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LA
INQUISICIÓN, LA GESTAPO, TLÁLOC
Y
EL TERCERO DE INFANTERÍA
El culto al dios Tláloc era un culto cruel
implorando la lluvia (la Serpiente Emplumada era, entre otras acepciones,
divinidad de lluvia en el cielo; Tláloc, de lluvia en la tierra) y, aunque los
cultos bárbaros, incluyendo el de Huitzilopoxtli, dios guerrero y ominoso al
cual se le ofrecían corazones aún palpitantes, eran terribles, considero más
cruel el de Tláloc .
Aquellos corazones para el “Huichilobos”
provenían de prisioneros en las llamadas “guerras floridas” y eran ofrecidos
por sacerdotes sumamente espirituales ya que, aunque con los cabellos
apelmazados de sangre seca en un templo cuyas paredes estaban recubiertas por
gruesas capas también de sangre, eran capaces de perforarse el prepucio con
espinas de pescado para controlar sus anhelos carnales (¡léanse a Salvador de
Madariaga!, su “Corazón de Piedra Verde” no tiene madre) …y esto siendo
sacerdotes muchos de ellos jóvenes en plena posesión del boom hormonal azteca
(que debe haber sido, ahora sí que: ‘bárbaro’).
Lo de Tláloc era peor. A éste le ofrecían
la muerte de niños de entre ellos mismos (claro que Tláloc no fue dios azteca
sino teotihuacano, de un chingo de años antes …vaya como lo son para nosotros
en pleno siglo veintiuno los dioses del Imperio Romano); criaturas hermosas,
que tuvieran en su coronilla el pelo formando un remolino …y que fueran menores
de tres años de edad …qué poca madre ¿no?
Si nos conmueve la historia de Herodes y
los Santos Inocentes, los teotihuacanos (no sé a ciencia cierta si aún los
aztecas lo veneraban y le sacrificaban niños) también tuvieron lo suyo. Las
pobres madres escondían por años a sus pequeñines de occipucio arremolinado,
pero era misión imposible pues los familiares y amigos los delataban (¿estás
recordando a la Inquisición en España o a la Gestapo y la Alemania nazi?)
ansiosos de lluvia y temerosos de ser objeto de represalia.
Esto del temor a los rumores y a las represalias, así como
dejaban pésimas costumbres, también dejaron otras de gran festividad, alguna de
las cuales llegué a vivir de niño en los pueblos de mis padres en España.
Una de ellas era la “mata del gocho”.
Toda familia cuidaba y alimentaba durante
el año por lo menos a dos cochinitos que se compraban en una feria especial
para ese efecto en determinado y único día del año (era el san…no se qué) (creo
que san Mateo) y los alimentaban con los restos de la comida …y al decir los
restos me refiero hasta al agua con que se enjuagaban platos y cazuelas.
La pobreza de la posguerra, que yo viví,
hacía que se les diera de comer hasta la caca de burros y caballos, revuelta
con los restos aguados que mencioné y con hojas de chopo que se cortaban de los
árboles de la carretera. Alguna remolacha picada como postre algún día …era de
fiesta para los gochos.
Muchos meses después, el día de San
Martín, venían los “san martinos”, que eran los dos o tres días que se iniciaban
con la matanza en la cual los chillidos de los gorrinos eran escalofriantes,
pero que al parecer le gustaba a la gente provocarlos pues en vez de matarlos
cerca de la pocilga se les arrastraba lejos con un gancho de hierro picudo y
afilado clavado en la papada.
No quiero alargarme tanto con estos
relatos horripilantes, solamente lo suficiente para hacer notar algo de lo que
me enteré muchos años después, leyendo un libro llamado “Historia de España contada para Escépticos”,
de Juan Eslava Galán, en el cual fui conociendo, deslumbrado por lo sápido del
relato, la muy antigua costumbre medieval (que como tantas, se convierten luego
en rito y folklore de origen incierto) de hacer gran ruido, alharaca y
ostentación de la muerte y consumo de la carne de puerco para desmentir
cualquier suposición de costumbres judías en la España de los Reyes Católicos y
Torquemada, confesor de Isabel y consejero del reino; de la expulsión de los
judíos de España, del encarnizamiento de la Inquisición y de todas esas pendejadas
que a veces me hacen sentir enojado, tristón e inquisitivo a mi vez acerca de
los altos valores que les quisiera, quiero,
y deseo seguir dando a mis raíces hispanas y católicas.
Pues este venerable dios de la lluvía
yacía, durmiendo su sueño casi milenario en una cañada de Coatlinchán, cerca de
Texcoco, cuyos pobladores se resistían tenaz y vehementemente a ser despojados
de él ya que si bien no era venerado, sí les proporcionaba visitantes
turísticos y grupos colegiales que les dejaban dividendos.
Estando yo como Mayor médico de la Segunda
Compañía de Sanidad fui comisionado para acompañar al tercer batallón de
infantería a unas prácticas de tiro.
Nuestra compañía daba soporte médico a
diversas grandes unidades del Campo Militar Número Uno y esta vez tuve que
hacerlo en lugar del médico adscrito a dicho batallón, mi querido Toño
Ricárdez, quien acababa de compartir conmigo y con Jaime Cohen el maravilloso
cuarto año de residentes en el Hospital Central Militar y que ahora la pendejeábamos
unos años en cuestiones de poca monta muy a pesar nuestro.
Alguna comisión de importancia debe haber
estado cumpliendo él puesto que me tocó relevarlo y le quedé secretamente
agradecido de la oportunidad (por lo general estas “oportunidades”
encabronaban) pues ya estando en aquél pueblo: San Miguel de los Jagüeyes, del
que más adelante hablaré largo y tendido, donde se estaban llevando a cabo las
prácticas; durante un descanso, vislumbré desde lejos, sentadito en una loma al
coronel comandante …y lo vi tan pensativo …tan aburrido, que me acerqué, me
senté junto a él sobre la tierra, así, sin mayor protocolo y le pregunté:
---- Mi coronel. ¿Su batallón ha tenido
algún acto de guerra o de cualquier tipo que usted me quiera platicar?
No las tenía yo todas conmigo al hacerle
esta pregunta pues capaz que no tenía nada qué contar y me mandaba a chingar a
mi madre con cajas destempladas.
Antes de seguir …ahí les va un chiste al
respecto:
Está un tipo pidiendo aventón en una carretera
muy larga y despoblada (algo así como la de Saltillo a Matehuala) cuando lo
levanta un trailero mal encarado.
El pobre cabrón siente necesario hacerle
conversación para que no lo vaya a bajar en cualquier parte si lo nota aburrido
…y empieza a cavilar: “si le hablo de futbol capaz que hablo poco o mal de su
equipo favorito, se encabrona …y me baja. Si le hablo de viejas capaz que este
buey es gay; se ofende …y me baja. (y no más le veía de reojo la cara de pocos
amigos que tenía el trailero aquél). Si le hablo de política …noo ¡ni madre!;
capaz que lo enfurezco …y me baja …¿y de religión? …¡menos! …tiene cara de no
creer en nada …capaz que se me enoja …y me baja”.
Nuestro amigo decidió al fin de cuentas no
hablar de nada y esperar a que el otro iniciara la conversación, por lo tanto
ya tranquilo, habiendo tomado tan sabia
decisión suspiró, se estiró y dijo:
---- Puesss ssí.
---- ¡¡PUES NO!! …¡Se me baja!.
Yo tenía una razón somera al hacer mi
pregunta y era que en alguna de mis múltiples andanzas curioseando por las
instalaciones del inmenso Campo Militar (simplemente la explanada de San
Esteban, alrededor de la cual estaban algunas de nuestras instalaciones eran
como la mitad del Zócalo capitalino) y habiéndome metido leleando al tercer
batallón vi un templete con
un gran libro
abierto al público el cual supuse que trataba de algún alarde referente a esa
unidad. No me acerqué a leerlo porque esas cosas me dan muchísima hueva, pero
el recuerdo de aquello me animó al intento de cercanía con el coronel aquél.
Para que les digo.
…¡Si hasta se le iluminó la cara!
¡Carajo; el médico se interesaba! El
mayorcete mocoso siempre altanero se interesaba en los altísimos hechos
militares de su batallón.
Me miró sonriente y largamente (yo creo
que si me hubiera tocado quedarme luego en ese batallón ese comandante me
hubiera llevado a grandes alturas), se acomodó en la tierra y me platicó
largamente del Tláloc, de su levantamiento del lecho donde descansaba, boca arriba, desde muchos siglos atrás pues
era un monolito yacente, y de su traslado a la ciudad de México. Asunto
trascendente como maniobra militar por la oposición de los pobladores y llevado
a cabo triunfalmente gracias a su inteligencia y don de mando.
Te
lo voy a platicar y no creo que te moleste mi desviada (una más …¿qué importa?
…ya son tantas) porque es sabroso e
interesante.
Lo que hizo este Coronel fue, antes que
nada, pero ya con la plataforma manejada por civiles, en espera de levantar y
llevarse al monolito; advertir a la población que el ejército estaba ahí para
protegerlos, no para violentarlos y luego, acantonados a distancia prudente ir
insertando “espías”, o sea, elementos de tropa vestidos de paisano entre la
población, para enterarse de los planes de los habitantes. Esto no era difícil
pues al poblado llegaban foráneos frecuentemente por motivos turísticos y de
estudio (creo que ya lo dije pero no creo que importe y está de hueva estar
revisando el texto a cada rato).
De
ese modo se enteró, por chismes de cantina, que ante cualquier señal de peligro
el cura iba a tocar las campanas de la iglesia a “arrebato” y que los
pobladores se lanzarían al paso de la plataforma para impedir que avanzase ...a
menos que los aplastara, murieran y Tláloc los acogiera en el cielo (aquí ya me
la jalé un poco).
De esa manera el problema quedó reducido a
dos aspectos nada más: tener callado al señor cura y poner a elementos
fortachones de tropa a practicar agarres
y lanzamientos de cristianos tirados en el suelo p’afuera de la carretera.
…Nada de prácticas de tiro; era más importante saber agarrar con fuerza a un
cristiano defensor de Tláloc por el cuello y la culera para lanzarlo a dos
metros de distancia que armar ametralladoras Mendoza en montículos estratégicos
o andarse metiendo disfrazados de paisano madreador entre la población con
alguna señal secreta de identificación como lo hicieron muchos años después los
del tristemente recordado batallón Olimpia con su guante blanco en la mano
izquierda durante los disturbios de Tlatelolco.
De esa manera se hizo: brillantemente y
sin sangre. Si te metes a Internet y averiguas verás que al ejército ni se le
menciona en el evento …¡Bendito sea Dios! …y bendito sea también el tercer batallón
de infantería con su coronel (de cuyo nombre por más que quiero no puedo
acordarme) al frente.
Yo siento que esto de insertar militares
vestidos de civil se desprestigió mucho con lo del batallón Olimpia en los
sucesos de Tlatelolco, pero se volvió a utilizar con éxito en el levantamiento
del EZLN en Chiapas.
Mi hijo, quien es ingeniero civil y
trabajaba para ICA en San Cristóbal de Las Casas construyendo un teatro en esos
días, me contó cómo el ejército pidió y consiguió cooperación de ellos para
infiltrar soldados como obreros y así enterarse de proyectos de la guerrilla
para sofocarlos a tiempo.
Este fue mi único apoyo al Tercer Batallón
de Infantería y transcurrieron esos días y noches sin accidentes que lamentar,
afortunadamente.
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