Si algún familiar de gente
importante ó recomendado por motivo cualquiera llegó a entrar a la Escuela
Médico Militar sin merecerlo, mientras yo viví en ella, les aseguro que salió
de esta manera a menos que fuera alguien que tuviera las cualidades para ser
médico militar… pero esto no era cosa de ‘enchílame otra’.
El cuarto año de la carrera me
hizo sentir especial. Tal vez por esas materias en que ya se interactuaba
fuertemente con el paciente: ‘las clínicas’; de las que antes se nos daba la
teoría…‘nosología’… vaya. Esto me hacía sentir diferente a cualquiera de mis épocas
anteriores de estudiante. Me sentía “gente grande”. También influía el saber
que ya nadie me sacaría de la Escuela como reprobado y, desde luego, una gran
influencia en esa sensación era la imagen que me formé de los cadetes de cuarto
y quinto, por no decir ya de los capitanes de sexto año, cuando ingresé a la
Escuela. Eran todos ellos los dioses de mi panteón particular.
Tal vez la única nosología que
me hizo sentir gente grande desde antes de su clínica fue la de obstetricia
debido al ser mitológico que la impartía.
Este gran, pero gran maestro fue
Don Raúl Fernández Doblado, apodado “el rorro” por ser muy bien parecido; tanto
que era uno más de los individuos a los que la fantasía popular achacaba el
suicidio de Miroslava, guapísima actriz de nuestro cine, por dolor de amores.
La nosología de obstetricia
nos la impartía durante el pésimo horario de tres a cuatro de la tarde; el
mismo de aquella soporífera materia de teoría: anatomía descriptiva en el
primer año y que me costó mi primera boleta de arresto por quedarme cuajado
durante tan importante y peligrosa materia.
En la clase del maestro
Fernández Doblado nunca me dormí. Todavía me acuerdo de muchísimos asuntos que
nos enseñó y del modo como los enseñaba. Fue la primera vez en mi vida que
aprendí cosas para no hacerlas; es decir, no mencionar lo prohibido a la ligera
sino profundizar en ello para que el rechazo fuera en serio. Cosas tales como
el aborto provocado, el fórceps alto, la trituración fetal no fueron nada más
conceptos vagos sino sabios rechazos.
Cuando más adelante en mi vida hube de
platicar con mis hijas acerca de los peligros que les ofrecía la adolescencia,
me comporté ante ellas como este maestro lo hizo ante mí al enfrentarme con tan
serios avatares y tentaciones. Pasaron bien ese examen y todos los demás. Resultaron
extraordinarias.
Fue también don Raúl sinodal mío
en el examen profesional. Era reprobador pero magnífico. Nunca se preocupó por
ascender. Rechazó cuanta ocasión tuvo de hacerlo y murió gloriosamente de
“policía” después de muchos años de práctica y docencia como un bello anciano
de pelo blanquísimo, porte erguido y con la aureola de haber sido, junto con el
Dr. Castelazo Ayala (de extracción civil) los dos mejores gineco obstetras
mexicanos de su época.
Era ambidiestro y su técnica
quirúrgica fue siempre tan fina y elegante que tuve compañeros que después de
verlo operar comenzaron a comer con la mano izquierda.
Esta fue, junto con la
nosología de gastroenterología impartida principalmente por el también joven y muy
preparado maestro García Carrizosa, una de las dos nosologías que para mí tenían
sabor a clínicas. Me hacían sentir ya médico, no solamente estudiante de
medicina. Capaz de enfrentar con éxito los problemas no quirúrgicos de esas
especialidades.
Creo que la fama grande de los
médicos militares de mi generación y la cercanas a ella en obstetricia y en
gastroenterología provenía de haber tenido maestros como estos; aunque desde
luego, justo es decirlo, eran materias que nos despertaban gran interés por ser
de la práctica diaria y tan cotidianas que no se consideraban como especialidad
sino parte integrante obligatoria del bagaje profesional que todo buen médico
militar debía poseer, junto con ortopedia, pediatría, respiratorio y desde
luego todas las demás especialidades. Todas ellas eran fundamentales pero nunca
tan glamorosas para nosotros como obstetricia y gastro.
Por lo menos así fue para mí y sin embargo, me
hice oftalmólogo… arcanos del alma de un cadete romántico y sentimental que
escogió su especialidad por motivos amorosos ante la sorpresa de propios y
extraños y hasta de cierta desilusión paterna ya que por aquel entonces la
oftalmología era una especialidad bastante doméstica con ínfulas de princesa y
apenas leves destellos de la reina en que años más tarde se convertiría.
Quien crea que los estudios
universitarios son tan sólo informativos y ya no formativos de carácter sino
tan sólo de criterios de aplicación; está equivocado. La carrera me formó el
carácter tanto o más que la secundaria, considerada como la época escolar formativa
por excelencia y, ateniéndome a lo que decía el también gran maestro Don Abelardo
Zertuche: “tu carácter será tu dote o será tu azote”: doy gracias a la
Escuela Médico Militar, al Hospital Central Militar, al Ejército Mexicano y a
todos los integrantes del mismo que me abrieron el frasco de las esencias de
sus conocimientos y personalidades para hacerme salir adelante en este viaje
llamado vida.
…“En este viaje que llaman
vida / dolido el pecho y el alma herida / tristes cantares al viento doy / ¿por
qué así sufro? / ¿qué pena tengo?… es porque ignoro de donde vengo / … y a
dónde voy.
Así poetizaba Juana de
Ibarbouru y lo reproducía un bello monumento en forma de libro abierto en la alameda
central antes del sismo de 1985 en que algún vivales se lo robó.
El alma de un cadete tiene
sentido de pertenencia y muchos otros sentidos que espero este libro vaya
haciendo ver en y entre sus líneas. Sentidos y significados que ayudan a
consolar el desconsuelo, a poblar la soledad, y a darle a la vida anhelo de
compromiso como lo hizo, encendiendo mi inspiración y sentido del deber desde
la infancia, aquél magnífico libro “Corazón” ‘Diario
de un Niño’ que tantas noches nos leyó mi padre, para dormirnos, a mis hermanos
y a mi.
¿Qué si hubo en cuarto año alguna materia
militar?... sí, si la hubo. Fue: ‘Instrucción de Tropas de Sanidad’ y me saqué
uno de los numerosos ochos que ya empezaban a brincar en el petate de mis
calificaciones. Claro que no fue como el magnífico nueve treinta y tres de
‘Administración de Hospitales’ pero era una estupenda calificación comparada
con la pléyade de seises de los primeros años.
Hubo cuatro seises, en examen
final, gloriosos en mi carrera, que quiero platicar para conocimiento de
aquellas personas que crean que un seis es poca cosa.
El primero de ellos fue el ya
platicado en el examen final de anatomía cuando necesitaba un once para lograr
promediar el seis; esto debido a aquel ignominioso uno de mediados del semestre.
El segundo fue el final de
nosología de gastro pues me habían puesto cero en el único examen anterior
debido a que estuve de guardia en obstetricia y necesitaba, por lo tanto, un
doce para promediar el soñado seis.
El tercer gloriosísimo seis me
lo regaló el titular de urología pues al contestar la única y larga pregunta
del examen que fue: ‘hable Ud. de varicocele’, que versifica sobre cosas de
venas en el testículo, yo desarrollé amplia y brillantemente ‘hidrocele’ que se
tata de agua en el testículo sin un pinche vaso que ver. En aquella ocasión
llegué al examen después de una exhaustiva y larga noche de faje con la novia
en que no estudié ni madre porque me las sabía de todas, todas… y sin embargo
confundí los nombres de dos enfermedades. Me estaba pasando como aquel
refugiado judío cuando la segunda guerra mundial y el holocausto que llevaba
documentos falsos perfectos y una memorización bárbara de toda una supuesta
vida falsa con pelos y señales hasta en su más mínima expresión y el cual, a la
hora de mostrar los documentos a los nazis que subieron al autobús en que iba,
se dio cuenta con espanto que no recordaba su nuevo nombre. Afortunadamente lo
recordó a tiempo y, también afortunadamente el querido maestro Azcárraga a
quien desde aquí rindo admirado y agradecido recuerdo, se hizo solidario con mi
romance y mis conocimientos previos durante el curso… y me obsequió el seis.
El cuarto fue en medicina
legal, materia amenísimamente impartida, a pesar de ser tan horrorosa, por el
Dr. Miguel Cervantes. Materia que se me hizo fácil y a cuyo examen final llegué
tan bien preparado que casi apenas terminadas de dictar las preguntas por el
maestro ya me estaba yo levantando y poniendo muy orondo, todo ya contestado,
sobre su escritorio… me puso cero por payaso. Gracias a mis humildes disculpas
este buen maestro también me regaló el cuarto y último seis glorioso de la
carrera, de esos que ‘valen más que un diez’.
¡Cuán homogéneo y equilibrado
tiene que ser el carácter de aquellos primeros lugares consetudinarios! ¡Cuán
serios y dedicados tienen que ser! Lástima que en muchos de ellos la falta de
fantasía y cierto grado de locura no les permiten destacar en el noble arte de
la práctica médica; tantas veces poética, tantas veces filosófica… tantas veces
simplemente intuitiva.
Se me ocurre pensar que a mis
lectores no cercanos a mí en edad les ha de valer madre que ponga ó no los
nombres de mis maestros, inclusive les ha de pasar lo que a mí cuando escuchaba
o leía apasionados relatos escolares de generaciones anteriores a la mía… me
quedaba insensible… y hasta molesto. Nombres que para estos escribientes significaron
grandes íconos de su formación profesional y a quienes, plenos de entusiasmo,
les otorgaron amplios renglones, párrafos y hasta páginas o capítulos; me
fastidiaban. Apellidos tales como: Izquierdo, Meneses Hoyos y otros;
protagonistas de múltiples y sonadas anécdotas, me eran indiferentes. Me
brincaba sus referencias a veces hasta con enojo.
Estoy arrepentido de haberlo
hecho y desde aquí les rindo real homenaje pues han sido también mis mentores a
través de sus alumnos quienes a su vez fueron mis maestros tan cercanos, tan
importantes y algunos… justo es decirlo… tan queridos y llorados.
Ahora que tengo a la vista
todas mis calificaciones y materias que cursé en la Escuela Médico Militar y noto
con asombro que mis mejores calificaciones las obtuve en las materias militares
y de índole administrativa y que el llegar a estar a la cabeza de mi generación
al terminar 1963 y pasar a ser uno de los tres privilegiados residentes de
cuarto año con primer lugar y promedio histórico no fue, ni muchos menos, por
ser el mejor médico cirujano de mi grupo sino por ser, sin saberlo el más
minucioso y disciplinado intendente de cada sala por la que pasaba. El que traía en la punta de los dedos toda la
información y el que menos trabajo les dejaba pendiente a mis superiores. Me
conmueve darme cuenta hasta ahora pues siempre me consideré mal militar y
pésimo intendente. Dejo constancia de esto pues creo que vale la pena notar lo
poco que me conocía a mi mismo a pesar de considerarme chingón y sabio cuando
apenas era un médico en ciernes que afortunadamente no equivocó el camino en lo
que a su profesión se refiere… y eso gracias a todas las herramientas de
reajuste psicoemocional que una educación formal proporciona.
Esto de tener “buena madera”
es decir, buena formación familiar y educación formal me hizo salir adelante
cuando la meta estaba enfrente y levantarme cuando la meta quedaba muy arriba…
o yo había caído muy abajo.
“No se que encanto fatal / tiene
tu nota sentida… etc. etc.” dice la “Apología del Tango” de Maroni
Y yo digo:”No se que encanto chingón / tiene el alumno de cuarto / que
tanto admira el pelón”. Es real, es una influencia enorme pues no está tan
cerca de uno como para poder menospreciarlo ni tan lejos como para
desconocerlo.
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