"El propósito del arte no es una quintaesencia intelectual, rarificada
sino la vida, la brillante e intensa vida."

Alain - Arias Misson

lunes, 19 de noviembre de 2018

Alma en Tránsito Capítulo 25: A mis queridos gallegos


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A  MIS  QUERIDOS  GALLEGOS


     Yo era ya oftalmólogo pero manejaba de maravilla toda la farmacopea vigente en medicina general y en ciertas especialidades ajenas a la mía.

     Siempre, hasta la fecha, se me consideró “acertao”, como me calificaban tantísimos pacientes españoles que tuve, sobre todo gallegos.

     Yo no sé que imán tuve sobre la colonia gallega que hasta llegué en broma a expresar mis intenciones de ir a Galicia y levantarles un monumento de agradecimiento como el que le levantó Carlos Arruza a Manolete en Córdoba, pero no funerario, sino un canto a la vida; esa vida guapa que tienen los gallegos y de la que quiero hablar aunque me siga yendo por la tangente a cada rato.

     …Y no es por la “tangente”, que se acuesta cómodamente donde le da la gana, en particular sobre curvas tibias y suaves, sino más bien por la “asintótica”,  que siempre está aspirando a las alturas perfectas sin lograrlo nunca.

     Yo me enamoré del pueblo gallego desde que tenía quince años y leí “La Casa de la Troya”. Esa novela dulce …y más dulce la Carmiña. Con su profundo respeto a la mujer en los anhelos y costumbres del estudiante.

     Ya viejo me volví a deleitar con la procacidad de Camilo José Cela en su “Mazurca para Dos Difuntos” y con las brutalidades conmovedoras del pueblo llano gallego.

     En México los gallegos se ayudan unos a otros. Sus áreas de trabajo dominante eran los muebles (venta a plazos) y los baños, por lo que a veces los hijos se desesperaban. Una chica gallega lloraba en mi consultorio diciendo que prefería mil veces vivir en cualquier aldea perdida de Vigo “que en nuestra colonia Casas Alemán”, donde vivían y trabajaban sus padres y hermanos por ser ahí donde florecía el tipo de clientela que ellos manejaban.

     Un galleguín recién llegado, pongo por caso, era ayudado poniéndole un local pequeño …vaya, poco más que un garage, en cualquier colonia proletaria como la Casas Alemán o la Nueva Atzacoalco, con un surtido modesto de muebles y línea blanca y ¡ále! …a vender en abonos. Con el enganche ya estaba pagada la mercancía, todo lo demás era ganancia.

     Me llamaban mucho la atención, me simpatizaron siempre, llenos de dinero pero oliendo a veces a aserrín, otras a sudor, apresurándome porque tenían que ir a hacer cobros a la colonia “El Caracol” o “La Pastora”.

     Gente buena, dulce y trabajadora.
    
      Gente a todísima madre ¡de veras!

     Tal vez por esto, entre ellos los hijos se crían en diferentes ámbitos y países, con los tíos …con los abuelos y las vacaciones a veces son por días …o meses …o años.

     Los gallegos y gallegas son guapos, tiernos y trabajadores. Tan listos o más que cualquier español emigrado; lo que pasa es que son orgullosos y les cuesta trabajo reconocer su ignorancia. Eso les trajo malas famas inmerecidas.

     Conocí de adolescente a un chico gallego “recién pescado”. Era gracioso pero conmovedor escuchar a un amigo y a él dialogando:

     ----Oye Ferriño, ¿cual es la capital de Francia?

     ---- Mia tú que haces unas preguntas …¿quién no va a saber eso?

     ---- Bueno, yo no estoy seguro; dímelo tú

     ----Pero bueno …bueno …mia tú que cosas … ¡eso lo sabe cualquiera!

     ----  Pues dímelo ¡anda!

     ---- Vete a hacer puñetas ¡coño! y haz preguntas que valga la pena contestar.

     Y así se iba enredando y equivocando el camino cuando que con haber dicho ¡No lo sé! desde un principio hubiese quedado como un rey, pues reyes del dinero había que no lo sabían (yo supe de algún médico estadounidense de aquellos tiempos que pensaba que De Gaulle era el rey de Francia y de otros que pensaban con seguridad que Europa terminaba en los Pirineos por haberlo escuchado en son de broma de sus padres siendo niños).

     Galicia estaba tan aislada del resto del país como nuestra Oaxaca en aquellos tiempos, y sus chicos emigrantes eran para mí el equivalente a los “oaxacos” …pero españoles.

     Ni unos ni otros son pendejos, pero a los gallegos el orgullo los “balconeó”, los hizo graciosos …y vinieron a recoger la estafeta de los chistes de baturros, de yucatecos y de Echeverría que estaban quedándose sin dueño.

     Muchos grandes facultativos gallegos conocí en el Hospital Español esos años en que trabajé a su lado.

     Muchas manos gallegas manejan hoy dicho Hospital.

     De tontos: nada …pero “naíta de ná”. Valga este libro como sustituto del monumento que no les hice.
    
     Precisamente fue un oftalmólogo gallego de ese hospital, compañero mío de trabajo, diez años mayor que yo, quien rompió el hechizo que me tenía unido a David, a Miguel a Rafael (¡qué  combinación chingona de nombres!: Eduardo y David: reyes. Miguel y Rafael: arcángeles …para que luego anduvieran diciendo que para ser buen oftalmólogo había que llamarse raro como: Magín, Feliciano, Anselmo, Abelardo, Ydhelio …y algunos otros de los grandes de antaño).

     Yo decía, con mi humildad habitual, que ¡ni madre! que para ser oftalmólogo de primera había que cubrir dos requisitos forzosos: Llamarse Eduardo e irle al Real Madrid (todavía no emparentaba con Asun ni me ensartaba en la bella parafernalia catalana en que, si no le iba al Barcelona y odiaba al Real Madrid, mi vida corría peligro).

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