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MIS
INVENTOS
Consistía la extracción de la catarata,
durante mis comienzos, en dos tipos diferentes de procedimiento: el “tumbling”
y el “por deslizamiento”. Este último consistía en coger la cápsula del
cristalino suavemente por la zona cercana al ecuador más cercano a ti (el
cirujano de ojos siempre está sentado a la cabeza del paciente) y jalar
suavemente hacia uno mismo en sentido lineal hasta sacarlo íntegro, sin ruptura
alguna ni pérdida de masas cristalinianas en el interior del ojo. El “tumbling”,
que era lo que hacía Payró ante la admiración de todos nosotros, consistía en
pescar el cristalino por la parte más alejada y sacarlo dándole una maroma
sobre sí mismo. ¡Qué chingón, pero que complicado! ¡Que arriesgado para manos
diferentes a las de Rafael!
Viendo esto yo desarrollé una técnica
diferente y la llevé a cabo con enorme éxito haciendo inclusive que después
Alcon desarrollara y vendiera un aparato parecido al mío, pero mucho más caro y
con elegantes ampolletas metálicas desechables de gas refrigerante en vez de
hielo seco (luego vendrían ya los muy perfeccionados aparatos de criocirugía
oftálmica con consola, tanque de gas estacionario y diversas sondas, unas para
extraer el cristalino otras para cauterizar los desgarros en la cirugía del
desprendimiento de retina, otras para destruir por congelación los mecanismos
de producción del humor acuoso en casos de glaucoma doloroso rebelde a todo
tratamiento).
Perdónenme tanto detalle, pero quiero
dejar bien claro la gran aplicación que tuvo y tiene el bendito frío en mi
especialidad.
Consistía mi técnica en la “crío
extracción” de la catarata. La extracción por medio del frío.
Vas a ver:
En un frasco gotero grande cualquiera, de
material plástico, de esos de gotas para los ojos, fabriqué un aparatito chingón; le quité el fondo y le
metí un grueso alambre de cobre de ocho centímetros de largo del que asomaba
como un centímetro por la punta. Esta la aplané y angulé ligeramente en su
extremo para que quedara como una zapatita. El resto del alambre adentro del
frasco gotero quedaba cubierto por hielo seco y el gran orificio del fondo lo
cerraba con el mismo tapón del frasco que antes lo tenía enroscado en la punta
y ahora lo tenía encajado en el agujero que yo le había hecho en la culera.
Quedaba mi aparato ya listo para usarse
como un frasco gotero cualquiera por cuya punta asomaba un alambre y por atrás
lo que había sido el tapón delantero pero perforado también para que por ahí
saliera el humito del hielo seco con que lo llenaba.
Se veía hermoso el chimistreto ese: “el
crío extractor de López Rodríguez”’ sacando la catarata limpiamente y aventando
su chorrito de humo por la cola.
La primera vez que armé el aparatejo fue
en la cocina de mi casa; cogí una uva, la despellejé un par de milímetros, la
puse sobre un plato, le apliqué mi humeante invento y la uva quedó bien
adherida a la punta de mi alambre que se prendía a ella con un maravilloso y
firme halo blanco congelado.
Vi a la uva colgando triunfalmente.
¡Carajo! ¡Sólo faltó el Himno a la Alegría de Beethoven!
Esto era mucho mejor que el “erisifaco”
que era lo que usaba todo mundo en vez de la difícil y rasgadora pinza y que se
pegaba al cristalino por medio del vacío provocado por un motorcito manejado a
través de un pedal o bien (o mal, diría yo) por un chupón conectado a una
cabecita metálica redonda y hueca que se aplicaba en la superficie del
cristalino y la cual, al jalar, seguía rompiendo, aunque no con tanta frecuencia
como la pinza, la cápsula cristaliniana.
Lo publiqué en la revista del Sanatorio
Español, dando datos del costo, inferior a veinte centavos; y la primera vez
que Rafael Payró se asomó al quirófano a verme operar se le salió la siguiente
fina expresión:
---- ¡Ahora cualquier pendejo va a operar
cataratas!
Y no es que Payró fuera mala persona; es
que lo que dijo era la neta del planeta.
La crío extracción perduró mucho tiempo,
hasta que cambió la técnica de sacar totalmente el cristalino por la de sacarlo
sin su cápsula (otra vez la burra al trigo) hará hace unos veinte o treinta
años.
De eso del frío en la Oftalmología me
siento precursor a mucha honra pues ya lo intuía yo para cirugía de la retina
(como se sigue usando hasta la fecha, además del láser y otro montón de madres
que utilizan los que ejercen la cirugía de retina. Algunos la llaman burlona y
humorísticamente “retina ficción” acusando a los retinólogos de pegar la retina
a como dé lugar aunque quede verdosa e inservible, pero “pegada”, que es lo que
ellos “te ofrecieron” …o qué …¿todavía querías que viera?) y, no habiendo
aparatos de frío en mi especialidad, llevé a un taller especializado en
refrigeración uno de cirugía de estómago ya desechado: el tan esperado y luego
frustrante aparato de Wangesgteen (apellido ilustre ya desde mucho antes entre
otras cosas por su aparato de succión en los bloqueos intestinales y que tantas
vidas había salvado) que era para congelar un globo que se metía por el esófago
hasta el estómago y curar así, por congelación, úlceras pépticas, pero que
pronto se abandonó ya que al extraerlo en un par de ocasiones se trajo pegada
la mucosa del estómago provocando hemorragias importantes.
El taller quebró, fue clausurado; el
aparato desapareció y el plan no lo desarrollé porque caí en demasiadas cosas,
en demasiado trabajo, en demasiados planes, en el consumo de medicamentos
psicotrópicos, en infidelidades …en el desorden y finalmente, después de muchos
años de enorme éxito artificial e incontrolable, en la caída de la que ya
hablaré en mi próximo libro si Dios no dispone otra cosa.
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