"El propósito del arte no es una quintaesencia intelectual, rarificada
sino la vida, la brillante e intensa vida."

Alain - Arias Misson

miércoles, 17 de julio de 2019

Alma en Tránsito Capítulo 40: La oftalmología tipo Van Gogh


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LA  OFTALMOLOGÍA  TIPO  VAN  GOGH


     Nos cambiamos de casa y yo me hice socio fundador del nuevo MIG al cual, de ser una mirruña lo convertimos en un gran hospital en pocos años y del cual ya hablaré largo y tendido pues corresponde a otra época, …a otros logros, …a otros fracasos, …a otros recuerdos,  …a otras nostalgias, …a otro libro.

     Todo ensamblaba con precisión divina. Como si Dios lo planeara. La solicitud de entregar el duplex de Cienfuegos, la separación del oftalmólogo que atendía en el Mig debido a algo muy especial: estaba casado con una dama de familia muy rica; distribuidores de productos farmacéuticos cuyo hermano, director de la empresa, acaba de morir en un accidente automovilístico andando de vacaciones en Francia (¡qué horrible! ¿No?) y su cuñado (este oftalmólogo) abandonaba la profesión para dirigir las empresas que habían quedado sin cabeza.

     Pero antes de seguir con mis comienzos en el Mig terminaré con el tema del consultorio de Tacuba (¿qué: no puedo retomar el tema? …ultimadamente …fue mí consultorio y éste es mi libro) con algo también referente al carisma.

     En las cercanías de aquel consultorio hubo algún tiempo antes el de un oftalmólogo carismático, pero poco preparado que trabajaba así:

     Subías por una escalera cochambrosa y quejumbrosa a una sala de espera que era un cuarto grande con viejas bancas largas, como escaños de iglesia.

     La consulta costaba dos pesos y consistía en lo siguiente:

     Cuando la sala de espera se llenaba de pacientes salía el médico de un cuartucho, acompañado de una enfermera quien parecía cigarrera pues llevaba sostenida por el cuello una tabla con ungüentos y colirios. Aquél hombre se ponía tubos de pomada entre los dedos de una mano y la mujer le pasaba los colirios a la mano libre. Así iban recorriendo las bancas y preguntando brevemente sus síntomas a cada paciente. Conforme a las respuestas y lo que se alcanzaba a ver a simple vista les empujaba en los ojos un churrete de pomada con una ya muy practicada torcedura de mano y dedos exprimiendo el tubo correspondiente: que si el arrugado y grisáceo tubo de sulfas, que si el gel de petrolato, que si el sospechoso tubo de estaño del óxido amarillo de mercurio.

     Terminada la ronda se vaciaba la sala y otra vez a empezar; así una y otra vez durante todo el día.

     Las únicas situaciones que puedo parangonar a ésta son las siguientes:

     Una de ellas es la de un oftalmólogo de provincia cuya sala de espera era una especie de granero que se cerraba a las diez de la mañana. Quien estaba adentro era atendido, quienes se quedaban afuera …pues hasta el día siguiente.

     Este amigo fue contemporáneo mío y el único quien, junto con otro también de provincia con una clínica cuyo tinaco de agua era el mayor de la ciudad, les concedo el haber tenido una consulta tan nutrida, demandante y desgastante, en mis tiempos, como la mía, como la legendaria consulta del “Doctor Cienfuegos”.

     Hubo, mucho antes, otro oftalmólogo legendario cuya clientela salía hasta la calle en largas colas, pero ya averigüé que este pícaro hacía trampa ya que sostenía e inculcaba entre sus pacientes la peregrina idea de que nadie más que él estaba capacitado no sólo para curar sino para tocar sus ojos, por lo cual los obligaba a presentarse en el consultorio para ponerles él mismo las gotas, cuyo nombre no sabía nadie más que él: las azules (que eran de “azul de metileno”; ¡sí, sí!, el que te venden  para ponerles en el agua a tus pecesitos), las coloradas (de “mercuro cromo” …el que te ponía mamá cuando te raspabas la rodilla) y las negras (que no eran sino nitrato de plata ¡sí, coño! con el que se pintan por atrás los espejos). También los toques en los bordes palpebrales con “verde brillante” o con “rojo escarlata”.
    
     Tengo un libro querido rescatado de recientes “limpias” en la biblioteca de la Escuela Médico Militar, con la recopilación de las primeras revistas del Hospital Oftalmológico de Nuestra Señora de la Luz  …¿Que serán? ¿De los primeros veinticinco años del siglo veinte? Me puse a hojearlo a raíz de los escritos que estás leyendo y me encontré con anuncios sobre: “colirio de yodo”, “óxido anaranjado de mercurio”, “pomada de cadmio/zinc” y otras ternezas.
     
     Así, en un ambiente multicolor, pero tenebroso y angustiante como la paleta de Van Gogh , con puro carisma del médico y fe de los pacientes, transcurrieron los años en espera de la tan ansiada elevadísima ciencia y tecnología que nos ha traído mucha salud, pero poca felicidad.

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