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COMO
FABRICARSE UNA ÚLCERA
Y
PONERSE UN CONDÓN
De esta manera transcurrieron los días y
los meses de esos dos años dando consulta, cumpliendo guardias,
acuartelamientos y haciendo topillo para no ir de prácticas de campaña por no
dejar tirado el trabajo privado, con operados y compromisos que para mí iban
cobrando cada vez mayor importancia. Consideraba yo que mis obligaciones para
con el ejército estaban sobradamente pagadas y ya solamente esperaba se
cumpliera el plazo para solicitar mi licencia ilimitada y luego el retiro
definitivo.
Yo aceptaba ser arrestado por llegar tarde
o por marrullero (que bien poco lo fui). Lo que nunca toleré fue ser regañado
(“amonestado” se le decía eufemísticamente).
Con un arresto cumples y quedas a mano;
con Dios y con los hombres. Con una amonestación siempre dejas al otro buey
arriba de ti aunque supuestamente te salga más barato.
Eso de hacer topillo (hacer “marrulla” se
le dice en el ejército) fue para no ir a unas prácticas de campaña de quince
días a Oaxaca con todas las unidades del campo militar número uno.
Ya tenía yo consulta en Hegel. Era poca
pero sagrada, y muy necesario no desatenderla para que creciera pues, como no
teníamos anuncios, toda llegaba como con gotero y por recomendaciones muy
precisas de gente que mucho me estimaba.
Al contrario que a Bernardo Bidart (luego
les platico de él), a mí se me ponían las piernas como de lana cada vez que,
estando trabajando en lo privado, me llegaba una orden para presentarme ante un
alto jefe militar.
Decididamente mi futuro no iba por ahí.
Para no ir, me reporté enfermo de una
úlcera péptica sangrante y me mandaron al domicilio a mi querido Alberto Gómez
del Campo.
Como hasta para la marrulla hay un código
ético no lo quise hacer cómplice y preparé bien la mentira con bacinica y
escaso vómito sanguinolento que no me fue difícil provocarme introduciendo el
índice en la garganta y aderezando la batea con unas gotas de salsa catsup.
El aspecto y el olor engañaban a
cualquiera aunque con mi palabra hubiera bastado ya que Alberto fue interno mío
cuando yo era residente de cuarto año y me tenía singular aprecio.
Me extendió orden para ser internado en el
Hospital Central Militar y yo con facilidad (acababa de ser mi feudo) conseguí
que me internaran en la sala de oftalmología; de la que entraba y salía como
Pedro por su casa.
Años después Gómez del Campo, cuando le
platiqué la verdad y le pedí disculpas por el engaño, me dijo que hice bien
porque fueron unas prácticas de pánico por las eternas horas de montaña sinuosa
en que el chofer del camión en que él viajó hacía estupidez y media.
Me dijo que se sintió como protagonista de
aquella escalofriante película francesa: “El Salario del Miedo” en que aparecen
las mil y una peripecias y vicisitudes de un camión tipo militar y sus ocupantes
transportando una fuerte carga de nitroglicerina por lugares peligrosos (al
final el pendejo que hace la entrega se mata balseando por la carretera con el
camión ya vacío y el radio prendido; pero mejor no te la cuento y la ves.
Ttodavía la puedes comprar a un costado de la Cneteca en la fayuca del cine de
arte; ni pedo, ¿será piratería? …no hay otro modo de conseguirla).
Alberto lo cuenta muy graciosamente y me
sofoco de gozo al imaginarlo amenazando con arrestar a aquél cabo chofer
(Alberto es un alma de Dios) en caso de matarse, y no atreviéndose a echarse ni
una fugaz pestañita, pues apenas cerraba los dulces ojos que tiene detrás de
las gafas, desde su aterrorizada y enconchada posición de copiloto apanicado,
aquél salvaje empezaba a acelerar y a dar volantazos chirriando las llantas en
plenas curvas de montaña.
Me salió el tiro por la culata pues,
siguiendo la farsa, me sometí a la serie gastro duodenal radiológica con medio
de contraste.
Me tragué el bario, me dejé tomar las
placas requeridas …y apareció una gran úlcera duodenal a medio cicatrizar ¡con
razón todos esos años me los pasé echándome puños de bicarbonato!
Ya me veía yo como mamá a quien unos años
antes le habían quitado tres quintas partes de estómago por algo similar en el
Sanatorio Español con una súper mutilante operación llamada Billrroth II que
luego fue desechada por causar el
tristemente famoso “dumping” o “vaciamiento rápido” que ella afortunadamente no
sufrió, pero que les hacía la vida imposible a los operados de aquella forma.
Mamá se pasó la vida tomando menjurjes
desde la cuasia hasta los tecitos de hueso de mamey y bicarbonato a pasto y tal
vez éste fue la causa de que tuviera seis hijos hombres ya que por ahí hay la
idea de que el pH alcalino es mortal para el cromosoma X del espermatozoide.
Bueno, no tanto mortal, sino que en un medio vaginal alcalino desarrollan mayor
velocidad y penetración los espermatozoides portadores del cromosoma Y,
determinante del sexo masculino; (cuántas mujeres de soldado atendí madreadas
por su esposo, considerándolas culpables por haber tenido niña en vez del niño
tan esperado, siendo que el responsable era él).
Nunca se comprobó, hasta donde yo sé, pero
yo ahí se los dejo de tarea.
En los pueblos de mis padres y abuelos era
común la broma de noche de bodas consistente en poner bicarbonato en la
bacinica de debajo de la cama para que esa noche, al orinar la novia, la espuma
le bañara los genitales y se llenara de espanto.
Quiero pensar si no todo se inició en un
ritual para conseguir al primogénito varón.
Eso de los duchazos con espumas vaginales
fue practicado en mis tiempos, antes de los anticonceptivos orales (el
primerito se llamó “Anovlar” y su emblema era una cadena en círculo cerrado por
un candado con un óvulo dibujado en el centro, pues se lanzó tímidamente al
mercado como regulador de la ovulación y del ciclo menstrual más que como
anticonceptivo) se usó, te decía, la espuma de un “‘seven up” bien agitado e
introducido por la vagina como anticonceptivo.
Comprarse un condon era cosa ilusa; no los
había casi y daba una vergüenza enorme comprarlos y más aún ponérselo ante la
chica, tanta que te exponías a perder la erección no más de intentarlo y
…”capri …se finí”.
Dando consulta en la segunda compañía una
paciente me pidió
que le recetara
“algo” para no “encargar” familia.
Le puse una cagada de aquellas …¡qué
horrible era yo!
Esas tiernas “adelitas” me enseñaron un
vocabulario nuevo. El dolor del empeine no era del empeine del pié como yo lo
creía y para el cual idiotamente mandaba cosas para los músculos y
articulaciones siendo que el “empeine” para ellas era el bajo vientre.
Tuve que aprender qué cosa era el “agua de
nejayote” para poder saber cómo tratarles las vaginitis por cándida y monilia
que les provocaba ese flujo blanquizco que les acartonaba la pantaleta.
Esto de la pantaleta no se cómo dejarlo
escrito pues más bien eran calzones. Las señoras ricas usaban “blumers”, que
eran calzones de manga larga con olanes.
Lo dejo a tu imaginación.
…El flujo como agua de nejayote …como agua
de nixtamal …¡vaya! …¿Me entiendes Méndez o no me explico Federico?
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