"El propósito del arte no es una quintaesencia intelectual, rarificada
sino la vida, la brillante e intensa vida."

Alain - Arias Misson

miércoles, 11 de marzo de 2015

Alma de cadete (Parte 3)


 Me trataba de convencer de que eso no era para mí pero no lo lograba a pesar de que el cuarto en el que estábamos (y que desde ese día ellos iban a ocupar) no tenía nada en las paredes más que pintura corrugada color crema, de que el piso era de duela vieja y gastada, de que la única ventana tenia una persiana veneciana precaria, de que los cuatro camastros, con su pequeño locker y su más pequeño y multi abollado buró eran de un color verde grisáceo aceitoso y de que las colchonetas de hule espuma aún sin otra ropa encima se veían gastadas (no supe si ya estaban llenas de chinches, como lo estuvieron siempre que dormí en ellas) (eran tantas las chinches que tendré que hablar de ellas más adelante de una manera especial).

     Ese lugar era la alcoba de un  palacio si se le juzgaba por las sonrisas y entusiasmo reinante.

     Yo tenía una imagen de lo que debía ser un cuarto de internado universitario tal y como la había contemplado en una película del Gordo y el Flaco en que hacían sus burradas en una elegantísima universidad (la película creo recordar que se llama "Dos Bobos en Oxford" o algo por el estilo). Lo que presenciaba no le llegaba ni al más humilde cuarto de criados que hubiese podido aparecer en esa película en la cual las paredes estaban cubiertas con bellas láminas de madera, las cortinas tenían doseles acolchados y gruesos cordones. En que pendían solemnes cuadros y retratos por doquier; los muebles eran lujosos y los grandes sillones abullonados eran de cuero.

     La casa de mis padres era el cielo comparada con aquel lugar en que todos platicaban con entusiasmo de lo difícil que había sido entrar pero del que les habían dicho que lo verdaderamente difícil era quedarse adentro. Ya empezaban a hablar de sus novias y de lo mal que a uno de ellos le caía su futura suegra. Otro estaba dispuesto a, después de este triunfo, hacer que su novia cambiara de juicios y actitudes. ...Y mientras…yo pensaba que lo que debían de hacer era cambiar de novia ó quedarse sin ella por una temporada... me sentía morir, realmente morir, entrar en putrefacción de pura envidia.

     Afortunadamente entró por la puerta abierta (todo estaba abierto en esos momentos para los nuevos cadetes: puertas ventanas, lockers, burós, el día y el alma entera) un militar uniformado diciendo que estaban prohibidos los corrillos y los cuchicheos y que todos para abajo a volver a formarse, incluyendo los cuatro o cinco que nos habíamos quedado en la orilla pues era posible que se abriera alguna plaza más con el paso de los días... semanas... y hasta meses; la cual ó las cuales les serían otorgadas (en el caso de que las hubiera) a quienes de nosotros hubiésemos estado acudiendo constantemente como oyentes a todas las clases. También se nos darían los alimentos al precio de setenta y cinco centavos diarios pero nada de uniformes ni de alojamiento. Tampoco se nos raparía ni se nos sujetaría a peloneadas pues aún no éramos dignos de tan elevado honor.

     La gran bronca era aceptar la posibilidad de quedarse como el perro de las dos tortas: no entrar a la Médico y perder el acceso a la Universidad Nacional. Mi padre, cuando se lo comuniqué y como buen hombre de negocios, me sugirió suavemente que me enterara si el dinero podría resolver algo.

     Ni lo intenté.

     Era difícil para el hijo de familia que yo era el ir y venir diariamente del extremo norte de la Ciudad al extremo Poniente, tuve que aprenderme corridas de camiones por Tacuba y los panteones o por Cuautitlán que me eran totalmente desconocidas, con sus cambios y horarios. Hoy en día recorro enormes distancias gracias a la red del metro pero en aquél entonces sólo había camiones de veinte centavos con boleto y cobrador que se subía de vez en cuando a checar la posesión del mismo por el usuario.

     Pasaron días… semanas… y yo de oyente. Nos cambiamos de casa de la Industrial a la Lindavista, llegaron exámenes parciales y en uno de ellos me pusieron a prueba de tal manera que estuve muy cerca de abandonar mi empeño. Fué así:

     Ya era Semana Santa (marzo ó abril) y se nos advirtió de un examen escrito parcial de anatomía. Recuerdo que en la nueva casa de mis padres había un torreón que acondicioné para estudiar y que en él me pasé horas preparando el tal examen pues tuvimos cuatro días sin clases y yo no podía quedarme a dormir en la Escuela.

     Nunca fui tonto  y mi memoria nunca ha sido mala. Me preparé como nunca lo había hecho en mi vida. Nos dieron las hojas en blanco, Puse mi nombre y copié el enunciado de los cinco temas a desarrollar.... todavía me acuerdo de casi todos: senos venosos de la dura madre, capas de la retina, la roca del hueso temporal, los doce pares de nervios craneanos. Contesté largo y quedé medianamente satisfecho.

     Me pusieron "uno" de calificación. ¡¡Carajo, mi nombre ya valía más que eso!!

     Aquella noche lloré con rabia y me pregunté qué chingados quería yo hacer en el ejército y en particular en la Escuela Médico Militar. Un uno en ese parcial; el cual era el único antes del examen final, que sería al terminar el primer semestre, me hacía suponer que necesitaría sacarme la utópica calificación de once para poder promediar un seis y pasar la materia.

     Había un compañero costarricense muy buena persona (como todos los ticos) a quien también le fue muy mal y recuerdo claramente cuando se me acerco cariñosamente y me dijo: "etamos liquidaos amigo"

     Pues para no hacer el cuento largo dejo dicho que él si quedó 'liquidao' pero yo pasé con un maravilloso seis del cual ya platicaré pues hablar de la Médico Militar sin hablar de los exámenes finales de anatomía es como hablar de los toros sin mencionar el pasodoble.

     Finalmente se abrieron dos plazas y entramos, con el lugar treinta y dos este gitanillo y con el treinta y tres ese monstruo curricular que hoy por hoy ostenta el mejor currículum de nuestra generación; que es un investigador chingoncísimo y director del laboratorio de inmuno histo química y quien sabe cuantas madres más del hospital Infantil de México: Se trata de. Ernesto Calderón Jaimes, quien compartió mi cuarto y la cama junto a la mía durante cinco años. Quien junto conmigo (justo y necesario es decirlo) fuimos de los ocho que no reprobamos ninguna materia y también quienes compartimos el apodo de "la zorra y el cuervo" (él era el famoso cuervo) y... también hay que decirlo, quien al igual que yo, nos retiramos del ejército tan tempranamente que, como él risueñamente lo dice: "sólo llegamos a policías".

     Hubiera yo jurado durante la carrera que si alguien de nuestra generación aspiraba al becerro de oro económico y a los altos grados militares era mi querido cuervo. No fue así. Fueron otros más sosegados y con diferente orientación temprana quienes lo lograron.

     Este compañero era hijo de militar y el cuarto en que nos tocó vivir lo compartíamos con los únicos dos militares que se habían presentado a los exámenes de admisión y habían logrado entrar: un subteniente de sanidad sumamente bondadoso apellidado Arriaga y un teniente: Elpidio Barrios, de infantería, egresado del Colegio Militar quien fue nombrado jefe de grupo y era magnífica persona; unos cuantos  años mayor que yo y a quien le notaba cierta conducta severa pero paternal que mucho me agradaba (ambos, médicos civiles actualmente, pues su baja de la Escuela Médico Militar a causa de los exámenes subsecuentes no superados, no acabó con su auténtico ímpetu por convertirse en médicos). Como estos tres compañeros  se sabían todos los toques de corneta me jugaron la primera broma muy de tipo militar. Resulta que a las nueve de la noche, estando los cuatro estudiando en el cuarto, tumbados cada quien en su camastro, comenzó a llenar el ambiente un dulce tono de corneta. Le pregunté a Calderón lo que eso significaba y este méndigo rápidamente hizo ademán de incorporase y exclamó:

     ----¡Es llamada de tropa! ¡hay que presentarse de inmediato en la explanada ¡uniformados y con fornitura!
    
Los otros dos no menos recabrones hicieron también una pantomima apresurada que ya no me detuve a observar pues lleno de ansiedad me calcé los botines me puse los arreos de cuero sobre el uniforme y en menos que canta un gallo ya estaba de pié en mitad de  la enorme explanada del asta bandera bajo la luz de la luna  esperando el arribo de todos los demás.

     Nadie llegaba porque el toque no fue ‘llamada de tropa’ sino ‘silencio’ y después de un largo tiempo en que mis compañeros deben haber estado cagándose de la risa regresé.

     La zorra y el cuervo han pasado enormes vicisitudes para acercarse a su destino pero eso es harina de otro costal. Su vida durante la carrera fue un verdadero idilio amistoso en que fueron fundadores del equipo de futbol, confidentes de amores y desamores, compartidores de antojos alimenticios y golosinas extras, de cigarros y colillas a medio fumar, compañeros de esfuerzos y alegrías durante los cinco años en que compartieron el mismo cuarto hasta llegar al sexto, en que ya capitanes primeros, tuvieron que alojarse en otros ámbitos.

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