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PLÁTICAS
Y CHISTES ENTRE
MILITARES
(PRIMICIAS DE CORRUPCIÓN)
La plática con esos militares de carrera
no se me facilitaba, pero sí los escuchaba con atención; y en una de esas, ya
con casi treinta años de edad, escuché por vez primera algo real relacionado
con la corrupción a nivel oficial …¡Tiempos aquellos en que estos eran temas
para ser platicados con asombro!
Te lo contaré pues fue primicia para mí y
como toda primicia, tiene su encanto.
El asunto se refería a un retén militar
por donde pasaba con frecuencia, recién terminada la Segunda Guerra Mundial
(mil novecientos cuarenta y seis o cuarenta y siete), un camión lleno de
lechugas manejado por un chino.
El oficial al mando del retén, deseoso de
perfección y cumplimiento, en cierta ocasión hizo revisar una vez más algunas
de esas lechugas, pero no nada más entreabriéndolas y quitándoles algunas
hojas, sino haciéndolas picadillo.
¡Cuál no sería su sorpresa! al descubrir
que en el trónculo central venían escondidas y muy bien enrolladas, tapadas con
su respectivo tapón en forma de gruesa y apretada rodaja vegetal, un
contrabando de medias de seda y cosméticos para ojos y labios.
Aquél oficial dio parte a sus superiores y
…aquí viene lo que a todos, inocentes de nosotros, nos causaba asombro en aquél
tiempo: …el oficial fue cambiado de comisión de inmediato.
Pues esto, no te miento; en mil
novecientos sesenta y cinco era tema sabroso, original y sorprendente de
conversación entre comandantes de unidad en el campo militar número uno de
nuestro México querido, y de total estupefacción para este joven mayor médico
cirujano que ansiaba salir franco para írselo a contar a los amigos del medio
civil y verles abrir tamaños ojotes mientras él se las daba de vivir entre la
gente misteriosa e inalcanzable que sabía de esos recónditos asuntos y recursos del hampa.
Si esto se lo cuento hoy a los escuincles
de una guardería del IMSS capaz que algunos se mean y otros se caen de la cuna
convulsionando de risa.
Escuchar las pláticas de militares ya
viejones tenía su encanto atroz. Su sentido del humor parecía bueno pues era
acompañado de sonoras carcajadas de los subalternos, pero …mejor te cuento un
par de ejemplos.
Un general ya viejo decía que su esposa se
había enamorado de él al verlo orinar en una fiesta (sin comentarios; dime de
que presumes y te diré de que careces).
Otro hacía una historieta burlona de un
compañero de su generación quien fue al Hospital Central Militar a que lo
bajaran de peso pues estaba ya muy gordo. El tratamiento le dio buen resultado,
pero pronto regresó a consulta; esta vez de psiquiatría ya que al correr
escuchaba que le aplaudían siendo que era de madrugada y no había ni un alma
más que él en la pista.
Un psiquiatra que se ofreció a correr con
él descubrió que el ‘clap’ ‘clap’ ‘clap’ lo iban haciendo las nalgas caídas del
general cuando trotaba.
No niego que conocí militares sumamente
cultos …más bien instruídos. Los verdaderamente cultos los he venido a conocer
más bien entre los marinos.
Yo creo que hay una gran diferencia entre
la ‘army’ y la ‘navy’ mexicana. Pienso que el ambiente marinero y las muchas
horas de soledad le dan al jefe naval una personalidad característica con
rasgos de distinción muy notorios.
Tuve, siendo cadete, la oportunidad de oír a dos jóvenes tenientes del ejército bromear
entre sí. Elpidio Barrios Tapia, compañero mío en primer año de carrera,
acababa de regresar de Argentina donde fue comisionado a no recuerdo qué. Era
teniente de infantería egresado del Colegio Militar; alto, moreno, buen tipo,
de bigote fino, el cual se usaba en aquellos años al estilo de Clark Gable o
Errol Flynn: afeitado de entre la nariz y el bigote, era un pedo tenerlo bien
arreglado; había que rasurar esa zona con la hoja de afeitar partida a la mitad,
con pulso de cirujano tanto en la mano diestra como en la siniestra (ya que
rasurarse la parte izquierda del bigote con la mano derecha …pues …no ves ni
madre en el espejo) y paciencia de santo (muy galán tenía uno que querer
parecer para tomarse tanto trabajo).
Me platicaba que en Argentina las chavas
le decían “morocho” y que tenía tanto
pegue o más que cualquier rubicundo y germanófilo cadete argentino; a los que
les llamaban: “fósforos” por ser la mayoría rubios o pelirrojos. Estos cadetes,
al contrario que en México, eran muy bien recibidos y hasta anhelados por las
familias pudientes como pretendientes de sus jovencitas de alcurnia.
Recuerdo también que me enseñó a mentar la
madre al estilo argentino: en vez de decirse el mexicanísimo: “vas y chingas a tu madre” se decía: “veté
mucho a la concha de tu madre”.
Pues mi teniente Barrios era compañero de
antigüedad del también teniente, pero de
caballería: Francisco García Peltier, egresado igualmente del Heroico Colegio
Militar.
Era Peltier también alto y de tez clara;
más musculoso que Elpidio y de muy buen carácter. Cursaba ya el segundo año de
carrera cuando Elpidio y yo estábamos en primero y éramos compañeros de
habitación.
Un día Elpidio le dijo a Peltier:
---- Oye mi teniente: ¿quesqués cierto que
pa’entrar a caballería en el Colegio hay tres requisitos “de a huevo” aparte de
los exámenes?
---- Pues hay muchos, mi buen.
---- No mano, sólo son tres; tengo
entendido que nada más hay que ser: güero, fuerte y pendejo.
---- Sí Elpidio pero no sé si sabrás que
también las cosas son parecidas, pero más fáciles para las otras armas.
---- Pues ha de ser para los de
artillería, que ya no necesitan ser güeros
---- Exacto mi teniente Barrios; para ser
de artillería basta con ser fuerte y pendejo …pero ¿sabes que para entrar a
infantería tampoco es necesario ser fuerte?
Y se carcajeaban de su ingenio. Ambos eran
irreverentes en relación a cosas militares que a mí todavía me parecían sagradas
y de ellos aprendí que la milicia tiene mucho de verdad pero también ¡cómo no!
su buena parte de pose. Me percaté de que las expresiones jocosas hacia temas
supuestamente sacrosantos tales como los niños héroes el himno nacional e
incluso los emblemas, jamás las escuché en el medio civil; solamente se daban
entre militares (bien decía mi madre: “la mucha confianza es causa de
menosprecio”).
Daré un par de ejemplos:
Cuando alguien se caía no faltaba quien
entre risas y aspavientos como de envolverse con el lábaro patrio repetía la
estrofa poética aquella de: …”y así cayeron los niños héroes bajo las balas del
invasor”.
Cuando alguien era “muy militar” se le
decía que era “piedra”, pero también “masiosare” (por aquello de: …’mas si osare
un extraño enemigo profanar con su planta tu suelo’ …etc., etc.)
Como es natural, el sentido del humor
castrense a veces se contagiaba y llegué
a escuchar a un gran maestro médico militar, general y charro, al estar
terminando de operar, contar cosas horribles supuestamente chistosas. Hacía
reír al anestesista y ayudantes lambiscones contando de aquél cirujano plástico
amigo suyo que le quiso estirar tanto la piel de la cara a un paciente, miembro
viejo e importante de la charrería nacional, que las suturas se reventaron y le
quedaron unas cicatrices blancas, anchas y alargadas por delante de las orejas
hasta el cuello “igualitas al barbuquejo del sombrero charro”.
A propósito de anestesistas …¿sabes lo que
se necesita para ser un magnífico anestesiólogo? ¿No? Se necesita ser las tres ‘ch’: chingón, chistoso y chismoso.
Ahí te lo dejo …yo no lo siento así, pero
era común oírlo en el medio civil (en el medio militar eran oficiales de
sanidad quienes nos daban las anestesias y se guardaban las distancias) cuando,
al final de la cirugía, entraba el “relax” y empezaba “la comadre” (¡aguas! …no dije “el desmadre”).