Ese
lugar era la alcoba de un palacio si se
le juzgaba por las sonrisas y entusiasmo reinante.
Yo
tenía una imagen de lo que debía ser un cuarto de internado universitario tal y
como la había contemplado en una película del Gordo y el Flaco en que hacían
sus burradas en una elegantísima universidad (la película creo recordar que se
llama "Dos Bobos en Oxford" o algo por el estilo). Lo que presenciaba
no le llegaba ni al más humilde cuarto de criados que hubiese podido aparecer
en esa película en la cual las paredes estaban cubiertas con bellas láminas de madera,
las cortinas tenían doseles acolchados y gruesos cordones. En que pendían
solemnes cuadros y retratos por doquier; los muebles eran lujosos y los grandes
sillones abullonados eran de cuero.
La casa de mis padres era el cielo
comparada con aquel lugar en que todos platicaban con entusiasmo de lo difícil
que había sido entrar pero del que les habían dicho que lo verdaderamente
difícil era quedarse adentro. Ya empezaban a hablar de sus novias y de lo mal
que a uno de ellos le caía su futura suegra. Otro estaba dispuesto a, después
de este triunfo, hacer que su novia cambiara de juicios y actitudes. ...Y
mientras…yo pensaba que lo que debían de hacer era cambiar de novia ó quedarse
sin ella por una temporada... me sentía morir, realmente morir, entrar en
putrefacción de pura envidia.
Afortunadamente entró por la puerta
abierta (todo estaba abierto en esos momentos para los nuevos cadetes: puertas
ventanas, lockers, burós, el día y el alma entera) un militar uniformado
diciendo que estaban prohibidos los corrillos y los cuchicheos y que todos para
abajo a volver a formarse, incluyendo los cuatro o cinco que nos habíamos
quedado en la orilla pues era posible que se abriera alguna plaza más con el
paso de los días... semanas... y hasta meses; la cual ó las cuales les serían
otorgadas (en el caso de que las hubiera) a quienes de nosotros hubiésemos
estado acudiendo constantemente como oyentes a todas las clases. También se nos
darían los alimentos al precio de setenta y cinco centavos diarios pero nada de
uniformes ni de alojamiento. Tampoco se nos raparía ni se nos sujetaría a peloneadas
pues aún no éramos dignos de tan elevado honor.
La
gran bronca era aceptar la posibilidad de quedarse como el perro de las dos
tortas: no entrar a la Médico y perder el acceso a la Universidad Nacional. Mi
padre, cuando se lo comuniqué y como buen hombre de negocios, me sugirió
suavemente que me enterara si el dinero podría resolver algo.
Ni lo intenté.
Era
difícil para el hijo de familia que yo era el ir y venir diariamente del
extremo norte de la Ciudad al extremo Poniente, tuve que aprenderme corridas de
camiones por Tacuba y los panteones o por Cuautitlán que me eran totalmente
desconocidas, con sus cambios y horarios. Hoy en día recorro enormes distancias
gracias a la red del metro pero en aquél entonces sólo había camiones de veinte
centavos con boleto y cobrador que se subía de vez en cuando a checar la
posesión del mismo por el usuario.
Pasaron días… semanas… y yo de oyente. Nos
cambiamos de casa de la Industrial a la Lindavista, llegaron exámenes parciales
y en uno de ellos me pusieron a prueba de tal manera que estuve muy cerca de
abandonar mi empeño. Fué así:
Ya era Semana Santa (marzo ó abril) y se
nos advirtió de un examen escrito parcial de anatomía. Recuerdo que en la nueva
casa de mis padres había un torreón que acondicioné para estudiar y que en él
me pasé horas preparando el tal examen pues tuvimos cuatro días sin clases y yo
no podía quedarme a dormir en la Escuela.
Nunca fui tonto y mi memoria nunca ha sido mala. Me preparé
como nunca lo había hecho en mi vida. Nos dieron las hojas en blanco, Puse mi
nombre y copié el enunciado de los cinco temas a desarrollar.... todavía me
acuerdo de casi todos: senos venosos de la dura madre, capas de la retina, la
roca del hueso temporal, los doce pares de nervios craneanos. Contesté largo y quedé
medianamente satisfecho.
Me pusieron
"uno" de calificación. ¡¡Carajo, mi nombre ya valía más que eso!!
Aquella noche lloré con rabia y me pregunté
qué chingados quería yo hacer en el ejército y en particular en la Escuela
Médico Militar. Un uno en ese parcial; el cual era el único antes del examen
final, que sería al terminar el primer semestre, me hacía suponer que
necesitaría sacarme la utópica calificación de once para poder promediar un
seis y pasar la materia.
Había un compañero costarricense muy buena
persona (como todos los ticos) a quien también le fue muy mal y recuerdo
claramente cuando se me acerco cariñosamente y me dijo: "etamos liquidaos
amigo"
Pues
para no hacer el cuento largo dejo dicho que él si quedó 'liquidao' pero yo
pasé con un maravilloso seis del cual ya platicaré pues hablar de la Médico
Militar sin hablar de los exámenes finales de anatomía es como hablar de los
toros sin mencionar el pasodoble.
Finalmente se abrieron dos plazas y entramos,
con el lugar treinta y dos este gitanillo y con el treinta y tres ese monstruo
curricular que hoy por hoy ostenta el mejor currículum de nuestra generación;
que es un investigador chingoncísimo y director del laboratorio de inmuno histo
química y quien sabe cuantas madres más del hospital Infantil de México: Se
trata de. Ernesto Calderón Jaimes, quien compartió mi cuarto y la cama junto a
la mía durante cinco años. Quien junto conmigo (justo y necesario es decirlo)
fuimos de los ocho que no reprobamos ninguna materia y también quienes compartimos
el apodo de "la zorra y el cuervo" (él era el famoso cuervo) y... también
hay que decirlo, quien al igual que yo, nos retiramos del ejército tan
tempranamente que, como él risueñamente lo dice: "sólo llegamos a
policías".
Hubiera yo jurado durante la carrera que si
alguien de nuestra generación aspiraba al becerro de oro económico y a los altos
grados militares era mi querido cuervo. No fue así. Fueron otros más sosegados y
con diferente orientación temprana quienes lo lograron.
Este compañero era hijo de militar y el
cuarto en que nos tocó vivir lo compartíamos con los únicos dos militares que
se habían presentado a los exámenes de admisión y habían logrado entrar: un
subteniente de sanidad sumamente bondadoso apellidado Arriaga y un teniente: Elpidio
Barrios, de infantería, egresado del Colegio Militar quien fue nombrado jefe de
grupo y era magnífica persona; unos cuantos años mayor que yo y a quien le notaba cierta
conducta severa pero paternal que mucho me agradaba (ambos, médicos civiles
actualmente, pues su baja de la Escuela Médico Militar a causa de los exámenes
subsecuentes no superados, no acabó con su auténtico ímpetu por convertirse en
médicos). Como estos tres compañeros se
sabían todos los toques de corneta me jugaron la primera broma muy de tipo
militar. Resulta que a las nueve de la noche, estando los cuatro estudiando en
el cuarto, tumbados cada quien en su camastro, comenzó a llenar el ambiente un
dulce tono de corneta. Le pregunté a Calderón lo que eso significaba y este méndigo
rápidamente hizo ademán de incorporase y exclamó:
----¡Es llamada de tropa! ¡hay que
presentarse de inmediato en la explanada ¡uniformados y con fornitura!
Los
otros dos no menos recabrones hicieron también una pantomima apresurada que ya
no me detuve a observar pues lleno de ansiedad me calcé los botines me puse los
arreos de cuero sobre el uniforme y en menos que canta un gallo ya estaba de
pié en mitad de la enorme explanada del
asta bandera bajo la luz de la luna esperando
el arribo de todos los demás.
Nadie llegaba porque el toque no fue
‘llamada de tropa’ sino ‘silencio’ y después de un largo tiempo en que mis
compañeros deben haber estado cagándose de la risa regresé.
La zorra y el cuervo han pasado enormes
vicisitudes para acercarse a su destino pero eso es harina de otro costal. Su
vida durante la carrera fue un verdadero idilio amistoso en que fueron
fundadores del equipo de futbol, confidentes de amores y desamores,
compartidores de antojos alimenticios y golosinas extras, de cigarros y
colillas a medio fumar, compañeros de esfuerzos y alegrías durante los cinco
años en que compartieron el mismo cuarto hasta llegar al sexto, en que ya
capitanes primeros, tuvieron que alojarse en otros ámbitos.
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