"El propósito del arte no es una quintaesencia intelectual, rarificada
sino la vida, la brillante e intensa vida."

Alain - Arias Misson

viernes, 25 de mayo de 2018

Alma en Tránsito Capítulo 11: LA INQUISICIÓN, LA GESTAPO, TLÁLOC Y EL TERCERO DE INFANTERÍA


11

LA  INQUISICIÓN,  LA GESTAPO,  TLÁLOC
Y  EL  TERCERO DE INFANTERÍA



     El culto al dios Tláloc era un culto cruel implorando la lluvia (la Serpiente Emplumada era, entre otras acepciones, divinidad de lluvia en el cielo; Tláloc, de lluvia en la tierra) y, aunque los cultos bárbaros, incluyendo el de Huitzilopoxtli, dios guerrero y ominoso al cual se le ofrecían corazones aún palpitantes, eran terribles, considero más cruel el de Tláloc .

     Aquellos corazones para el “Huichilobos” provenían de prisioneros en las llamadas “guerras floridas” y eran ofrecidos por sacerdotes sumamente espirituales ya que, aunque con los cabellos apelmazados de sangre seca en un templo cuyas paredes estaban recubiertas por gruesas capas también de sangre, eran capaces de perforarse el prepucio con espinas de pescado para controlar sus anhelos carnales (¡léanse a Salvador de Madariaga!, su “Corazón de Piedra Verde” no tiene madre) …y esto siendo sacerdotes muchos de ellos jóvenes en plena posesión del boom hormonal azteca (que debe haber sido, ahora sí que: ‘bárbaro’).

     Lo de Tláloc era peor. A éste le ofrecían la muerte de niños de entre ellos mismos (claro que Tláloc no fue dios azteca sino teotihuacano, de un chingo de años antes …vaya como lo son para nosotros en pleno siglo veintiuno los dioses del Imperio Romano); criaturas hermosas, que tuvieran en su coronilla el pelo formando un remolino …y que fueran menores de tres años de edad …qué poca madre ¿no?

     Si nos conmueve la historia de Herodes y los Santos Inocentes, los teotihuacanos (no sé a ciencia cierta si aún los aztecas lo veneraban y le sacrificaban niños) también tuvieron lo suyo. Las pobres madres escondían por años a sus pequeñines de occipucio arremolinado, pero era misión imposible pues los familiares y amigos los delataban (¿estás recordando a la Inquisición en España o a la Gestapo y la Alemania nazi?) ansiosos de lluvia y temerosos de ser objeto de represalia.

     Esto del temor  a los rumores y a las represalias, así como dejaban pésimas costumbres, también dejaron otras de gran festividad, alguna de las cuales llegué a vivir de niño en los pueblos de mis padres en España.

     Una de ellas era la “mata del gocho”.

     Toda familia cuidaba y alimentaba durante el año por lo menos a dos cochinitos que se compraban en una feria especial para ese efecto en determinado y único día del año (era el san…no se qué) (creo que san Mateo) y los alimentaban con los restos de la comida …y al decir los restos me refiero hasta al agua con que se enjuagaban platos y cazuelas.

     La pobreza de la posguerra, que yo viví, hacía que se les diera de comer hasta la caca de burros y caballos, revuelta con los restos aguados que mencioné y con hojas de chopo que se cortaban de los árboles de la carretera. Alguna remolacha picada como postre algún día …era de fiesta para los gochos.

     Muchos meses después, el día de San Martín, venían los “san martinos”, que eran los dos o tres días que se iniciaban con la matanza en la cual los chillidos de los gorrinos eran escalofriantes, pero que al parecer le gustaba a la gente provocarlos pues en vez de matarlos cerca de la pocilga se les arrastraba lejos con un gancho de hierro picudo y afilado clavado en la papada.

     No quiero alargarme tanto con estos relatos horripilantes, solamente lo suficiente para hacer notar algo de lo que me enteré muchos años después, leyendo un libro llamado  “Historia de España contada para Escépticos”, de Juan Eslava Galán, en el cual fui conociendo, deslumbrado por lo sápido del relato, la muy antigua costumbre medieval (que como tantas, se convierten luego en rito y folklore de origen incierto) de hacer gran ruido, alharaca y ostentación de la muerte y consumo de la carne de puerco para desmentir cualquier suposición de costumbres judías en la España de los Reyes Católicos y Torquemada, confesor de Isabel y consejero del reino; de la expulsión de los judíos de España, del encarnizamiento de la Inquisición y de todas esas pendejadas que a veces me hacen sentir enojado, tristón e inquisitivo a mi vez acerca de los altos valores que les quisiera, quiero,  y deseo seguir dando a mis raíces hispanas y católicas.

     Pues este venerable dios de la lluvía yacía, durmiendo su sueño casi milenario en una cañada de Coatlinchán, cerca de Texcoco, cuyos pobladores se resistían tenaz y vehementemente a ser despojados de él ya que si bien no era venerado, sí les proporcionaba visitantes turísticos y grupos colegiales que les dejaban dividendos.

     Estando yo como Mayor médico de la Segunda Compañía de Sanidad fui comisionado para acompañar al tercer batallón de infantería a unas prácticas de tiro.

     Nuestra compañía daba soporte médico a diversas grandes unidades del Campo Militar Número Uno y esta vez tuve que hacerlo en lugar del médico adscrito a dicho batallón, mi querido Toño Ricárdez, quien acababa de compartir conmigo y con Jaime Cohen el maravilloso cuarto año de residentes en el Hospital Central Militar y que ahora la pendejeábamos unos años en cuestiones de poca monta muy a pesar nuestro.

     Alguna comisión de importancia debe haber estado cumpliendo él puesto que me tocó relevarlo y le quedé secretamente agradecido de la oportunidad (por lo general estas “oportunidades” encabronaban) pues ya estando en aquél pueblo: San Miguel de los Jagüeyes, del que más adelante hablaré largo y tendido, donde se estaban llevando a cabo las prácticas; durante un descanso, vislumbré desde lejos, sentadito en una loma al coronel comandante …y lo vi tan pensativo …tan aburrido, que me acerqué, me senté junto a él sobre la tierra, así, sin mayor protocolo y le pregunté:

     ---- Mi coronel. ¿Su batallón ha tenido algún acto de guerra o de cualquier tipo que usted me quiera platicar?

    No las tenía yo todas conmigo al hacerle esta pregunta pues capaz que no tenía nada qué contar y me mandaba a chingar a mi madre con cajas destempladas.

    Antes de seguir …ahí les va un chiste al respecto:

     Está un tipo pidiendo aventón en una carretera muy larga y despoblada (algo así como la de Saltillo a Matehuala) cuando lo levanta un trailero mal encarado.

     El pobre cabrón siente necesario hacerle conversación para que no lo vaya a bajar en cualquier parte si lo nota aburrido …y empieza a cavilar: “si le hablo de futbol capaz que hablo poco o mal de su equipo favorito, se encabrona …y me baja. Si le hablo de viejas capaz que este buey es gay; se ofende …y me baja. (y no más le veía de reojo la cara de pocos amigos que tenía el trailero aquél). Si le hablo de política …noo ¡ni madre!; capaz que lo enfurezco …y me baja …¿y de religión? …¡menos! …tiene cara de no creer en nada …capaz que se me enoja …y me baja”.

     Nuestro amigo decidió al fin de cuentas no hablar de nada y esperar a que el otro iniciara la conversación, por lo tanto ya tranquilo, habiendo tomado  tan sabia decisión suspiró, se estiró y dijo:

     ---- Puesss ssí.

     ---- ¡¡PUES  NO!! …¡Se me baja!.

     Yo tenía una razón somera al hacer mi pregunta y era que en alguna de mis múltiples andanzas curioseando por las instalaciones del inmenso Campo Militar (simplemente la explanada de San Esteban, alrededor de la cual estaban algunas de nuestras instalaciones eran como la mitad del Zócalo capitalino) y habiéndome metido leleando al tercer batallón vi un templete con
un gran libro abierto al público el cual supuse que trataba de algún alarde referente a esa unidad. No me acerqué a leerlo porque esas cosas me dan muchísima hueva, pero el recuerdo de aquello me animó al intento de cercanía con el coronel aquél.

     Para que les digo.

     …¡Si hasta se le iluminó la cara!

     ¡Carajo; el médico se interesaba! El mayorcete mocoso siempre altanero se interesaba en los altísimos hechos militares de su batallón.

     Me miró sonriente y largamente (yo creo que si me hubiera tocado quedarme luego en ese batallón ese comandante me hubiera llevado a grandes alturas), se acomodó en la tierra y me platicó largamente del Tláloc, de su levantamiento del lecho donde descansaba,  boca arriba, desde muchos siglos atrás pues era un monolito yacente, y de su traslado a la ciudad de México. Asunto trascendente como maniobra militar por la oposición de los pobladores y llevado a cabo triunfalmente gracias a su inteligencia y don de mando.

     Te lo voy a platicar y no creo que te moleste mi desviada (una más …¿qué importa? …ya son tantas)  porque es sabroso e interesante.

     Lo que hizo este Coronel fue, antes que nada, pero ya con la plataforma manejada por civiles, en espera de levantar y llevarse al monolito; advertir a la población que el ejército estaba ahí para protegerlos, no para violentarlos y luego, acantonados a distancia prudente ir insertando “espías”, o sea, elementos de tropa vestidos de paisano entre la población, para enterarse de los planes de los habitantes. Esto no era difícil pues al poblado llegaban foráneos frecuentemente por motivos turísticos y de estudio (creo que ya lo dije pero no creo que importe y está de hueva estar revisando el texto a cada rato).
    
     De ese modo se enteró, por chismes de cantina, que ante cualquier señal de peligro el cura iba a tocar las campanas de la iglesia a “arrebato” y que los pobladores se lanzarían al paso de la plataforma para impedir que avanzase ...a menos que los aplastara, murieran y Tláloc los acogiera en el cielo (aquí ya me la jalé un poco).

     De esa manera el problema quedó reducido a dos aspectos nada más: tener callado al señor cura y poner a elementos fortachones de tropa  a practicar agarres y lanzamientos de cristianos tirados en el suelo p’afuera de la carretera. …Nada de prácticas de tiro; era más importante saber agarrar con fuerza a un cristiano defensor de Tláloc por el cuello y la culera para lanzarlo a dos metros de distancia que armar ametralladoras Mendoza en montículos estratégicos o andarse metiendo disfrazados de paisano madreador entre la población con alguna señal secreta de identificación como lo hicieron muchos años después los del tristemente recordado batallón Olimpia con su guante blanco en la mano izquierda durante los disturbios de Tlatelolco.

     De esa manera se hizo: brillantemente y sin sangre. Si te metes a Internet y averiguas verás que al ejército ni se le menciona en el evento …¡Bendito sea Dios! …y bendito sea también el tercer batallón de infantería con su coronel (de cuyo nombre por más que quiero no puedo acordarme) al frente.

     Yo siento que esto de insertar militares vestidos de civil se desprestigió mucho con lo del batallón Olimpia en los sucesos de Tlatelolco, pero se volvió a utilizar con éxito en el levantamiento del EZLN en Chiapas.

     Mi hijo, quien es ingeniero civil y trabajaba para ICA en San Cristóbal de Las Casas construyendo un teatro en esos días, me contó cómo el ejército pidió y consiguió cooperación de ellos para infiltrar soldados como obreros y así enterarse de proyectos de la guerrilla para sofocarlos a tiempo.

     Este fue mi único apoyo al Tercer Batallón de Infantería y transcurrieron esos días y noches sin accidentes que lamentar, afortunadamente.

No hay comentarios:

Publicar un comentario