"El propósito del arte no es una quintaesencia intelectual, rarificada
sino la vida, la brillante e intensa vida."

Alain - Arias Misson

miércoles, 5 de septiembre de 2018

Alma en Tránsito Capítulo 18: La droga y la escritura


18

LA  DROGA  Y  LA  ESCRITURA


     Como oftalmólogo novato, sin apoyo de otros, me estrené a partir de enero de 1965, recién terminada mi residencia y especialización, en el Servicio Médico de la Secretaría de la Defensa Nacional, poco antes de ser transferido a la Segunda Compañía de Sanidad Militar. Fue una experiencia inenarrable de soledad y compromiso que no sentía desde que di mi primera consulta privada a domicilio siendo pasante, una noche de guardia en el Sanatorio Durango.

     Esa primera consulta a domicilio fue la también la primera que cobré en mi vida. Fueron veinte pesos y ese billete puesto en mi mano por la hija de la paciente aquella noche en un departamento modesto de la Colonia Condesa jamás lo podré olvidar. Fue un espaldarazo en que se me concedía algo así como “el grado de caballero de la legión de honor de la libre profesión”.

     Fue una noche en que se le solicitó un médico a domicilio al Sanatorio Durango y se me indicó que fuera y cobrara la consulta conforme mi criterio (pero no más de cincuenta pesos).

     Era un edificio como tantos de esa colonia,  ahí por las calles de Salamanca, en un oscuro segundo piso. La viejita enferma tenía un cáncer de hígado con insuficiencia hepática …gracias a Dios pues la insuficiencia de este maravilloso órgano sume a quien la sufre en un delicioso sopor del que no sale hasta que muere. Es una de las muertes que, de no ser la fulminante como la de mi padre, o por fusilamiento, sería mi favorita si pudiera pedirle a Dios tamaño favor.

     La anciana tenía puesto un suero intravenoso y se le había tapado. Había que destaparlo o canalizarle otra vena. Su cuidadora, supuestamente enfermera, no lo había logrado y se confiaba en que yo lo pudiera hacer.
    
     En el maletín yo cargaba un montón de cosas, desde el estetoscopio hasta un tanquecito de oxígeno y laringoscopio con diferentes hojas y cánulas para intubación endotraqueal.

     Ya cuando rolé por las pediatrías me había hecho ducho (“le dijo la trucha al trucho: …te quiero mucho”) en disecar venitas de infantes en tan mala condición que pescarles una vena para pasarles un suero era misión imposible. Llegué a poner venoclisis urgentes en venas de la piel cabelluda y hasta en la dorsal del pene en pacientes sumamente desnutridos o muy quemados, pero mi fuerte era abrir piel en el brazo, localizar la vena, abrirla, meterle un catéter, dar un par de puntos …y listo, asunto arreglado en menos de cinco minutos …mucho menos que en canalizar una vena difícil como era el caso de comatosos con vasos colapsados u obesos con vasos perdidos entre la grasa.

     Así lo hice esa noche de la Condesa …y cobré veinte pesos.

     Los primeros de miles y millones que me iban a desmadrar la vida para siempre …bueno, no para siempre …ya te contaré más adelante …tal vez en otro libro porque  digo y repito sin cansarme: “no se mueve la hoja del árbol ni se escribe la página de un libro si no es por la voluntad de Dios”. 

     Ya como oftalmólogo en la Secretaría de la Defensa no cobraba las consultas, pero me sentía a todísima madre, con un consultorio bien equipado, limpio y con una enfermera bonita,  competente y atenta.

     Ahí aprendí el nombre de medicamentos oftalmológicos que me eran desconocidos, al ir viendo las anotaciones y prescripciones de quienes me habían precedido en el servicio, anotadas cuidadosamente en los expedientes, como siempre fue buena costumbre de los médicos militares desde nuestra carrera hospitalaria.

     Quien me había precedido era el famoso y querido “Jalapo” Miguel Hernández Ceballos, quien era un año mayor que yo y se había especializado en el Hospital General junto con David Gutiérrez, Alvarado Arreguín y Aveleyra. Los cuatro “electrónicos”, como les decía un oftalmólogo ya añoso que iba de salida y de quien después te quiero platicar pues era especial y dejó huella honda en mi vida a pesar de ser bastante menospreciado por los demás colegas.

     Estos cuatro “electrónicos” fueron los que se me adelantaron por pocas cabezas en mis intenciones de ser el único oftalmólogo joven estrella del Hospital Central Militar. Unos fueron mandados a provincia y otros se quedaron en el D.F. llegando incluso a tener junto conmigo un hermoso piso de consultorios en Polanco, del que también hablaré como parte bella y trascendente de mi vida.

    ¡Carajo! …ya se me están acumulando mucho los temas pendientes …a ver como le hago. …Total …hay tiempo de sobra por delante …y por papel y cinta ya no tengo que preocuparme desde que aprendí a escribir con esta maravilla de computadora portátil.

     Esta linda máquina ha hecho también obsoleta la famosa frase de Ernest Heminway: “el mueble más importante en el mobiliario de un escritor es el cesto de los papeles”

     ¿Cómo le habrán hecho tantos y tantos escritores que no gozaban de ella? ¿Cómo borrar pavadas? ¿Cómo tener algo limpio que presentar para su registro y publicación? ¿Cómo le hizo Malcolm Lowry para recordar y volver a escribir siete veces su novela: “Bajo el Volcán”, que tantas veces perdió en sus mega pedas? Tan admirable es la labor de este hombre extraordinario que Manolo, mi hermano mayor, se ha ido a las faldas de los volcanes para recorrer y conocer las cantinas que frecuentó este genio y donde fue escribiendo una y otra vez su obra maestra.

     Aunque parezca mentira no lo he leído, ni a él ni a Jack Kerouak …y tengo que hacerlo pues siempre sostuve que el genio no se refleja en la obra artística como es debido si se está alcoholizado o drogado (contra lo que se supone: Kerouak escribió su famoso y premiado “En el Camino” bajo el efecto del café solamente, sin alcohol ni drogas de por medio y sin computadora, en un enorme rollo de papel, en tan sólo tres semanas de inspirada sobriedad).

     Este asunto lo he tratado en muchas ocasiones con mis ahijados pintores, escultores, poetas, músicos, escritores y escultores (…como se da el alcoholismo y la drogadicción entre las almas sensibles) y siempre tengo que estar sobre de él porque salen a cado rato argumentos difíciles de rebatir.

     Te prometo que no me tardo en darme un agarrón con Lowry, pero tal vez a Kerouak lo deje para después ya que no tengo ganas de leer cosas escandalosas en estos momentos.

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