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LOS
HÉROES DE LA
CATARATA
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Vale la pena hacer historia de la cirugía
de la catarata porque demuestra claramente un montón de cosas interesantes de
la ciencia, la tecnología, la religión y la psicología humana.
Se supone que los egipcios (cuando quieras
irte al culo de la Historia habla de los egipcios o de los chinos, no vayas a
hablar de los negros ni de los esquimales porque la cagas) ya operaban
cataratas dándole al pobre cristiano (¿que queéé?) terrible uñazo con el pulgar
sobre el ojo para luxarle el cristalino. Precisamente por esto los impíos
detractores de los milagros de Jesús dicen que así curaba él a los ciegos
…bueno, les concedo el beneficio de la duda pero …¿adónde les clavaba la uña a
los leprosos y a los paralíticos? …¡no hay que ser! …búsquense mejores
argumentos para tirar por tierra milagros que no sólo hay que juzgar por el
hecho físico sino por la repercusión.
Decía mi querido maestro Don Enrique Peña y
de la Peña que él no creía en milagros, pero que le parecía un milagro que la
cristiandad ya tuviera dos mil años. Esto aunque parece un poco sarcástico
tiene miga y lo mismo se puede aplicar al Guadalupanismo en México que al
Budismo o al Islamismo. No hay que quedarse en los hechos inmediatos, yo
procuro inculcar la palabrita: “teleológico” es decir, ¡mira lejos pendejo! Un
milagro que cambia las leyes naturales para mí es inadmisible, pero algo que
hace mejor al hombre y lo hace superar su animalidad sí puede acercarse a mi
concepto de lo milagroso.
La cirugía de catarata, en la más antigua
ilustración que conozco, muestra a un cirujano vestido como payaso de Bocaccio,
atrás de la cabeza extendida de un pobre hombre sentado en una silla. En una
mano sostiene un instrumento horripilante parecido a un punzón cortante y con
la otra le sostiene el occipucio contra su pecho. Lo que este carnicero está
perpetrando es una cirugía ya de ojo abierto en que se trataba de quitar esa
cosa opaca que tapaba la visión del interfecto.
Pero
llegó a la historia, en el siglo deciocho: Daviel.
Dos siglos para pasar del carnicero al
cirujano soñado.
Jacques Daviel, el maravilloso, el divino,
al que se le hicieron fiestas y se le pintaron lienzos alegóricos
incomparables. Si me está leyendo algún joven oftalmólogo le sugiero que se
vaya al Text Book of Ophthalmology de Sir Stewart Duke Elder, esa maravillosa
enciclopedia oftalmológica cuyo autor recibió en un congreso un aplauso
ininterrumpido de quince minutos (me cae de madre) y quien en la sección
referente al cristalino trae la foto de uno de esos lienzos.
Esta ilustración es acojonante y
conmovedora. Creo recordar que se ven ángeles saliendo por las esquinas a
través de las nubes, tocando largas trompetas. A Daviel transportado en el
carro de la fama con la frente coronada de laurel y a no se cuántos personajes
mitológicos rindiéndole pleitesía. Todo esto, con el vestuario napoleónico de
Jacques le da tal aire al lienzo que uno puede suponer confiadamente que fue
fotografiado de una pared selecta del Louvre, como la que muestra a la Gioconda
de Leonardo o en la sala especial de las Meninas de Velázquez en el del Prado.
…Y …¿Sabes que fue lo que inventó Daviel?
¡Nada más una cuchara! la famosísima “cucharilla de Daviel” que todavía figuró
entre mis primeros fierritos. Una cucharilla pequeñita alargada y con un largo
mango que se metía al ojo ya abierto y de un cucharetazo sacaba el cristalino de
su cápsula; …más o menos entero.
Esta técnica fue llamada “extracción
extracapsular” pues el cristalino era sacado de la cápsula.
Aún así, la cápsula, por quedarse dentro
del ojo, generalmente con algunos restos cristalinianos, daba opacidades que
dieron en llamarse “catarata secundaria”, la que a veces se reoperaba dándole
un corte en cruz cuando ya estaba más o menos dura y membranosa meses después.
También los restos cristalinianos
provocaban una reacción intra ocular con aumento de la presión dentro del ojo a
lo que se le llamó “glaucoma faco anafiláctico”’ (“faco” quiere decir “cristalino”)
o sea, glaucoma por reacción alérgica a los restos del cristalino.
Así las cosas llegó el siglo veinte (otros
dos siglos de espera) y vino la tendencia al cambio; a no sacar al cristalino
de su cápsula sino a sacarlo con todo y cápsula, de ese modo quedaba todo más
limpio.
Así se le dio otra vez la vuelta a la
tortilla. Así aprendí y así lo hice hasta fines de los setentas y principios de
los ochentas en que comenzaron a aparecer lentecitos intra oculares, es decir,
que se podían poner adentro del ojo en vez de aquellos horrendos lentes
convencionales de doce dioptrías o bien aquellos lentes de contacto duros que
tardaron mucho en perfeccionarse, ablandarse y tolerarse.
Esto regresó la tortilla a su posición
anterior, pero perfeccionada. Volvimos a la extracción extra capsular pues
acabó por demostrarse que el lente intra ocular ideal necesitaba reposar en una
cápsula que lo ayudara a sostenerse.
…Y vuelta la burra al trigo, pero ahora la
burra venía enjaezada con microscopios, materiales visco elásticos, aparatos de
fragmentación, emulsificación, aspiración y ya no quiero hablar de las suturas
tan finas que nada más de respirar cerca de ellas volaban, porque ahora ya es
raro que se usen. Yo cierro con agua …¿Lo puedes creer? ¡Sí! el pequeñísimo
corte de uno y medio milímetros en plena córnea por donde se hace toda la
operación (el lente intra ocular es flexible y se inyecta ¡sí mano! ¡Se inyecta,
y ya atrás de la pupila él solito se desdobla y acomoda tan campante!), ese
corte diminuto y biselado no necesita sutura, tan sólo con un poco de suero
inyectado en sus labios es suficiente para que se hinchen durante una horas un
poquitín y se adhieran lo suficiente para que por ahí no entren ni salgan ¡que
ya digo el iris o cualquier otro tejido intra ocular! ¡Ni el líquido del humor acuoso! Me gustaría
decir que: ¡ni los microbios …vaya!
Mucha tecnología se ha desarrollado para
bien. Me siento orgulloso de pertenecer al elenco de esta “comedia humana” que
Balzac jamás imaginó.
Yo creo que no necesitamos otro Balzac
sino a otro Dante que escriba otra “Divina Comedia”, pero no terrorífica con
oscuras ilustraciones de Gustavo Doré, sino bella y luminosa, ilustrada con las
luces de un Sorolla y que se refiera a la Historia de la Medicina.
Nuestra historia es de cambios …sí…pero
para bien, Nunca volvemos a los disparates.
¡Ahí queda eso! …señores de la política.
En el periódico Excelsior de estos años
1965 y 66 en que está instalada mi narración aparecía, en la sección de “sociales”,
una columna titulada: “Reporteando por la Colonia Española”, en la que
aparecían puntualmente los nombres de los españoles operados de catarata en el
Sanatorio Español (creo que ya expliqué que en aquellos años todavía no se le
decía “hospital”, igual que al que yo fundé no se le dijo así hasta muchos años
después. Ahora ambos son hospitales: aquel Español tan querido en que nací y
trabajé y este Mig bien amado en que trabajo y no sé si moriré; aunque ya
estuve a punto de lograrlo nada más que eso es harina de otro costal).
Desde luego, casi todos aparecían operados
por Rafael Payró.
Querido amigo y compañero Don Rafael Payró
Fernández: no sé si vive usted o no, pero donde quiera que esté reciba lo aquí
escrito como algo de emotivo reconocimiento muy superior a lo que aquel Aurelio
Viña, reportero de la Colonia Española, hizo por usted y su bendito nombre.
Finalmente quiero decir que este Rafael
(el otro fue Aveleyra ¿se acuerdan?) simulaba estar encabronado con su esposa y
las “damas vicentinas” quienes, haciendo caravanas con sombrero ajeno, le
hacían dar un chingo de consultas gratuitas en su consultorio particular.
A este tipo de consultas otro compañero,
el que a continuación pasará a la báscula, les decía “tifus”.
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