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ÉTICA
Y COCHUPOS
Los dos años en filas eran indispensables
para estos menesteres y nunca lo entendí. ¿Por qué un médico militar chingón no
podía llevar su vida entera dentro del Hospital Central Militar? ¿Por qué debía
desperdiciar dos años en labores castrenses que otros menos preparados o con
menos méritos podían desarrollar? ¿Por qué no autorizar estudios de posgrado
sin tener que cumplir tarde o temprano con este requisito?
Hubo un ginecólogo cuyo nombre no diré
pues no hablaré a su favor (tampoco en su contra, sino en contra de la
pinchurrienta burocracia castrense y sus cochupos).
Era muy buen médico, estupendo cirujano y
algunos lo consideraban maestro joven dignísimo de ascensos y prebendas de todo
tipo, pero …no había hecho sus dos años en filas. Como ya contaba entre sus
pacientes agradecidas a familiares de altos militares, alguno de ellos le
consiguió que se le tomara como tiempo en filas dos años en que sólo tendría
que presentarse el primer sábado de cada mes a la lista que se hizo costumbre
pasar a la “Inspección General del Ejército” en todas las unidades de tropa
para comprobar la existencia de quienes figuraban en nómina y evitar que
hubiese ‘paracaidistas’ (militares nada más de nombre, muchas veces inexistentes,
pero que causaban haberes que otros usufructuaban).
Este compañero, diez o quince años mayor
que yo, se apareció durante una hora, uniformado de campaña, una mañana,
cincuenta y dos veces por año, durante dos años y logró el ascenso.
Otros tan brillantes o más que él se
chingaron años y años en batallones de lugares lejanos y tuvieron que desertar
por falta de oportunidades y negativas repetidas a darles la baja muchas veces
solicitada.
Incluso años después se puso la moda de
mandar a los jóvenes mayores médicos recién recibidos a cumplir sus dos años en
filas antes de ingresar al hospital militar. Para hacer luego la residencia
hospitalaria había que solicitarla y haber hecho determinados méritos cuando ya
se llevaban dos años de práctica mediocre, pero de ingresos y asentamientos
familiares que hacían a la mayoría de ellos abstenerse de arriesgar unos años
en la práctica hospitalaria que debieron de haber hecho acabando la
carrera.
Es más (déjame terminar de desahogarme)
muchos años después de mi paso por el hospital me vine a enterar que para que a
los médicos militares en vida de residencia hospitalaria se nos pagaran haberes
tuvieron que luchar enconadamente algunos maestros de alta graduación pues no
se nos consideraba dignos de sueldo mientras estuviéramos aprendiendo aún.
¡Qué poca madre!
Si se le pagara a un residente del
Hospital Central Militar todo lo que hacía conforme lo que se le tendría que
pagar a cualquier médico en lo privado, cobraría mucho más que el señor
Secretario de la Defensa.
Esa lista de inspección se desarrollaba
así:
En el patio de la compañía, dentro del
recuadro que dibujaban aquellos techos pajareros, se instalaba una mesa con dos
o tres sillas en las que se sentaban los inspectores. Uniformados, serios y
ominosos observaban en la mesa largas listas y hacían misteriosas marcas en
ellas entre mirada y mirada al frente mientras alguien gritaba el nombre de
cada uno de nosotros, quienes esperábamos, formaditos, en un extremo del patio.
Al escuchar cada uno su nombre, debía
desprenderse de la formación marchando con garbo por delante de aquella mesa y
al ir pasando clavando los talones, gritar sus apellidos acompañados de fuertes
pisadas con el pié izquierdo mientras se saludaba marcialmente mirando al
infinito.
Eeeeduardo
Feeederico …. gritaba el pelado
aquél.
¡¡¡LOPEZ!!! ….
¡¡¡RODRIGUEZ!!! aullaba yo
desfilando, saludando, y pisoteando marcialmente el piso.
Tenía su gracia pero también su toque
crítico pues cada quien tenía que ir empistolado ¿sabes?
Se suponía que nos habían dado pistola,
pero no era así.
Yo conseguía hacer la pantomima llevando
la pistola que me prestaba mi suegro, la cual
era calibre treinta y ocho, no la cuarenta y cinco reglamentaria, pero
eso les importaba poco, …nadie lo objetaba. Se trataba de detectar robo de
haberes no de pistolas.
Tuve un compañero sumamente apegado a la
ética, no solamente militar sino de todo tipo, que se negó a pasar con pistola
dado que no se le había dado.
Le dieron su pistola …sí …pero tuvo que
presentarse desde ese día uniformado y con pistola al cinto a lista de diana a
las seis de la mañana y a la de la tarde a las seis también, además de dar
consulta a todas horas, no solamente las dos horas a las que todos estábamos
obligados, y a prestar todo tipo de servicios de apoyo y prácticas propios de
su grado (yo creo que no lo obligaron a pasarse día y noche en las
instalaciones militares nada más por no darle cama y tres comidas al día al
pobre cabrón).
Y este compañero, cuando comenzó su año de
pasante y fue de los tres escogidos para hacer guardias en el Sanatorio Durango
(lo cual era un gran privilegio) y le
entregué yo mi puesto, renunció de inmediato al enterarse que se le iba a pagar
tan sólo setenta y cinco pesos al mes (a mí eso me sirvió únicamene para pagar
la pensión nocturna de mi Opel en el estacionamiento del Palacio de Hierro
Durango). Por más que le dije que ese trabajo era un cheque en blanco, no lo
entendió. Por más que le dije, ya en la segunda Compañía de Sanidad donde nos
encontramos cuatro años después, que la palabra “ética” es sinónimo de “moral”
y que ésta viene de “mor”, “moris”, “costumbre”, nunca modificó su actitud.
Siempre sentí admiración secreta por él hasta que me enteré que muchos años
después trató de cambiarse de lugar cuando, manejando, sufrió un accidente
mortal (no para él).
Esto me hizo discutirle hace poco a un
compañero mío, quien es general de división retirado y rotario, lo siguiente:
él en una intervención rotaria aseguró con orgullo y vehemencia no haber dado
jamás un centavo de “mordida” ni de cohecho, ni de arreglo alguno que no fuera
perfectamente legal. Yo le dije que eso
era cuestión de suerte nada más. Que seguramente nunca tuvo que hacer arreglos
para rescatar vivo a un hijo secuestrado. El me contestó que en ese caso tan
sólo daría parte a las autoridades y esperaría los resultados.
Estos compañeros… ¿son santos? ¿Son
ilusos? ¿Será su verdad aplicable a nuestro país? ¿Tendrá alguien que escribir,
no yo, y no ya como Aristóteles una “Etica Nicomiquea”, sino una “Etica
Mexicomiquea”?
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