"El propósito del arte no es una quintaesencia intelectual, rarificada
sino la vida, la brillante e intensa vida."

Alain - Arias Misson

martes, 26 de febrero de 2019

Alma en Tránsito Capítulo 33: Mis inventos


33

MIS  INVENTOS


     Consistía la extracción de la catarata, durante mis comienzos, en dos tipos diferentes de procedimiento: el “tumbling” y el “por deslizamiento”. Este último consistía en coger la cápsula del cristalino suavemente por la zona cercana al ecuador más cercano a ti (el cirujano de ojos siempre está sentado a la cabeza del paciente) y jalar suavemente hacia uno mismo en sentido lineal hasta sacarlo íntegro, sin ruptura alguna ni pérdida de masas cristalinianas en el interior del ojo. El “tumbling”, que era lo que hacía Payró ante la admiración de todos nosotros, consistía en pescar el cristalino por la parte más alejada y sacarlo dándole una maroma sobre sí mismo. ¡Qué chingón, pero que complicado! ¡Que arriesgado para manos diferentes a las de Rafael!

     Viendo esto yo desarrollé una técnica diferente y la llevé a cabo con enorme éxito haciendo inclusive que después Alcon desarrollara y vendiera un aparato parecido al mío, pero mucho más caro y con elegantes ampolletas metálicas desechables de gas refrigerante en vez de hielo seco (luego vendrían ya los muy perfeccionados aparatos de criocirugía oftálmica con consola, tanque de gas estacionario y diversas sondas, unas para extraer el cristalino otras para cauterizar los desgarros en la cirugía del desprendimiento de retina, otras para destruir por congelación los mecanismos de producción del humor acuoso en casos de glaucoma doloroso rebelde a todo tratamiento).

     Perdónenme tanto detalle, pero quiero dejar bien claro la gran aplicación que tuvo y tiene el bendito frío en mi especialidad.

   
     Consistía mi técnica en la “crío extracción” de la catarata. La extracción por medio del frío.

     Vas a ver:

     En un frasco gotero grande cualquiera, de material plástico, de esos de gotas para los ojos, fabriqué  un aparatito chingón; le quité el fondo y le metí un grueso alambre de cobre de ocho centímetros de largo del que asomaba como un centímetro por la punta. Esta la aplané y angulé ligeramente en su extremo para que quedara como una zapatita. El resto del alambre adentro del frasco gotero quedaba cubierto por hielo seco y el gran orificio del fondo lo cerraba con el mismo tapón del frasco que antes lo tenía enroscado en la punta y ahora lo tenía encajado en el agujero que yo le había hecho en la culera.

     Quedaba mi aparato ya listo para usarse como un frasco gotero cualquiera por cuya punta asomaba un alambre y por atrás lo que había sido el tapón delantero pero perforado también para que por ahí saliera el humito del hielo seco con que lo llenaba.

     Se veía hermoso el chimistreto ese: “el crío extractor de López Rodríguez”’ sacando la catarata limpiamente y aventando su chorrito de humo por la cola.

     La primera vez que armé el aparatejo fue en la cocina de mi casa; cogí una uva, la despellejé un par de milímetros, la puse sobre un plato, le apliqué mi humeante invento y la uva quedó bien adherida a la punta de mi alambre que se prendía a ella con un maravilloso y firme halo blanco congelado.

     Vi a la uva colgando triunfalmente.

     ¡Carajo! ¡Sólo faltó el Himno a la Alegría de Beethoven!

     Esto era mucho mejor que el “erisifaco” que era lo que usaba todo mundo en vez de la difícil y rasgadora pinza y que se pegaba al cristalino por medio del vacío provocado por un motorcito manejado a través de un pedal o bien (o mal, diría yo) por un chupón conectado a una cabecita metálica redonda y hueca que se aplicaba en la superficie del cristalino y la cual, al jalar, seguía rompiendo, aunque no con tanta frecuencia como la pinza, la cápsula cristaliniana.

     Lo publiqué en la revista del Sanatorio Español, dando datos del costo, inferior a veinte centavos; y la primera vez que Rafael Payró se asomó al quirófano a verme operar se le salió la siguiente fina  expresión:

     ---- ¡Ahora cualquier pendejo va a operar cataratas!
  
     Y no es que Payró fuera mala persona; es que lo que dijo era la neta del planeta.

     La crío extracción perduró mucho tiempo, hasta que cambió la técnica de sacar totalmente el cristalino por la de sacarlo sin su cápsula (otra vez la burra al trigo) hará hace unos veinte o treinta años.

     De eso del frío en la Oftalmología me siento precursor a mucha honra pues ya lo intuía yo para cirugía de la retina (como se sigue usando hasta la fecha, además del láser y otro montón de madres que utilizan los que ejercen la cirugía de retina. Algunos la llaman burlona y humorísticamente “retina ficción” acusando a los retinólogos de pegar la retina a como dé lugar aunque quede verdosa e inservible, pero “pegada”, que es lo que ellos “te ofrecieron” …o qué …¿todavía querías que viera?) y, no habiendo aparatos de frío en mi especialidad, llevé a un taller especializado en refrigeración uno de cirugía de estómago ya desechado: el tan esperado y luego frustrante aparato de Wangesgteen (apellido ilustre ya desde mucho antes entre otras cosas por su aparato de succión en los bloqueos intestinales y que tantas vidas había salvado) que era para congelar un globo que se metía por el esófago hasta el estómago y curar así, por congelación, úlceras pépticas, pero que pronto se abandonó ya que al extraerlo en un par de ocasiones se trajo pegada la mucosa del estómago provocando hemorragias importantes.

     El taller quebró, fue clausurado; el aparato desapareció y el plan no lo desarrollé porque caí en demasiadas cosas, en demasiado trabajo, en demasiados planes, en el consumo de medicamentos psicotrópicos, en infidelidades …en el desorden y finalmente, después de muchos años de enorme éxito artificial e incontrolable, en la caída de la que ya hablaré en mi próximo libro si Dios no dispone otra cosa.



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