"El propósito del arte no es una quintaesencia intelectual, rarificada
sino la vida, la brillante e intensa vida."

Alain - Arias Misson

martes, 6 de noviembre de 2018

Alma en Tránsito Capítulo 23: Ética y Cochupos


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ÉTICA  Y  COCHUPOS


     Los dos años en filas eran indispensables para estos menesteres y nunca lo entendí. ¿Por qué un médico militar chingón no podía llevar su vida entera dentro del Hospital Central Militar? ¿Por qué debía desperdiciar dos años en labores castrenses que otros menos preparados o con menos méritos podían desarrollar? ¿Por qué no autorizar estudios de posgrado sin tener que cumplir tarde o temprano con este requisito?

     Hubo un ginecólogo cuyo nombre no diré pues no hablaré a su favor (tampoco en su contra, sino en contra de la pinchurrienta burocracia castrense y sus cochupos).

     Era muy buen médico, estupendo cirujano y algunos lo consideraban maestro joven dignísimo de ascensos y prebendas de todo tipo, pero …no había hecho sus dos años en filas. Como ya contaba entre sus pacientes agradecidas a familiares de altos militares, alguno de ellos le consiguió que se le tomara como tiempo en filas dos años en que sólo tendría que presentarse el primer sábado de cada mes a la lista que se hizo costumbre pasar a la “Inspección General del Ejército” en todas las unidades de tropa para comprobar la existencia de quienes figuraban en nómina y evitar que hubiese ‘paracaidistas’ (militares nada más de nombre, muchas veces inexistentes, pero que causaban haberes que otros usufructuaban).

     Este compañero, diez o quince años mayor que yo, se apareció durante una hora, uniformado de campaña, una mañana, cincuenta y dos veces por año, durante dos años y logró el ascenso.

     Otros tan brillantes o más que él se chingaron años y años en batallones de lugares lejanos y tuvieron que desertar por falta de oportunidades y negativas repetidas a darles la baja muchas veces solicitada.

     Incluso años después se puso la moda de mandar a los jóvenes mayores médicos recién recibidos a cumplir sus dos años en filas antes de ingresar al hospital militar. Para hacer luego la residencia hospitalaria había que solicitarla y haber hecho determinados méritos cuando ya se llevaban dos años de práctica mediocre, pero de ingresos y asentamientos familiares que hacían a la mayoría de ellos abstenerse de arriesgar unos años en la práctica hospitalaria que debieron de haber hecho acabando la carrera.   

     Es más (déjame terminar de desahogarme) muchos años después de mi paso por el hospital me vine a enterar que para que a los médicos militares en vida de residencia hospitalaria se nos pagaran haberes tuvieron que luchar enconadamente algunos maestros de alta graduación pues no se nos consideraba dignos de sueldo mientras estuviéramos aprendiendo aún.

     ¡Qué poca madre!

     Si se le pagara a un residente del Hospital Central Militar todo lo que hacía conforme lo que se le tendría que pagar a cualquier médico en lo privado, cobraría mucho más que el señor Secretario de la Defensa.    

     Esa lista de inspección se desarrollaba así:

     En el patio de la compañía, dentro del recuadro que dibujaban aquellos techos pajareros, se instalaba una mesa con dos o tres sillas en las que se sentaban los inspectores. Uniformados, serios y ominosos observaban en la mesa largas listas y hacían misteriosas marcas en ellas entre mirada y mirada al frente mientras alguien gritaba el nombre de cada uno de nosotros, quienes esperábamos, formaditos, en un extremo del patio.

     Al escuchar cada uno su nombre, debía desprenderse de la formación marchando con garbo por delante de aquella mesa y al ir pasando clavando los talones, gritar sus apellidos acompañados de fuertes pisadas con el pié izquierdo mientras se saludaba marcialmente mirando al infinito.

     Eeeeduardo  Feeederico  …. gritaba el pelado aquél.

     ¡¡¡LOPEZ!!!  ….    ¡¡¡RODRIGUEZ!!! aullaba  yo desfilando, saludando, y pisoteando marcialmente el piso.

     Tenía su gracia pero también su toque crítico pues cada quien tenía que ir empistolado ¿sabes?

     Se suponía que nos habían dado pistola, pero no era así.

     Yo conseguía hacer la pantomima llevando la pistola que me prestaba mi suegro, la cual  era calibre treinta y ocho, no la cuarenta y cinco reglamentaria, pero eso les importaba poco, …nadie lo objetaba. Se trataba de detectar robo de haberes no de pistolas.

     Tuve un compañero sumamente apegado a la ética, no solamente militar sino de todo tipo, que se negó a pasar con pistola dado que no se le había dado.

     Le dieron su pistola …sí …pero tuvo que presentarse desde ese día uniformado y con pistola al cinto a lista de diana a las seis de la mañana y a la de la tarde a las seis también, además de dar consulta a todas horas, no solamente las dos horas a las que todos estábamos obligados, y a prestar todo tipo de servicios de apoyo y prácticas propios de su grado (yo creo que no lo obligaron a pasarse día y noche en las instalaciones militares nada más por no darle cama y tres comidas al día al pobre cabrón).

     Y este compañero, cuando comenzó su año de pasante y fue de los tres escogidos para hacer guardias en el Sanatorio Durango (lo cual era un gran privilegio) y  le entregué yo mi puesto, renunció de inmediato al enterarse que se le iba a pagar tan sólo setenta y cinco pesos al mes (a mí eso me sirvió únicamene para pagar la pensión nocturna de mi Opel en el estacionamiento del Palacio de Hierro Durango). Por más que le dije que ese trabajo era un cheque en blanco, no lo entendió. Por más que le dije, ya en la segunda Compañía de Sanidad donde nos encontramos cuatro años después, que la palabra “ética” es sinónimo de “moral” y que ésta viene de “mor”, “moris”, “costumbre”, nunca modificó su actitud.

     Siempre sentí admiración secreta  por él hasta que me enteré que muchos años después trató de cambiarse de lugar cuando, manejando, sufrió un accidente mortal (no para él). 

     Esto me hizo discutirle hace poco a un compañero mío, quien es general de división retirado y rotario, lo siguiente: él en una intervención rotaria aseguró con orgullo y vehemencia no haber dado jamás un centavo de “mordida” ni de cohecho, ni de arreglo alguno que no fuera perfectamente legal. Yo le dije que  eso era cuestión de suerte nada más. Que seguramente nunca tuvo que hacer arreglos para rescatar vivo a un hijo secuestrado. El me contestó que en ese caso tan sólo daría parte a las autoridades y esperaría los resultados.

     Estos compañeros… ¿son santos? ¿Son ilusos? ¿Será su verdad aplicable a nuestro país? ¿Tendrá alguien que escribir, no yo, y no ya como Aristóteles una “Etica Nicomiquea”, sino una “Etica Mexicomiquea”? 

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