"El propósito del arte no es una quintaesencia intelectual, rarificada
sino la vida, la brillante e intensa vida."

Alain - Arias Misson

domingo, 21 de junio de 2015

Alma de Cadete (Parte 14)

Pues llegamos a Juchitán. Poblado de ranas sonoras y para mí siempre invisibles que atronaban toda la noche con su croar. Se me dijo que eran enormes y los machos pequeños pero con unas poderosas ventosas en los pulgares que le permitían estar subidos en el guayabo sin que nadie los pudiera desprender fácilmente. Incluso alguien me aseguró que una vez puso la bota debajo de una rana que cargaba con el amante y de una fuerte patada los lanzó volando muchos metros quedando el rano tan campante apretado contra el lomo de su amada.

     Llovía frecuente y torrencialmente tarde y noche, a tal grado que el agua cubría el estribo de los camiones pero a las diez de la mañana el suelo ya estaba cuarteado de seco.

     La primera noche dormimos en los pasillos descubiertos de un viejo hospital deshabitado; en el campo. Los techos eran viejas vigas cubiertas de ramaje seco y paja. Había paredes correspondientes al edificio pero no mirando hacia un gran espacio descubierto que seguramente fue un bello patio en algún tiempo lejano.

      Aquella primera noche alguien empezó a comentar en voz alta lo espantosas que eran unas tarántulas enormes que se habían visto en las cercanías y, mientras empezaba a cundir el temor, alguien gritó:

      ---- ¡La tarántula!, ¡la tarántula!

     …Y alguna cosa misteriosa, tarantuliforme y oscura pasó rauda por sobre algunos de nosotros para rato después volverlo a hacer tan velozmente y tan alto que algunos supusimos se trataba de una bola de zacate a guisa de tarántula voladora.

     Acabé por dormirme pensando que si era tarántula… bueno… pues que le cayera encima al más pendejo y como yo no me consideraba tal, enganché el sueño sobre la manga de hule extendida en el suelo, la mochila de almohada y la manta por arriba… por si las tarántulas.

     Ya avanzada la noche desperté empapado de las piernas por el chubasco. Me arrimé a la pared de atrás y me encogí todo lo que pude volviendo a dormir hasta el toque de diana.

     Ese mediodía sucedió la culminación del caso tarántula pues después de ir a entrevistar a la población; al regresar y antes de comer, se nos autorizó ir a nadar a una poza cercana. Un compañero de otra generación de cuyo nombre no quiero acordarme lanzó un grito y se desmayó mientras una enorme tarántula salía de prisa por la entrepierna de su traje de baño ya casi completamente aplicado contra sus testículos (yo creo que también la araña salió espantadísima)

     Las entrevistas eran como ir de safari pues había que llevar el acerado marrazo en la mano para defenderse de los numerosos perros que acudían a nuestro encuentro ladrando y gruñendo enloquecidos.

     Luego venían las quejas y las mentiras de la población selvática que entrevistábamos al profundizar en zonas silvestres.

     Las quejas no son noticia. Siguen siendo las mismas después de más de cincuenta años y todas tienen que ver con la falta de alimento (cuando éste falta ya ni se acuerdan de que les falta ropa, casa, utensilios, educación, servicios y todo, todo, todo eso que ya casi es carencia folklórica y que a veces me hace recordar aquella frase lapidaria que Gabriel García Márquez puso en boca uno de sus dictadores novelescos: “pobres siempre los habrá y el día que la mierda valga algo los pobres nacerán sin culo”

     Las mentiras versaban sobre su alimentación pues, por lo que decían comer, eran absolutamente vegetarianos.

     Aquello que nos enseñaban en la Escuela de que hay dos que tres aminoácidos esenciales de origen animal sin los cuales el ser humano no sobrevive, parecía ser  un mito.

     Bueno… bueno…es que ni en leche, ni en miel ni en nada había sustancia animal… sólo hierbas, raíces y algunas verduras y frutas.

     Sin embargo no era mito. Esta gente comía insectos y roedores pero les avergonzaba decirlo.

     No todo fue pobreza extrema. Fuimos invitados a bailes en la plaza de Juchitán y a bailar a las “velas” de los López y de los Pineda que eran famosas en Ixtepec y en Tehuantepec. También nadamos en Salina Cruz.

     Las tehuanitas son lindas de jovencitas; de mayores todas se convertían en unos costales de papas.

     Hubo una preciosa criatura, con la que bailé en la plaza, que me enseñó algo de Zapoteco. Antes de que el nombre femenino ‘Nallely’ se pusiera de moda esta beldad indígena ya me había enseñado que “nat yi eli mash que bisha lúa” significaba “yo te quiero más que a mis ojos”. Era tan linda, tan primitiva y tan digna de ser apreciada y cuidada que me sentí morir de pena cuando, bailando, creí pisar una rana bajo una de mis botas torpes siendo que era un piececito descalzo de ella que no se veía por estar cubierto con sus largas enaguas. No movió ni un músculo de la cara; más bien sonrió.

     Pero no debo engañar a nadie con estos amables sucesos. Éramos más cabrones que bonitos y una noche en una de esas “velas” decidimos que todas, pero todas esas mujeres bailarían con nosotros.

     El grupo de amigos del cual formaba parte esa noche puso las normas: cada pieza costaría un peso a cada uno y los guardaría el Dr. Pozos Labardini quien era el fotógrafo de la expedición. Hombre que por su edad y su dominio de la fotografía y la cinematografía castrense y académica en nuestra Escuela y Hospital, era el indicado para fungir también como juez. El premio después de cada pieza sería el monto de lo aportado por todos antes de la misma y se le daría a quien bailara con la más fea. Pozos estaba vigilante y las parejas debían de pasar por debajo del foco más luminoso que para más señas era el que mayor nube de pinolillo tenía a su alrededor.

     Fue un éxito total. Recuerdo ver a Rosendo Magaña sacar casi a jalones a bailar a una matrona añosa fea y gordísima, moradita de risueña vergüenza con la cual se sacó uno de los primeros lugares.

     Magaña, como ya dije, era tal vez en aquél tiempo el más pobre del grupo y por ganarse una lanita era capaz de hacer bailar al Monumento a la Madre.

     Fueron unas prácticas hermosas en que hasta hubo un partido de futbol contra militares y civiles de la región, en que yo fui el portero e hice el ridículo pues el balón era uno de esos de gruesos gajos cafés de cuero, con correa incluida que con la lluvia y el lodazal se puso pesado y resbaloso a tal grado que al atajar por lo alto un tiro de esquina regalado se me fue de las manos como aquél recién nacido de cuando atendí mi primer parto y que metió su cabecita en el cajón de caca, orina y sangre casi hasta los ojos… y entró el gol…del mismo modo pendejo en que cometí mi primer y único ‘fumble’ obstétrico en quinto año.


     Con diez pesos que pude y supe guardar compré algo verdaderamente bonito de las artesanías tehuanas para mi novia y en un tiempo que se me pasó volando ya estábamos de regreso en la Ciudad de México para disfrutar, quienes no habíamos reprobado ninguna materia, de las breves vacaciones de fin de año. Los otros se quedarían acuartelados en la Escuela; presentarían los extraordinarios inmediatamente antes del inicio de las clases y muchos, muchos, saldrían para siempre de la Escuela sin chance alguno de volver a concursar para ingresar de nuevo.

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