciones.
Yo me sentía fatal, horriblemente culpable
con mi hija, quien nació en esos días, y con la mamá.
Afortunadamente no me fue penoso disolver
aquella relación extra familiar (siempre fui un inútil para disolver esas
relaciones) pues mi fugaz amante se embarazó (o ya estaba embarazada) de un
otorrinolaringólogo gallego rubio y con Ferrari rojo, quien al parecer la tenía
ilusionada con dejar a su esposa y casarse con ella.
Cuando se acabó la fantasía ella se
provocó el aborto y estuvo grave internada en el Hospital donde trabajábamos.
El joven otorrino (igual que Moguel,
¡carajo!) se mató en su Ferrari en esos días.
Pequeñas tragedias para quien no las vive
de cerca. Enormes para quien tuvo algún papel en ellas.
Me prometí no volver a esas andanzas, pero
la semilla de la infidelidad ye había sido puesta en mí y me fui volviendo un
mujeriego atroz.
Fui durante muchos años como aquél “Don Fulgencio” (el
hombre que no tuvo infancia) que aparecía en las tiras cómicas haciendo o
imaginando tarugada y media detrás de una imagen austera totalmente falsa.