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LA
NÁUSEA. EL MIEDO.
LAS ANFETAMINAS
Otro de los hospitales en donde operé
mucho fue el de los Azucareros. En aquellos años eran sonados y prestigiados
los hospitales sindicales como éste del Sindicato de Azucareros o el “Colonia”
en la colonia San Rafael, de los Ferrocarrileros. Hoy ya nada más oigo algo del
de PEMEX.
Pues en el de Azucareros, que estaba en la
avenida Ejército Nacional cerca del Español, operé mucho con Payró.
No era raro ver médicos prestigiados y con
planta en grandes nosocomios operarles pacientes a centros de menos importancia
oftalmológica como la Cruz Roja o algún hospital infantil de zona.
David Gutiérrez, estando en el Militar,
atendía también el Infantil de Legaria y yo lo hacía en el de San Juan de
Aragón; Payró en el de Azucareros y quién sabe (ni quiero saberlo) quién en la
Cruz Roja, donde me enteré que años antes a un paciente le hicieron una
enucleación bilateral simultánea. No más de pensarlo me daba horror. Quitar los
dos ojos al mismo tiempo …putisisisisísima madre; yo no lo hago ni con una
pistola apuntándome a la cabeza. Y no es porque no estuviera justificado …tal
vez ya los dos ojos eran una mierda, una pulpa infame; sino porque me da náusea
nada más de pensarlo.
Esto de la náusea no me fue raro en una
especialidad tan fina como la oftalmología. Nunca me dio náusea ante cadáveres
ni “horrendomas” de ninguna especie siendo médico cirujano general, pero me
daba cuando tenía cirugía privada de ojos si me cepillaba los dientes por la
mañana, antes de irme a operar, un poco más por atrás de lo habitual.
Me dio náusea una vez pasando visita en el
Hospital Central Militar cuando, al destapar la enfermera el ojo de un paciente
operado de catarata por un maestro el día anterior, se le vio ese color
espantoso cremoso amarillento en vez del hermoso café del iris, debido a pus
por delante de él.
También sentía náusea cuando, al llegar al
consultorio de Río Bamba ya tenía yo diez o doce pacientes esperando ¡y todavía
ni empezaba!
Cada vez que veía un paciente pintaba una
rayita en la parte de atrás del recetario, como las rayitas de los presos en la
cárcel, y cuando llevaba dos grupitos de cinco rayitas se me iba quitando la
prisa, la náusea, el miedo al fracaso …a la demanda (decía un oftalmólogo muy
prestigiado: “todo paciente es un hijo de la chingada mientras no se demuestre
lo contrario”).
Yo siempre vi como gran amiga a mi
clientela, pero me hacía sufrir …y mucho.
Trabajaba yo tan presionado en tiempo y
tan inseguro por haber hecho la especialidad tan rápido y en mis ratos libres,
que a veces hasta me parecía rarísimo que los pacientes me tuvieran confianza.
Siempre estaba a la defensiva. Si un
enfermo me decía en la segunda consulta que todavía no se le quitaba lo rojo
del ojo, ya estaba yo dando explicaciones en tono severo y contradictorio.
¡Cuántos años
tardé en comprender que sólo era cosa de escuchar y de no decir nada hasta no
haber vuelto a revisar cuidadosamente! ¡Cuántos dolores de cabeza me hubiera
evitado de saber trucos como el de “por lo mismo”!
Ahí les va:
Muchísimas de las preguntas que hacen los
pacientes, y que a mí me hacían meterme en líos futuros por haber hablado de
más, quedaban perfectamente contestadas diciendo: “por lo mismo”
---- ¿Porqué sigo sintiendo como que me
voy a morir si veo una hoja de papel de canto frente a mi ojo izquierdo?
---- ¿Por qué siento algo como un Alka
Seltzer que no se ve, pero que hace ruido dentro me mi ojo?
---- ¿Por qué me tiembla, pero sin
temblarme, la pupila cuando escucho música ranchera?
---- Por lo mismo.
---- Por lo mismo.
---- Por lo mismo.
---- ¿Sí verdad?
---- ¿Sí verdad?
---- ¿Sí verdad?
Yo no sabía lo que significaba el: “por lo
mismo”, pero mi paciente sí. Tal vez era alguna entidad clínica inexistente,
pero más bien creo que era un sentido mágico acompañado de la voz, el
compromiso, la solidaridad, ¿se valdrá decir complicidad? del médico ante el
paciente, lo que le daba sentido a la frase y mejoría inmediata al paciente
La náusea y el miedo …como aquella vez en
que el director del Español me conminó a una junta con los Cossío.
Era esta familia de los Cossío muy importante
para la colonia española y más aún para el hospital, pues eran grandes
benefactores: Afianzadora Cossío, Ciudad de los Deportes, Plaza de Toros
México, Frontón México eran algunas de las empresas relacionadas con su
apellido.
Pues resulta que Payró se había ido de
vacaciones y me había pedido que les diera una vueltecita a sus operados, entre
los que se encontraba Doña Magdalena Cossío.
Doña Magdalena había sido operada de la
retina. Payró no las tenía todas consigo, y de exploración fina y precisa de
retina así como de interpretación de esas imágenes invertidas en que había que
pensar como si tuviera uno que pararse de manos yo estaba muy verde todavía.
La retina es una sobre especialidad para
gente grande …de “sexto año” y apenas andaba yo en “kinder dos” en ese ramo.
Los familiares querían una opinión y yo
tenía que darla.
Todos los médicos del Español pensaban que
yo era una maravilla. Acababa de hacer una cirugía de órbita que nunca nadie,
ni oftalmólogo ni neuro cirujano alguno había hecho en ese nosocomio. Fue un “Kronlein”’
quitando la pared lateral de la órbita para extraer un tumor de la glándula
lagrimal.
Pero de retina todavía no …ni madre.
¿Qué chingados hacer? ¿Confesar mi poca
capacidad? ¿Pedir la opinión de otro retinólogo? ¿Llamar a Payró?
Me pasó lo que cuando presenté
trigonometría en tercero de secundaria, en que suplí mi ignorancia con
imaginación y con fe en mi mismo; nada más que esta vez esa fe la reforcé con
una pastilla de sulfato de bencedrina; un “magic helper”. Recordé la sensación
de absoluta confianza eufórica que esa pinche mierdita, ese corazoncito color
de rosa me provocaba cuando preparaba uno que otro examen siendo cadete. Me
crucé a la farmacia de enfrente, me gasté veinte centavos y quedé enganchado
para siempre.
El efecto fue devastador.
Confié ; creí en lo que veía y salí airoso
de la junta pero entré a un largo, larguísimo bosque lleno de peligros y
trampas. Uno de esos bosques más grandes y tenebrosos que los de Tolkien. De
esos que tarda uno años en cruzar …si es que los cruza.
Muchos …la mayoría, se quedan en los
paraderos intermedios: los hospitales piquiátricos …los reclusorios …los
cementerios …los crematorios.
Las circunstancias eran favorables y se
fueron dando una tras otra: la muerte de papá, los ranchos súper demandantes y
agresivos, la clientela abrumadora, la especialización insuficiente, el exceso
de dinero, el miedo, ese miedo malo a no ascender tan rápido como mis
compañeros, ese miedo de pavo real (no como el miedo de cervatillo que tuvo mi
madre Marucha frente al cementerio); disimulado por una soberbia infinita.
...Defectos de carácter …muchos …muchos,
aún no detectados y menos aún superados.
El desconocimiento tanto mío como de la
medicina y de la sociedad en los años sesenta que aún no sabían bien a bien la
diferencia entre una fármaco dependencia y una drogadicción. Que hasta 1980
reconoció que los medicamentos psicotrópicos eran “adictivos” (la primera vez
que esto se reconoció fue precisamente con el Ecuanil y el Miltown en 1980
…pero para 1981 ya estaba yo cursando la primera caída de mi vía crucis en una
clínica psiquiátrica).
Me retiré del ejército.
Decidí que las condecoraciones en el pecho
no eran lo mío …que lo mío eran las estrellas.
Primeramente las busqué alzando la cara,
luego tuve que buscarlas en el negro reflejo de las aguas allá muy abajo …en
mis abismos.
Finalmente de frente, en las palabras aquí
escritas.
Por algo fue así.
E P Í L O G O
Pudiera parecer un final terrible este de
la caída en la drogadicción después de un tan vibrante y ejemplar transcurso de
vida entre los diecisiete y los treinta años de edad.
Pero más vibrante y finalmente ejemplar
fue lo que viví después.
El larguísimo vía crucis compartido con
mis seres queridos: inocentes cireneos, y verónicas; cargando y compartiendo la
pesada cruz de una adicción, cayendo y levantándome una y otra vez entre
sayones y curiosos: gozosos unos, dolientes sinceros unos e hipócritas otros,
indiferentes los más; a lo largo del camino entre el palacete hospitalario de
mis treinta años hasta el monte calvario tenebroso de un modesto anexo pasados los sesenta (con sus
tres caídas intermedias ¡a huevo! en clínicas psiquiátricas).
Lo bueno es que después del encierro final
(iba a decir entierro …que buey) no de tres días sino de tres meses, sobrevino
la resurrección.
Yo creo que por eso se me anegaron los
ojos, poco después de mi salida del anexo leyendo a Teilhard de Chardin al
final de su maravilloso libro: ‘El Fenómeno Humano’:
“…nada se parece tanto a un camino de la
Cruz como la epopeya humana”
Muchos sucesos de este camino son aquellos
a los que algunos les damos el nombre de “fondos de sufrimiento”, y te puedo
asegurar que al exponerlos abiertamente, con absoluta honestidad, he ayudado a
salir adelante a más de un compañero en desgracia.
El cómo lo viví y el cómo lo superé es
tema para más lectura …aún apasionante y mucho, pero mucho más conmovedora …te
lo aseguro.
Soy afortunado y agradezco a mi Poder
Superior que me haya dado el don de la escritura, pues así puedo dejar asentado,
no solamente hablado, sino también por escrito, la distinción amarga de
pertenecer a un grupo selecto cuyo ingreso a él y pertenencia en el mismo les
es dado a unos cuantos nada más, que si se recuperan, pueden ponderar, como, lo
hago yo, el haber pagado por ello las cuotas más elevadas que hay en el mundo:
el trabajo, la familia, el dinero, los coches, las casas, las colegiaturas de
los hijos, el respeto de los demás, el honor de los padres, la autoestima, la
salud y hasta la libertad y muchas, …muchas veces, la vida misma.
¿Perteneces a un club así?
¿Tú no?
Yo sí.
De eso tratará mi próximo libro si Dios no dispone otra cosa.
F I N
Ciudad de México
Febrero del 2010
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