"El propósito del arte no es una quintaesencia intelectual, rarificada
sino la vida, la brillante e intensa vida."

Alain - Arias Misson

viernes, 23 de agosto de 2019

Alma en Tránsito Capítulo 42: La náusea. El miedo. Las anfetaminas


42

LA  NÁUSEA.  EL  MIEDO.  LAS  ANFETAMINAS


     Otro de los hospitales en donde operé mucho fue el de los Azucareros. En aquellos años eran sonados y prestigiados los hospitales sindicales como éste del Sindicato de Azucareros o el “Colonia” en la colonia San Rafael, de los Ferrocarrileros. Hoy ya nada más oigo algo del de PEMEX.

     Pues en el de Azucareros, que estaba en la avenida Ejército Nacional cerca del Español, operé mucho con Payró.

     No era raro ver médicos prestigiados y con planta en grandes nosocomios operarles pacientes a centros de menos importancia oftalmológica como la Cruz Roja o algún hospital infantil de zona.

     David Gutiérrez, estando en el Militar, atendía también el Infantil de Legaria y yo lo hacía en el de San Juan de Aragón; Payró en el de Azucareros y quién sabe (ni quiero saberlo) quién en la Cruz Roja, donde me enteré que años antes a un paciente le hicieron una enucleación bilateral simultánea. No más de pensarlo me daba horror. Quitar los dos ojos al mismo tiempo …putisisisisísima madre; yo no lo hago ni con una pistola apuntándome a la cabeza. Y no es porque no estuviera justificado …tal vez ya los dos ojos eran una mierda, una pulpa infame; sino porque me da náusea nada más de pensarlo.

     Esto de la náusea no me fue raro en una especialidad tan fina como la oftalmología. Nunca me dio náusea ante cadáveres ni “horrendomas” de ninguna especie siendo médico cirujano general, pero me daba cuando tenía cirugía privada de ojos si me cepillaba los dientes por la mañana, antes de irme a operar, un poco más por atrás de lo habitual.

     Me dio náusea una vez pasando visita en el Hospital Central Militar cuando, al destapar la enfermera el ojo de un paciente operado de catarata por un maestro el día anterior, se le vio ese color espantoso cremoso amarillento en vez del hermoso café del iris, debido a pus por delante de él.

     También sentía náusea cuando, al llegar al consultorio de Río Bamba ya tenía yo diez o doce pacientes esperando ¡y todavía ni empezaba!

     Cada vez que veía un paciente pintaba una rayita en la parte de atrás del recetario, como las rayitas de los presos en la cárcel, y cuando llevaba dos grupitos de cinco rayitas se me iba quitando la prisa, la náusea, el miedo al fracaso …a la demanda (decía un oftalmólogo muy prestigiado: “todo paciente es un hijo de la chingada mientras no se demuestre lo contrario”).

     Yo siempre vi como gran amiga a mi clientela, pero me hacía sufrir …y mucho.   

      Trabajaba yo tan presionado en tiempo y tan inseguro por haber hecho la especialidad tan rápido y en mis ratos libres, que a veces hasta me parecía rarísimo que los pacientes me tuvieran confianza.

     Siempre estaba a la defensiva. Si un enfermo me decía en la segunda consulta que todavía no se le quitaba lo rojo del ojo, ya estaba yo dando explicaciones en tono severo y contradictorio.

¡Cuántos años tardé en comprender que sólo era cosa de escuchar y de no decir nada hasta no haber vuelto a revisar cuidadosamente! ¡Cuántos dolores de cabeza me hubiera evitado de saber trucos como el de “por lo mismo”!

     Ahí les va:

     Muchísimas de las preguntas que hacen los pacientes, y que a mí me hacían meterme en líos futuros por haber hablado de más, quedaban perfectamente contestadas diciendo: “por lo mismo”

     ---- ¿Porqué sigo sintiendo como que me voy a morir si veo una hoja de papel de canto frente a mi ojo izquierdo?

     ---- ¿Por qué siento algo como un Alka Seltzer que no se ve, pero que hace ruido dentro me mi ojo?

     ---- ¿Por qué me tiembla, pero sin temblarme, la pupila cuando escucho música ranchera? 

     ---- Por lo mismo.

     ---- Por lo mismo.

     ---- Por lo mismo.

     ---- ¿Sí verdad?

     ---- ¿Sí verdad?

     ---- ¿Sí verdad?     

     Yo no sabía lo que significaba el: “por lo mismo”, pero mi paciente sí. Tal vez era alguna entidad clínica inexistente, pero más bien creo que era un sentido mágico acompañado de la voz, el compromiso, la solidaridad, ¿se valdrá decir complicidad? del médico ante el paciente, lo que le daba sentido a la frase y mejoría inmediata al paciente

     La náusea y el miedo …como aquella vez en que el director del Español me conminó a una junta con los Cossío.

     Era esta familia de los Cossío muy importante para la colonia española y más aún para el hospital, pues eran grandes benefactores: Afianzadora Cossío, Ciudad de los Deportes, Plaza de Toros México, Frontón México eran algunas de las empresas relacionadas con su apellido.

     Pues resulta que Payró se había ido de vacaciones y me había pedido que les diera una vueltecita a sus operados, entre los que se encontraba Doña Magdalena Cossío.

     Doña Magdalena había sido operada de la retina. Payró no las tenía todas consigo, y de exploración fina y precisa de retina así como de interpretación de esas imágenes invertidas en que había que pensar como si tuviera uno que pararse de manos yo estaba muy verde todavía.

     La retina es una sobre especialidad para gente grande …de “sexto año” y apenas andaba yo en “kinder dos” en ese ramo.

     Los familiares querían una opinión y yo tenía que darla.

     Todos los médicos del Español pensaban que yo era una maravilla. Acababa de hacer una cirugía de órbita que nunca nadie, ni oftalmólogo ni neuro cirujano alguno había hecho en ese nosocomio. Fue un “Kronlein”’ quitando la pared lateral de la órbita para extraer un tumor de la glándula lagrimal.

     Pero de retina todavía no …ni madre.

     ¿Qué chingados hacer? ¿Confesar mi poca capacidad? ¿Pedir la opinión de otro retinólogo? ¿Llamar a Payró?

     Me pasó lo que cuando presenté trigonometría en tercero de secundaria, en que suplí mi ignorancia con imaginación y con fe en mi mismo; nada más que esta vez esa fe la reforcé con una pastilla de sulfato de bencedrina; un “magic helper”. Recordé la sensación de absoluta confianza eufórica que esa pinche mierdita, ese corazoncito color de rosa me provocaba cuando preparaba uno que otro examen siendo cadete. Me crucé a la farmacia de enfrente, me gasté veinte centavos y quedé enganchado para siempre.

     El efecto fue devastador.

     Confié ; creí en lo que veía y salí airoso de la junta pero entré a un largo, larguísimo bosque lleno de peligros y trampas. Uno de esos bosques más grandes y tenebrosos que los de Tolkien. De esos que tarda uno años en cruzar …si es que los cruza.

     Muchos …la mayoría, se quedan en los paraderos intermedios: los hospitales piquiátricos …los reclusorios …los cementerios …los crematorios.

     Las circunstancias eran favorables y se fueron dando una tras otra: la muerte de papá, los ranchos súper demandantes y agresivos, la clientela abrumadora, la especialización insuficiente, el exceso de dinero, el miedo, ese miedo malo a no ascender tan rápido como mis compañeros, ese miedo de pavo real (no como el miedo de cervatillo que tuvo mi madre Marucha frente al cementerio); disimulado por una soberbia infinita.

     ...Defectos de carácter …muchos …muchos, aún no detectados y menos aún superados.

     El desconocimiento tanto mío como de la medicina y de la sociedad en los años sesenta que aún no sabían bien a bien la diferencia entre una fármaco dependencia y una drogadicción. Que hasta 1980 reconoció que los medicamentos psicotrópicos eran “adictivos” (la primera vez que esto se reconoció fue precisamente con el Ecuanil y el Miltown en 1980 …pero para 1981 ya estaba yo cursando la primera caída de mi vía crucis en una clínica psiquiátrica).

     Me retiré del ejército.

     Decidí que las condecoraciones en el pecho no eran lo mío …que lo mío eran las estrellas.

     Primeramente las busqué alzando la cara, luego tuve que buscarlas en el negro reflejo de las aguas allá muy abajo …en mis abismos.

     Finalmente de frente, en las palabras aquí escritas.

     Por algo fue así.


E P Í L O G O


     Pudiera parecer un final terrible este de la caída en la drogadicción después de un tan vibrante y ejemplar transcurso de vida entre los diecisiete y los treinta años de edad.

     Pero más vibrante y finalmente ejemplar fue lo que viví después.

     El larguísimo vía crucis compartido con mis seres queridos: inocentes cireneos, y verónicas; cargando y compartiendo la pesada cruz de una adicción, cayendo y levantándome una y otra vez entre sayones y curiosos: gozosos unos, dolientes sinceros unos e hipócritas otros, indiferentes los más; a lo largo del camino entre el palacete hospitalario de mis treinta años hasta el monte calvario tenebroso de un  modesto anexo pasados los sesenta (con sus tres caídas intermedias ¡a huevo! en clínicas psiquiátricas).

     Lo bueno es que después del encierro final (iba a decir entierro …que buey) no de tres días sino de tres meses, sobrevino la resurrección.

     Yo creo que por eso se me anegaron los ojos, poco después de mi salida del anexo leyendo a Teilhard de Chardin al final de su maravilloso libro: ‘El Fenómeno Humano’:

     “…nada se parece tanto a un camino de la Cruz como la epopeya humana”

     Muchos sucesos de este camino son aquellos a los que algunos les damos el nombre de “fondos de sufrimiento”, y te puedo asegurar que al exponerlos abiertamente, con absoluta honestidad, he ayudado a salir adelante a más de un compañero en desgracia.

     El cómo lo viví y el cómo lo superé es tema para más lectura …aún apasionante y mucho, pero mucho más conmovedora …te lo aseguro.

     Soy afortunado y agradezco a mi Poder Superior que me haya dado el don de la escritura, pues así puedo dejar asentado, no solamente hablado, sino también por escrito, la distinción amarga de pertenecer a un grupo selecto cuyo ingreso a él y pertenencia en el mismo les es dado a unos cuantos nada más, que si se recuperan, pueden ponderar, como, lo hago yo, el haber pagado por ello las cuotas más elevadas que hay en el mundo: el trabajo, la familia, el dinero, los coches, las casas, las colegiaturas de los hijos, el respeto de los demás, el honor de los padres, la autoestima, la salud y hasta la libertad y muchas, …muchas veces, la vida misma.
                                                                      
     ¿Perteneces a un club así?

     ¿Tú no?

     Yo sí.  De eso tratará mi próximo libro si Dios no dispone otra cosa.


F  I  N



Ciudad de México

Febrero del 2010

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