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ENOJOS
CASTRENSES, FRASES HIRIENTES,
CAPRICHOS FEMENINOS.
Otro asunto del carácter militar que me
afectaba era cuando un comandante que al parecer ya era tu amigo y respetaba
todo lo relacionado con Sanidad Militar te salía con un domingo siete de lo más
desagradable.
Fue el caso de uno de ellos después de un
simulacro del desfile del dieciséis de septiembre.
El general Crisóforo Mazón Pineda estaba
de mal humor y nos hizo recordar que él era el manda más de la Primera Zona
Militar y comandante en jefe del Campo Militar Número Uno haciendo que nuestra
Compañía desfilara innumerables veces alrededor de la enorme explanada de San
Esteban bajo el ardiente sol del mediodía.
Nos acompañó en el calvario el Cuarenta y
Uno Batallón de Infantería y el Segundo Escuadrón de Armas de Acompañamiento
(algo le habrían hecho al chaparrín general Mazón Pineda. Papá me dijo una vez:
“ten cuidado con los chaparros cuando tienen mando y no confíes en quienes se
ven más feos cuando se ríen”; a don
Crisóforo nunca le conocí risa ni sonrisa).
No era raro resentir los malos humores de
los jefes y eso no era lo peor. Lo “pior de lo pior” era ser sujetos a los
caprichos de la esposa de alguno de ellos, como lo fue aquel año en que tuvimos
que desfilar en las fiestas patrias con unos pinches tubos de cartón en las
perneras, entre las rodillas y las botas, por debajo del pantalón de campaña
porque “los pantalones se nos veían feítos con los pliegues”, ¡hazme el
chingado favor! …muchas le debía seguramente aquel general a su “vieja” para
darle tantas atribuciones, tantas concesiones …me cae de madre …y esto también
se reflejaba en el modo de pintar los vehículos y en las solicitudes de
consulta a cualquier hora y a cuanto familiar político se les ocurría a las
ñoras …eso sí, con todo y medicinas… “cómprelas usted mi mayor, yo luego se las
pago” (¿crees en los Santos Reyes? …¡ah!
¿sííí? …entonces …sí, sí las pagaban).
Luego les platico de una de estas
consultas en las que por poco y me meto en una situación potencialmente mortal.
Primero quiero acabar con lo que empecé de las salidas por peteneras de algún
jefe aparentemente amigo y agradecido (los agradecimientos podían ser
provocados desde muchas trincheras¸ desde el apoyo incondicional en una cirugía
de cerebro para un hijo hidrocéfalo hasta por la redacción de una carta).
En aquella ocasión estuvimos marche y
marche, horas y horas como estúpidos, en redondo (bueno, en cuadrado) alrededor
de la explanada central del Campo Militar.
En algún momento nuestra compañía se
rezagó (se “colgó”, como se dice en el argot militar) unos pocos pasos del contingente
que iba por delante de nosotros, causando la ira del General Mazón quien, en
vez de ordenar simplemente “acortar” momentáneamente el paso a las unidades
precedentes, como se hacía en todos los desfiles oficiales en que participé
siendo cadete; recrudeció el calvario ordenando “paso veloz” a todas las
unidades una vuelta …y otra vuelta …y otra vuelta.
Cuando aquella tarde algunos jefes
comentaban el gran esfuerzo desarrollado innecesariamente, uno de aquellos
comandantes dijo: …”y Sanidad Militar siempre como los huevos del puerco …atrás
y colgando”.
Ese coronel estuvo sufriendo alguna vez un calvario
quirúrgico y tuvo también a un ser querido en el quirófano. Les aseguro que
ningún médico militar dijo nada despectivo al comentar las dificultades del
procedimiento.
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