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A
MIS QUERIDOS GALLEGOS
Yo era ya oftalmólogo pero manejaba de
maravilla toda la farmacopea vigente en medicina general y en ciertas
especialidades ajenas a la mía.
Siempre, hasta la fecha, se me consideró
“acertao”, como me calificaban tantísimos pacientes españoles que tuve, sobre
todo gallegos.
Yo no sé que imán tuve sobre la colonia
gallega que hasta llegué en broma a expresar mis intenciones de ir a Galicia y
levantarles un monumento de agradecimiento como el que le levantó Carlos Arruza
a Manolete en Córdoba, pero no funerario, sino un canto a la vida; esa vida
guapa que tienen los gallegos y de la que quiero hablar aunque me siga yendo
por la tangente a cada rato.
…Y no es por la “tangente”, que se acuesta
cómodamente donde le da la gana, en particular sobre curvas tibias y suaves,
sino más bien por la “asintótica”, que
siempre está aspirando a las alturas perfectas sin lograrlo nunca.
Yo me enamoré del pueblo gallego desde que
tenía quince años y leí “La Casa de la Troya”. Esa novela dulce …y más dulce la
Carmiña. Con su profundo respeto a la mujer en los anhelos y costumbres del
estudiante.
Ya viejo me volví a deleitar con la
procacidad de Camilo José Cela en su “Mazurca para Dos Difuntos” y con las
brutalidades conmovedoras del pueblo llano gallego.
En México los gallegos se ayudan unos a
otros. Sus áreas de trabajo dominante eran los muebles (venta a plazos) y los
baños, por lo que a veces los hijos se desesperaban. Una chica gallega lloraba
en mi consultorio diciendo que prefería mil veces vivir en cualquier aldea perdida
de Vigo “que en nuestra colonia Casas Alemán”, donde vivían y trabajaban sus
padres y hermanos por ser ahí donde florecía el tipo de clientela que ellos
manejaban.
Un galleguín recién llegado, pongo por
caso, era ayudado poniéndole un local pequeño …vaya, poco más que un garage, en
cualquier colonia proletaria como la Casas Alemán o la Nueva Atzacoalco, con un
surtido modesto de muebles y línea blanca y ¡ále! …a vender en abonos. Con el
enganche ya estaba pagada la mercancía, todo lo demás era ganancia.
Me llamaban mucho la atención, me
simpatizaron siempre, llenos de dinero pero oliendo a veces a aserrín, otras a
sudor, apresurándome porque tenían que ir a hacer cobros a la colonia “El
Caracol” o “La Pastora”.
Gente buena, dulce y trabajadora.
Gente a todísima madre ¡de veras!
Tal vez por esto, entre ellos los hijos se
crían en diferentes ámbitos y países, con los tíos …con los abuelos y las
vacaciones a veces son por días …o meses …o años.
Los gallegos y gallegas son guapos,
tiernos y trabajadores. Tan listos o más que cualquier español emigrado; lo que
pasa es que son orgullosos y les cuesta trabajo reconocer su ignorancia. Eso
les trajo malas famas inmerecidas.
Conocí de adolescente a un chico gallego
“recién pescado”. Era gracioso pero conmovedor escuchar a un amigo y a él
dialogando:
----Oye Ferriño, ¿cual es la capital de
Francia?
---- Mia tú que haces unas preguntas
…¿quién no va a saber eso?
---- Bueno, yo no estoy seguro; dímelo tú
----Pero bueno …bueno …mia tú que cosas …
¡eso lo sabe cualquiera!
----
Pues dímelo ¡anda!
---- Vete a hacer puñetas ¡coño! y haz
preguntas que valga la pena contestar.
Y así se iba enredando y equivocando el
camino cuando que con haber dicho ¡No lo sé! desde un principio hubiese quedado
como un rey, pues reyes del dinero había que no lo sabían (yo supe de algún
médico estadounidense de aquellos tiempos que pensaba que De Gaulle era el rey
de Francia y de otros que pensaban con seguridad que Europa terminaba en los
Pirineos por haberlo escuchado en son de broma de sus padres siendo niños).
Galicia estaba tan aislada del resto del
país como nuestra Oaxaca en aquellos tiempos, y sus chicos emigrantes eran para
mí el equivalente a los “oaxacos” …pero españoles.
Ni unos ni otros son pendejos, pero a los
gallegos el orgullo los “balconeó”, los hizo graciosos …y vinieron a recoger la
estafeta de los chistes de baturros, de yucatecos y de Echeverría que estaban
quedándose sin dueño.
Muchos grandes facultativos gallegos
conocí en el Hospital Español esos años en que trabajé a su lado.
Muchas manos gallegas manejan hoy dicho
Hospital.
De tontos: nada …pero “naíta de ná”. Valga
este libro como sustituto del monumento que no les hice.
Precisamente fue un oftalmólogo gallego de
ese hospital, compañero mío de trabajo, diez años mayor que yo, quien rompió el
hechizo que me tenía unido a David, a Miguel a Rafael (¡qué combinación chingona de nombres!: Eduardo y
David: reyes. Miguel y Rafael: arcángeles …para que luego anduvieran diciendo
que para ser buen oftalmólogo había que llamarse raro como: Magín, Feliciano,
Anselmo, Abelardo, Ydhelio …y algunos otros de los grandes de antaño).
Yo decía, con mi humildad habitual, que
¡ni madre! que para ser oftalmólogo de primera había que cubrir dos requisitos
forzosos: Llamarse Eduardo e irle al Real Madrid (todavía no emparentaba con
Asun ni me ensartaba en la bella parafernalia catalana en que, si no le iba al
Barcelona y odiaba al Real Madrid, mi vida corría peligro).